viernes, 31 de diciembre de 2021

Johannes Schmoelling - The Zoo of Tranquility (1988)



En 1985, el ritmo de trabajo de Tangerine Dream era tan agotador que Johannes Schmoelling tuvo que tomar la decisión de dejar la banda. Conciertos, discos y bandas sonoras se habían sucedido sin descanso en los años anteriores y el teclista decidió que era momento de parar. En ese momento empezó una más tranquila carrera en solitario con menos discos y más trabajo anónimo como autor de fondos sonoros para la radio, música para televisión, teatro, etc. Su primer disco era bastante continuista con sus trabajos para Tangerine Dream pese a ser una obra creada en principio para una obra teatral. Hoy nos vamos a centrar en el segundo: “The Zoo of Tranquility”. La grabación corrió a cargo de Schmoelling en su totalidad siendo el único compositor e intérprete de todos los instrumentos del disco. Solo Anne Haennen aparece acreditada como vocalista en alguna pieza. Cuenta Johannes que comenzó a trabajar en el disco en octubre de 1987, cuando terminó de preparar su nuevo estudio de grabación y con las fechas de entrega muy justas ya que la discográfica le pedía entregar el material en enero del año siguiente por lo que apenas contó con tres meses para grabarlo. La base del mismo iban a ser sonidos grabados por el músico en la calle o en interiores, procesados con su sampler Akai. A partir de esas fuentes, el músico iba a juguetear extrayendo melodías y ritmos particulares de cada grabación. 

Portada del libro que inspiró la música del disco.


“The Anteater” - El comienzo del disco es una verdadera fiesta. Una pieza divertida, exuberante, llena de detalles y con un regusto clásico que hace de ella algo mágico. Un verdadero divertimento que, además, aleja claramente el disco de lo que Schmoelling hizo con Tangerine Dream. Difícil comenzar mejor el trabajo.




“The Woodpecker” - Nada de lo dicho para el corte anterior se puede aplicar a este, que encajaría claramente en la “new age” ochentera de los propios Tangerine Dream o de artistas como Patrick O'Hearn. Sonidos sampleados, melodías lentas y arreglos muy circunscritos al sonido de unos años muy concretos. Una pieza que no habría desentonado en un disco como “Exit” de la banda alemana.


“The Wedding Cake” - Bastante diferente es la siguiente composición que comienza con un fondo muy ambiental al que se suman diferentes samples de percusión que van formando diferentes ritmos en una línea más o menos próxima a la de Art of Noise aunque sin llegar, ni de lejos a la contundencia de estos. Es un corte muy arriesgado que no entra fácilmente en una primera escucha pero que creemos que ha soportado mejor el paso del tiempo que otros de este mismo disco.


“The Rise of the Smooth Automation” - Regresamos a los sonidos ambientales en una magnífica pieza de lento desarrollo y arreglos muy sobrios. Apenas algún efecto vocal aquí y allá acompañan a prolongados “pads” sintéticos muy en la línea, ahora sí, de la banda de Froese y Franke. De nuestras piezas favoritas de todo el trabajo, sin duda.


“The Zoo of Tranquility (Dedicated to Antje)” - El disco está inspirado en un libro de ilustraciones de Paul Spooner en el que aparecen dibujos de diferentes autómatas con forma de animales realizando tareas humanas. El trabajo llevó el título de “Spooner's Moving Animals” pero también es conocido como “The Zoo of Tranquility” lo que explica el título de este corte y, por extensión, de todo el LP. Esta es la pieza más extensa del mismo y tiene un desarrollo largo y pausado que nos recuerda mucho a alguna canción de The Police. Curiosamente, el guitarrista de la banda, Andy Summers, compartiría escenario en aquellos años con Tangerine Dream aunque no nos consta que hubiera contacto entre él y Schmoelling que ya no estaba en la banda en aquellas fechas.




