domingo, 12 de enero de 2025

Philip Glass - Songs from Liquid Days (1986)



Hubo un momento en el que Philip Glass estuvo cerca de convertirse en una estrella del pop. Sucedió en 1985 cuando escribió su primer ciclo de canciones y, con diferencia, el más exitoso. Estamos en un momento en que la popularidad de Glass empezaba a trascender los círculos clásicos gracias a discos como “Glassworks” o las bandas sonoras de películas como “Koyanisqatsi” o “Mishima”. El compositor llevaba ya un tiempo en la nómina de artistas de CBS y, suponemos, alguien pensó que era la hora de intentar dar el gran paso con un disco más comercial, al menos en cuanto al formato. Luego veremos que tampoco fue exactamente así pero sí, si lo comparamos con su obra anterior.


Cuenta Glass que el primer problema a la hora de escribir canciones se lo encontró a la hora de escoger los textos ya que él no era un escritor ni había tenido nunca inclinaciones literarias desde el lado de la creación. Pensó entonces que lo mejor era recurrir a cantautores habituados a ese proceso y, dentro de ellos, a algunos conocidos suyos del mundo del rock, el pop y las vanguardias electrónicas. La primera persona a la que recurrió fue David Byrne, el líder de Talking Heads, quien, como Glass, había participado meses antes en la ópera colaborativa “The Civil Wars”. En la parte del proyecto encargada a Philip participó como narradora la artista multimedia Laurie Anderson así que Glass también le propuso a ella la creación de algunos textos. El siguiente participante sería Paul Simon, para quien el compositor había escrito una coda para la canción “The Late Great Johnny Ace” un par de años antes con lo que aquí se presentaba una ocasión perfecta para devolver favores. Desconocemos cómo entraron en contacto Philip Glass y Suzanne Vega. La cantautora llevaba un tiempo moviéndose por los círculos literarios y musicales de Nueva York pero cuando escribió las letras para las canciones de Philip, aún no había publicado su primer disco. De hecho, por las fechas de grabación y publicación de este, es más que probable que pudieran haber sido escritas en los mismos días. Lo curioso es que posteriormente han colaborado más veces como ya comentamos aquí cuando hablamos del disco “Days of Open Hand” de Suzanne. Recientemente, la cantante ha estado de gira, nada menos que como narradora en la ópera “Einstein on the Beach”.


El segundo problema con el que se encontró Glass fue el de encontrar las voces e intérpretes adecuados para cada canción y curiosamente, la elección no iba a ser de figuras importantes sino de personajes más bien secundarios como Bernard Fowler (colaborador durante mucho tiempo de los Rolling Stones y de Jagger en solitario haciendo segundas voces) o Janice Pendarvis, cuya carrera tenía como momentos más relevantes sus coros para Roberta Flack y, sobre todo, para Sting. A ese elenco se suma el trío vocal “The Roches” y, quizá, la única gran estrella del elenco: Linda Ronstadt. Cierra el reparto el tenor Douglas Perry que ya había interpretado el papel de Ghandi en la ópera “Satyagraha” del propio Glass. En la parte de los instrumentistas, además del Philip Glass Ensemble participan en el disco los miembros del Kronos Quartet.


“Changing Opinion” - Comienza el ciclo con la canción de Paul Simon interpretada por Bernard Fowler. Tras una introducción de la sección de viento del Philip Glass Ensemble entra una larga parte de piano inconfundible interpretada por Michael Riesman y que nos deja ya en manos de Bernard Fowler. En el tramo final se suma a la mezcla la flauta de Paul Dunkel para cerrar una canción magnífica pese a no suponer ninguna novedad estilística frente a otras piezas del músico más allá de la adición de voces y texto.


“Lightning” - Lo más parecido a un “single” que hay en el disco es esta apabullante pieza con letra de Suzanne Vega y con Janice Pendarvis como vocalista. Es una descarga de energía dominada por los teclados que nos reciben con los clásicos ostinati “glassianos” y un ritmo frenético. La melodía principal es sencilla pero ineludible y cuenta con una épica que podríamos calificar como de “wagneriana”. Las percusiones añaden fuerza a una mezcla cuya intensidad va subiendo compás a compás hasta la explosión final. Seguramente es la pieza más difundida del disco e incluso recordamos haberla escuchado con frecuencia de niños aunque no podemos precisar si fue como sintonía recurrente de algún programa de radio o TV o porque se difundía en las emisoras comerciales con regularidad.




“Freezing” - La segunda canción de Suzanne Vega es radicalmente distinta en lo musical. Linda Ronstadt es la voz principal con las integrantes las Roches a los coros y el Kronos Quartet en la primera parte de la canción. Luego se suma el Philip Glass Ensemble, especialmente con los teclados a una canción lenta que tiene todas las características de la música de su autor.


