Un lugar donde hablar de música y compartir opiniones con el único ánimo de ampliar gustos musicales y, acaso, descubrir nuevos artistas al eventual lector.
Hay
ocasiones en las discográficas, a la hora de publicar música se
permiten raras excentricidades para las que no encontramos una
explicación fácil. El disco que comentamos hoy es uno de esos
casos. Se trata de un lanzamiento de 2006 del sello Nonesuch que
contiene dos obras escritas por John Adams en 2003, poco después de
haber creado “On the Transmigration of the Souls”, composición
que le valió el premio Pulitzer. La rareza es que, pese a la
aparente similitud de las dos obras en lo que se refiere a una
posible catalogación, cada una de ellas viene en un disco separado a
pesar de que ninguna alcanza los 30 minutos de duración. Tenemos,
por tanto, un disco doble con un material que podría haber entrado
sobradamente en uno solo. El trabajo tiene, además, dos portadas
diferentes, cada una de ellas aludiendo a cada una de las dos obras
contenidas en el trabajo.
Anécdotas
aparte, estamos ante dos composiciones notables de la etapa más
reciente de su autor, considerado por muchos como el gran sinfonista
contemporáneo. La primera de las dos, “The Dharma at Big Sur”
fue compuesta para la inauguración del Disney Hall en Los Angeles,
un espectacular auditorio obra de Frank Gehry en su inconfundible
estilo. Adams decidió organizar la obra como la narración de un
viaje de costa a costa de los EE.UU. que terminaría en Los Angeles.
A la hora de buscar una referencia poderosa de ese viaje pensó en
Jack Kerouak y en su “Big Sur”, novela que habla de un lugar en
la costa californiana en el que la costa es muy abrupta y se pueden
ver varias cascadas que vierten sus aguas directamente el Océano
Pacífico. Adams buscaba recrear la sensación de “shock” del
viajero cuando, tras atravesar todo un continente, se enfrenta a la
inmensidad del océano. También una colección de cartas del
escritor que fueron publicadas de modo póstumo bajo en título de
“Some of the Dharma” tuvieron una clara influencia en Adams cuya
idea inicial era que varios de esos textos fueran recitados por un
actor acompañado a la orquesta (llegó a pensar en Willem Dafoe). El
plan cambió por completo cuando nuestro compositor escuchó tocar en
un club de jazz al violinista Tracy Silverman, intérprete virtuoso
formado en la Juilliard School pero que abandonó el repertorio
clásico cansado de repetir una y otra vez las mismas obras. Su forma
de interpretar el violín eléctrico de seis cuerdas cautivó a Adams
y le hizo pensar en otras culturas musicales en las que el espacio
entre notas, la transición de una a otra suele hacerse mediante
“portamento” y no enlazando notas una detrás de otra con el
correspondiente silencio entre ellas. Cada uno de los dos movimientos
de la obra está dedicado a un compositor de la costa oeste
norteamericana: el primero a Lou Harrison y el segundo a Terry Riley
adoptando en ellos parte del estilo característico de uno y otro
respectivamente.
La segunda
obra vuelve a estar centrada, ahora de forma más evidente, en otro
compositor norteamericano: Charles Ives. El título, sin embargo, es
ficticio ya que el padre de John Adams no conoció (formalmente) a
Ives aunque pudieron coincidir en más de una ocasión ya que vivían
muy cerca el uno del otro. “My Father Knew Charles Ives” se
divide en tres movimientos relacionados con la zona geográfica en la
que residían los dos “protagonistas”, alguno de los cuales dio
nombre a una de las obras más conocidas de Ives, aunque aclara Adams
que el suyo y el de Charles no eran el mismo lugar pese a denominarse
igual.
Un disco. Dos obras. Dos portadas.
Las dos
obras que contiene el lanzamiento que hoy comentamos están
interpretadas por la BB Symphony Orchestra bajo la dirección del
propio John Adams. En la primera, Tracy Silverman es el solista al
violín eléctrico y en la segunda, es Bill Houghton a la trompeta.
THE DHARMA
AT BIG SUR:
“A New
Day” - Adams se toma con mucha calma el comienzo de la obra con un
largo pasaje “pianissimo” que va creciendo poco a poco en
intensidad. En él, las cuerdas van elaborando una sólida base, muy
meditativa, sobre la que comenzamos a escuchar el violín de
Silverman que ejecuta una melodía igualmente cadenciosa. Aunque la
dedicatoria de la obra es a Lou Harrison, no podemos evitar
acordarnos de Gavin Bryars durante su escucha. En el siguiente tramo
es el violín el que toma el mando con lineas melódicas más
activas, de aire cuidadamente improvisado como indica Adams en las
notas del disco. Silverman calla unos instantes y las cuerdas toman
el relevo replicando el largo pasaje de violín que acaba de sonar
antes de volver a darle paso al mismo. El segmento final del
movimiento es brillante y en él Silverman nos muestra todo de lo que
es capaz en una interpretación intensa a la que da la réplica una
plétora de instrumentos en “tintinnabuli” (arpas, campanillas,
piano e incluso “samples” electrónicos) para culminar de forma
espectacular la primera parte de la obra.
“Sri
Moonshine” - El segundo movimiento retorna a las raíces
minimalistas de Adams. Aparentemente se trata de un tributo a Terry
Riley pero en nuestra opinión está mucho más presente el Adams de
“Shaker Loops” que cualquier otra referencia al autor de “In
C”. Silverman tiene mucho más espacio para desplegar su
virtuosismo aquí y la orquesta incorpora a las cuerdas, de fuerte
presencia en toda la obra, las percusiones y los metales que otorgan
una mayor amplitud a la paleta sonora de Adams. Teniendo en cuenta
las palabras del compositor sobre la concepción inicial de la obra y
el cambio que esta sufrió al decidir la inclusión del violín, nos
cuesta mucho hacernos una idea de cuál podría haber sido aquella
habida cuenta del importante rol de Silverman en toda la composición.
MY FATHER
KNEW CHARLES IVES
“Concord”
- Un vibrante colchón de cuerdas con el apoyo del piano abre el
primer movimiento de la obra aunque no tarda en aparecer la trompeta
de Bill Houghton ejecutando el primer solo de la pieza que representa
también la más clara referencia a Ives. De un modo similar a lo que
ocurría en el final del primer movimiento de la obra anterior,
arpas, percusiones metálicas y algún sintetizador comienzan a
escucharse pero no para poner fin al mismo sino para transportarnos
al siguiente estadio: los metales interpretan una rítmica secuencia
a ritmo de marcha. Inconfundiblemente americano, no podemos negarlo.
Adams siempre ha sido un compositor tremendamente versátil pero no
le recordamos muchas piezas en este tipo de registro.
“The
Lake” - Adams lo describe como el paisaje de una noche de verano
con el suave rumor del agua y la presencia de los mosquitos que
vuelan mientras las luces lejanas se reflejan en la superficie del
lago. Más o menos algo así es lo que suena hasta que aparece el
oboe ejecutando una melodía que el compositor afirma haber escrito
con el sonido de la flauta shakuhachi en mente. Es el movimiento más
breve de la obra y se hace demasiado corto, especialmente cuando
intuimos las posibilidades de desarrollo que ofrecía.
“The
Mountain” - De las aguas del lago anterior pasamos a la descripción
musical de una inmensa mole granítica que Adams sitúa en un monte
californiano al que solía ir de excursión con su hijo. El manejo de
las diferentes secciones orquestales es verdaderamente magistral y
creemos estar en presencia del movimiento más contundente y
expresivo de toda la obra. Un cierre fantástico a la altura de las
mejores composiciones de su autor.
