Hace no muchos años, de Islandia conocíamos muy pocas cosas. Sabíamos que era un lugar agreste, volcánico, lleno de géiseres y donde, como bien nos descubrieron Otto Lidenbrock y su sobrino Axel, se encuentra el volcán Sneffels, a través del cual podemos llegar al centro de la Tierra. Sabíamos también que sus gentes son de natural rebelde y no acostumbran a acatar sin más las medidas económicas que pretenden imponerles desde el exterior y que tienen la extravagante costumbre de encarcelar a los dirigentes políticos que amenazan la salud económica del país. Recientemente hemos visto que tienen una pintoresca selección nacional de fútbol que ha dado algún que otro disgusto a otras más potentes y que les convertirá en unos días en el país con un menor número de habitantes en participar en una Copa del Mundo.
Sin embargo, y siendo ese logro monumental para una nación con una población de apenas 350.000 almas, nos sorprende mucho más la extraordinaria cantidad de talento musical que ha surgido de allí en los últimos años, empezando por los Sugarcubes de Björk y la propia cantante y continuando por una banda como Sigur Ros hasta terminar en el malogrado compositor Johann Johannsson. Otro ejemplo de esta brillante generación de músicos islandeses es el que aparece hoy en el blog por primera vez: Ólafur Arnalds.
En el comienzo de su carrera musical, sus intereses parecían estar en polos opuestos a los estilos por los que hemos terminado conociéndole. Pese a su formación clásica, el primer acercamiento serio a la música como artista lo hizo como batería de varias bandas locales de rock duro y “hardcore” en sus vertientes más potentes. Y fue gracias a otra banda de “metal” que Ólafur descubrió sus verdaderas capacidades. Ocurrió durante una gira por Islandia del grupo alemán Heaven Shall Burn. Esta era una banda muy peculiar puesto que sus miembros, además de ser todos veganos, defienden los derechos humanos así como un ideario de izquierdas con letras antiracistas, antifascistas y en pro de los derechos de los animales entre otras cosas. Ólafur, vegano reconocido, se identificó siempre con la banda y en uno de sus conciertos les hizo llegar una serie de demos que había compuesto. El estilo de la música que contenían era cercano al rock progresivo pero con algunos toques clásicos como el uso del piano o de las cuerdas, recreadas torpemente (en palabras del propio músico) con los escasos medios de los que disponía entonces.
Para su sorpresa, los miembros de Heaven Shall Burn se mostraron muy interesados pero no en aquellas canciones concretas sino en su forma de componer de modo que le encargaron la creación de una serie de introducciones y finales para las canciones de su siguiente trabajo. Específicamente querían piezas a base de piano y cuerdas. Aquellas fueron, en palabras de Arnalds, sus primeras composiciones en un formato clásico. Pese a todo, Ólafur no tenía nada claro lo de dedicarse profesionalmente a la música pero el disco de los alemanes tuvo cierta repercusión y una discográfica se puso en contacto con él para ofrecerle la posibilidad de grabar más cosas en ese estilo pero ahora como artista en solitario. La respuesta, pese a las dudas que tenía al respecto, fue afirmativa.
A partir de ahí aparecieron los primeros discos, algunos en solitario, otros en colaboración con otros artistas similares como Nils Frahm, bandas sonoras, proyectos algo más orientados el tecno como su dúo Kiasmos con Janus Rasmussen o revisiones de Chopin en colaboración con la pianista Alice Sara Ott. Su forma de componer es bastante particular y espontanea. Varios de sus discos, de hecho, están grabados en apenas unos días a partir de un plan predeterminado: cada día de una semana, por ejemplo, compone y graba una pieza que pone a disposición de sus seguidores a través de la web de su discográfica Erased Tapes. Al finalizar el plazo acordado en un principio se cierra el trabajo. Así fueron creados discos como “Four Songs” o Living Room Songs”.
Hoy nos vamos a centrar en uno de sus trabajos más recientes titulado “Island Songs”, un trabajo concebido con una idea similar a la que acabamos de exponer pero algo más elaborada. Para empezar, cada una de las composiciones iba a ir acompañada de una pequeña película del director Baldvin Z localizada en un lugar distinto. El disco constaría de siete composiciones grabadas a lo largo de siete semanas y cada una de ellas nos mostraría a Ólafur Arnalds colaborando con un artista o formación diferente.
Olafur Arnalds |
“Árbakkinn” - La primera colaboración se produjo en la población de Hvammstangi, un pueblecito de apenas 582 habitantes y fue con el poeta Einar Georg Einarsson. En la grabación, realizada el 21 de junio de 2016, Ólafur toca el piano y está acompañado por un cuarteto de cuerda compuesto por Bjarni Frímann Bjarnason (violín y co-autor de la pieza), Ása Hudjónsdóttir (violín), Karl Pestka (viola) y Hallgrímut Jónas Jensson (violonchelo). Comienza con el recitado por parte del poeta de sus propios versos. Por debajo comienza a sonar el piano ejecutando una serie de notas repetitivas que apenas interfieren en la declamación. Cuando ésta termina se incorporan las cuerdas, lentas y emocionantes ejecutando una preciosa melodía llena de sensibilidad. Sólo al final escuchamos por unos instantes el piano sólo poniendo el cierre a la pieza.