“The Lawnmower” - La siguiente pieza tiene un toque jazzístico en la línea de lo que había hecho Terje Rypdal para el sello ECM en aquel tiempo aunque sin el filo de los discos del guitarrista nórdico. Suena una frase de bajo continuamente y sobre ella van apareciendo diferentes elementos entre los que destaca un piano, samples a modo de colchones de fondo y unas discretas percusiones. Un ejercicio ambiental muy bien llevado por parte de Schmoelling.




“The Zoo and Jonas” - Cerrando el trabajo tenemos este tema que se sale del estilo de los anteriores. Escuchamos una melodía de inspiración probablemente africana acompañada de un ritmo suave, apenas intrusivo. Es una composición fácilmente encasillable en las corrientes de la “new age” electrónica de aquellos años. Agradable y de excelente factura aunque hoy nos pueda sonar algo naíf.


Pocos discos en solitario de antiguos integrantes de Tangerine Dream han conseguido destacar, a nuestro juicio. Los de Froese porque en realidad son una prolongación de su trabajo con el grupo siendo casi imposible separarlos del mismo y el resto porque tampoco sus autores tuvieron una producción demasiado importante. Quizá “Romance'76” de Peter Baumann y este “The Zoo of Tranquility” sean los trabajos más destacados de entre los publicados por miembros de la banda (evidentemente no contamos como tales los de Klaus Schulze o Conrad Schnitzler cuya colaboración con Tangerine Dream fue muy breve). En todo caso, “The Zoo of Tranquility” nos parece una obra muy recomendable. Conviene señalar aquí que existen dos versiones del disco: la original de 1988, que es la que hemos comentado aquí, y una regrabación posterior de 1998 con dos temas extras y en la que, además, se altera el orden de las composiciones. Os dejamos con la versión de 1998 de "The Anteater" para que apreciéis la diferencia. Nosotros nos quedamos, de lejos, con el original.





sábado, 25 de diciembre de 2021

Klaus Schulze - Audentity (1983)



Hubo un tiempo, cuando empezamos a bucear en la música electrónica más allá de los nombres que trascendieron hasta ser tan conocidos como las grandes estrellas del pop/rock, llegamos a pensar que el gran nombre del género era Klaus Schulze. Tras ese deslumbramiento inicial, lo cierto es que su obra empezó a perder enteros a nuestros oídos y hoy, aún reconociendo su importancia en una determinada época, su música no es la que más escuchamos, ni mucho menos. Seguramente tenga mucho que ver en eso la incontinencia de un artista que publica absolutamente todo lo que graba sin demasiados filtros de calidad (al menos esa es la impresión que ha dado a lo largo de toda su carrera).


Como ocurre con la mayoría de sus compañeros de generación, los setenta fueron su gran época y la década siguiente supuso un descenso notable en el nivel de su obra, cosa que, en el caso de Schulze, nos parece mucho más acusada que en el de otros artistas similares como Tangerine Dream o Jarre. Asumiendo que no era ya su mejor momento, queremos centrarnos hoy en un trabajo que supuso una especie de oasis cuando apareció en 1983: “Audentity”. Eran años en los que Schulze construyó algo parecido a una banda de apoyo muy interesante. En “Audentity” empezó a colaborar con Rainer Bloss, teclista alemán de formación clásica que tuvo un cierto peso en toda esta etapa. Se mantiene el violonchelista Wolfgang Tiepold (quien ya participó en “X” o en “Dune”) y se sustituye definitivamente a Harald Grosskopf, batería habitual de Schulze, por el norteamericano Michael Shrieve (quien ya apareció en “Trancefer”, el anterior LP de Klaus). Shrieve, ex-miembro de Santana, comenzó a colaborar con Schulze años antes como parte del supergrupo Go (integrado también por Stomu Yamashta, Steve Winwood y Al Di Meola). La relación de Schulze con Shrieve era curiosa y es que el batería vivía en una casa que Klaus tenía cerca de Hamburgo en compañía de una novia alemana a la que había conocido por aquel entonces. Eran años en los que Klaus tenía varios proyectos abiertos de forma paralela a su carrera en solitario como era el proyecto Richard Wahnfried, o colaboraciones puntuales con bandas como Earthstar o, más adelante, Alphaville. “Audentity” era originalmente un LP doble integrado fundamentalmente por piezas de larga duración, cosa normal en la discografía anterior del músico alemán pero que también incluía algunas más cortas, novedad que había aparecido en “Dig It”, disco de 1980.