Aunque
pronto se salió de la corriente principal del minimalismo, en muchos
ambientes se sigue citando (quizá de modo erróneo) a John Adams
como uno de los nombres claves de ese movimiento. Es posible que por
ello su popularidad no es tanta como la de un Glass o un Reich aunque
en círculos académicos su prestigio iguala, cuando no supera al de
ambos. Aquí no nos atrevemos aún a poner a Adams a la altura de
cualquiera de los otros nombres pero seguimos siguiendo su carrera
con gran interés convencidos de que estamos ante otro de los grandes
artistas de nuestro tiempo. Las dos obras que hoy comentamos dan
testimonio de ello.
Aunque
existe una grabación en "cassette" que en muchos sitios consideran la
segunda de la discografía de Michael Nyman y la primera con la
Michael Nyman Band,
lo cierto es que dentro del material accesible hoy en día del
músico, el segundo disco cronológicamente hablando sería la
grabación de 1981 que hoy comentamos en en blog (el propio Nyman
obvia la música para “The
Masterwork' Award Winning Fish-Knife” incluida en la citada cinta a
la hora de referirse a su discografía).
Nyman
es un compositor cuya vocación tardó en despertarse bastante más
de lo habitual. Su estudios, centrados en la música barroca, fueron
culminados con la consecución del Howard Carr Memorial
Price a la edad de 20 años. Curiosamente, desde ese momento abandonó
la composición por completo durante varios años. En 1968, cuatro
años después, empezó a escribir sobre música dedicándose durante
los ocho siguientes años a la crítica, etapa en la que firmó
algunos ensayos que dieron origen al término “minimalismo” para
englobar el que hoy parece ya consolidado como uno de los movimientos
capitales en la música culta de las últimas décadas. No fue hasta
1976 que el músico sintió de nuevo inquietud por crear e
interpretar música con la composición de un par de bandas sonoras y
la creación de la Campiello Band, el germen de lo que luego sería
la Michael Nyman Band. Todo comenzó como una banda que exploraría
un imaginario repertorio de música veneciana del S.XVIII y que no
era sino una tapadera para los propios experimentos sonoros de Nyman.
La chispa se encendió
cuando el músico estaba estudiando una partitura de Mozart al piano,
en concreto, una de las “arias” de la ópera “Don Giovanni”.
En un momento determinado, Nyman comenzó a interpretarla con el
frenético estilo de Jerry Lee Lewis, algo que no debía estar muy
alejado de las modernas interpretaciones de la Michael Nyman Band en
la que el piano, martilleado sin compasión, se convierte en la
locomotora que canaliza toda la fuerza rítmica de la música del
compositor británico. En “Michael Nyman”, escueto título del
disco, se recopilan una serie de obras del músico pertenecientes al
periodo 1977-1981, entre otras, las primeras piezas que éste
escribió para películas de Peter Greenaway.
Michael Nyman en la puerta de "The Kitchen". Legendario local neoyorquino en el que se gestó buena parte del nacimiento del minimalismo.
La formación de la Michael
Nyman Band en su disco de debut estaba integrada por Rory Allam
(clarinetes), Alexander Balanescu (violín), Anne Barnard (trompa),
Ben Grove (guitarras), John Harle (saxo soprano), Nick Hayley (violín
y rabel), Ian Mitchell (clarinetes), Michael Nyman (teclados),
Elisabeth Perry (violín y viola), Steve Saunders (trombón, tuba y
eufonio), Roderick Skeaping (violin y rabel), Keith Thompson (flautas
y saxofones) y Doug Wootton (banjo y bajo).
“Bird Anthem” - El disco
comienza con una pieza de 1980 con una fuerte presencia de la
guitarra eléctrica y los instrumentos de viento. El texto es una
simple sucesión de nombres de aves, al igual que sucedía en una
pieza anterior del músico que sonará más adelante en el disco. A
pesar de su corta duración, todos los elementos sonoros y rítmicos
de la Michael Nyman Band están ya presentes en esta pieza.
“In Re Don Giovanni” -
La pieza que lo empezó todo, por así decirlo. La adaptación del
aria citada anteriormente de “Don Giovanni” se convirtió en 1977
en la primera composición de Nyman para la Campiello Band. Peter
Greenaway se prendó de ella y eso hizo que contase con el compositor
a partir de entonces. También hizo indicaciones muy precisas para
que la banda sonora de “El Contrato del Dibujante” siguiera una
linea muy similar a esta obra, algo que resulta evidente cuando se
escuchan ambas piezas juntas.
“Initial Treat / Secondary
Treat” - En 1978 el estilo musical de Nyman comenzaba a estar ya
muy definido y su forma de trabajar a partir de breves pasajes
sacados de obras de otros tomaba forma. Uno de los primeros ejemplos
fue “5 Orchestral Pieces, Opus Tree” basada en la obra casi
homónima de Anton Webern (el “tree” del título no es una errata
sino un juego de palabras con el opus three original). Aquí
escuchamos dos de los movimientos de esa obra que aparecieron como
“cara b” de un single cuya “cara a” estaba ocupada por “In
Re Don Giovanni” bajo el título de “Mozart”. El movimiento
inicial sería el primer apunte del Nyman más melódico y alejado de
los ritmos vertiginosos que suele acompañar a su versión más
popular mientras que el segundo anticipa al autor de obras como
“Prospero's Books” por poner un ejemplo cercano en cuanto a
estilo.
“Waltz” - Quizá la
composición más experimental del disco sea esta cacofonía escrita
por Nyman entre 1978 y 1981 en la que dos músicos de jazz (saxo
soprano y clarinete) improvisan extrañas melodías por encima de un
vals que va creciendo en intensidad desde un discreto segundo plano
hasta ocupar toda la atención del oyente. Es un claro anticipo del
Nyman de “Drowning By Numbers” sin ir más lejos.
“Bird List Song” - En
1979 el compositor británico escribió esta canción para la cinta
“The Falls” dirigida por Greenaway. Como mencionamos más arriba,
el texto es un mero recitado de nombres de aves. El tono
extremadamente agudo requerido de la vocalista es una constante en la
obra posterior del músico, especialmente a partir de la
incorporación de Sarah Leonard a su banda. Practicamente cada tema
de este disco es un precedente de alguna obra posterior, más
conocida. En este caso creemos que la música de “The Kiss and
Other Movements” era muy cercana en todos los aspectos a lo que
podemos oir aquí.
“M-Work” - Cierra el
disco la pieza que en el vinilo original ocupaba toda la segunda
cara. Hablabamos al comienzo de una obra que Nyman escribió en 1979
para una instalación o “actuación escultórica” a cargo de dos
artistas visuales británicos que llevaba el título de “The
Masterwork Award Winning Fishknife”. La partitura de Nyman se
extendía a lo largo de cerca de dos horas de duración y, aunque
ninguno de los miembros de la banda había tenido la oportunidad aún
de escuchar la ópera de Philip Glass, se solían referir a su música
como “el Einstein on the Beach” británico en tono jocoso. En
1981, Nyman compuso una adaptación de aquella música de mucha menor
duración que es lo que podemos escuchar aquí. La composición
combina movimientos solemnes con interludios mucho más vivos en los
que la flauta piccolo unas veces y los violines otras, alternan el
papel de solistas.
Aunque el sonido no está
aún tan pulido como en el futuro (la maquinaria de la Michael Nyman
Band estaba sin engrasar) todos los ingredientes de la música del
grupo están ya aquí presentes. Sólo unos retoques como el recorte
de las guitarras eléctricas o la desaparición del rabel, así como
el establecimiento del piano como instrumento rítmico principal
convertirían este ruidoso invento que suena aquí en una locomotora
imparable que alcanzó momentos verdaderamente gloriosos años más
tarde. Sólo por su valor documental, este disco ya valdría mucho la
pena. Si a eso añadimos la factura de muchas de las piezas, no
creemos que ningún seguidor de Nyman se arrepienta de añadirlo a su
colección.
