Barreras,
límites, categorías, clasificaciones, separaciones... muros al fin y al cabo.
La música era mucho más sencilla antes. Existía una música popular, que se
tocaba y cantaba por parte del pueblo llano, de la gente normal y corriente y
existía una Música más elevada, intelectual, escrita por artistas cultos,
instruidos, formados en los rudimentos de la composición. Este segundo tipo no
estaba al alcance de cualquiera. Pocos podían leer una partitura y menos aún
podían interpretarla. Los teatros estaban al alcance de un reducido número de
gente. No había, por tanto, dudas acerca de cuál era la buena música y cuál la
vulgar: en un lado estaba el pueblo y en otro la élite.
Esto comenzó a
cambiar con la llegada de la radio y, más tarde, de la música grabada. De
repente, cualquier persona podía escuchar en su propia casa a Mozart y a
Beethoven pero también a John Coltrane, Edith Piaf o a los cantantes
folclóricos de su región. La revolución había llegado. Ahora un artista de
cualquier parte del mundo, podía acceder a música de otros lugares y comparar
notas. Nace el jazz, el blues, el rock... cualquiera puede hacer música y
cualquiera la puede oir.
Estamos seguros
de que el lector espera un “pero” y no se equivoca si piensa así.
Efectivamente, como ocurre siempre con las revoluciones, el mundo académico,
culto, la élite, en suma, sigue manteniendo unas barreras cada vez más
artificiales y sigue sin reconocer como suyos a artistas que proceden de ese
otro mundo y eso ocurre con artistas grandes y consagrados. Es difícil
encontrar grupos más icónicos y representativos del Siglo XX que los Beatles o
Pink Floyd y así se reconoce, incluso en textos educativos de un cierto nivel
académico pero ¡cuidado! Siempre y cuando permanezcan en su lado del muro. Los
Beatles están bien pero ¿quién es Paul McCartney para escribir una obra clasicista
como su “Liverpool Oratorio”?
Un tiempo antes
del atrevimiento de McCartney, el líder de Pink Floyd ya estaba dándole
vueltas, nada menos que a una ópera de gran formato: tres actos, orquesta,
coros, actores... como en los mejores tiempos del género, ni más ni menos. El
tema central de la obra sería la Revolución Francesa. Las tendencias
izquierdistas de Waters son bien conocidas y en 1987, el guionista y escritor
de canciones pop, Etienne Roda-Gil le hizo llegar un libreto escrito por él por
si le interesaba emprender la tarea de musicalizarlo. Roda-Gil, hijo de
republicanos españoles en el exilio en Francia había escrito canciones de éxito
para la práctica totalidad de las estrellas de la canción francesa de los
setenta incluyendo a Francoise Hardy, Gerard Lenorman, Ricardo Cocciante,
Angelo Branduardi, Christophe, France Gall o Johnny Hallyday. Waters se puso
manos a la obra y en 1988 ya había terminado la ópera que llevaría el título de
“Ça Ira”, algo así como “saldrá bien” en expresión popular francesa. A pesar de
ser grabada y del empeño de François Mitterrand por estrenarla con toda la
pompa y el boato correspondiente como parte de las celebraciones del
bicentenario de la Revolución Francesa el 14 de julio de 1989, la obra de
Waters no superó las reticencias de los directivos de la Ópera de París y no se
llegó a representar hasta muchos años después, ya en 2006 y en la ciudad polaca
de Poznan.
Waters con el reparto saludando tras una representación en Sao Paulo |
ACTO I
La obertura consta de un rumor sordo, como de viento lejano
y una breve melodía callejera de tambor y trompeta que da paso a la orquesta en
un tono dramático muy teatral y solemne que desemboca en un ritmo festivo
dominado por un tema que parece de procedencia popular con tintes de vals. Un
magnífico comienzo que nos prepara para la primera escena.
Escena 1: Estamos en un jardín en Viena en 1765. Un narrador
nos sitúa a Maria Antonieta bajo un árbol en plena ensoñación acerca de su
futura vida como reina. Un niño la escucha al otro lado del muro y le recuerda
que sólo gracias al esfuerzo y sufrimiento del pueblo ella podrá disfrutar de
esa vida. Una nueva aparición del narrador sitúa la acción en los años
inmediatamente anteriores a la revolución y comienzan las metáforas. Aparece un
pequeño pájaro al que, de forma arbitraria, se prohíbe cantar. En la parte
musical, nada se sale de la narrativa convencional de la ópera decimonónica
aunque en las intervenciones del niño-pájaro sí que podemos notar algo de la
convencional escritura del rock transportada a un ámbito clásico.