“Cellistica” - El disco comienza con una serie de sonidos y efectos que lo emparentan más con las vanguardias académicas de la segunda parte del siglo XX que con la electrónica de la “Escuela de Berlín”. Poco a poco, no obstante, aparecen ya sonidos sintetizados que nos llevan a terrenos más familiares hasta que, tras una brusca interrupción entramos en una sección más rítmica en la que escuchamos el violonchelo de Tiepold como principal elemento melódico. El ritmo comienza como una sencilla secuencia pero enseguida entran las percusiones propiamente dichas. Es este un tramo que no aporta demasiado con respecto a trabajos anteriores como el citado “Trancefer” o “Dig It” pero mejora algo después con la aparición de una melodía repetitiva con un toque contrapuntístico muy logrado y que constituye nuestra parte favorita de la pieza. Desde ahí hasta el final asistimos a un diálogo entre las máquinas y los monótonos ritmos electrónicos con el violonchelo. El esquema de la pieza podría recordar en su desarrollo a lo que luego haría Manuel Göttsching en su “E2-E4”. 



“Tango-Saty” - La segunda cara del primer LP venía dividida en tres fragmentos de los cuales este es el más lúdico, con una melodía muy breve que se repite una y otra vez a modo de broma con diferentes acompañamientos de percusión. Quizá se trate de un intento por tener alguna parte que pudiera encajar en las radio-fórmulas de la época pero a nuestro juicio no deja de ser una anécdota que pasa desapercibida en el conjunto del disco y es que el fuerte de Schulze nunca han sido las composiciones cortas.


“Amourage” - En contraste con el corte anterior, este es mucho más experimental, combinando partes electrónicas más arriesgadas con un piano que suena en segundo plano y una melodía sintética con un timbre cercano al de la flauta que recuerda mucho a los mejores trabajos de Tangerine Dream del periodo 1974-1978. Aunque suena algo fuera de su época en 1983, es una composición sobresaliente al nivel del mejor Schulze de siempre.




“Opheylissem” - En cierto modo podría verse este corte como una versión “single” de “Cellistica” por aquello de que se reduce mucho la duración pero el armazón rítmico es muy similar en muchos momentos. La carencia de una melodía clara lastra un poco el tema dada la falta de desarrollo, obligatoria por la propia longitud de la pieza pero no está nada mal.


“Spielglocken” - Toda la “cara a” del segundo LP vuelve a estar ocupada por un tema de larga duración que comienza de forma parecida el segmento central de “Cellistica” hasta que aparece una melodía interpretada con el glockenspiel con el que se juega en el título. Esa parte, que guarda cierta similitud con el celebérrimo comienzo del “Tubular Bells” de Mike Oldfield (o, por quedarnos en Schulze, con alguna parte de su magnífico “Mirage”), es otro de los momentos destacados del disco. Luego asistimos a la típica improvisación “schulziana”, no demasiado inspirada antes de llegar al sector en el que la batería electrónica es protagonista con un clásico ritmo pop ochentero reforzado por una rápida secuencia sintética. En términos de sonido, hay similitudes en esta parte con trabajos contemporáneos como el “Magnetic Fields” de Jean Michel Jarre, especialmente con la cuarta parte de este aunque en el aspecto melódico no tienen demasiado que ver.


