lunes, 23 de diciembre de 2019

Vangelis - Nocturne (2019)



A finales del año pasado pudimos leer la noticia de que Vangelis iba a lanzar un disco de piano solo. El anuncio, en principio, era realmente interesante ya que hablamos de un artista consagrado que en su carrera se ha caracterizado, sobre todo, por un sonido apabullante en cuanto a recursos y que generalmente no destaca precisamente por lanzamientos intimistas ni por paletas tímbricas tan reducidas. Evidentemente, y pese a haber renunciado desde el principio a todo atisbo de educación formal, tanto en el campo de la interpretación como en el de la composición, las habilidades pianísticas del músico griego no son nada desdeñables y nos ha dejado registros notables en ambas facetas con el piano. Discos como “Heaven and Hell” o “Chariots of Fire” no se entienden sin el maravilloso sonido del “Imperial Bösendorfer 290”, el espectacular piano de 97 teclas que el propio fabricante austriaco adaptó siguiendo las indicaciones de Vangelis.

En cualquier caso, y con contadas excepciones, no se puede afirmar que el piano haya sido un instrumento fundamental en la mayoría de los trabajos del compositor. Por esa razón nos llenaba de curiosidad la posibilidad de escuchar todo un trabajo concebido para ese instrumento cosa que explica también nuestra posterior desilusión con algunos aspectos del resultado final. El disco iba a llevar por título “Nocturne” y abundaba en esa idea de piezas para piano con un tono reposado que quizá alcanzaron su mayor fama de la mano de Chopin. El concepto quedaba reforzado por las primeras imágenes de la portada del disco que, al título y al nombre del compositor, añadía un a estas alturas, reiterativo subtítulo de “the piano album”. Las semanas anteriores a la publicación del trabajo se vieron acompañadas de una curiosa campaña promocional por la cual, aquellos seguidores que mandasen fotos de la luna en sus distintas fases a una dirección electrónica, recibirían a cambio una de las composiciones del disco en formato digital.

Ya en esos días se comprobó que algo no terminaba de cuadrar con el sonido del trabajo ya que por mucho que se insistiera en la promoción en la idea de “Vangelis” y “piano” juntos, lo que se podía escuchar no era exactamente eso como veremos. En el disco, todas las interpretaciones son de Vangelis a excepción de un tema en el que el piano lo toca Irina Valentinova, quien ya había colaborado como intérprete, arreglista o directora en varios discos y bandas sonoras anteriores del griego como “Alexander”, la edición del 25º aniversario de Blade Runner o la música para la pelicula “El Greco”. Dentro de la extensa colección de piezas de “Nocturne”, Vangelis recupera varios clásicos anteriores en nuevas versiones adaptadas al formato instrumental del disco.

Vangelis en una de sus escasas apariciones públicas de los últimos tiempos.


“Nocturnal Promenade” - Las primeras notas del trabajo hacen que notemos que algo no es como nos habían dicho y es que lo que oímos no es un piano acústico sino un sintetizador con un sonido que no termina de acercarse al real. Además de eso, la melodía de “piano” está acompañada por “pads” electrónicos que, si bien son muy sutiles y acompañan de un modo discreto, anulan por completo la premisa inicial del disco que sugería a un Vangelis al piano solo. Al margen de esta consideración, la pieza es realmente bonita y más próxima a las intimidades de obras como “El Greco” que las piezas más grandilocuentes del músico heleno.




“To the Unknown Man” - La primera de las versiones de piezas antiguas es esta en la que Vangelis se atreve con una de sus melodías más emocionantes. El sonido de “piano” es más artificial, si cabe, que el del tema anterior y esto se nota mucho al comienzo. El músico empieza directamente con el tema central, sin referencia a la introducción electrónica del original y durante estos primeros minutos todo suena muy desangelado. El arreglo es muy sencillo y más propio de un aficionado haciendo un “cover” que del mismísimo Vangelis. Afortunadamente en la segunda parte de la pieza, el músico abandona la cita literal improvisando alguna variación mucho más inspirada que incluye muchos guiños, tanto melódicos como estilísticos a la suite de “Chariots of Fire”.

