Un lugar donde hablar de música y compartir opiniones con el único ánimo de ampliar gustos musicales y, acaso, descubrir nuevos artistas al eventual lector.
sábado, 28 de marzo de 2020
The Dave Brubeck Quartet - Time Out (1959)
Vivimos en unos tiempos en los que la sospecha siempre está presente. Tiempos en los que se cuestiona todo y a todos y enseguida se buscan pretextos para justificar el éxito de un artista en función de supuestos privilegios, favoritismos o presuntas injusticias. Conceptos como el de la “apropiación cultural” aparecen en las conversaciones a la mínima oportunidad y lo cierto es que el caso que hoy nos toca, tiene mucho de eso aunque no sea ni mucho menos actual.
Si pensamos en los grandes artistas y discos de la historia del jazz nuestra imaginación enseguida viaja a tiempos pasados, a oscuros clubes llenos de humo en cuyo escenario aparece una banda liderada por un artista, indefectiblemente de color. Y no es que le falte razón a los artistas negros cuando reclaman algo que es evidente: que la mayoría de las músicas que ellos inventaron, adaptaron o popularizaron, fueron rentabilizadas por artistas blancos. La larga lista de ejemplos que podría ir desde Elvis hasta Eminem así lo atestigua. Sin embargo, el caso de Dave Brubeck es algo diferente. Hablamos de un músico realmente talentoso, con formación académica de alto nivel (estudió entre otros con Darius Milhaud o Arnold Schoenberg), con una serie de ricas vivencias que le llevaron a conocer músicas de varios países diferentes como Hungría o Turquía y a incorporarlas en su obra. Sin embargo, a todo eso hay que añadirle un halo de privilegio. El Departamento de Estado norteamericano patrocinó algunas de sus giras por Europa y se convirtió en el segundo músico de jazz en ser portada de la revista Time, por detrás de Louis Armstrong, algo que siempre le avergonzó porque pensaba que su amigo Duke Ellington lo merecía mucho más que él. Su look tampoco ayudaba. Traje, peinado elegante, gafas de pasta... una indumentaria acorde con el estudiante universitario de clase media pero no con la mitología del jazz. Si añadimos que otros miembros de su cuarteto como Joe Morello o Paul Desmond compartían “outfit”, incluyendo las gafas, tenemos al típico grupo de “nerds” parodiado hasta la saciedad en las comedias norteamericanas de todas las épocas.
Siendo cierto todo lo anterior, el hecho es que Brubeck era un gran músico que en su época gozó de un gran éxito pero al que hoy en día muchos miran aún con recelo. Todo pese a haber grabado uno de los grandes discos de la historia del jazz en el que figuraba, además, el single más vendido de la historia del género (o al menos lo fue durante mucho tiempo). “Time Out” fue un disco arriesgado. Tanto que en Columbia no querían publicarlo y solo accedieron a hacerlo porque el cuarteto les entregó previamente otro trabajo lleno de estándares del género y es que “Time Out”, entre otros méritos, era un disco compuesto únicamente por piezas originales, algo que siempre dificultaba las ventas. Lo más revolucionario, sin embargo, llegaba por la parte de los ritmos. En el disco se escuchan ritmos muy poco usuales en la música comercial, en su mayoría derivados de las experiencias de Brubeck y su cuarteto a lo largo de sus giras por Europa y Asia, particularmente de la música que escucharon en países como Turquía. El gran “hit” del disco, “Take Five”, hace referencia en su título al compás de 5 por 4 en el que se basa y otras composiciones incluyen partes en 9 por 8 o en 6 por 4. Incluso en ocasiones algunos instrumentos solistas tocan en 4 por 4 mientras el resto lo hace en otro ritmo diferente. Una locura en muchos sentidos que, sin embargo, suena maravillosamente bien al oído, con un “swing” realmente atractivo y pegadizo. Los responsables de esta joya grabada en el verano de 1959 fueron el propio Dave Brubeck al piano, que también es el autor de todos los temas menos de uno, Paul Desmond (saxo alto), Eugene Wright (contrabajo) y Joe Morello (batería).
“Blue Rondo à la Turk” - El primer tema del disco es una maravilla que juega con un inusual compás de 9/8 agrupado en un aún más extraño 2-2-2-3. El piano es el que marca la pauta pero enseguida aparecen saxo y batería para ayudar. Para complicar más la cosa, se intercalan fragmentos más convencionales en 4/4 como toda la parte central con el solo de saxo, en la que no interviene el piano de Brubeck hasta el segmento final. Luego ocurre lo contrario, es la parte inicial la que se inserta en medio del 4/4 para ocupar su lugar finalmente con una coda épica a cargo de piano y batería.
“Strange Meadow Lark” - Nos recibe Brubaker con una larga introducción de piano que ocupa el primer tercio de la pieza. Se incorpora más tarde la sección rítmica junto a la que llegamos al elegante solo de Paul Desmond en un tramo en el que podemos disfrutar también de la sutil batería de Morello en una interpretación llena de delicadeza. Quizá sea la pieza más convencional del disco pero ello no hace que sea menos disfrutable.