Escena 2: El maltratado pájaro es encontrado por una
compañía de payasos y mimos que lo acogen durante su recuperación. Empieza a
tomar forma el personaje de Marie Marianne, que simboliza la naciente república
y la libertad. Ella es la que inspira al pequeño pájaro para buscar la libertad
y animar al resto a que luchen también por ella. Waters recurre a uno de los
temas de la obertura e introduce unos coros infantiles, protagonistas de la
escena, que de un modo inevitable nos remiten al celebérrimo estribillo de
“Another Brick in the Wall (part 2)” que el músico escribió para Pink Floyd. La
escena es rica en cambios de ritmo y posee una dinámica muy viva. Al contrario
de otras obras de músicos rock metidos a compositores clásicos, la orquestación
es muy equilibrada y, aunque efectista en algunos momentos, no resulta
demasiado rimbombante.
Escena 3: Nos encontramos ya en vísperas del estallido de la
Revolución. El predicador en que se ha convertido el pajarillo del inicio se
encuentra ante un grupo de ciudadanos redactando una carta con sus quejas por
la situación del pueblo. Volvemos a escuchar el coro infantil con un aire
inequívocamente amenazador. Se ha perdido el miedo y el levantamiento está
próximo. Roger Waters, por su parte, realiza un gran trabajo ajustando
perfectamente la música a la narración de un modo muy cinematográfico.
Escena 4: Llegamos al momento en que 100.000 ciudadanos
marchan sobre París siendo rechazados por el ejército en un principio pero
consiguiendo entrar pese a todo. Marie Marianne y el narrador nos advierten de
las consecuencias de la violencia que siempre termina por generar más
violencia. Se proclama que sólo la Carta de los Derechos del Hombre puede
romper ese ciclo. Se escuchan aquí los momentos más líricos de la soprano Ying
Huang (Marie Marianne) en un bello diálogo con Bryn Terfel encarnando al
narrador.
Escena 5: La escena culminante del primer acto narra la
caída de la Bastilla. Contrariamente a lo esperado, no se trata de un momento
especialmente épico en lo musical salvo en la última parte en la que los
tambores de guerra aparecen marcando un ritmo amenazador que da paso al coro en
todo su esplendor por un breve instante. Al margen de ese momento, el
tratamiento musical es muy comedido, con un aire triste que deja translucir en
algunos instantes una cierta esperanza a la que se alude en el subtítulo de la
propia ópera (“there is hope”).
ACTO II
Escena 1: En uno de los momentos más patéticos de la ópera,
vemos a la reina siendo informada de que no hay problema alguno porque los
soldados siguen de su parte. Así, da comienzo un baile en palacio con gran
parte de la aristocracia presente en la celebración, claramente ebria e
ignorante de la situación. La escena concluye con el traslado de los reyes a
las Tullerías arrastrados por la multitud. La segunda parte de la escena
recupera una de las melodías que antes cantaba el coro infantil para, a ritmo
de vals, introducirnos en uno de los grandes momentos de la obra.
Escena 2: Preso en las Tullerías, el aún rey Luis XVI acepta
la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y comienza a escribir
una carta a los borbones españoles en la que contaba sus pareceres sobre la
situación. Se trata de un fragmento musicalmente muy emotivo en el que
encontramos fragmentos melódicos que tienen ciertas reminiscencias del Waters
de “The Wall” o “The Final Cut”, sus discos más personales con Pink Floyd. (19-20-21)
Escena 3: Salto radical del París revolucionario a las
colonias del caribe en las que también se estaba llevando a cabo su particular
revolución. La música se torna africana, mucho más optimista y llena de ritmo.
Una auténtica maravilla a cargo de Waters que le da todo el protagonismo a la
figura de un esclavo (por cuya emancipación abogaban en la Asamblea Francesa
Robespierre, Brisset y Condorcet). Destaca en la versión del CD el popular cantante senegalés
Ismael Lo que encarna al personaje del esclavo.
Escena 4: La acción vuelve a Europa y nos encontramos con la condena del Papa Pío VI a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano catalogandola de pecaminosa. Ya era tarde porque la imprenta y los panfletos la habían hecho popular y nada se podía hacer para frenar su distribución. Waters recapitula varios motivos que aparecen en momentos anteriores de la ópera antes de afrontar el acto final.
ACTO III
Escena 1: Nos encontramos a los reyes aún recluidos en las
Tullerías planeando su huída lejos de París y se nos cuenta cómo éste intento
es abortado. El panorama es cada vez más oscuro para la monarquía en Francia.
La música de Waters no suena ahora especialmente “operística” y es esta una de
las escenas más rockeras en lo musical, a pesar de los ropajes clásicos. Con
otros arreglos, las canciones de esta escena podrían formar parte de cualquier
disco conceptual del propio Waters, incluido el tema principal de la ópera que
vuelve a sonar al final de la escena, primero a cargo del coro infantil y más
tarde, bajo el ritmo de los tambores, por todos los coros al unísono.
