viernes, 29 de diciembre de 2023

Pat Metheny - Watercolors (1977)



Pat Metheny es uno de los músicos que más veces han aparecido por el blog pero nos damos cuenta de que todos los discos que hemos traído hasta aquí en estos años pertenecen a la etapa posterior a su salida del sello ECM, lo que nos sorprende puesto que tanto el guitarrista como la discográfica, cada uno en su categoría, se encuentran entre nuestros favoritos. En el caso del músico, además, se da la circunstancia de que su salida de ECM fue para muchos seguidores un punto de inflexión hasta el punto de que muchos de ellos se bajaron del barco del bueno de Pat al considerar que su música había dado un giro hacia estilos más comerciales y menos “puros”. Sin embargo, en el camino, Metheny llegó a públicos más amplios ampliando la base de seguidores al incorporar a su música elementos muy enriquecedores e influencias muy ricas que le llevaron a crear un sonido muy característico.


En alguna ocasión hemos dicho que disfrutamos tanto de esa etapa inicial del guitarrista en ECM como todas las posteriores por lo que es hora de comentar alguna de aquellas grabaciones iniciales de Metheny, comenzando hoy por su segundo disco: “Watercolors”, que iba a poner, además, la primera piedra para la construcción posterior de su mítico Pat Metheny Group. Esto es así porque en la grabación participan el pianista Lyle Mays, miembro fundamental y responsable en buena parte del sonido de la banda en los años posteriores, y el batería Dan Gotlieb. De este modo, aquí se produce la primera reunión de tres de los cuatro músicos que poco después formarían el grupo. El cuarto participante en este “Watercolors” es el contrabajista Eberhard Weber, uno de los músicos más representativos del sello alemán donde ha grabado un gran número de discos propios además de participar en los de otros artistas.


“Watercolors” - El comienzo del disco es directo, con la guitarra afrontando sin rodeos la melodía central del tema. No tarda en incorporarse primero la sesión rítmica, con una suerte de bossa nova acelerada que encaja como un guante en el estilo de Metheny. Con la entrada del piano de Mays, protagonista absoluto de la parte final del tema, ya hemos reunido todos los elementos característicos del sonido del músico en sus primeros años.




“Icefire” - La segunda pieza tiene un enfoque más íntimo partiendo ya desde su larga introducción a cargo de la guitarra solista. Una guitarra muy particular, la de 15 cuerdas, alejada del sonido amable del tema inicial, que busca una expresión con más filo. Es un tema no tan jazzístico que se acerca más a sonidos folkies con toques de blues.


“Oasis” - Destaca aquí la aportación de Weber al contrabajo interpretándolo con el arco para crear fondos llenos de magia sobre los cuales Metheny desgrana grupos de arpegios sin una melodía clara para terminar por tejer entre ambos una pieza ambiental exquisita. Es difícil hacer más con menos elementos.




“Lakes” - Con el siguiente corte entramos en una de esas piezas que definirán el estilo de Pat Metheny. Elementos de country y jazz moviéndose a gran velocidad sobre una alegre base rítmica y un Lyle Mays extraordinario, especialmente en la segunda parte de la composición en la que hace magia junto al bajo de Weber.


“River Quai” - Es esta una de esas canciones que parecen pedir a cada compás la entrada de una de esas divas del soul, una vocalista que cante una letra esperanzada y vitalista y, sin embargo, eso nunca ocurre quedándonos a cambio con un bonito ejemplo de smooth jazz interpretado, eso sí, con una factura exquisita. Cuando parece que todo está dicho, llega una vez más el gran Lyle Mays para ofrecernos otro gran solo de piano antes de cerrar ya con todos los músicos en plenitud de facultades.


“Suite I. Florida Greeting Song” - Continúa el disco con una suite formada por dos breves partes. La primera es un duelo de virtuosos entre la batería de Gottlieb y la guitarra de Metheny. No es muy dado Pat a este tipo de exhibiciones pero aquí, y dada la escasa duración del corte, no molesta en absoluto.


“Suite II. Legend of the Fountain” - La segunda parte es para el guitarrista en solitario con un arranque ligeramente aflamencado que deriva poco a poco en una breve melodía con aire de bossa nova.


