domingo, 11 de mayo de 2025

Klaus Schulze - X (1978)



El que fue el disco número diez de la carrera de Klaus Schulze (de ahí el título: “X”) iba a ser también su lanzamiento más ambicioso hasta la fecha tanto en términos de formato como de sonido.   Lo interesante es que funcionó y “X” fue el primer disco del teclista en entrar en los puestos más altos de las listas de ventas de su Alemania natal cuando ya era una estrella internacional de la música electrónica. Schulze siempre lo relacionó con un cierto “complejo” del público alemán que no termina de reconocer a un músico a menos de que tenga la aprobación del público norteamericano o inglés, especialmente si se trataba de una música de un estilo completamente nuevo. Como decía el bueno de Klaus, no hay nada mejor para que un disco venda en Alemania que ponerle una pegatina que ponga: “número 1 en Estados Unidos o en Gran Bretaña”.


Realmente, el disco tuvo su origen en una banda sonora que Schulze había compuesto para la película de terror de serie “B”, “Barracuda”. Recordemos que el músico había explorado el mundillo de la música para cine poco antes con la película erótica “Body Love” pero en este caso no podemos afirmar que “X” fuera la banda sonora de la película sino la evolución de parte de la música escrita para ésta. En cierto modo estamos ante un disco conceptual en el que cada pieza está dedicada a una personalidad (literaria en la mayoría de los casos) que influyó en la forma de pensar de Schulze. El propio músico señala que Richard Wagner debería haber estado entre los seis personajes escogidos pero que entonces debería haber sido un álbum triple como mínimo. Antes señalábamos que el disco iba a ser ambicioso en muchos sentidos. Uno de ellos es que se trataba del primer disco doble de la carrera de Schulze y el otro tiene que ver con el sonido ya que el arsenal de sintetizadores del artista, cada vez mayor, se veía ahora reforzado por la presencia de una batería interpretada por Harald Grosskopf (no era la primera vez pero no se trata de un instrumento habitual en su música) y, sobre todo, de una orquesta de cuerdas que iba a aportar texturas únicas a las ya particulares atmósferas del teclista alemán. El violonchelista Wolfgang Tiepold participa también como solista en un par de cortes así como dirigiendo la orquesta.


“Friedrich Nietzsche” - Como ocurría con la mayoría de las obras electrónicas de los setenta, “X” estaba estructurado en piezas de larga duración en su mayoría. Muchas veces ocupando cada una de las caras del vinilo al completo. Siguiendo con ese formato, la primera composición del disco comienza con un fondo sintético lleno de efectos al que se añaden unas notas reiterativas y más tarde la batería de Grosskopf aumentando la sensación de velocidad que va creciendo conforme avanza la pieza hasta llegar al segmento central en el que escuchamos los clásicos solos de Schulze, a veces erráticos pero que aquí aún funcionan bastante bien con  capas y más capas de sonidos que se van sumando a una obra que gana en complejidad con cada minuto. Nos parece soberbia la percusión, especialmente en la parte final de la composición en la que se convierte en protagonista casi absoluta. El tema está dedicado al filósofo Nietzsche, quien realmente necesita poca presentación.


“George Trakl” - El segundo corte se inspira en el poeta austriaco George Trakl cuya obra de teatro “Totentag” sería la base de una especie de ópera electrónica del propio Schulze unos cuantos años después del mismo modo que otro de sus libros, “Sebastian im Traum” sería también la inspiración de otra pieza del compositor para su disco “Audentity”. Volviendo al trabajo que nos ocupa, el tema originalmente duraba alrededor de 5 minutos pero en las sucesivas reediciones en CD se incluye ya una versión más completa de 26. Es una pieza relativamente extraña en la producción de Schulze ya que, tanto la secuencia en la que está basado como la melodía central tienen mucho más que ver con lo que hacían en aquel entonces los miembros de Tangerine Dream que con el estilo propio del bueno de Klaus. Superada esa sorpresa inicial, lo cierto es que el paso de los minutos va permitiendo que surjan elementos característicos de Schulze, especialmente esos largos fondos estáticos que abundan en sus discos así como melodías y secuencias obsesivas como las que aparecían en los mejores momentos de su “Mirage”. Esos minutos son, a nuestro juicio, lo mejor de la pieza que en su tramo final alcanza instantes de un nivel altísimo.




“Frank Herbert” - El único escritor no germánico homenajeado en el disco es el autor de “Dune”, novela que también ha sido inspiración casi obsesiva para Schulze durante toda su carrera. La pieza no se anda con rodeos y comienza poniendo toda la carne en el asador, cosa no muy habitual en alguien tan amigo de las largas introducciones como Klaus. Se basa en una potente secuencia reforzada por una batería metronómica, todo ello a gran velocidad. Todo amante de la electrónica de la Escuela de Berlín encontrará aquí la mayoría de los elementos que definen la vertiente más rítmica de ese estilo musical condensados en “solo” diez minutos de duración.