“Liquid Days” - Sin solución de continuidad enlazamos con la siguiente canción, primera de dos consecutivas con letra de David Byrne. Seguimos escuchando al Kronos Quartet y las Roches en una pieza algo más rápida en la que la flauta vuelve a jugar un papel importante.


“Open the Kingdom” - Subtitulada como “Liquid Days part II”, es nuestra canción favorita de todo el trabajo. Douglas Perry toma las riendas de una pieza magnífica introducida por un piano solemne y que está llena de cambios de ritmo en una evolución extraordinaria. Es como si resumiéramos lo mejor de una ópera como “Satyagraha” en apenas cinco minutos con un “in crescendo” final realmente espectacular. Uno de los mejores Glass de siempre, en nuestra opinión.




“Forgetting” - Cerrando el ciclo volvemos a la combinación Kronos Quartet / The Roches / Linda Ronstadt para interpretar un texto de Laurie Anderson. Es una canción que mezcla partes vocales lentas (con el cuarteto de cuerda) con otras más rápidas en las que interviene parte del grupo de Glass. Un buen cierre para una colección de temas que han quedado bastante olvidados en el repertorio “glassiano”.


Glass y su ensemble llegaron a actuar interpretando “Lightning” en el Saturday Night Live, con todo lo que eso conlleva, y la canción sonó con cierta asiduidad en aquellos años en la radio, incluso aquí en España pero en ningún caso podemos hablar de un éxito popular aunque “Songs from Liquid Days” es el único disco del músico que llegó al top-100 general de la revista Billboard (puesto 91) permaneciendo trece semanas en las listas. En todo caso, la crítica de la época, pese a ponderar en su justa medida el trabajo, no pasó de considerarlo “un Glass menor”. En nuestra opinión, esta valoración no es del todo correcta y creemos que “Songs from Liquid Days” es uno de sus mejores trabajos de los ochenta y un paso hacia la comercialidad muy contenido que mantenía toda la esencia del compositor en aquellos tiempos además de revelar una desconocida habilidad para escribir canciones cortas más allá de las que se podían escuchar en el contexto de sus óperas. Con los años, Glass ha llegado a escribir varias más con resultados notables en muchos casos pero lejos del nivel de esta colección según nuestro criterio. Sin ponerle un “pero” al disco, siempre nos llamó la atención que el músico no hubiera pensado en que fueran los autores de cada texto los encargados de cantarlo. Hay cortes como el último de Laurie Anderson en los que creemos que su voz habría funcionado de maravilla aunque seguramente había asuntos legales y de contratos de los artistas con sus respectivas discográficas que lo habrían complicado mucho.

lunes, 30 de diciembre de 2024

David Gilmour - Luck and Strange (2024)



Una cosa que siempre nos ha llamado la atención es la escasa discografía en solitario de los miembros de Pink Floyd, en comparación con los de otras bandas de su misma época. En la búsqueda de posibles razones por lo que esto es así, encontramos una que no es particularmente positiva para cada uno de los músicos que formaron parte del mito: ninguno de sus discos en solitario está a la altura, ni siquiera cerca, de los que firmaron en conjunto como Pink Floyd, cosa que es particularmente chocante ya que la banda tuvo etapas muy definidas en la que el liderazgo de uno de sus miembros fue muy marcado, ya fuera Syd Barrett en sus comienzos, Roger Waters en la segunda mitad de los años setenta o David Gilmour tras la salida de éste. ¿Quiere esto decir que los discos en solitario de estos artistas fueran malos?. No particularmente, pero, en general, parece claro que la magia surgía de una u otra forma cuando todos ellos estaban implicados en el proyecto.


En todo caso, la aparición de un nuevo trabajo de un miembro de Pink Floyd siempre es noticia y algo digno de reseñarse. Hoy es el turno de David Gilmour y su último disco: “Luck and Strange”, concebido, como tantos otros que hemos comentado en tiempos recientes, durante los meses del confinamiento. En esa época, y a modo de vía de escape de la situación, el músico inauguró una serie en youtube bajo el título de “Von Trapped Family Livestream” en la que el guitarrista interpretaba canciones propias (y algunas versiones, especialmente de Leonard Cohen y Syd Barrett) acompañado de miembros de su familia. Dentro de esa sucesión de temas, se presentó una canción nueva titulada “Yes, I Have Ghosts”, interpretada junto con su hija Romany, que llegó a tener videoclip propio, lo que parecía anticipar un nuevo disco. Sí y no. Parecía claro que Gilmour estaba trabajando en material nuevo pero lo cierto es que esa canción precisamente, no formó parte de la edición “normal” de lo que iba a ser su siguiente álbum (aunque sí aparece como material extra en una edición especial). También está disponible dentro del audiolibro de la novela “A Theatre for Dreamers” de la esposa de David, Polly Samson, a la postre, autora también de la mayoría de las letras de los discos de Gilmour desde que se casaron en 1994 (también escribió parte de las canciones de “The Division Bell” de Pink Floyd).