Tras muchos años de espera, por fin llegó el nuevo disco de Jean Michel Jarre. Con ocasión de su lanzamiento, los amigos de Fairlight Jarre nos pidieron que hiciéramos una reseña del mismo que fue publicada allí en el día de ayer. Ese es el motivo de que el texto sea algo más extenso que los que suelen aparecer en el blog. Os dejamos con el mismo:
“Me gustaría trabajar con Stewart Copeland (batería de The Police)” declaró Jarre a mediados de los años 80. “Me encanta el trabajo de Jeff Mills. Quizá hagamos algo juntos relacionado con la película Metrópolis de Fritz Lang” decía el músico en una entrevista años después. En 1997, Jarre afirma “Me gustaría trabajar con Vangelis algún día. Ambos tenemos raíces latinas aunque él tiene un enfoque más sinfónico”. La lista de artistas con los que Jarre ha mostrado su interés por colaborar en algún momento es muy larga y, si dispusiéramos de una máquina del tiempo para revisar todas ellas, podemos añadir nombres como los de Underworld, les Rythmes Digitales, The Chemical Brothers, Enya y un larguísimo etcétera.
Aquellos que llevamos siguiendo un tiempo la carrera del músico francés no le dábamos a ese tipo de declaraciones mayor credibilidad que a sus reiterados anuncios de conciertos y giras en cualquier lugar del mundo que su interlocutor de turno tuviera a bien sugerirle. Quizá sea un deseo de agradar o un indisimulado afán por colmar las expectativas de sus seguidores pero es un hecho que un porcentaje muy amplio de los proyectos que Jarre anuncia de una u otra forma, no llegan nunca a cristalizar en algo real. Por ese mismo motivo, las reiteradas insinuaciones de un posible trabajo en colaboración con otros artistas no recibían demasiado crédito entre la comunidad de seguidores del Francés por mucha confianza que se depositara en él.
Sin embargo, el río empieza a sonar con más fuerza durante la extensa gira del músico de los años 2009 y 2011 en la que la locomotora de Jarre recorrió toda Europa para ofrecer más de cien conciertos. Como es lógico, a lo largo de la misma, el músico ofreció un buen número de entrevistas en las que hablaba de sus planes de futuro. Ya en 2009 se menciona una colaboración con Moby. En 2010, al coincidir en Oslo, Jarre y los integrantes de Royksopp comentan entre elogios mutuos la posibilidad de hacer algo juntos. Tras terminar uno de los conciertos de la gira, Jarre se reúne durante varios minutos en el camerino con el DJ holandés Armin Van Buuren. Ese mismo año, Jarre habla en un periódico lionés de un posible disco junto con Vitalic, Sebastien Tellier, Air, Moby (de nuevo), Daft Punk o The Chemical Brothers. Algo más desapercibidas pasan unas declaraciones de David Lynch en las que afirma, ya en 2011, que ha hecho algo con Jean Michel Jarre: que el músico francés le envió una composición en la que trabajó completando un tema musical del que no había vuelto a saber nada desde entonces. El lanzamiento del recopilatorio “Essentials & Rarities” en ese mismo año ayudó a que la información sobre ese supuesto disco de colaboraciones quedara en un segundo plano.
Con la finalización de la gira surgen pequeños proyectos en los que aparecen nuevas pistas. En 2012 Jarre patrocina una instalación sonora en su Lyon natal bajo el título de “Gone”. En ella participan los miembros de Acid Washed que remezclan una pieza clásica del repertorio de Jarre. En aquel momento estos indican que tienen planes para una colaboración con Jarre en un nuevo trabajo en la que intervendrían, además, otros artistas de su mismo sello. Entre ellos tenemos nombres como los de John Carpenter, Kavinsky o Sebastien Tellier. Más o menos por aquellas fechas, el propio Tellier habla de una colaboración en marcha con Jean Michel Jarre ¿Y si...? pero no. No merece la pena hacerse ilusiones. ¿o sí?.
Continúan apareciendo indicios. En 2013 Jarre realiza una selección de músicas de un sello francés que aparece bajo el título de “InFine JMJ”. Entre los artistas seleccionados hay uno que aparece en dos ocasiones: Rone, a quien Jarre elogia en aquel momento. Nuevas entrevistas con el artista dejan caer nuevos nombres como el de Christophe, vieja gloria de la canción francesa junto a quien Jarre dio alguno de sus primeros pasos dentro de la industria. El músico hablaba de un trabajo muy especial junto a él. Más o menos por la misma época el nombre de Sebastien Tellier vuelve a relacionarse con el de Jarre para un proyecto común. De hecho, el cantante está grabando parte de su nuevo disco en el estudio de Jean Michel. El propio Jarre habla ya sin rodeos de que tiene pensado publicar dos discos, uno de colaboraciones y un segundo en solitario a la vieja usanza.
A partir de aquí, los rumores se desatan y ya no es el propio Jean Michel quien los alimenta sino otros artistas. DJ Loco afirma haber escuchado algo que Jarre ha hecho junto con Richie Hawtin y que “suena increíble”. Hans Zimmer publica en Facebook una foto junto al músico francés que retira horas después. El cineasta John Carpenter habla en una entrevista de un tema que ha grabado junto a Jarre y que saldrá en un próximo disco en el que también participan Trent Reznor y David Lynch. Ambos nombres se repiten en un artículo aparecido en Polonia que añade a la lista los nombres de Gary Numan y Vince Clarke. Los nombres empiezan a formar un elenco realmente impresionante que dispara ya la imaginación de los seguidores de Jarre que vuela ya libre en estado de total ingravidez.
En el mundo como el actual en el que internet transmite de modo automático la información a cualquier parte del globo, la aparición de fotos de Jarre con cualquier otro artista desata todo tipo de especulaciones. Comienza así a desplegarse un importante álbum de imágenes del músico francés con otros colegas, desde la inglesa Little Boots hasta Tangerine Dream pasando por Bob Sinclair o Carmen Rizzo. Algunos empiezan a desempolvar otras instantáneas de Jarre con otros colegas aparecidas en los últimos años: Brian Eno, Herbie Hancock, Nile Rodgers, Fatboy Slim... Imposible que estén todos en un solo disco. Mientras tanto, comienzan a confirmarse algunos nombres de forma más o menos oficial. Los primeros: Tangerine Dream, Massive Attack, Armin Van Buuren, Hans Zimmer y Pete Townshend. Poco después el miembro de Yello, Boris Blank, afirma que también ellos participan en el disco y aporta otros nombres a la lista: Portishead, Air y Laurie Anderson. La revista DJ Mag deja caer un par de artistas más: Gesaffelstein y the Chemical Brothers. Otros nombres como los de John Talabot, Justice, Rone o el siempre presente Tellier se dan por seguros en diversas webs. Aparentemente el disco de colaboraciones aparecerá a finales de 2014. En los círculos de seguidores de Jarre las “quinielas” con nombres de colaboradores circulan con rapidez. Cualquier mención del músico a otro artista en su cuenta de Twitter o en Facebook desata la locura y rápidamente nombres como los de Fuck Buttons o Bernard Szajner se incorporan al listado de “posibles colaboradores”.
Juguemos al "¿quién es quién?" ¿Alguien se atreve a localizar a los colaboradores del disco?
¿Alguien duda a estas alturas de que habrá disco? Para acabar con cualquier sospecha aparecen en la página web de la SACEM (la sociedad de autores francesa) veinticinco títulos de nuevas composiciones a nombre de Jean Michel Jarre. Poco después se les unen otros once. Nada de esto pasa desapercibido para los fans del músico que, así las cosas, están vigilantes y atentos a cualquier movimiento alrededor de este. Más o menos por estas fechas, Jarre deja aparcado aquel proyectado disco en solitario y se habla ya de que el disco de colaboraciones será doble.