“1995” - Una semana más tarde, el 28 de junio, el músico se desplazó a Önundarfjürdur, de 200 habitantes, para grabar con la organista Dagny Arnalds (que tocaría en esta ocasión el armonio), la siguiente composición del disco. Ólafur toca ahora sintetizadores y le secundan: las violinistas Ása Hudjónsdóttir (que repite colaboración) y Sólveig Vaka Eypórsdóttir y la viola de Ásta Kristín. Dagny abre la pieza con un motivo muy sencillo que repite casi en bucle y sobre el que se desarrolla el tema central a cargo del trío de cuerda. La música es sobria, con ese componente sereno que emparenta a todos los artistas de estas latitudes, desde la alejada Islandia hasta la Estonia de Arvo Pärt. Con mínimas variaciones, Ólafur es capaz de hacer maravillas conteniendose, además, y aparciendo en un segundo plano con sus teclados que hacen un trabajo notable por su contención.
“Raddir” - La tercera parada le llevó a Strandakirkja. No busquéis en los mapas porque no creemos que en ellos aparezca una parroquia de apenas 14 almas en la que Ólafur grabaría el 5 de julio su nueva composición. Los invitados, los integrantes del South Iceland Chamber Choir dirigidos por Hilmar Örn Agnarsson y con el apoyo de Sólveig Vaka Eypórsdóttir y Laufey Jensdóttir (violines), Karl Pestka (viola) y Hallgrímut Jónas Jensson (violonchelo). Si en los temas anteriores había cierta presencia de Arvo Pärt como inspiración, su influencia aquí se nos antoja mayor, en especial por la presencia del coro. La parte electrónica interpretada por Ólafur nos recuerda sobremanera a alguna de las partes de la monumental “Sleep” (2015) del alemán Max Richter, otro de los artistas que destacan en esta nueva generación de músicos filo-clásicos.
“Öldurót” - Saltamos al 12 de julio y a una ciudad algo más grande como es Akureyri (17.305 habitantes). Allí esperaba el compositor Atli Orvasson, especialista en bandas sonoras, que es el encargado de arreglar la pieza y de dirigir a los miembros de la Orchestra Sinfonia Nord en su ejecución. El tema es un bonito diálogo entre el sintetizador de Ólafur Arnalds y las cuerdas. Un intercambio sencillo de notas al que más tarde se incorpora el clarinete en una intervención que bien podría haber escrito Wim Mertens.
“Dalur” - Siguiendo con la cadencia temporal, el 19 de julio llegamos a Mosfellsdalur (9.075 habitantes) donde nos espera el trío de metales formado por Porkell Jóelsson, Emil Fridfinsson y Bergur Pórisson. Arnalds vuelve al piano con el que ejecuta toda la introducción del tema antes de que se escuche a los invitados que, en esta ocasión, se limitan a un mero acompañamiento hasta el final, momento en el que tienen reservada una pequeña coda. Como todas las piezas del disco, la tranquilidad es la que marca el tono de la composición, una tranquilidad solemne, muy nórdica, que nos fascina.
“Particles” - Otro de los grandes grupos islandeses que han alcanzado un gran reconocimiento internacional son Of Monsters and Men. Su vocalista Nanna Bryndis Hilmarsdóttir es la invitada en la siguiente pieza grabada el 26 de julio en la localidad de Gardur, de 1.409 habitantes. También es la autora de la letra de la canción en la que participan Viktor Orri Árnason (violín), Sólveig Vaka Eypórsdóttir, Karl Pestka y Unnur Jónsdóttir (violonchelo). Ólafur interpeta el piano. La pieza es una balada de tono pop hecha con un gusto exquisito y que nos recuerda mucho el estilo de Julia Holter.
“Doria” - El viaje termina el 31 de julio en Reykjavic con el músico tocando el piano en compañía de un quinteto de cuerda formado por Viktor Orri Árnason, Sólveig Vaka Eypórsdóttir, Karl Pestka, Hallgrímut Jónas Jensson y Unnur Jónsdóttir. Es la pieza más animada del álbum y en ella y sus ritmos encontramos una cierta inspiración en la obra de Steve Reich. Aunque rompe un tanto con la estética del disco, nos parece un cierre magnífico.
En algunas ediciones del disco se incluye un corte adicional para piano y sintetizadores (“Study for Player Piano II”) y un DVD con las imágenes rodadas por Balvin Z, algo que debéis tener en cuenta a la hora de adquirir el trabajo puesto que merece la pena esta versión ampliada.
Estamos en un momento muy interesante en el que han surgido muchos músicos que realizan una especie de fusión entre instrumentos tradicionales y electrónicos que ha conseguido traspasar las viejas barreras entre géneros. Entre ellos, Johann Johannsson o Max Richter, forman parte de la nómina de Deutsche Grammophon, buque insignia de la música clásica más solemne y otros nombres que hemos mencionado aquí como el de Nils Frahm, posiblemente no tarden en publicar en algún sello similar. Lo que creemos que es ya un hecho es que podemos hablar de todos ellos y de algún otro del que hablaremos más adelante como de una corriente cada vez más consolidada que nos está dejando trabajos cada vez más interesantes y que ha abierto una vía a explorar en el futuro.