“Sea Song” - Cierra el disco la pieza más larga (algo más de diez minutos) que comienza con un esquema similar a “Oasis”, es decir, el contrabajo tocado con arco crea una serie de fondos fantasmagóricos que son convenientemente adornados por Gottlieb sacando toda la gama de sonidos de los platillos de su batería. El ambiente es verdaderamente logrado y el ideal para que Metheny y Mays vayan introduciendo, con total calma, sus respectivas líneas melódicas. Un fantástico tema, muy experimental, que encaja muy bien en una discográfica como ECM y nos descubre a un Metheny que irá mucho más allá de lo que se espera de un simple guitarrista para convertirse en el futuro en creador de un sonido reconocible y muy difícil de imitar.




Con “Watercolors”, Metheny define el estilo que iba a dominar sus discos con el Pat Metheny Group, formación con la que firmaría ya su próxima grabación un año más tarde y que permanecería activa con pocas variaciones durante más de treinta años. La fusión entre country, folk, jazz, algo de rock, y bastante de músicas de otras procedencias (fundamentalmente de Brasil) iba a ser la seña de identidad de una banda imprescindible en el jazz de las últimas décadas. Metheny, por su parte, ha explorado muchísimos otros caminos en sus discos en solitario o en colaboración con los más diversos artistas pero si queréis disfrutar de toda su esencia, “Watercolors” es un punto de partida inmejorable.

viernes, 22 de diciembre de 2023

Jeff Buckley - Live at Sin-é (1993)



Hace relativamente poco tiempo hablamos aquí de “Grace”, el único disco de estudio publicado en vida por Jeff Buckley. En aquel momento hacíamos referencia al EP que traemos hoy al blog y que se trata del debut discográfico del músico. Comentamos entonces cómo Jeff se había convertido en una notable atracción en el East Village neoyorquino con sus conciertos en el café Sin-é en los que apenas se acompañaba de una guitarra eléctrica. En aquellas actuaciones, Buckley mezclaba, casi al cincuenta por ciento, canciones propias con versiones de artistas tan diversos como Bob Dylan, Van Morrison, o Leonard Cohen e incluso se atrevía con otros más “exóticos” como Edith Piaf o Nusrat Fateh Ali Khan. Esos conciertos llamaban la atención de cada vez más gente y terminaron por conseguirle su primer contrato discográfico con Columbia. Sin embargo, el músico insistió en que, antes de lanzar un disco completo, prefería algo más pequeño y por ello, con buena parte de lo que sería “Grace” ya grabado, se decidió registrar algunas de sus sesiones en el café Sin-é de cara a la publicación de un EP que sería el debut comercial del artista.


El disco que traemos aquí es, precisamente “Live at Sin-é” en su versión original de solo cuatro canciones en la que se pretendía recoger todo el ambiente de los conciertos de Jeff durante la etapa en la que fue artista habitual del café, donde actuaba todos los lunes desde abril de 1992 hasta el final del verano de ese año. La grabación es cruda. Sin retoques. Se pueden apreciar en ella los sonidos del local e incluso el zumbido del amplificador, no demasiado bien aislado, constituyendo un documento impecable de lo que sucedía en esos conciertos.


“Mojo Pin” - Las dos primeras canciones son composiciones propias. La que abre el disco comienza con un largo lamento acompañado de arpegios de guitarra. Comienza entonces Jeff a recitar, más que a cantar, un breve fragmento antes de entrar en la parte central de la canción. En apenas dos minutos ya hemos asistido a tres o cuatro cambios de estilo y ritmo en la pieza lo que deja bien claro que no estamos ante un cantante convencional en absoluto. De ahí al final, más desafíos, giros vocales, arranques de rabia, pausas dramáticas, etc. Un auténtico tour de force en apenas cinco minutos de canción.




“Eternal Life” - El segundo corte se abre con una larga introducción de guitarra llena de ritmo en la que Buckley nos demuestra que sus habilidades con el instrumento no son nada desdeñables. Es una canción más rockera que la anterior y en la que se dejan ver algunas de las influencias del músico, particularmente la de Led Zeppelin. Igual que ocurría en la pieza anterior, el manejo de la situación, combinando partes intensas con momentos en los que todo se detiene, es espectacular. Una interpretación que revela un talento inmenso.