¿Cómo hemos llegado a este punto? Cerremos los ojos un momento y volvamos a 2007. Jean Michel Jarre acaba de publicar su disco más controvertido, “Teo & Tea”, que, de modo casi unánime, es considerado el punto más bajo de su carrera. El momento en que el espejo se rompe y le devuelve a Jarre una imagen que no le gusta nada. La aparición poco después de una “regrabación” del clásico “Oxygene” no mitiga el mal sabor de boca de los fans e incluso le acarrea algunos problemas legales con su antigua discográfica. Este declive no es un hecho casual. Jarre es un artista de un talento inmenso. Tanto que, durante un buen tramo de su carrera, le bastó con él para grabar un buen número de discos inolvidables sin necesidad de dedicarles todo el esfuerzo que estos requerían, esfuerzo que muchas veces se repartía entre las grabaciones y la organización de esos colosales espectáculos en directo que le han dado una fama pareja a la reportada por los propios discos.
De cara a los aficionados, y pese a la buena acogida de las giras de los últimos años, la imagen de Jarre comenzaba a parecerse peligrosamente a la de un músico con más pasado que presente y dispuesto a vivir de las rentas (algo muy legítimo, por otra parte). Sin embargo Jarre es un tipo orgulloso, alguien capaz de hacer de la recuperación de su prestigio una cuestión de honor, casi una deuda de sangre por la herencia recibida y el peso del apellido Jarre en la música. Así, una vez concluidos los conciertos se puso a trabajar en el estudio como quizá no lo hacía desde mucho tiempo atrás. Así, comenzó a componer nueva música, arreglándola, deshaciendola y volviendo a empezar cuando algo no era de su agrado. Si iba a regresar al primer plano lo iba a hacer a lo grande y eso implicaba un nivel de esfuerzo superlativo. También un punto de humildad. Humildad necesaria para ponerse en contacto con otros artistas que le aportasen puntos de vista nuevos, más frescos en el caso de los más jóvenes; con otra perspectiva en el de sus colegas de generación.
Jarre en estos años mantiene una importante actividad al margen de la estrictamente creativa. Cada vez se significa más en la lucha por los derechos de los músicos y por la obtención de una remuneración justa por su trabajo en la era de internet. Ayuda a esto el hecho de vivir por primera vez en mucho tiempo sin estar sometido a la presión de un contrato discográfico una vez extinguida su relación con EMI en 2010. De este modo se explican los ocho años transcurridos desde el infausto “Teo & Tea”. Cada aparición de Jarre en una nueva gala, en un acto de cualquier tipo es interpretada por los fans como la confirmación de un dulce retiro y sus declaraciones sobre nuevos proyectos son recibidas con una media sonrisa de incredulidad. De modo paralelo y casi en secreto, Jarre se embarca en una serie de contactos con muchos de los músicos citados en la primera parte de este texto. Expone sus ideas sobre el nuevo trabajo y las comparte con ellos. Les manda los bocetos de los temas (creados con el estilo de cada colaborador en mente) y viaja a los estudios de cada uno de ellos para trabajar cara a cara, sin intermediarios. El contacto es personal desde el primer momento. Los asuntos legales entre los representantes y abogados de cada uno vienen después. No son importantes. Son años en los que Jarre pasa más tiempo en las cintas transportadoras de los aeropuertos de medio mundo que en el sofá de su casa.
A partir del mes de marzo de este 2015, las noticias se suceden y todo hace indicar que la aparición de un nuevo disco de Jean Michel Jarre es inminente. Aparece en Facebook una foto anunciando “un nuevo disco en el horizonte” sobre lo que parece un fragmento del cartel de la película “Interstellar”. ¿Una pista? Algo así. Muy poco después aparece un primer extracto con música nueva en los créditos de un cortometraje que forma parte de una especie de secuela del film. El tema lleva el título de “Glory” y está realizado en colaboración con M83. Desde este momento se suceden los lanzamientos de todo tipo con un ritmo muy irregular. Aparece sin aviso previo el single “Conquistador” de Jarre y Gesaffelstein en una tienda digital, se anuncia la salida a la venta de tres maxis en vinilo entre los que se encuentra el citado “Conquistador” y sendas colaboraciones con Robert del Naja, alias “3D”, de Massive Attack y con Tangerine Dream en lo que sería una de las últimas grabaciones en las que participó el poco antes fallecido Edgar Froese. Semanas más tarde aparece un EP digital con las remezclas de los tres maxis citados y varias nuevas de “Glory”. El resto es historia conocida y podríamos seguir hablando hasta que se ponga el sol de una cronología que se hace interminable por lo que pasamos directamente a la música.
“The Time Machine” - Alexander Ridha es un talentoso DJ alemán que firma sus trabajos como Boys Noize. Aunque tiene varios discos publicados en solitario, su fuerte son las colaboraciones y los remixes para otros artistas. Entre otros, ha remezclado temas de David Lynch, the Chemical Brothers, Daft Punk o Depeche Mode. La pieza comienza con las clásicas voces electrónicas que ya sonaban en clásicos como “Chronologie 1” por poner un ejemplo aunque no tardan en dar paso a un secuencia electrónica que sirve de preludio para una descarga rítmica en la que se deja entrever el trabajo de Boys Noize con los citados Chemical Brothers. Una vuelta a la melodía inicial nos acerca al momento en que suenan unas notas muy familiares para el seguidor de toda la vida de Jarre puesto que son ejecutadas con el inconfundible sonido del “laser harp”. Nuevo guiño, y no será el único a lo largo del disco, al aficionado veterano. La pieza es realmente espectacular y sitúa las expectativas en lo más alto.
“Glory” - M83 empezaron como dúo en 2001 pero actualmente es el nombre bajo el que publica su música Anthony Gonzalez. Aunque su obra no tiene muchos puntos en común con ellos, su trayectoria es similar a la de Daft Punk y le ha llevado a realizar sus últimos trabajos dentro del ámbito de las bandas sonoras. La que fue la primera colaboración en salir a la luz es una canción en la que el estilo de M83 es patente, siendo una de las piezas del disco en la que el peso del artista invitado parece mayor quedando la presencia de Jarre muy diluida. La pieza tiene un esquema muy cercano al de otras que han quedado como himnos deportivos en la memoria de los oyentes y el videoclip que la acompaña incide en esa relación con una buena dosis de humor absurdo. También encontramos ahí algunas referencias a los aspectos visuales de la obra previa de Jarre, particularmente al diseño de la portada de “Equinoxe”.
“Close Your Eyes” - Uno de los grupos franceses con un sonido más personal es el formado por Nicolas Godin y Jean-Benoit Dunckel: Air. Su utilización de sonidos analógicos y la gran cantidad de elementos nostálgicos que contiene su música hacían de ellos los candidatos perfectos para formar parte de un disco como este. Es para esta colaboración para la que Jarre se guardaba una de las piezas más importantes del disco. En ella se hace un repaso por la propia historia de los instrumentos electrónicos de modo que el primer sonido procede de un banco de osciladores, el ritmo central se construye a partir de “loops” de cinta y a lo largo del mismo escuchamos, desde el clásico sonido de cuerdas del “Eminent” hasta los agudos timbres del sintetizador EMS AKS en registros próximos al del “theremin” (recuerdo evidente de “Oxygene”). Junto a todo ello, el inconfundible sonido de las voces o el piano de Air aderezados con los efectos electrónicos marca de la casa a cargo del propio Jarre, especialmente presentes en el interludio entre las dos partes de la composición. Probablemente estemos ante la mejor pieza de todo el primer volumen.