Escena 2: Con la monarquía reestablecida temporalmente pero
con un negro futuro acechando, los movimientos internacionales con la amenaza
de invasión de Francia por parte de Austria y Prusia, hacen que la situación
sea insostenible. Es la época de la Comuna de París. Waters adapta en esta
escena la inconfundible melodía de la Marsellesa como prólogo a un coro de aire
marcial que enlaza con el tema central de “Ça Ira” en una sucesión
verdaderamente emocionante. El final de la escena es de una gran intensidad
como corresponde a los dramáticos momentos que se están viviendo.
Escena 3: La inminente guerra con Austria y Prusia aviva las
acusaciones de traición hacia Luis XVI quien, finalmente, es ejecutado ante los
fantasmas de todos los fallecidos en sus últimos meses de reinado. Waters
ofrece aquí alguno de los momentos más bellos de la obra, especialmente en la
segunda parte de la escena con un aria a cargo de Bryn Terfel que no desentonaría
en una ópera de Puccini. La guillotina pone un brusco final a la escena y nos
acerca a los últimos momentos de la obra.
Escena 4: La última noche de Maria Antonieta es uno de los
momentos más emocionantes de la ópera. Condenada y separada de su hijo, se
encuentra frente a frente con el predicador que ha servido de hilo narrativo de
toda la historia y ambos se reconocen como los niños que hablaron brevemente en
la escena inicial de la obra. La ternura del aria que canta Ying Huang es
realmente conmovedora y muestra a Waters como un compositor lírico quizá
desaprovechado. La caída de la hoja de la guillotina se repite varias veces en
los últimos momentos subrayando el dramatismo de la escena.
Escena 5: El final de “Ça Ira” nos muestra el panorama tras
la ejecución de Maria Antonieta y una reflexión final a cargo de Marie
Marianne, el predicador y el narrador sobre la validez de la violencia como
medio aunque el fin sea loable concluyendo con ese grito de esperanza que sirve
de título para la obra. No es casual que el músico recurra al coro infantil
para lanzar el último mensaje optimista de la obra antes del obligado gran
final. En los últimos instantes escuchamos el sonido de los pájaros que
recuerda al comienzo de la propia obra y a la primera metáfora aparecía en
ella.
Resulta poco menos que increíble que un músico como Waters, de quien se desconocía que poseyera un bagaje musical suficiente para tal empeño, completase una ópera como “Ça Ira” en unos meses aunque contase con la ayuda de Rick Wentworth en los areglos y la orquestación. Evidentemente, no se le puede exigir a quien fuera líder de Pink Floyd un dominio y unos recursos suficientes para hacer una obra revolucionaria en el género del estilo de “Einstein on the Beach” y partiendo de esa premisa, la visión del artista de la Revolución Francesa es más que interesante. Formalmente, la ópera sigue los cánones de los grandes espectáculos del XIX y contiene muchos elementos que la hacen reconocible como obra del autor de “The Wall”, con lo que Waters consigue una obra personal pero que cumple el objetivo perseguido en cuanto a espectacularidad.
Entonces, ¿tienen sentido las viejas clasificaciones? Puede
un rockero hacer obras de formato clásico y ser tomado en serio. A pesar de
todo, sigue pareciendo difícil. Los ejemplos que hemos tenido, que han sido bastantes,
nos muestran una realidad: La obras “cultas” realizadas por músicos procedentes
del rock son formalmente conservadoras. Suenan a música ya realizada antes o a
simple trascripción de canciones a un entorno orquestal. Hay muestras notables
de este tipo de experimentos y alguna ha aparecido por aquí (pensamos en Karl
Jenkins y su “Diamond Music”) pero no suenan nuevas. No hay nada revolucionario
y eso, quizá, sea lo que más retrae al “mundillo” clásico a aceptar en su seno
a “intrusos” de ámbitos más populares. Como siempre, hay excepciones y existen
músicos que han conseguido dar el salto del rock a la clásica más vanguardista
siendo aceptados con naturalidad (el
ejemplo más notable nos parece el del desaparecido Frank Zappa) pero aún son
minoría.
¿Se rompen con obra como ésta los límites entre la clásica y
el rock? ¿ha conseguido Roger Waters derribar ese otro muro? La Revolución
Francesa fue un paso en esa dirección de acercar a las élites y al pueblo y el
antiguo líder de Pink Floyd, a su manera, pone un ladrillo más en el intento de
aproximar ambos mundos en su equivalente musical pero aún queda mucho por
hacer. Mientras tanto, los que queráis disfrutar de “Ça Ira” podéis adquirirla
en los enlaces acostumbrados:
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