“Sebastian im Traum” - “Audentity” se cerraba con esta larga suite inspirada en ciclo poético del mismo título del autor austriaco George Trakl, a quien el propio Schulze ya dedicó una composición de su disco “X”. Es, con mucha diferencia, nuestra parte favorita del disco por lo que tiene de trabajo conceptual, y su acercamiento, lleno de inspiración, al mundo onírico. La primera parte está salpicada de sonidos electrónicos evocadores en combinación con partes de violonchelo pero incluye también otro tipo de efectos como el de una puerta cerrándose que se repite varias veces dividiendo así la suite en diferentes fases, de modo similar a como se desarrolla realmente el proceso del sueño. A lo largo de la pieza escuchamos segmentos muy vanguardistas con ausencia casi total de melodía, partes más ambientales, filigranas al violonchelo, etc. pero hay una que se repite en varias ocasiones y que es, con mucho, nuestra preferida: una melodía puramente electrónica y particularmente evocadora y llena de magia que nos sumerge de lleno en el mundo subconsciente. Es uno de esos temas que convenientemente trabajado y editado por separado podría haber funcionado incluso como “single”. Pese a su excelente integración en la obra, siempre hemos pensado que esta parte merecía un desarrollo más amplio al margen de la misma.




Klaus Schulze fue un coloso de la electrónica en los años setenta pero la luz de su inspiración se apagó dramáticamente en las décadas siguientes dejándonos una producción extensísima en cuanto a material pero no demasiado relevante en cuanto a calidad. Solo con la entrada en el siglo XXI comenzamos a apreciar muestras de recuperación en trabajos puntuales que elevan mucho el nivel con respecto al Schulze de los ochenta y noventa, particularmente en sus colaboraciones con Pete Namlook a lo largo de la serie “The Dark Side of the Moog”. Retirado de los conciertos en directo desde 2013, sobrevive como soldado de fortuna. Si tiene usted algún problema y se lo encuentra... perdón, nos hemos liado con otra cosa. La cuestión es que, pese a estar alejado de los escenarios, cuando su delicada salud se lo permite, (el hecho de haber sido un fumador compulsivo la ha mermado en buena medida) sigue publicando discos nuevos con cierta frecuencia incluyendo varias colaboraciones con Lisa Gerrard.

lunes, 13 de diciembre de 2021

Tori Amos - Native Invader (2017)



La segunda década del siglo supuso una serie de cambios importantes en la música de Tori Amos que se acercó a terrenos académicos, primero adaptando piezas de músicos clásicos en un disco que ya comentamos aquí mucho tiempo atrás (“Night of Hunters”) y más tarde orquestando composiciones propias que habían aparecido en discos anteriores (“Gold Dust”). Esto obedeció, y lo supimos después, a una especie de bloqueo creativo que la empujó a buscar nuevas formas de expresión también diferentes fuentes de inspiración como ocurría en “Unrepentant Geraldines”, repleto de canciones escritas a partir de las sensaciones que le sugerían diferentes obras artísticas, desde cuadros de Cezanne a fotografías o, incluso, personajes mitológicos.


Tras esa especie de reseteo que supuso esa etapa, en 2016 Tori volvió en cierto modo a su estilo más habitual regresando a temáticas combativas como en los primeros años de su carrera. Se juntaron varias circunstancias como la enfermedad de su madre, la situación política en la América pre-Trump o el deterioro medioambiental para dar como resultado un trabajo magnífico. Tori Amos toca su inevitable piano Bösendorfer, el órgano Hammond y los sintetizadores aparte de cantar. Como ocurría en sus anteriores trabajos, su hija Natasha Lórien Hawley (“Tash”) y su marido Mark Hawley participan cantando la primera y como técnico de sonido y programador el segundo. Mac Aladdin se encarga de las guitarras y John Philip Shenale de los teclados adicionales.




“Reindeer King” - Un piano oscuro y grave nos recibe en el inicio del disco devolviéndonos el sabor de los primeros discos de Tori. De no ser por los efectos electrónicos que le dan una atmósfera muy diferente podríamos pensar en una vuelta a las raíces. La interpretación de la artista norteamericana es impecable una vez más, con sus características inflexiones vocales y un sentido de la melodía que hace que todo fluya de un modo equilibrado. Precioso inicio para un disco que, más tarde, se revelará a la altura.




“Wings” - Cambio radical de estilo pasando del piano a los ritmos sintéticos y los sonidos electrónicos en una pieza cercana al trip-hop que no prescinde en determinados momentos de las guitarras eléctricas. Es una canción en la que, pese a un trasfondo triste, se atisba una ligera esperanza.