“Automatic (part 1)” - Si hay una figura omnipresente en el pop electrónico de los años ochenta esa es la de Vince Clarke, fundador de Depeche Mode, Yazoo o Erasure. Esa trayectoria hizo que Jarre estimase su presencia como necesaria en un proyecto como éste. Es el único artista que aparece en dos de los cortes del disco, aunque estemos hablando realmente de uno dividido en dos partes. La primera de ellas es la mejor en nuestra opinión: una pieza enteramente secuencial que nos remite a los mejores años de la música electrónica realizada dentro del ámbito de la denominada Escuela de Berlín. Dentro de la obra de Jarre se situaría como digna sucesora de “Arpegiator” o de “Oxygene 12”. Otra de nuestras favoritas dentro del disco.
“Automatic (part 2)” - La segunda parte de la pieza cambia totalmente de registro acercándose más al Jarre creador de singles de éxito, particularmente “Chronologie 4” o, más recientemente, “Aero” tema con el que este fragmento comparte muchas características en todos los sentidos. A pesar de una cierta simplicidad melódica, la cantidad de capas de sonido que se pueden escuchar en determinados momentos denotan un trabajo de producción extremadamente cuidado por parte de Jarre en una de las composiciones del disco en las que más nos cuesta entrever la mano del artista invitado.
“If..!” - Una de las participantes más jóvenes del disco es Victoria Christina Hesketh, alias “Little Boots”. Artista inglesa que hace un pop electrónico muy elegante y pegadizo. Se caracteriza por utilizar instrumentos electrónicos más bien extravagantes, algo que la acerca a Jarre. También por tocar el “laser harp” en sus conciertos lo que, sin duda, llamó la atención del músico francés. Su colaboración fue el segundo tema del disco en tener vídeo clip propio tras “Glory”. No es difícil entender el por qué ya que se trata de una canción pop al uso, extremadamente pegadiza y cercana a cualquiera de las que pueden escucharse en cualquier radio-fórmula hoy en día. De una factura excelente tiene todos los ingredientes para convertirse en una de las piezas más controvertidas del disco por su decidida vocación pop.
“Immortals” - Fuck Buttons son un dúo de Bristol formado en 2004. Proceder de la cuna del “trip-hop” tiene que marcarte de algún modo aunque su estilo es muy personal y no demasiado cercano al de bandas como Massive Attack o Portishead. Emplean instrumentos electrónicos de todo tipo, incluyendo juguetes de Fisher Price o Casiotones. Sus influencias son muy variadas aunque muchos vimos una clara referencia a “Equinoxe” en la portada de “Street Horrrsing”, su disco de debut. Junto a ellos Jarre realiza el corte más épico de todo el disco sin lugar a dudas. Elaborado a partir de una sencilla serie de arpegios que se multiplican entre ecos y “delays”, la composición va ganando en intensidad con cada repetición beneficiandose de una magnífica percusión que recuerda a la de “Globe Trotter”, uno de los temas “menores” más apreciados por los seguidores del músico. Los solemnes fondos de cuerdas que van evolucionando por detrás a lo largo de todo el tema terminan por elevar la pieza hasta niveles extraordinarios recordando por momentos los instantes más grandilocuentes de un Vangelis, por poner solo un ejemplo.
“Suns Have Gone” - De todas las colaboraciones que aparecen en el disco, aquella de la que Jarre lleva más tiempo hablando es la realizada con Moby. Es también la primera de la que se escuchó un fragmento hace años en un breve reportaje que un programa de televisión francés grabó en el estudio de Jean Michel, mostrando algunos segundos de música que luego terminarían siendo parte de esta colaboración. Sonaba algo más en ese vídeo que formará parte con toda seguridad del segundo volumen pero el fragmento es tan breve que podría desembocar igualmente en una composición épica que en música de fondo para hacer la colada. “Suns Have Gone” empieza con un sencillo arpegio que se va desdoblando hasta desembocar en unos preciosos acordes de cuerdas. Hasta aquí, la composición podría recordar en su esquema a “The Oh of Pleasure” de Ray Lynch aunque con una producción muy diferente. Cuando comienza a cantar Moby entramos en una fase completamente diferente a lo largo de la cual descubrimos una composición con todo lo necesario para convertirse en una de las grandes piezas del disco. Como dice Jarre en uno de tantos vídeos que acompañan la promoción de “Electrónica”, Moby tiene un estilo tan marcado que puedes reconocerlo incluso cuando toca una simple nota. Eso se nota en esta canción en la que la aportación del artista norteamericano es tal que cuesta imaginarse cómo sonaría sin él.
“Conquistador” - Otra de las jóvenes promesas de la escena francesa es Gesaffelstein, alter ego de Mike Lévy. En muy poco tiempo, Mike se ha hecho un nombre internacionalmente llegando a producir canciones para Kanye West. Además ha hecho remezclas para varios de los artistas que participan en “Electronica” como Moby, Boys Noize o Vince Clarke. Fue la primera pieza del disco en darse a conocer junto con dos remezclas especiales a cargo del propio Jean Michel Jarre; ambas, en nuestra opinión, superiores a la que finalmente aparece aquí. A pesar de todo, “Conquistador” es una de nuestras composiciones favoritas. Sobre una base muy sencilla que podría recordar el clásico esquema “tubular” de muchas piezas de Mike Oldfield, Jarre y Gesaffelstein despliegan una descarga de energía arrebatadora. Cuando apareció como adelanto del disco nos dimos cuenta de que el proyecto iba muy en serio y de que Jarre no iba a eludir el riesgo en sus colaboraciones. Se agradecen, cómo no, algunas referencias en el apartado de efectos sonoros a piezas fundamentales como “Equinoxe 4” que podemos escuchar en algún momento.
“Travelator (part 2)” - Probablemente el nombre más sorprendente a primera vista del elenco de estrellas que participan en el disco sea el de Pete Townshend. Sin embargo, a poco que se profundice en su trayectoria su presencia cobra sentido ya que con The Who fue uno de los primeros artistas del ámbito del rock en introducir sintetizadores en su música. No fueron, además, unos aparatos cualquiera sino el EMS VCS3, el ARP 2500 y el ARP 2600: tres de los modelos que marcaron de un modo más profundo el sonido de los primeros discos de Jean Michel Jarre. Con toda seguridad es una de las dos o tres colaboraciones que no van a dejar indiferente a nadie por la marcada personalidad de Townshend. Pese a lo alejado del planteamiento estético del tema del estilo habitual de Jarre (tendríamos que remitirnos a algunos singles casi prehistóricos para encontrar algo similar), la química entre el líder de The Who y el músico francés es perfecta (se puede apreciar en los vídeos promocionales cómo Pete disfruta de lo lindo en las sesiones de grabación) y eso hizo que esta pieza vaya a tener vida propia al margen del disco como un EP que aparecerá presumiblemente en diciembre con las tres partes de que consta el tema. Aclaramos así de paso el “part 2” que acompaña al título.
“Zero Gravity” - Y si el nombre de Townshend era inesperado, el de Tangerine Dream es uno de los pocos imprescindibles en los que cualquier fan habría pensado a la hora de formular un deseo sobre sus colaboraciones favoritas para el disco. La legendaria formación alemana grabó su colaboración con Jarre poco tiempo antes del fallecimiento de su líder, Edgar Froese, lo que le da aún más valor a la pieza como una de las últimas en las que participa la que es una de las figuras imprescindibles del género. El disco entero lleva una dedicatoria muy merecida a Edgar. La pieza mantiene un perfecto equilibrio entre el clásico sonido de los Tangerine Dream de los años ochenta, con sus inconfundibles “leads” y secuencias rítmicas y un Jarre que un seguidor no tardará en identificar como el autor de las secuencias y percusiones de piezas como “Arpegiator” o “Night in Shanghai” del disco que recogía los conciertos del músico en China en 1981. Mientras que buena parte de los temas del disco tienen un aire atemporal que no hace fácil situarlos en un momento histórico determinado, “Zero Gravity” tiene un claro acomodo en esa primera mitad de los ochenta.