“Take Five” - La pieza que lo cambió todo. El tema que batió todos los records en la historia del jazz alcanzado el millón de copias vendidas. Fue concebido como un solo de batería y así comienza. El piano se suma detrás convirtiéndose en un miembro más de la sección rítmica quedando la melodía en manos del saxo. Una melodía que se convirtió en inmortal desde el primer momento y que ha acompañado a generaciones de oyentes en forma de sintonía, de música para anuncios y de todas las maneras que uno pueda imaginar. El segmento central incluye el solo de batería que posiblemente originó toda la pieza pero, siendo este notable, lo que es imposible de sacar de nuestras cabezas es el incesante martillear del piano de Brubeck repitiendo una frase en 5/4 que influyó a muchos compositores posteriores, desde Lalo Schifrin en el tema central de “Misión Imposible” hasta nuestro Antón García Abril y su sintonía para “El Hombre y la Tierra”. Una obra maestra que, curiosamente, es la única composición del disco que no firma Brubeck sino Paul Desmond.
“Three to Get Ready” - Un comienzo más o menos académico que evoluciona poco a poco marcando un gran contraste entre los ritmos que llevan el piano y el saxo y los de batería y contrabajo, especialmente de este último que parece acelerar el paso deteniéndose de vez en cuando para esperar a sus acompañantes. Brubeck ejecuta aquí alguna de las partes de piano más inspiradas del disco.
“Kathy's Waltz” - En esta pieza que Brubeck dedicó a su hija la clave es el cambio continuo de ritmos entre un 4/4 convencional y un rápido tiempo de vals. Hay momentos en los que parece que cada instrumento sigue un compás distinto y siguiendo exclusivamente a uno de ellos llegamos a perder el sentido de toda la composición pero juntando todas las piezas, el efecto es extraordinario. El talento melódico de Brubeck tiene mucho que ver con el resultado final.
“Everybody's Jumping” - Tremendo aquí una vez más el pianista ejerciendo de sostén principal del grupo con largos “ostinati” casi minimalistas en una composición por lo demás impecable, con un contrabajo imperial y con una sensación de sobriedad que acompaña a la interpretación de todos los músicos de principio a fin.
“Pick Up Sticks” - Eugene Wright al contrabajo marca un ritmo continuo de 6/4 repitiendo continuamente una secuencia de seis notas. Aparece el piano de Brubeck brevemente pero solo para acercarnos al momento del tema central a cargo de Paul Desmond.
“Cuando entramos en el estudio, no había nada más alejado de nuestra intención que crear un “hit” a partir de una serie de experimentos con compases poco habituales”. En las notas del disco original se decía que si algún marciano llegase a la tierra probablemente tendría que escuchar más de 10.000 discos de jazz para encontrar alguna pieza que no estuviera escrita en 4 por 4. Aunque más adelante reconocen que hubo músicos que exploraron ritmos de 3 por 4, nadie se arriegó tanto como Brubeck y su banda lo hicieron en “Time Out”. Es difícil entender cómo un disco aparentemente destinado a músicos y musicólogos se convirtió en un éxito arrollador y la única explicación posible viene del lado de la tremenda calidad de la música que contenía.
En el año 1959 debió darse algún tipo de conjunción planetaria extraordinaria puesto que aquellos meses vieron la luz algunos de los mejores discos de la historia del jazz. Es el año de “Kind of Blue” de Miles Davis, claro, pero también el de “The Shape of Jazz to Come” de Ornette Coleman o, aunque se publicarían ya en 1960, el año en el que se grabaron “Portrait in Jazz” de Bill Evans o “Giant Steps” de John Coltrane, ambos pocas semanas después de que sus autores terminasen de grabar con Davis el citado “Kind of Blue”. Es fue también el año de “Time Out”, un disco clave en la historia del jazz y quizá menospreciado durante mucho tiempo por buena parte del público. En los años cincuenta el racismo en los Estados Unidos era un problema muy claro y afectaba a todas las instancias, incluida la música, pero curiosamente ese problema no se daba entre los músicos sino más bien entre el público. Miles Davis tenía un pianista blanco como Bill Evans y muchos no se lo perdonaron. Brubeck tenía un contrabajista negro y le ocurrió igual con un agravante: en algunos conciertos no permitían que Wright subiera al escenario y solo aceptaban si lo hacía situándose en la parte de atrás del mismo. La paradoja con Brubeck es que algunos negros no le perdonaban que tocase una música que, entendían, les pertenecía a ellos, mientras que algunos blancos tampoco lo hacían por tener un negro en su banda. Pese a todo, “Time Out” fue un bombazo y el single “Take Five” lo fue aún más. Si aún no conocéis el disco, es un buen momento para probar a darle una escucha. Os dejamos con "Take Five" en directo:
Excelentes notas para un disco excelente. Felicitaciones!
ResponderEliminarCarlos Cabrera