“Broken Arrow” - Primera de las canciones con sesgo político, centrada en el intervencionismo norteamericano en la política de otros países (“are we the emancipators or oppressors of Lady Liberty?”). En lo musical se acerca más a discos como “Under the Pink” con arreglos para guitarra (con mucho pedal), batería, piano y órgano.


“Cloud Riders” - Continuamos con una balada de corte similar al tema anterior en el terreno de los arreglos y la instrumentación. Los juegos vocales son notables y consiguen que una canción más bien convencional termine por resultar muy interesante.


“Up the Creek” - Nuestra canción favorita del trabajo por todo lo que tiene de rompedora. Variedad rítmica, arreglos arriesgados (esas cuerdas tan agresivas) y, sobre todo, una evolución importante en el estilo que la hace totalmente imprevisible. No falta el piano de Tori, claro, en un memorable dúo con la guitarra eléctrica que ocupa la parte final de un extraordinario tema. Tash aparece haciendo los coros y es otro de los elementos destacados de la pieza.




“Breakaway” - Tras la excitación del corte anterior, volvemos al formato de piano y voz que tan bien maneja la artista. Es una canción lenta con retazos impresionistas que remiten a su “Night of Hunters”. Otra pieza realmente bella para la ya extensa colección de la cantante.


“Wildwood” - Aparece la temática ecologista, otro de los ejes del trabajo, en este tiempo medio en el que se combinan ritmos electrónicos, guitarras eléctricas y acústicas y el precioso sonido del órgano Hammond. 


“Chocolate Song” - Lo más destacable aquí es el juego de voces del estribillo de una canción que, por otra parte, tiene segmentos muy diferentes con arreglos de teclado muy interesantes y algún interludio que parece algo descuidado. Una canción irregular que no termina de atraparnos.


“Bang” - Esa sensación queda compensada de sobra cuando llegamos a este nuevo tema de resonancias clásicas en su comienzo y con un desarrollo excepcional en forma de “in crescendo” en toda su primera mitad. Por momentos nos vuelve a remitir al impresionismo de algunos temas de “Night of Hunters” y eso nunca es mala noticia.


“Climb” - La escucha nos lleva a otro de los momentos importantes del disco con esta canción en formato acústico (piano y guitarra fundamentalmente) llena de inspiración e intimismo, con melodías que no terminan nunca de evolucionar en un cambio continuo. Una delicia de las que Tori nos tiene acostumbrados.


“Bats” - Descendemos un par de escalones con la siguiente canción del disco que, sin estar mal en absoluto, no aporta nada demasiado diferente de lo que hemos escuchado ya muchas veces en trabajos anteriores de la artista.


“Benjamin” - Mucho más músculo aparece en esta potente pieza que nos devuelve a la Tori más combativa con el piano como extensión de sí misma. No es una canción que llame la atención a la primera pero con las sucesivas escuchas gana mucho.


“Mary's Eyes” - El disco termina con otra gran canción, centrada en la experiencia surgida a raiz del ataque sufrido por su madre en las fechas previas a la grabación y que le hizo perder el habla. Emotiva y musicalmente al más alto nivel.




En la vesión “deluxe” del disco se incluyen dos canciones más pero hemos preferido quedarnos con el trabajo tal cual se publicó en su momento. “Native Invader” vuelve a las letras políticas como hizo en “Scarlet's Walk” en su día o, algo después, en “American Doll Posse” y le suma una vertiente ecológica que no siempre había estado tan presente. En conjunto nos parece un gran disco, a la altura de alguno de los mejores de la artista y un buen regreso a su estilo tradicional tras varios trabajos “diferentes” y así lo dijo también la mayor parte de la crítica. En todo caso, Tori Amos es una de esas artistas que debería estar en toda colección de discos que se precie y este disco bien podría ser uno de los elegidos. Os dejamos con una versión en directo de uno de los cortes del disco.