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lunes, 25 de abril de 2016
Jeroen Van Veen - Terry Riley' In C (2016)
Hay muchos motivos por los que Jeroen Van Veen aparece con mucha frecuencia en este blog y es que el pianista y compositor holandés cultiva géneros y autores que se cuentan entre nuestros predilectos. Le conocimos gracias a un disco ya lejano dedicado a Philip Glass titulado “Minimal Piano Works” que poco después tuvo una secuela a la que se incorporaron otros compositores minimalistas y algún que otro precursor del género. Con su legada al sello Brilliant Classics, Van Veen pasó de publicar discos sencillos a lanzar cajas antológicas centradas en ese estilo musical que, por lo extenso de su contenido, se han convertido en imprescindibles a la hora de acercar a un oyente a una música como la minimalista.
Con el tiempo, la producción de Van Veen ha ampliado sus horizontes incluyendo entre los compositores cuya obra ha sido objeto de registro discográfico por su parte nombres ajenos al minimalismo tomado de modo estricto como los de Ludovico Einaudi, Erik Satie, Yann Tiersen o Yiruma. Sin embargo, esta visión extensiva del género no oculta el carácter obsesivo de sus continuas revisiones de algunas obras y autores. Hemos perdido ya la cuenta de las versiones que Van Veen ha grabado del “Canto Ostinato” de Simeon Ten Holt o de algunas piezas de los citados Philip Glass y Erik Satie, siempre buscando un enfoque nuevo. Algo así ocurre con el disco que hoy comentamos: una nueva grabación del “In C” de Terry Riley aparecida recientemente, cómo no, en Brilliant Classics.
Diez años después de la primera, que formó parte de la caja de diez discos “Minimal Piano Collection”, Van Veen vuelve a enfrentarse a la partitura más representativa del minimalismo, escrita en 1964, y lo hace desafiando las recomendaciones de su autor. Riley sugería una duración de unos 45 minutos para la obra y Van Veen nos ofrece aquí casi 80, dejando corta su primera aproximación a “In C” que rondaba la hora de música.
Las características de una obra como esta la hacen desaconsejable, a priori, para un único intérprete ya que buena parte del encanto de la misma surge de la interacción entre los distintos ejecutantes que interpretan los famosos 53 patrones melódicos de la partitura y sus continuas repeticiones desconociendo en qué momento cada uno de sus compañeros decidirá pasar al siguiente y el efecto que eso provocará en la percepción general de la obra por parte del oyente. Sospechamos, además, que por mucho que Van Veen pueda duplicar las pistas en la mesa de sonido, el uso de dos pianos, tres teclados eléctricos, un clavicordio y cuatro sintetizadores, queda lejos de los 35 intérpretes recomendados por Riley en sus anotaciones a la partitura.
Hechas estas apreciaciones no demasiado alentadoras sobre el posible resultado final (apoyadas también en la escucha de la versión de 2006 del propio Van Veen, que no nos satisfizo demasiado), tenemos que reconocer que, por algún motivo, el “In C” de 2016 a cargo de Jeroen funciona muy bien sonando incluso como una obra transformada. Si conseguimos olvidarnos por un rato de la referencia de la grabación “canónica” de 1968, cuajada de instrumentos de viento y percusión y que, por lo tanto, no puede tener muchas cosas en común con esta a base de teclados, podremos disfrutar de una obra que ha sido capaz de soportar con firmeza todo tipo de enfoques a lo largo de estos años.
No queremos despedir esta entrada sin antes recomendar la lectura de la reseña que de esta misma grabación escribe Ismael G. Cabral en la edición en papel de la revista Scherzo de este mismo mes (nº317). Es muy reveladora.
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