Mientras que en casi todos los ámbitos de la música es habitual encontrar obras escritas en colaboración por diferentes compositores, en lo que conocemos como “música clásica”, este es un hecho bastante raro y que se suele circunscribir a los estilos más vanguardistas y experimentales. Por eso siempre nos llamó la atención la obra de la que vamos a hablar hoy y que está firmada a dúo por Philip Glass y Robert Moran. El caso de Moran es muy curioso y más aún si lo confrontamos con el propio Glass. Ambos son contemporáneos pero su producción, y especialmente en lo que se refiere a las grabaciones de la misma, tienen enfoques diametralmente opuestos. Tanto es así que Moran apenas ha publicado dos discos (tres, si contamos el que comentamos hoy) mientras que de la discografía de Glass hace tiempo que perdimos la cuenta. En su momento alcanzó una cierta notoriedad con sus obras compuestas para ciudades. No es que le dedicase una composición a una ciudad sino que la propia ciudad iba a ser la intérprete de la obra. Así, en su “City Work” (1969) hicieron falta 100.000 intérpretes del area de San Francisco, incluyendo dos emisoras de radio, una de televisión, 30 rascacielos, aviones, grupos de danza, etc.
En 1984, el American Repertory Theater, de Cambridge, encargaría a Glass y Moran una ópera basada en el cuento de los Hermanos Grimm, “El Enebro” (“The Juniper Tree” en inglés). El enfoque era claro. Cada uno de los autores escribiría alternativamente la música de cada escena, contando con parte del material compuesto por el otro para darle cierta unidad al conjunto, y lo mismo ocurriría con las transiciones entre ellas. A la hora de la verdad, la cosa no fue exactamente así pero podemos considerar que se ajustó más o menos a ese planteamiento.
El primero de los dos actos comienza con un extenso prólogo a cargo de Glass en su clásico estilo de los ochenta que recuerda por igual tanto a los pasajes más solemnes de obras como “Koyaanisqatsi” como a determinados fragmentos de sus óperas “Akhnaten” o “Satyagraha”. Las partes corales y las intervenciones de las solistas tienen un punto más alegre aunque deja entrever el trasfondo siniestro de la historia. En todo caso, el prólogo es muy variado y reúne momentos musicales muy diferentes que nos muestran todo el abanico estilístico de su autor. Nos quedamos con uno de los clímax en los que la orquesta es acompañada por el órgano ofreciéndonos un momento estremecedor. Las dos primeras escenas de la obra corren por cuenta de Robert Moran y desde el comienzo queda bien claro que estilo de ambos compositores tiene pocos puntos en común. Moran tiene un enfoque mucho más lírico y centrado en la melodía, aunque mantiene una base minimalista en la que la repetición de elementos sigue estando presente. Hay momentos de gran complejidad en los que la voz principal se combina, por un lado con las cuerdas y, por otro, con los metales, creando una atmósfera impresionante en lo que creemos que es la mejor parte de la primera escena. La parte final de la misma es caótica a su manera con un desarrollo muy interesante desembocando en una segunda escena que comienza con un bello pasaje cantado por la soprano en un precioso diálogo con el clarinete con apoyos puntuales del piano. Una pequeña joya que se transforma poco a poco en un fragmento dramático lleno de tensión y fuerza con un piano abrumador colándose entre los entresijos de las cuerdas. La tercera escena, mucho más breve, nos devuelve a Glass en un tramo velocísimo que nos lleva a la “Bird Song”, también escrita por Philip en uno de sus momentos más inspirados melódicamente hablando y que nos recuerda, siquiera ligeramente, al estilo de Michael Nyman. El epílogo del primer acto lo pone Robert Moran con un corto tema instrumental sin mayores sorpresas.
Glass es el encargado de la primera escena del segundo acto para la cual nos regala un bonito dueto vocal acompañado de los característicos arpegios y demás recursos de su estilo. Una buena despedida, de hecho, de su autor, quien ya no volverá a participar en la obra. A partir de aquí y hasta el final toma las riendas un inspirado Robert Moran comenzando por un inspirado interludio en el que sí que encontramos elementos del estilo de Glass, como se suponía que debía ocurrir en cada parte firmada por uno de los autores. Pasamos así a la segunda escena en la que Moran recupera alguno de los motivos centrales de la obra en un esfuerzo por dotarla de coherencia interna que no se ha notado tanto cuando era el turno de Glass. También desde el punto de vista instrumental hay una mayor complejidad jugando con las posibilidades de todas las secciones de la orquesta en los momentos más turbulentos. La escena final es un emotivo trío entre los dos hermanos y su padre en el que Moran vuelve a apelar a su lado más melódico con grandes resultados.
Intuimos que la relación entre los dos autores no debió ser la mejor puesto que los derechos de la obra, en lugar de ser compartidos, quedaron todos en propiedad de Glass quien se opuso durante mucho tiempo a la difusión de las grabaciones de la misma, originadas en las diversas representaciones. En cambio, Moran animaba a sus seguidores a piratear y distribuir ese material “para una mayor difusión del mismo”. Finalmente, en 2009, Glass publicó “The Juniper Tree” en su propio sello por lo que entendemos que las diferencias entre ambos debieron arreglarse en cierto modo.
“The Juniper Tree” es una ópera interesante pero nos cuesta incorporarla al amplio repertorio de Glass, no tanto por el hecho de que sea de autoría compartida (Glass tiene más obras de esas características como su “Passages” con Ravi Shankar con las que no nos sucede lo mismo), como por el mayor protagonismo asumido por Robert Moran. En cualquier caso merece la pena acercarse a una obra tan original en su planteamiento, al margen de que el resultado final sea o no el esperado. Curiosamente es una ópera que se sigue representando con cierta regularidad en teatros de todo el mundo por lo que nuestras reticencias al respecto probablemente estén erradas.
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