“Je n'en connais pas la fin” - Quizá la gran sorpresa del disco es la inclusión de una canción popularizada por Edith Piaf. En ella todo es delicadeza, desde la melodía casi infantil con la que comienza, interpretada de forma encantadora por Buckley a la guitarra, hasta la forma de cantar del artista con inflexiones llenas de sutileza. Una joya con todo el encanto de un carrusel infantil girando iluminado al atardecer.




“The Way Young Lovers Do” - El EP se cierra con una larga versión de una canción de Van Morrison introducida con una prolongada queja que desemboca en un atractivo ritmo de guitarra con progresiones a medio camino entre el jazz y el rock progresivo. Con ese fondo empieza la interpretación vocal que es un derroche de facultades y talento por parte de un artista decididamente diferente. Entramos así en la parte central en la que Buckley se atreve con un extenso y arriesgado fragmento dominado por el “scat” en fantástica combinación con la guitarra. Es algo que hay que escuchar para hacerse una idea porque cualquier descripción se queda corta.


En 2003, coincidiendo con el décimo aniversario de la publicación del EP, apareció una edición expandida del mismo que recogía los dos conciertos completos de los que procedía la grabación original. Más de dos horas y media de canciones entre las que se conservan los comentarios del músico durante la actuación. Un documento precioso que recomendamos, aunque, quizá por pura nostalgia, hoy nos quedamos con el encanto del disco original que, por otra parte, fue el que llamó la atención de medio mundo antes, incluso, de la publicación del aclamado “Grace”.

miércoles, 13 de diciembre de 2023

Brad Mehldau - Places (2000)



“Parece que solo nos damos cuenta de lo magnífico que es un lugar cuando lo abandonamos”. Con esa reflexión abre Brad Mehldau las notas de su disco “Places” (2000) en el que nos ofrecía paisajes sonoros que pretendían capturar parte del espíritu de las ciudades que había ido recorriendo en sus giras recientes. Abunda el músico en los recuerdos inconscientes de los sitios que vuelven inadvertidamente cuando captamos un olor o un sonido que experimentamos allí y lo relaciona con el concepto kantiano de lo sublime antes de ponerse aún más filosófico reflexionando sobre la nostalgia que nos produce recordar lugares en los que hemos estado e incluso va más allá preguntándose si tenemos nostalgia de los sitios o de la propia nostalgia que nos provoca el recordarlos.


Toda esa argumentación va dirigida a presentar una colección de piezas centradas en sus recuerdos de algunos lugares significativos pero lo realmente importante para nosotros es la música, independientemente del contexto que le pueda dar a cada composición su procedencia. En este sentido el trabajo fue novedoso en su día porque combinaba las piezas para trío con las de piano solo. Hasta aquel entonces, la gran mayoría de los discos de Mehldau habían sido grabados con el clásico formato de piano, contrabajo y batería con Larry Grenadier y Jorge Rossi acompañando al propio Mehldau. De hecho, desde un punto de vista estrictamente cronológico, “Places” se sitúa entre los volúmenes cuarto y quinto de la serie “The Art of the Trio”. Los discos en solitario con su piano, más habituales en su última etapa, solo habían sido una rara excepción hasta entonces reflejada en la publicación de “Elegiac Cycle” en 1999 pero para este “Places”, el músico buscó una mezcla de ambos formatos: el de trío, con sus compañeros habituales, y el de piano solo. La temática geográfica de cada composición, cobra una importancia mayor si entendemos el disco como un viaje, o como dice el propio Mehldau, como una odisea que termina en el mismo lugar en que empezó siendo Los Angeles la particular Ítaca de nuestro protagonista aunque la referencia principal del músico fue más el Ulises de James Joyce que el de Homero.


“Los Angeles” - El recorrido comienza con una serie de notas de piano que se repiten en grupos de dos formando la base de la pieza. A partir de ahí aparece el contrabajo y los diálogos entre ambos instrumentos con la sutil batería de Jorge Rossi como activo espectador. En todo caso, es una pieza tranquila, elegante y sin sobresaltos, buena muestra del estilo habitual del músico cuando escribe para su trío.


“29 Palms” - La primera composición para piano solo del trabajo comienza con un atractivo ritmo sincopado sobre el que comienzan a fluir las melodías. Estamos ante una pieza sorprendentemente variada, con continuos cambios dinámicos y una gran expresividad a lo largo de todo su desarrollo. Con una mezcla entre el night club más exclusivo y una rara sofisticación.


