El primer contacto que tuvimos con Gidon Kremer fue en nuestra adolescencia y a través de una grabación de “Las cuatro estaciones” de Vivaldi que el violinista realizó para Deutsche Grammophone bajo la dirección de Claudio Abbado. Aquel fue uno de los primeros compact disc que entró en la casa familiar y, por lo tanto, sonó con profusión durante mucho tiempo hasta que los nuevos discos que se iban adquiriendo le quitaban tiempo de reproducción poco a poco. Estamos lejos de ser entendidos en nada pero en aquel entonces lo éramos mucho menos y aquella versión siempre nos llamó la atención porque la encontramos muy diferente a otras que conocíamos.
Unos años después volvimos a encontrarnos con Kremer como intérprete del primer concierto para violín de Philip Glass. Ahí su forma de tocar nos enamoró y nos hizo apuntar su nombre como uno de nuestros violinistas de referencia. No nos hizo falta buscar mucho porque su violín iba apareciendo periódicamente en grabaciones de compositores en los que nos íbamos interesando a lo largo de los años. Desde Arvo Pärt hasta Vladimir Martynov, pasando por Astor Piazzolla, discos con la presencia de Kremer en los créditos se iban acumulando en nuestras estanterías.
El más reciente de ellos apareció durante el año pasado y en él, bajo el título de “New Seasons”, Kremer y su orquesta de cuerda, la Kremerata Baltica, revisan obras de cuatro compositores actuales: Philip Glass, Arvo Pärt, Giya Kancheli y Shigeru Umebayashi. Llama la atención la referencia en el título a las “estaciones” ya que esa parece una obsesión recurrente en la carrera de Kremer. El propio violinista hace referencia a ello en los textos que ilustran la grabación cuando recuerda entre sus interpretaciones más recordadas la ya citada de las “cuatro estaciones” de Vivaldi junto con las de las “cuatro estaciones porteñas” de Piazzolla o las “russian seasons” que el propio violinista encargó a distintos compositores años atrás. Kremer entiende las estaciones como ciclos vitales que son comunes a artistas de todas las épocas y, por tanto, una forma de confrontar estilos y tiempos diferentes con un mismo tema. El disco supone, además, el regreso de Kremer a Deutsche Grammophone después de más de diez años.
Gidon Kremer |
El disco comienza con el segundo concierto para violín de Philip Glass, subtitulado “The American Four Seasons”. Surgió como un encargo del violinista Robert McDuffie para tener una composición que acompañase en sus programas de concierto habituales a las “Cuatro estaciones” de Vivaldi. Glass escribió cuatro movimientos precedidos de un prólogo y separados por tres canciones, todos ellos, prólogo y canciones, escritos para violín solo. El estilo de Glass es inconfundible y hemos de señalar que Kremer se ajusta al mismo con absoluta perfección dejándonos una grabación que complementa perfectamente la que el propio artista hizo del primer concierto del compositor, grabación aquella que, por otra parte, fue la primera de la obra. El contraste entre los enérgicos sonidos de los cuatro movimientos propiamente dichos del concierto y las delicadas canciones es uno de los grandes logros de la obra. De entre las segundas nos quedamos con la frágil “canción nº1”, de una emoción estremecedora que, además, enlaza con el movimiento más extenso del concierto, el segundo, que por su desarrollo nos recuerda mucho a su equivalente en el primer concierto del compositor, uno de nuestros momentos predilectos de todo el repertorio de Glass. También el dinámico tercer movimiento nos parece brillante y una buena muestra de la producción más clasicista de su autor en los últimos años.
Continúa el programa con una miniatura para cuerdas y coro, obra de Arvo Pärt, que lleva por título “Estonian Lullaby”. Es una canción compuesta en el año 2000 y revisada en 2006. Se trata de una exquisita melodía de un carácter mucho más lírico de lo habitual en el compositor estonio que se hace extremadamente corta.
No habíamos tenido aún en el blog ninguna obra del compositor georgiano Giya Kancheli por lo que haremos una breve presentación. Como tantos otros artistas de la antigua Unión Soviética, Kancheli se trasladó a occidente tras la caída del Muro de Berlín. En el caso de Giya, desde hace más de veinte años reside en Amberes. Al margen de música de concierto, ha escrito obras para teatro así como bandas sonoras para películas, especialmente antes de mudarse a Bélgica. La mayor parte de su producción es orquestal aunque tiene un buen puñado de obras de cámara. Tampoco hace ascos al uso de tecnología como queda claro en la obra que aquí se incluye, la extensa “Ex Contrario” para violín, violonchelo, samplers, bajo y compact disc. La pieza, escrita en 2006, comienza con unos compases de teclado rápidamente secundados por las cuerdas en un tono oscuro y lúgubre. Se produce en estos primeros momentos un fuerte contraste entre el clavicordio, más luminoso, y la orquesta, que termina ganando la batalla. Lo que sucede después tiene mucho que ver con las corrientes de finales del siglo pasado en las que la atonalidad comienza a dejar paso de nuevo a la melodía aunque todo ello dentro de un contexto poco dado a la floritura innecesaria o a la expresión de júbilo. La segunda mitad de la pieza gana en fuerza todo lo que la primera tenía de introspectivo. El drama se eleva por encima de todo lo demás y, con una interrupción que parecía sonar a tango, entramos en una impresionante parte final en la que encontramos alguna similitud (quizá el tango al que nos referíamos antes tenga algo que ver) con algunas obras del polaco Zbigniew Preisner.
Cerrando el disco tenemos una breve pieza del compositor japonés Shigeru Umebayashi, perteneciente a la banda sonora de la película “In the Mood for Love” (2000), campo el de la música para cine en el que el músico es especialista. Resulta muy curioso que la melodía, un tango de gran belleza, también nos traiga a la cabeza inmediatamente a Preisner y muy especialmente a su música para la trilogía de Kieslowski, “Tres Colores”. De no venir indicada su autoría en el disco, habríamos apostado sin dudarlo por el compositor polaco.
Aunque cuenta en su haber con muchas grabaciones de autores “clásicos” como J.S.Bach, Vivaldi, Prokofiev, Tchaikovski o Shostakovich, Kremer es uno de esos intérpretes que quiere mantener una relación estrecha con la música de su tiempo, por lo que en su repertorio nunca faltan autores vivos, con muchos de los cuales mantiene una activa relación. Esto es muy de agradecer ya que muchos de los grandes nombres de la interpretación parecen tener alergia a lo que se hace hoy en día y es raro encontrar a las “figuras” arriesgándose con este tipo de músicas. Es por ello que merece mucho la pena seguir la trayectoria de determinados intérpretes carentes de complejos ya que pueden ser una buena guía para descubrir compositores contemporáneos en los que, de otro modo, quizá no nos fijaríamos nunca. Gidon Kremer es uno de ellos.