“Mythodea, Movement 9” - La pieza escogida por Vangelis para que intervenga Irina Valentinova es una de las más líricas de “Mythodea”, la epopeya especial compuesta por el griego para la NASA. El músico acompaña al piano de la invitada con sus sintetizadores haciendo las veces de cuerdas, arpas, campanillas e incluso de maderas completando así un arreglo realmente conseguido que realza la que es una de las mejores melodías del Vangelis de los últimos lustros.




“Moonlight Reflections” - Volvemos a las composiciones nuevas con esta reposada pieza que nos recuerda lejanamente al “3+3” del disco “Spiral”, quizá en una versión muy ralentizada. No nos lleva a ninguna parte y, probablemente sea una pieza que no muchos oyentes recuerden, incluso tras varias escuchas del disco. No deja poso alguno pero es agradable.

“Through the Night Mist” - La siguiente parada del viaje nos lleva a territorios conocidos por los seguidores del músico griego ya que esta composición podría ser perfectamente un descarte de “El Greco” en su primera mitad. La segunda parte, en cambio, nos remite a un Vangelis anterior con reminiscencias de trabajos como “Antarctica” o el propio “Chariots of Fire”. No tiene el carisma de aquellas obras, claro está, pero mantiene un buen nivel.

“Early Years” - Desde un punto de vista puramente melódico, esta es una de las mejores piezas de todo el disco, si no la mejor. Escuchamos a un Vangelis romántico y con un punto de melancolía como aquel que sonaba en muchas de las bandas sonoras de la época en la que trabajó con Frederic Rossif. Una pequeña gema escondida que bien haríamos en tener muy presente.

“Blade Runner, Love Theme” - A priori, y una vez vista la lista de temas antiguos escogidos por el compositor para ser adaptados aquí, esta inolvidable pieza de la banda sonora de Blade Runner se nos antojaba como la más difícil de sacar adelante. Vangelis opta por una breve introducción sin mucho que ver con el original para afrontar después el tema central. Como ocurría en alguna de las anteriores versiones, las partes más “literales” no terminan de funcionar del todo bien y comoquiera que en esta ocasión, Vangelis no se sale demasiado del guion, la cosa no nos convence del todo.

“Sweet Nostalgia” - Formalmente impecable y con un aire como a cine clásico muy notablees la siguiente composición en la que tenemos la impresión de que el griego juega en algún momento con una serie de acordes muy cercanos al “My Way” de Sinatra lo que quizá haya influido en la idea que algún crítico a deslizado y que apunta a que este “Nocturne” tiene algo de despedida flotando todo el tiempo.

“Intermezzo” - Actuando de separador entre las dos mitades del disco encontramos esta pieza ejecutada exclusivamente con cuerdas electrónicas y sin nada que se asemeje a un piano. Nuevamente estamos ante un Vangelis clasicista en la linea de sus trabajos de la primera década de este siglo. Quizá le falte algo de concreción para terminar de gustarnos como antaño pero como pieza de transición funciona.

“To a Friend” - Con esa dedicatoria sin nombre titula Vangelis el siguiente corte. La primera parte es un lento divagar que no termina de llegar a ningún sitio pero en el tramo final aparece la inspiración con varios retazos del Vangelis que todos admiramos. No llega a ser un tema redondo, en cualquier caso.

“La Petite Fille de la Mer” - Otro de los clásicos con difícil adaptación por la carga emotiva que tenía el original y por lo diferente de los instrumentos utilizados. Sin embargo, aquí, Vangelis cumple con nota en nuestra opinion. Y lo hace centrándose en los elementos básicos de la pieza de 1973, dejando que las cuerdas acompañen la melodía del piano al unísono, sin introducir ninguna variación y es que hay cosas tan bien hechas que lo mejor es cambiarlas lo menos posible.