“Friedemann Bach” - La siguiente referencia no es literaria sino musical y es que aquí Schuze se fija en uno de los hijos músicos de Johann Sebastian Bach, acaso el más talentoso de ellos. Quizá sea esa referencia clásica la que explique el tono “culto” de la pieza, con la participación de la orquesta, una percusión casi ceremonial e incluso el solo de violín del tramo central. Como curiosidad, las cuerdas de varios tramos tuvieron que ser grabadas y puestas en bucle porque los violinistas no podían sostener en el tiempo notas tan largas. En cualquier caso, es una pieza que va pareciendose a Schulze cada vez más mientras avanza en el tiempo y aparecen las secuencias y ambientes típicos de su autor quien explora aquí las primeras mezclas entre sintetizdores e instrumentos clásicos que explotaría más adelante, especialmente con el violonchelo de Tiepold que repetiría en trabajos posteriores.


“Ludwig II. Von Bayern” - Comenta el músico en las notas del disco que buscaba inspiración literaria para el trabajo pero que en el caso de Luis II de Baviera, lo que le motivó fue su propia vida, tan novelesca como la mejor de las ficciones. Fue, además, el principal mecenas de Richard Wagner y el promotor de la construcción del famoso Castillo de Neuschwanstein. Probablemente sea la pieza que menos nos gusta del disco, precisamente por lo que tiene de pretenciosa en el uso de la orquesta. La cosa empieza bien, con una introducción ambiental y una secuencia que recuerda a la del primer corte del trabajo. Sobre ellas se empieza a dibujar el tema central con el grueso de la orquesta ejecutando una interesante melodía que minutos más tarde se convierte en una pieza clásica de gran belleza. ¿Dónde está el problema entonces? En nuestra opinión, en que Schulze llega a un sitio muy interesante pero no termina de saber qué hacer a partir de ahí. No es problema de que la pieza sea mala sino de que no progresa hacia ninguna parte más allá de algunas repeticiones que se extienden a lo largo de varios minutos sin demasiado sentido. Sólo al final se retoma el tema central y llegamos a un cierre aceptable para una composición que tenía potencial para ser mucho más.




“Heinrich Von Kleist” - El escritor prusiano al que Schulze dedicó el último corte del disco fue uno de los representantes más fieles, en todos los sentidos, del ideal del romanticismo, incluyendo el suicidio en compañía de su pareja a la edad de 34 años. Aunque puede que pase desapercibida en las primeras escuchas, es una de esas piezas que gana mucho con el tiempo. El comienzo es precioso, con un fondo electrónico que se desarrolla sobre un ostinato de cuerdas (sintéticas en esta ocasión) y que son el acompañamiento perfecto para el violonchelo de Tiepold en su mejor intervención en el LP. Lo que sigue son momentos de experimentación electrónica con profusión de efectos y sonidos que recuerdan en cierto modo a otro trabajo de la misma época: “Beaubourg”, de Vangelis, pero todo dentro de un entorno más “musical” que en el trabajo del griego lo que lo hace más accesible y extrañamente atractivo. Esta pieza y la anterior son un buen ejemplo de algo que pasa a menudo cuando escuchamos un disco: el tema que más nos llama la atención al principio termina por ser el que menos nos interesa un tiempo después y aquel que no nos pareció nada especial es el que termina por revelarse como más interesante con el paso de las escuchas.



En cierto modo, “X” es un buen resumen de la carrera de Klaus Schulze, un músico que, como decía Jorge Munnshe en su libro ya clásico “New Age”: “si toda su música estuviera resumida con un planteamiento más ágil, constituiría una colección de discos de entre treinta y cuarenta minutos cada uno que le habrían dado tanto o más prestigio que a Jean Michel Jarre, el famoso sintesista surgido después de él cuyo puesto de estrella de los megaespectáculos tecnológicos podría hoy Schulze estar ocupando, de haber dado a su carrera una gestión más ambiciosa y con mayor afán de autosuperación y una sólida capacidad de autocrítica”. Creemos que esa afirmación no está mal encaminada pese a que el talento para la melodía comercial de Schulze nunca ha sido su fuerte si lo comparamos con un Jarre o un Vangelis e incluso nos parece inferior al de un Edgar Froese o al de las diversas encarnaciones de sus Tangerine Dream. Eso no significa que Schulze no sea uno de los grandes referentes de la historia de la música electrónica. De hecho, podríamos afirmar que varios de los mejores discos del género llevan su firma sin temor a que haya muchas voces que lo nieguen. Entre ellos, bien podría estar este “X” que, aún con los defectos que tiene, en nuestra opinión, y que hemos comentado aquí, es un trabajo monumental que todos los aficionados deben conocer.

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