“Rely on Me” - La colaboración de Tangerine Dream era tan deseada como habitual es ya la presencia de Laurie Anderson en los proyectos más rompedores de Jean Michel Jarre, desde “Zoolook” hasta “Metamorphoses” pasando por su breve intervención en el concierto de las Pirámides. El comienzo, con un repetitivo ritmo de “minipops” (caja de ritmos omnipresente en discos como “Oxygene”) nos acerca a la narración de Laurie: un texto relacionado con la creciente dependencia que tenemos de la tecnología, particularmente de los “smartphones”. La pieza es demasiado corta y no llega al nivel de anteriores colaboraciones entre ambos músicos. Encajaría mejor en un disco como fue “Metamorphoses” que aquí, probablemente.
“Stardust” - Hasta ahora la lista estaba formada por músicos de mayor o menor prestigio pero faltaba un “fan”. Armin Van Buuren, además de un popular DJ y presentador de radio, es un seguidor de la música de Jean Michel Jarre desde muy pequeño. Quizá, de hecho, sea el único de los participantes en el disco que no tiene reparos en declararse fan incondicional de Jarre con lo que la posibilidad de formar parte de “Electronica” debió ser como un sueño hecho realidad para él. El tema no tiene demasiada historia: es la clásica composición “trance” con un estribillo melódico extremadamente sencillo diseñado para no tener que desviar demasiado la atención de la pista de baile mientras se salta sin parar. Hay guiños para el aficionado a Jarre, cómo no, y es que la secuencia principal es un remedo de la solemne “Rendez-Vous II” y en alguna de las pausas que encontramos en el tema podemos escuchar lo que podría ser una referencia a “Souvenir of China”. Con todo, es una pieza que puede gustar mucho al seguidor de Jarre más afín a los recopilatorios de grandes éxitos que a los discos completos.
“Watching You” - De Massive Attack hay poco que se pueda decir a estas alturas. Con apenas cinco discos de estudio y una banda sonora en 25 años, son una de las bandas más influyentes de la escena electrónica y han dejado algunos trabajos que son ya clásicos del género, especialmente “Mezzanine”. Con esta colaboración ocurre lo contrario que con la anterior. En términos estéticos es todo riesgo ya que carece de un esquema convencional, la voz está distorsionada más allá de los límites de lo inteligible y no es sencillo encontrar una melodía fácil de recordar. Precisamente por todo ello, es una de nuestras piezas favoritas de todo el disco. Es una colaboración, además, en la que Jarre puso un empeño particular. Según cuenta, la idea inicial no funcionaba y optó por enviar a Robert Del Naja un tema completamente nuevo. No sabemos cómo era aquel primer ensayo pero lo que finalmente aparece en “Electronica” es un experimento mesmerizante, un alarde de producción a la altura del nombre de los artistas que participan en él. Con unos juegos de percusión increíbles, las clásicas notas de piano de los discos de Massive Attack y referencias a varios temas claves del repertorio de Jarre como “Hey Gagarin”, “Revolutions” o “Chronologie 2”, “Watching You” es otro de los grandes momentos del trabajo.
“A Question of Blood” - Pocos esperarían en un disco de estas características la presencia de un artista cuya faceta principal no es, precisamente, la musical. Sin embargo, el director de cine John Carpenter ha sido el encargado de crear las bandas sonoras de la gran mayoría de sus películas consiguiendo en muchos casos que estas sean inmediatamente reconocidas por parte de los aficionados. Este mismo año se ha publicado “Lost Themes”, el primer disco de estudio de Carpenter al margen de sus bandas sonoras. No podría ser de otro modo con Carpenter de por medio pero la pieza, quizá la más puramente melódica del disco, es capaz de crear un ambiente de verdadera inquietud, ideal para ilustrar cualquier relato romántico de terror. Hay alguna frase que nos recuerda al Jarre de singles como “Hypnose” pero, en general, toda la composición lleva el sello de Carpenter.
“The Train and the River” - Cerrando el disco encontramos una de las intervenciones más controvertidas, no tanto por la calidad del colaborador sino por su dudosa relación con el mundo de la música electrónica. Se trata del pianista chino Lang Lang, superestrella (en el más amplio sentido del término) de la música clásica. La explicación que Jarre le da a su presencia en el disco nos da un pista sobre el auténtico trasfondo del trabajo. ¿Un pianista clásico en un disco dedicado a la música electrónica? Según el músico francés, desde el primer momento sintió que en un disco como este debería haber alguna referencia a un momento clave de su carrera como fueron los conciertos en China de 1981. La mejor forma que se le ocurrió fue contar con un artista de esa nacionalidad. Como quiera que Lang Lang, además de tener un inmenso prestigio en el campo de la música clásica, especialmente entre el gran público, es una persona que no rehuye las colaboraciones y las incursiones en géneros completamente diferentes (ha tocado en discos de Schiller o Mike Oldfield, sin ir más lejos), enseguida se presentó como una posibilidad muy apetecible. La pieza es muy diferente del resto en su concepción. Realmente se trata de un largo pasaje electrónico que combina partes tranquilas con otras más potentes en el que Jarre despliega su capacidad para construir atmósferas sonoras llenas de texturas y sonidos diferentes a los habituales en sus temas más “comerciales”. Sobre ese tapiz sonoro el cometido de Lang Lang es improvisar aquello que se le ocurra con su piano. Como el propio pianista indica, se trata de una experiencia completamente nueva para él que básicamente se ha dedicado a interpretar música de otros durante toda su carrera. Con todo, y pese a lo controvertido del experimento, creemos que el resultado es más que notable y que funciona como un perfecto cierre para la primera parte de un proyecto como “Electronica”. No faltan nuevas referencias de Jarre a su propio pasado como la aparición del sonido del “laser harp” (curiosamente presente en los cortes que abren y cierran el disco) o el uso de acordes completos de “Oxygene 2”
Sobre el papel, Jean Michel Jarre ha querido realizar un repaso de la historia de la música electrónica como género. Un estilo musical que salió de los laboratorios más vanguardistas de las emisoras de radio en la primera mitad del siglo pasado, que se expandió a partir de los años sesenta con la aparición de los primeros sintetizadores comerciales y que terminó por integrarse con todos los estilos populares en los años siguientes hasta convertirse en algo cotidiano dejando por el camino un puñado de nombres que hoy ya son inmortales. Sin embargo, si profundizamos un poco en los estilos y colaboradores de este primer volumen, el panorama descrito no es tan amplio como el que Jarre quiere abarcar sino que parece circunscrito a un territorio bastante más reducido.
Se diría que existe detrás de todo el proyecto una intención no declarada por parte del músico de realizar con “Electronica” el disco-tributo que nadie le ha hecho aún. Creemos adivinar todo un trasfondo reivindicativo que se hace más notorio cuando contemplamos con detenimiento todo el material audiovisual que ido apareciendo de forma paralela al lanzamiento del disco: los “track stories” en los que la mayor parte de los colaboradores hablan de Jean Michel y de su influencia en la historia de la música electrónica o el extenso documental realizado por el canal Arte sobre los dos volúmenes del trabajo abundan en la idea de homenaje a un músico cuyos últimos trabajos no habían hecho mucho en favor de su prestigio. También las nada veladas referencias a momentos concretos de discos anteriores presentes en todos y cada uno de los nuevos temas parecen formar parte de ese mismo objetivo. Desde este punto de vista, “Electronica” tendría mucho de lavado de imagen para mostrarnos a Jarre como un conquistador que es capaz de reunir a su alrededor a un puñado de músicos cuya sola mención impresiona al más pintado.