“Longing” - Una pieza sencilla con un esquema repetitivo que nos deja con ganas de más porque pese al prometedor comienzo, apenas tiene desarrollo. Solo en los instantes finales parece apuntarse una evolución hacia algo diferente que queda abortada cuando termina la composición.

“Chariots of Fire” - Vangelis no rehuye el tópico y se atreve con la que con toda probabilidad es su composición más conocida a todos los niveles. En su favor, tenemos que decir que el arreglo es muy sobrio y recuerda más a los pasajes de la “suite” de la banda sonora en los que se apunta la melodía dentral que el propio tema en sí. Es curioso que digamos esto porque realmente, “Chariots of Fire” es el título de esa “suite” y no el del tema más conocido de la película cuyo verdadero nombre es “100 Metres”. Sin embargo su popularidad ha terminado fagocitandolo todo hoy en día hablar de “100 Metres” prácticamente carece de sentido.




“Unfulfilled Desire” - Una de las facetas más sorprendentes de Vangelis ha sido siempre la de improvisador y en internet hay infinidad de vídeos que ratifican esto en los que muestra un talento casi sobrehumano para ir componiendo piezas casi sinfónicas sobre la marcha. En este disco , sin llegar a tamaña exhibición de facultades, sí que tenemos la sensación de que hay más de una pista que surge de la pura improvisación y esta es una de ellas. Aparentemente no hay un esquema previo sino que la música fluye todo el tiempo con algunos momentos de verdadera inspiración por parte del músico.

“Lonesome” - Una de nuestras piezas favoritas del disco. Sencilla pero con ese talento melódico del compositor griego presente en todo momento. Melodías sutiles que apenas se apuntan antes de salir por otro lado sin bajar ni un ápice el nivel, pequeñas citas de trabajos anteriores bien enmascaradas... una delicia.




“1492: Conquest of Paradise” - Si hay una pieza que podría llegar a rivalizar en popularidad con “Chariots of Fire” (a cierta distancia, eso sí) sería el tema central de la película de Ridley Scott sobre el descubrimiento de américa. Sin arriesgar lo más mínimo en cuanto al arreglo, Vangelis consigue una versión más que aceptable que guarda un correcto equilibrio entre la mera transcripción del tema central y unas elegantes variaciones que nos dejan con un muy buen sabor de boca.

“Pour Melia” - El cierre del disco no podría ser más apropiado en relación con el tema de la noche, leitmotiv de todo el trabajo. Se trata de una delicada miniatura en forma de canción de cuna interpretada con el típico sonido de cajita de música. Una forma tremendamente elegante de cerrar el disco.

A esta alturas, la figura de Vangelis es incuestionable. Nada de lo que haga ya puede empañar su trayectoria y también es improbable que nos deje trabajos del nivel de los que nos regaló en sus mejores épocas. En este contexto, “Nocturne” es un disco muy digno de un artista del que no cabe esperar ya ningún salto mortal en cuanto a estilo ni ninguna revolución sonora. Todo eso lo hizo ya en varias ocasiones en su día y ha quedado en la historia particular del griego. Desde este punto de vista, “Nocturne”, como lo fue “Rosetta” en su momento, es un buen disco, con un punto de nostalgia para los viejos fans en forma de versiones y con varias piezas que hacen bueno el refrán castellano que afirma que “quien tuvo, retuvo”. Ni siquiera nos atrevemos a echarle en cara el uso de “presets” de piano en la mayor parte del disco (si no en todo él). No nos queda más que agradecerle toda la música que nos quiera ir dando de ahora en adelante porque no podemos pedirle más. Quizá una sola cosa y es que vaya dando salida a es impresionante catálogo de música que nunca ha publicado y que probablemente sea tan extenso o más que la parte que conocemos. Eso haría aún más grande un legado que hoy es ya incomparable.

lunes, 9 de diciembre de 2019

Bill Evans - Interplay (1963)