“Madrid” - El siguiente tema para trío está propulsado por una contagiosa base rítmica de aires brasileños en la que se pone de manifiesto el delicado magisterio de Rossi, sentando cátedra de como utilizar su instrumento para acompañar sin interferir. Sin embargo, si hay algo que destaca aquí sobremanera es el excelente desempeño de Grenadier al contrabajo, omnipresente en todo el tema y con momentos de gran inspiración.




“Amsterdam” - Volvemos al piano para escuchar una de esas piezas tan características de Mehldau, con un punto mecánico en las partes rítmicas, exactas y precisas hasta el asombro, pero que funcionan como la base perfecta para que surja y progrese la melodía.


“Los Angeles II” - En una línea similar pero más lírica se desarrolla el siguiente corte del disco en el que asistimos a un largo desarrollo melódico con un tema que no deja de crecer y expandirse en cada compás. Agotador por momentos al no permitirse ni un respiro para recapitular, es el Mehldau pianista en su máxima expresión.


“West Hartford” - Por algún motivo, encontramos al músico más suelto en sus piezas para trío, como es el caso de esta, que en las que nos ofrece en solitario. En esta ocasión estamos ante un tema de jazz típico en el que los tres músicos se desenvuelven con suficiencia.


“Airport Sadness” - Entre tantos viajes, no podía faltar un tema dedicado a las esperas en los aeropuertos y éste tenía que estar teñido de melancolía. Probablemente sea uno de los cortes más memorables del disco con una tristeza que no acaba de ser tal y una interpretación exquisita para una composición con sabor a cine negro.


“Perugia” - Más animado es el siguiente solo de piano, segundo consecutivo, en el que Mehldau nos lleva a través de una intrincada sucesión de cambios de ritmo y desafíos melódicos que se desarrollan en varios planos simultáneos. Una maravillosa locura para disfrutar una y otra vez.


“A Walk in the Park” - Siguiendo con el patrón que parece ya claro a estas alturas en el que las piezas para trío van en la línea más ortodoxa del jazz clásico y los temas para piano suenan más vanguardistas, regresamos al trío aunque con un protagonismo del piano mayor que anteriores aventuras con este formato. No significa eso que el resto de músicos sean meras comparsas como atestigua el brillante solo de Larry Grenadier en la parte central pero, tomando la pieza en su conjunto, es Mehldau el que manda.


“Paris” - Se pone impresionista nuestro músico como corresponde con la parada parisina y mantiene ese espíritu durante toda la primera parte de la composición para llevarnos poco a poco a continuación hacia territorios más jazzísticos pero sin perder el toque afrancesado. Sin duda, de lo mejor de todo el disco.




“Schloss Elmau” - Continúa el viaje a gran nivel con esta nueva joya del trío, que no tiene nada que envidiar a los mejores momentos del grupo en otras grabaciones. Dinamismo, inspiración y calidad a raudales para facturar un tema excelente.




“Am Zauberberg” - El último tema de piano solo del disco es también el más largo de la colección. Es un blues lento en su primera parte que va evolucionando hasta convertirse en una animada pieza que enlaza, casi sin solución de continuidad, con el tema final.


“Los Angeles (Reprise)” - Como sugiere el título y se podía inferir del comentario inicial, el corte que cierra el disco es una revisión del que lo abría más de una hora antes. Se trata sencillamente de eso por lo que tampoco podemos buscar grandes novedades.


Con la entrada en la década de los 2000, Mehldau comenzó a expandir su estilo y a probar con formatos nuevos sin abandonar de todo los discos en solitario o con el trío. Llegaron entonces discos a dúo con guitarristas, saxofonistas e incluso vocalistas además de con bandas mucho más extensas e incluso orquestas. En cierto modo, “Places” es una especie de resumen de lo que había hecho hasta el momento y podríamos considerar que cierra una etapa de no ser porque unos meses más tarde apareció el quinto y último volumen de la serie “The Art of the Trio” que, precisamente por ser el último, parece más adecuado como cierre. Nosotros queremos recomendar este “Places” como uno de los grandes trabajos de su autor y también como una buena forma de introducirse en su discografía.