Edición "deluxe" del disco.
Visto bajo esa óptica, el nuevo trabajo de Jean Michel Jarre lo tendría todo para ser el foco de las más despiadadas críticas por parte de un amplio sector de sus seguidores, disconforme con los últimos años de su trayectoria. Tendríamos que estar de acuerdo con esa opinión de no ser por un pequeño detalle: el disco es magnífico. Simple y llanamente. Quizá sea por el hecho de que es uno de los trabajos de Jarre que esperábamos con mayor escepticismo, por las dudas que nos suscitaba el propio concepto de disco de colaboraciones o por la poca fe que nos quedaba ya en una resurrección del músico al que una vez profesamos una tremenda admiración pero sea como fuere, el fruto de varios años de trabajo, de viajes por todo el mundo, de intercambio de ideas con artistas de generaciones y ámbitos muy diferentes ha tenido el efecto de una transfusión revitalizante sobre la música de un Jean Michel Jarre que nos ha vuelto a regalar un trabajo del que sentirnos orgullosos y del que aún nos queda por conocer una segunda parte proyectada para la primavera del próximo año. A decir de quienes lo han podido escuchar ya, el segundo volumen es todavía mejor que este primero por lo que, de cumplirse esa previsión, la apuesta de Jarre, el doble o nada que planteaba con el que, probablemente, sea su proyecto más ambicioso le habría vuelto a salir bien. Es una curiosa coincidencia que “Electrónica” salga a la venta en la misma fecha en que nació Oscar Wilde, creador de uno de los mitos con el que más se identifica el propio músico: el de Dorian Gray. Esperemos que su retrato continúe a buen recaudo por un tiempo y así Jarre siga mostrándonos su mejor cara durante muchos años. Decía Carl Sagan que, en el fondo, todos somos polvo de estrellas, lo que no es más que una forma de recordarnos la poca importancia que tienen en realidad la mayor parte de las cuestiones de la vida cotidiana así que, qué mejor que disfrutar de aquellas que nos hacen sentir bien y olvidarnos por un momento de otras preocupaciones. ¿cómo? Por ejemplo, introduciendo “Electrónica” en el reproductor de CD y pulsando el “play”.
Nota: En esta reseña se menciona a un gran número de artistas como posibles colaboradores del proyecto además de otros a simple título informativo. Unos, como se ha podido comprobar, ya han aparecido en el primer volumen. Otros lo harán en el segundo y hay varios nombres que no están en el proyecto, bien porque sólo fueron rumores sin mucho fundamento, bien porque en algún momento se decidió que no formarían parte del mismo. También hay varios artistas cuya participación en el segundo volumen está asegurada y no aparecen aquí. Toda la información al respecto puede seguirse dentro de los foros de Fairight Jarre.
Muchas veces se ha dicho que
un disco es aburrido, que es soporífero en una palabra. La música,
en muchas ocasiones, llama al sueño. Nos pone en un estado en el que
es más fácil relajarse y desconectar de cualquier otro estímulo
externo. La idea de explorar esos territorios en los que la
consciencia se diluye no es nueva y ya en 2001 Robert Rich publicó
“Somnium”, un trabajo de más de siete horas de duración que
pretendía acompañar al oyente durante una noche, desde que éste se
acostase hasta el amanecer. Ahora es Max Richter quien afronta ese
mismo tipo de experimento con “Sleep”, un extenso trabajo que
transcurre a lo largo de ocho horas y que está concebido para ser
“escuchado” durante el sueño.
El estreno de la obra tuvo
lugar el mes pasado y el público asistente no se encontraba sentado
en las butacas del teatro como es habitual sino cómodamente tumbado
sobre una serie de colchones distribuidos sobre el propio escenario.
De este modo, Richter continúa una tradición muy habitual en la
Nueva York de los años 60 en la que muchos artistas ofrecían
“all-night concerts” durante los cuales el público podía entrar
y salir de la sala, tomar algo, charlar y, cómo no, también dormir
si así lo deseaban. Cita el compositor también a John Cage como
influencia importante a la hora de afrontar este trabajo,
especialmente por la carga conceptual que escondía su celebérrimo
“4'33''”, obra aparentemente silenciosa en la que, en realidad,
el compositor exploraba las reacciones de los oyentes ante los
sonidos del entorno y la propia experiencia auditiva personal de cada
uno. Dadas las especiales características de la obra, parece
evidente que “Sleep” no es un disco para ser escuchado a la
manera habitual sino, quizá, solo a nivel inconsciente.
Existe también una versión
abreviada del trabajo para aquellos que busquen una experiencia más
convencional que ha sido publicada en CD por el sello Deutsche
Grammophone (la obra completa sólo existe en formato digital para
descarga). Nosotros tenemos que confesar que aún no hemos probado
esta alternativa sino que nos hemos quedado con la pieza en su
duración completa aunque tampoco hemos experimentado su escucha en
las condiciones para las que fue creada sino que la hemos escuchado
en distintas sesiones. Por ello, tampoco haremos el análisis
habitual corte por corte (son más de ocho horas de música) sino que
haremos una serie de consideraciones generales.
Las composiciones del disco
están estructuradas en siete formatos diferentes. Así tenemos
piezas para piano solo, duetos de órgano y soprano (Grace Davidson),
de piano y violín (Ben Russel) tríos de piano, violín y
violonchelo (Clarice Jensen) y piezas para quinteto de cuerda
ampliado con el piano, el órgano o la voz de Grace. El quinteto lo
forman, aparte de los dos músicos ya mencionados, Yuki Numata
(violín), Caleb Burhams (viola) y Brian Snow (violonchelo).
Imagen del "concierto" de estreno de la obra.
Las ocho horas largas de
música recogen diferentes variaciones sobre un pequeño número de
temas en los que la repetición continua de patrones consigue un
efecto relajante que contribuye al obrjeto de la obra (no tendría
sentido estridencia alguna en una creación como ésta) además de
facilitar considerablemente la audición al no requerir una especial
atención por parte del oyente. En realidad hay cuatro temas
principales, uno de ellos, con el piano como protagonista, se
situaría en algún punto del recorrido posterior de una linea que,
partiendo en Erik Satie, pasara por John Cage hasta llegar a Harold
Budd. La interpretación de éste corre, como decimos, por cuenta del
piano pero a lo largo de la escucha aparece recreado con varias otras
combinaciones de instrumentos. Es una pieza de una gran melancolía
pero bellísima y muy emocionante. El segundo tema está compuesto
por un extenso “drone”con muy ligeras variaciones melódicas e
interpretado principalmente por el quinteto de cuerdas. El tercer tema
es otra magnífica melodía cuya interpretación recae en la soprano
la mayor parte de las veces. El cuarto “leit motiv” de la obra
vuelve a los terrenos ambientales y en él es el órgano el que,
enfrentándose a las cuerdas, se encarga de la parte principal.
Alrededor de este núcleo de melodías asistimos a un concierto de
cerca de ocho horas y media a lo largo de las cuales, Richter ha
conseguido redondear una obra excepcional. Repetitiva porque tampoco
hay otro remedio y porque así, caso de escucharla en las
circunstancias para las que fue creada, es más probable llegar a
percibir todas las melodías en los momentos en los que el sueño es
más ligero.