Sin duda, el pianista de jazz que más ha aparecido por aquí ha sido Brad Mehldau pero a pesar de su gran categoría todavía no es habitual verle en los puesto más altos de esas listas que de vez en cuando aparecen con los nombres de los más grandes de la historia. Uno de los que indefectiblemente siempre está ahí es el músico del que hoy vamos a hablar: Bill Evans. Su importancia en la historia del jazz es crucial y lo es, especialmente, por todo aquello que más se le criticó en su momento. Pese a ser uno de los grandes del género, su formación y sus influencias no procedían precisamente del jazz más tradicional sino de la música clásica y muy especialmente de los compositores impresionistas franceses como Ravel o Debussy. Eso se reflejaba en su forma de tocar y no siempre fue bien entendido.

A lo largo de los años 50 grabó sus primeros trabajos incluyendo su pieza más conocida, “Waltz for Debby” y se hizo un nombre hasta el punto de ser reclamado por Miles Davis para trabajar con él siendo uno de los miembros del grupo que grabó “A Kind of Blue”: EL DISCO. Conociendo la trayectoria de Miles, esto no debería ser un detalle especialmente relevante puesto que por sus distintos grupos pasaron decenas de músicos pero no hay demasiados en esa lista de los que el trompetista afirmase que “planeé todo el disco alrededor de la forma de tocar de Bill Evans”. Miles y Bill congeniaron enseguida como solo lo hacen los grandes genios pero su colaboración fue breve. Había demasiadas pequeñas cosas que de forma sutil conspiraban contra la permanencia en el tiempo de tal asociación. Por un lado estaba la cuestión racial, muy presente en los Estados Unidos de los cincuenta, y que en esta ocasión funcionó en el sentido contrario al habitual. Evans era el único blanco en una banda de negros que tocaba música de negros. Eso no fue nunca un problema entre ellos y, de hecho, Miles bromeaba con él habitualmente llamándole “blanquito” o interrumpiéndole cuando sugería algo con frases como: “hey, relajate... aquí no queremos opiniones de blancos”. La presión era más sutil y es que el sentimiento de que los blancos, una vez más, se estaban aprovechando de la cultura negra para hacer dinero era común entre muchos artistas. Chet Baker, Gerry Mulligan o Dave Brubeck triunfaban y ganaban más que las figuras de color de la época. En palabras del propio Miles, “se suponía que serían una alternativa al jazz que ya se hacía antes, una nueva visión o algún tipo de avance pero en realidad era la historia de siempre: a la mierda negra nos estaban estafando una vez más”. Hay muchas crónicas de la época que reflejan el hecho de que en los conciertos de la banda, los solos de todos los músicos eran ovacionados sin contemplaciones a excepción de los de Evans que, en el mejor de los casos se llevaba algunos aplausos aislados

En cualquier caso, y como decíamos antes, nunca hubo problemas de ese tipo entre Evans y Davis pero sí la clásica incompatibilidad que surge con el tiempo entre los egos de los genios. Quizá también el dinero y el reconocimiento fueron un problema. En aquella época, Miles Davis sencillamente daba unas pocas indicaciones a los músicos sobre lo que quería que tocasen: un par de apuntes sobre la tonalidad, el ritmo, etc. A partir de ahí se trataba de improvisar pero luego todos los temas de los discos aparecían a nombre del trompetista. Se cuenta que Evans reclamó figurar como co-autor de “Blue in Green”, una de las piezas de “A Kind of Blue”. Después de varias discusiones al respecto, Miles le entregó 25 dólares diciéndole que con eso quedaba zanjada la cuestión. Efectivamente, así fue. No volvieron a colaborar. Pocos meses después, Evans lanzaría “Portrait in Jazz”, su primer disco con su nuevo trío y en él aparecía “Blue in Green”. En los créditos Evans incluyó su nombre como autor junto al de Davis.

Aunque el formato favorito de Evans, al margen del de piano solo, era el de trío, el disco que queremos traer hoy aquí no se corresponde con esa formación. En él intervienen los miembros de un improvisado nuevo trío, Percy Heath (contrabajo) y Philly Joe Jones (batería), con el importante refuerzo de Fred Hubbard a la trompeta y el guitarrista Jim Hall con quien Evans había colaborado ya en varias ocasiones anteriormente. No estaba en esta ocasión su batería habitual, Paul Motian, ni Scott LaFaro, el contrabajista cuyo fallecimiento un año antes en accidente de tráfico sumió a Evans en una depresión que le llevó a dejar de tocar durante varios meses. El disco llevó el título de “Interplay” y fue publicado a mediados de 1963.

Bill Evans


“You And the Night And the Music” - El primero de los cortes del disco es una pieza del musical de 1934, “Revenge in Music”. El comienzo es fulgurante destacando la trompeta de Hubbard interpretando el tema central pero a partir de ahí es Evans quien toma las riendas excelentemente acompañado por un sobresaliente Philly Joe Jones a la batería. El siguiente en improvisar es Hubbard que cumple a la perfección para dar el relevo a Jim Hall y su guitarra antes de reunirse de nuevo todos para recrear la melodía principal de la pieza.




“When You Wish Upon a Star” - Bill Evans era un gran aficionado a las películas de Disney lo que explica la elección de esta canción de la película “Pinocho” (1940) en el disco. Es una balada deliciosa interpretada con gran delicadeza por todos los músicos. Fred Hubbard está impecable y la forma de tocar de Evans rebosa sensibilidad por los cuatro costados.

“I'll Never Smile Again” - Este estándar de 1940 popularizado por Frank Sinatra, entre otros, es una perfecta excusa para que la banda se lance a una desenfrenada interpretación en la que Jim Hall brilla especialmente en contraste con la trompeta mucho más contenida de Hubbard. No hemos hablado mucho de Heath y su contrabajo de precisión metronómica pero es que su aportación es tan perfecta que poco se puede añadir.

“Interplay” - La única pieza propia de todo el trabajo es esta magistral composición firmada por Evans en solitario. Parte de una sencilla frase con la que es fácil imaginar al feliz protagonista de una película clásica caminando por las calles de Nueva York con una sonrisa de oreja a oreja, chaqueta abierta, las manos en los bolsillos y silbando a ratos una desenfadada melodía mientras mira en todas direcciones. Probablemente escuchemos aquí la mejor interpretación de Hubbard en el disco aunque todo en la pieza es memorable.




“You Go To My Head” - Otro estándar, esta vez de 1938, grabado por multitud de artistas que van desde Billie Holiday hasta Brian Ferry. Excelente de nuevo la batería de Jones, integrante en su día del primer gran quinteto de Miles Davis. Junto con la exuberante trompeta de Hubbard y un piano cristalino a cargo del propio Evans nos regalan una interpretación inigualable.

“Wrap Your Troubles in Dreams (And Dream Your Troubles Away)” - Cierra el disco esta canción de 1931 popularizada por Bing Crosby en su día (sí, no solo cantaba villancicos). Un colofón excelente para un gran disco. La sección rítmica parece tocada por los dioses y tanto Evans como Hubbard están a un nivel superlativo.




Pese a gustarnos el “jazz” desde hace mucho tiempo, tenemos que reconocer que es uno de los géneros de los que más cosas desconocemos y sobre el que más nos cuesta tener criterios definidos. De hecho, nuestros tres pianistas favoritos (Herbie Hancock, Brad Mehldau y el propio Evans) no pueden ser más diferentes entre sí. De entre ellos, Evans ejemplifica para nosotros la vertiente más clásica del “jazz” pese a sus “impurezas” procedentes del ámbito académico europeo. Seguro que más adelante volveremos a hablar de él pero, hasta entonces, os recomendamos una escucha a este “Interplay” que, pese a no ser exactamente su disco más representativo por ser el primero en que se rodea de un grupo más amplio que su habitual trío, nos parece un trabajo magnífico.