Con “Sleep”, Richter
busca romper con el tópico de que la música contemporánea es para
élites y de premisas como “el compositor es más listo que tú así
que siéntate, escucha y, si eres suficientemente inteligente, lo
entenderás”. Para el músico inglés de origen alemán la música
no es un discurso por parte del compositor hacia su audiencia sino
una conversación entre ambos. En este sentido, “Sleep” es más
un lugar en el que pasar un tiempo determinado que una pieza musical
al uso. En cualquier caso, como decíamos más arriba, existe un
disco “físico” titulado “From Sleep” en el que encontramos
una selección de la obra más adecuada para una escucha regular en
la que, además, hay música que no aparece en la versión de ocho
horas (y no será por falta de espacio, si se nos permite la broma)
lo que hace que, en cierto modo, ambas ediciones sean necesarias para
disfrutar toda la obra.
Aunque es un experimento al
que nos acercábamos con ciertos reparos (no es la primera vez que nos
ocurre con este músico) tenemos que reconocer que el resultado final
nos ha parecido fascinante y que estamos ante una obra que merece
mucho la pena. Quizá en algún momento haya que intentar escucharla
como fue concebida, a lo largo de toda una noche de sueño, pero por
ahora, una escucha consciente y atenta de la obra completa nos ha
satisfecho por completo. Nos falta ahora enfrentarnos a la versión
reducida, algo que haremos en algún momento pero eso será más
adelante. Por ahora os recomendamos que busquéis un rato en que
escuchar “Sleep” y os pongáis manos a la obra. Felices sueños.
Dentro del extenso volumen
que ocupa desde hace un tiempo la obra musical de Philip Glass
seguimos encontrando encargos de perfil bajo como piezas para cine
(no bandas sonoras completas sino pequeñas obras), sintonías
corporativas etc. Dentro de ese tipo de trabajos, de un carácter más
o menos “alimenticio” por cuanto no nacen de la necesidad del
músico de crear una obra concreta sino como respuesa a un encargo,
en 2008 se estrenó en Zaragoza una composición titulada “Los
Paisajes del Río” como parte de la ceremonia de clausura de la
Expo que se celebró en la capital aragonesa con el agua como tema
central.
No es extraño en Glass que
determinadas obras, digamos, menores, terminen recicladas en otras de
mayores pretensiones aunque tampoco es una conducta habitual. Como
tantas otras, “Los Paisajes del Río” parecía una composición
destinada al olvido, máxime cuando su creación obedecía a un
objetivo tan concreto como la citada clausura pero había algo en
ella que hacía rebelarse a su autor: era una pieza demasiado
interesante como para que nunca más se supiera de ella. Además,
aunque eso es algo que aún puede cambiar, “Los Paisajes del Río”
es la última composición que Glass ha escrito para la Philip Glass
Ensemble lo que le da un cierto valor añadido desde el punto de
vista histórico.
De este modo, en 2011 el
músico puso manos a la obra y comenzó a escribir una adaptación
orquestal de aquella composición cuyo primer resultado fue la
composición titulada “Black and White Scherzo”, estrenada en la
vigésima edición del Festival de Música Contemporánea de Cabrillo
(California). Es entonces cuando entra en escena Dennis Russell
Davies, quien acababa de hacerse cargo de la dirección de la Joven
Orquesta de Francia. Davies había estado de una u otra forma detrás
de la creación de ocho de las nueve sinfonías de Glass y todo
parecía dispuesto para que también participase en la décima. Como
se indica en los comentarios del disco, Davies tenía la orqueste y
Glass la obra. Era inevitable que de ahí saliera la décima sinfonía
del compositor norteamericano que vería la luz en el verano del
2012.
Completa el disco otra obra
orquestal encargada por las Orquestas Sinfónicas de Baltimore y
Toronto conjuntamente para conmemorar el segundo centenario de la
Guerra de 1812 entre Estados Unidos y Gran Bretaña por las colonias
canadienses que controlaban estos últimos. Dada la coincidencia de
fechas con la invasión napoleónica de Rusia a la que Tchaikovski
dedicó su popular “Overtura 1812”, Glass se planteó la obra
como un homenaje al compositor ruso.
La grabación recoge las interpretaciones de la Bruckner Orchester Linz dirigida, cómo no, por Dennis Russell Davies.
Dennis Russell Davies y Philip Glass.
SYMPHONY No.10
“Movement I” - Comienza
la sinfonía con una importante presencia de las percusiones (no en
vano hay hasta seis ejecutantes en la grabación). La melodía
central es muy representativa del Glass moderno, cercana, por
ejemplo, a la de el “Concerto Fantasy for 2 Tympanists and
Orchestra”. También existen similitudes rítmicas con la primera y
la cuarta sinfonías, ambas basadas en discos de David Bowie y Brian
Eno como ya comentamos aquí.
“Movement II” - El que,
por duración, podría considerarse el movimiento central de la
sinfonía, comienza con una cadenciosa melodía a cargo de los
violines que remite directamente a los tiempos de “Koyaanisqatsi”.
Comienza a aparecer una melodía extremadamente sencilla de apenas
tres notas que se repite una y otra vez sin apenas variaciones
mientras que en segundo plano empieza a tomar forma una sólida
construcción de cuerdas y metales heredera directa del clásico
“Façades” del disco “Glassworks”. Estamos, por tanto, ante
una regresión que nos sitúa frente al Glass de los primeros años
ochenta vestido con un nuevo traje orquestal que le sienta muy bien.
“Movement III” - Los
metales sustituyen a los violines del movimiento anterior a la hora
de marcar un pulso continuo y replican el esquema y las melodías de
aquel. Asistimos, en realidad, a una repetición de los motivos de la
segunda parte de la obra con los instrumentos asumiendo nuevos roles
que multiplican la intensidad y la fuerza de la música. Es este un
movimiento soberbio lleno de energía que no puede dejar impasible a
nadie.
“Movement IV” - Aunque
comienza de un modo más reposado, con los xilófonos y metalófonos
dibujando breves melodías, la orquesta en pleno no tarda en aparecer
para enfrentarse a una serie de melodías que están demasiado
cercanas para nuestro gusto a otras pertenecientes a la parte más
popular del repertorio de su autor (“The Hours”, “The Truman
Show”...).
“Movement V” - El
movimiento final comienza con un contundente y largo redoble de
tambores sobre el que se despliegan los habituales arpegios de su
autor a cargo de los violines mienstras se prepara para hacer su
entrada una variación del poderoso tema de los movimientos segundo y
tercero. De ahí hasta el final, Glass despliega multitud de recursos
para resaltar las bondades de una partitura que, por una vez, se nos
antoja algo escasa de inspiración, quizá por lo que tiene de mirada
al pasado.
CONCERT OVERTURE
Continuando con la linea que
nos mostraba la décima sinfonía, la obertura otorga un papel
principal a las percusiones y muestra una cierta mirada al pasado. La
aparición de instrumentos como la celesta, las flautas o, en menor
medida, el arpa, en cambio, aporta una frescura a la pieza que le
viene muy bien para obtener un sonido algo distinto, renovado con
respecto al de la obra anterior. El homenaje a Tchaikovski, muy bien
podría estar representado por la citada celesta, elemento
imprescindible en ballets como “El Cascanueces” del compositor
ruso.
Después de escuchar la
exuberante novena sinfonía, la sensación que nos deja la siguiente
de la serie es de una cierta decepción a pesar de la brillantez de
los movimientos segundo y tercero. Hay una gran austeridad temática
que hace pesados algunos momentos de la obra pero, si intentamos
abstraernos del influjo de la novena, no podemos considerar a su
sucesora como una obra fallida ni mucho menos. Intuimos que las
inquietudes del músico norteamericano en este momento están más
próximas a la música de cámara lo que significaría que la música
sinfónica e incluso las óperas van a quedar relegadas a un segundo
plano en los próximos tiempos. Teniendo en cuenta la productividad
del compositor, no tardaremos mucho en tener una confirmación o un
desmentido de esta opinión.