lunes, 2 de diciembre de 2019

Brian Eno - Apollo: Atmospheres & Soundtracks (Extended edition) (2019)



A comienzos de la década de los ochenta, Brian Eno recibió el encargo de crear una banda sonora para un documental sobre las diferentes misiones Apollo. En un principio se trataba, sencillamente de imágenes grabadas durante los distintos viajes de los astronautas que irían acompañadas de la música de Eno, sin narración alguna al margen de algunas conversaciones entre los miembros de las diferentes tripulaciones. El director, Al Reinert, fue quien se puso en contacto con Eno personalmente para explicarle el proyecto que el músico aceptó encantado. Cuenta Brian cómo vio en su día las imágenes del alunizaje del Apollo XI en televisión y recuerda que sus sentimientos eran contradictorios. Por una parte, aquella era una hazaña memorable y digna del mayor de los elogios pero por otra, la cobertura televisiva, con los medios tan limitados de la época, “hacía pasar la retransmisión por una especie de versión barata de Star Trek”. Precisamente por eso, la idea de Reinert de unir en una película las imágenes de archivo de todas las misiones le pareció una forma mucho más adecuada de documentar la epopeya espacial lo que le hizo aceptar el encargo muy ilusionado. Eno no veía la película como un film de aventuras por lo que el enfoque de la música iba a ser muy introspectivo, algo que se ajustaba como un guante a su estilo. Durante los preparativos de la grabación, el músico se dio cuenta de que los astronautas escuchaban mucha música en su tiempo libre: música “country”. Un estilo muy alejado del de Eno, sin duda, pero éste se las arregló para introducir en la banda sonora unas cuantas pieza de inspiración “country” con la ayuda de la guitarra de Daniel Lanois, quien firma varias de las piezas del album. El otro artista invitado fue el hermano de Brian, Roger que también aparece como co-autor de un puñado de composiciones.

El documental, titulado “Apollo” se estrenó en unas pocas salas de cine en los Estados Unidos con una acogida más bien tibia lo que hizo que Al Reinert y la productora lo retirasen de la circulación para rehacerlo completamente. Esto no impidió que Eno publicase el disco igualmente, convirtiéndose así en la banda sonora de una película que casi nadie había visto. La nueva versión del documental tardaría varios años en terminarse y lo hizo con muchos cambios. Se añadieron entrevistas a los astronautas que participaron en las distintas misiones, se retocó toda la narración y se re-elaboró la banda sonora eliminando parte de las composiciones de Eno y sustituyéndolas por otras nuevas que el músico publicaría como parte de otro trabajo varios años más tarde. También se cambió el título del documental que pasaba a llamarse “For All Mankind”. La película se estrenó finalmente en 1989  siendo nominada a los Oscar en la categoría de documental y ganando varios premios más.

En 2019, al cumplirse los 30 años desde el lanzamiento de la versión final de la película, Eno ha decidido lanzar una reedición del disco original acompañándola de un segundo CD apropiadamente titulado “For All Mankind” con material completamente nuevo grabado en compañía de Daniel Lanois y Roger Eno, es decir, los dos artistas que le acompañaron en la aventura original. El disco está dedicado a Al Reinert, fallecido en 2018.

Cartel promocional del documental de Reinert


“Under Stars” - Abre el disco una composición de Brian con Daniel Lanois que se repetirá más adelante. Es un tema misterioso que se beneficia del sonido de bajo que ejecuta una melodía muy breve pero de un gran poder evocador. El resto son fascinantes atmósferas electrónicas que evolucionan muy lentamente consiguienso un magnífico arranque para el disco.




“The Secret Place” - Seguimos con un tema de Lanois con arreglos de Brian Eno. Más ambientes etéreos adornados esta vez con voces electrónicas y sonidos que parecen proceder del espacio más profundo. Precioso e inspirador como pocos temas de estos estilos.

“Matta” - Primera pieza de Eno en solitario del disco. Música ambient en toda su expresión con extraños sonidos animales y percusiones que parecen remitir, no al espacio exterior, como sería previsible, sino a alguna remota selva terrestre. De las composiciones más inquietantes del disco por su escasa relación con la temática del mismo pero igualmente interesante.

“Signals” - El dúo Eno / Lanois firma esta breve pieza que es como una mortecina procesión sonora que discurre con un ritmo casi inapreciable y un desarrollo tremendamente sutil. Es música de una fragilidad casi dolorosa que, sin embargo, posee una personalidad inconfundible.

“An Ending (Ascent)” - Si tuviéramos que escoger una y sólo una composición de toda la carrera de Brian Eno, no tendríamos ni una sola duda a la hora de señalar a esta como la más firme candidata. No se puede decir más con menos elementos pero es que el compositor británico supo dar aquí con la tecla para emocionar al oyente con una cantidad de recursos realmente sorprendente por escueta. No en vano es una pieza musical que ha sido utilizada en infinidad de ocasiones para ilustrar todo tipo de eventos y ha formado parte de más de una banda sonora de cierta relevancia. Una obra maestra indiscutible.




“Under Stars II” - Escuchamos ahora una variación del tema que abría el disco en la que apenas hay algunos cambios tímbricos en la melodía central y unos fondos algo más dinámicos y variados. Si nos hicieran escoger entre ambas, nos quedaríamos con la primera versión.

“Drift” - La siguiente pieza del disco está firmada a dúo por los hermanos Eno en lo que fue el debut discográfico de Roger. No se aprecia aquí demasiado aún su aportación ya que todo lo que suena podría haber aparecido en cualquier disco anterior de Brian y no habríamos notado ninguna aportación ajena. Es esta una pieza electrónica atmosférica sin un excesivo desarrollo melódico que continúa con la linea del trabajo, algo que no podemos decir de la siguiente.

“Silver Morning” - Ya dijimos en la introducción que Brian Eno quiso que hubiera algo de “country” en el disco, ya que esa era principalmente la música que los astronautas de las misiones Apollo escuchaban en sus ratos de asueto. La composición y la interpretación corren por cuenta de Daniel Lanois en su totalidad. Se trata de una pieza de guitarra que sería la versión del músico de lo que entiende como “country” que tampoco tiene por qué coincidir exactamente con lo que muchos oyentes entendemos como tal.

“Deep Blue Day” - El aire melancólico del “country” está mucho más presente aquí, en esta composición firmada por los tres músicos y en la que sí encontramos ya muchos de los elementos que luego aparecerán en los discos que Roger Eno publicará bajo su propio nombre. Es una especie de folk galáctico con insólitos matices que podríamos escuchar también, por ejemplo, en los trabajos del primer Vangelis. Una rareza que, pese a todo, funciona relativamente bien.




“Weightless” - Y nuevamente los tres músicos aparecen como autores del tercer corte “country” del disco, que no nos habría extrañado de haber aparecido firmado en solitario por Roger ya que tiene todas las características de su música posterior incluido ese personalísimo toque de melancolía que el músico incorpora a su obra como parte de su influencia celta. Muy adecuado aquí puesto que la música “country” debe mucho a la inmigración irlandesa y escocesa.

“Always Returning” - Los dos hermanos Eno firman la penúltima composición del disco que es también una de las más intrascendentes pese al interesante trabajo de producción con mucho juego de cintas y una gran elaboración del sonido para arropar una escueta melodía de guitarra (que podría recordar al “Evening Star” de Brian con Robert Fripp) con un acompañamiento de piano de Roger, quizá lo que más llama nuestra atención.

“Stars” - Cierran el trabajo Lanois y Brian Eno con la última variación del tema central de la obra que básicamente es el corte que la abría eliminando la característica parte de bajo que tanto nos gustaba. Pese a ello, y para nuestra sorpresa, el tema se sostiene a la perfección durante siete largos minutos sin decaer en ningún momento.


El disco nuevo, principal atractivo para los seguidores de Eno, constaba de once cortes en los que Brian tiene un protagonismo mayor que el que tuvo en el disco original ya que participa en todos los temas y firma en solitario hasta cinco de ellos:

“The End of a Thin Cord” - Sobre un extraño fondo sonoro que en cualquier otra circunstancia sería muy molesto, escuchamos una melodía simple a la que suma un cadencioso ritmo de batería. Pese a los elementos discordantes, pocos oyentes dudarían a la hora de atribuir la pieza a Brian Eno puesto que tiene su impronta muy presente desde el primer al último segundo.

“Capsule” - Se incorpora Lanois con su guitarra para introducirnos de nuevo en los terrenos folclóricos de parte del disco de 1983 pero en esta ocasión con una composición absolutamente brillante y, a nuestro juicio, muy superior a cualquiera de las piezas de “space country” de aquel trabajo. Una delicia.




“At the Foot of a Ladder” - Aunque en los créditos del disco aparece Brian Eno como único autor de la pieza, nos extrañaría mucho que Roger no hubiera metido mano en ella ya que tanto la melodía central como los arreglos de acordeón son característicos de su obra en solitario. Nada en esta composición habría desentonado, por ejemplo, en su “Lost in Translation”.

“Waking Up” - Acompaña ahora Daniel Lanois a Brian en una pieza con reminiscencias de los discos de ambos con Harold Budd, con esos sonidos “líquidos” e indefinidos que lo llenan todo. Un tema demasiado corto, en todo caso, para sacar muchas conclusiones.

“Clear Desert Night” - Brian Eno enseña músculo aquí con una sólida composición ambiental en la linea de sus discos más recientes. Sin alardes innecesarios podemos disfrutar de un Eno a un muy buen nivel lo cual es decir mucho.




“Over the Canaries” - En la misma linea transcurre la siguiente pieza aunque con un importante contraste en cuanto a producción. Si en la anterior teníamos una poderosa batería de sintetizadores creando capas de una cierta complejidad, aquí todo eso se reduce a la mínima expresión, al nivel de las partes más austeras de “Music for Airports”.

“Last Step From the Surface” - Vuelve a incorporarse Daniel Lanois para una preciosa pieza dominada por un ritmo cadencioso y sutil que va meciéndonos con suavidad como si de una nana espacial se tratase. Encantador.

“Fine-Grained” - Con su última intervención en el disco, Lanois nos regala una verdadera joyita de similares características a la anterior “Capsule”. Todo delicadeza en una composición que, por inverosímil que parezca, nos recuerda por momentos a Enya.

“Under the Moon” - Otra pieza que recupera el espíritu de los discos con Harold Budd aunque firmada en esta ocasión por los hermanos Eno. Sonido de piano lleno de reverberación para lograr esa sensación de irrealidad que domina muchos de los discos de Brian.




“Strange Quiet” - Vuelve a hacerse evidente la personalidad de Roger Eno con una melodía que tiene su sello. Una de nuestras piezas favoritas en este tramo final del disco.

“Like I Was a Spectator” - Cerrando el disco podemos escuchar uno de los cortes más estáticos del mismo a cargo de uno de los pocos músicos en el mundo que puede hacer que el estatismo sea tan bello. Un gran colofón para un disco que puede pasar desapercibido por aparecer como complemento de una reedición pero que está entre los mejores de su autor en muchos años.


Eno estaba en uno de sus mejores momentos en cuanto a inspiración cuando grabó “Apollo” y fruto de ello fueron alguna de las piezas más importantes de su carrera que se encuentran en este trabajo. Su “secuela” es una buena actualización del disco original, modernizando en muchos aspectos el sonido pero conservando todo el espíritu de aquel. A nuestro juicio, se encuentra entre los trabajos más entonados del Eno de los últimos años. Por todo ello, esta reedición es un disco magnífico para todo aquel que quiera adentrarse en el particular universo musical del artista británico.

Os dejamos con un vídeo en el que el propio Eno habla de "Apollo"