Finalmente, Gilmour juntó un buen número de canciones nuevas y decidió grabarlas a caballo entre su propio estudio particular y el de Mark Knopfler con la ayuda del productor Charlie Andrew quien, en palabras del propio Gilmour “tenía una maravillosa falta de respeto, e incluso un gran desconocimiento de mi trayectoria pasada”. Curiosa afirmación si tenemos en cuenta que uno de los primeros trabajos de Andrew fue precisamente con Roger Waters para su show berlinés de “The Wall” de 1990. Gilmour contó con un buen número de músicos para tocar en determinadas canciones del disco incluyendo al teclista Rob Gentry, a Roger Eno (piano), los bajistas Guy Pratt y Tom Herbert y los baterías Adam Betts, Steve DiStanislao y Steve Gadd. Su hija Romany canta y toca el arpa en varios cortes y Gabriel Gilmour también hace coros en algún momento. El punto de nostalgia lo pone la aparición de Richard Wright, del que David recupera una “jam session” de 2007 a la que da forma para escribir la canción que da título al disco (en la edición especial del mismo, aparece como material adicional la “jam session” completa).


“Black Cat” - Abre el disco un breve tema instrumental en el que la guitarra de Gilmour da la réplica al piano de Roger Eno y los sintetizadores de Rob Gentry. Muy en la línea del sonido de los Pink Floyd de The Division Bell.


“Luck and Strange” - Ya comentamos en otra entrada los pocos problemas que tiene Gilmour a la hora de aprovechar material de archivo de Richard Wright. Lo hizo cuando publicó bajo el nombre de Pink Floyd el disco “The Endless River” y ahora lo hace para un disco propio. Lo cierto, pese a todo, es que la canción funciona y los teclados del bueno de Rick están muy bien aprovechados lo que nos sitúa ante un muy buen tema.




“The Piper's Call” - Una de las piezas más raras del trabajo, con un inesperado protagonismo del ukelele. Es un tiempo medio bastante ajeno al estilo de Gilmour hasta que llega el estribillo que eleva el nivel con un cierto punto de épica. Quizá no lo suficiente para reflotar la canción pero sí para reconciliarnos con el viejo David, especialmente con el largo solo final de guitarra y los arreglos de órgano Farfisa.


“A Single Spark” - Seguimos con una balada en la que quizá la percusión ocupa un plano demasiado prominente en la mezcla y que nos sorprende con unos coros angelicales en la parte central en los que nos parece reconocer cierta influencia de Leonard Cohen, lo que tendría sentido habida cuenta de la cantidad de versiones del canadiense que Gilmour hizo en sus directos online durante el confinamiento.


“Vita Brevis” - Segundo instrumental del disco, aún más corto que el anterior, y con protagonismo de Romany Gilmour tocando el arpa. Una bonita miniatura sin mayor trascendencia.


“Between Two Points” - Romany se convierte aquí en la vocalista principal de una canción lenta que nos parece uno de los grandes descubrimientos del disco y que confirma todo lo buena que nos pareció como intérprete la hija de David en el ya comentado “Yes, I Have Ghosts”. Una de nuestras canciones favoritas del trabajo que es la única versión del mismo, ya que fue compuesta por la banda The Montgolfier Brothers para su disco de debut en 1999.


“Dark and Velvet Nights” - Cambio radical en el sonido que se endurece, con unas guitarras muy potentes y agresivas y un tono bluesero muy logrado. Al igual que nos pasa en varios momentos del disco, las partes de batería y las percusiones son lo que menos nos convence, llegando a distraernos en ciertos momentos. Con todo, es una canción que no nos desagrada en absoluto.


“Sings” - Parece encontrarse más cómodo Gilmour a estas alturas en los temas lentos en los que le resulta más fácil encontrar ese punto de inspiración y esas melodías que tanto aprovechó en su etapa al frente de Pink Floyd. Aquí escuchamos una de las mejores del disco en un estribillo que bien podría haber formado parte de “A Momentary Lapse of Reason”. Una gran pieza que nos acerca al final del disco.




“Scattered” - El cierre lo pone otro tema que empieza de forma suave con muchas capas de teclados y una batería muy delicada que nos gusta mucho. La parte central, en lugar del clásico solo de guitarra, nos muestra un magnífico duelo de pianos entre Rob Gentry y Roger Eno que, ahora sí, nos deja ante un magnífico solo de guitarra (acústica esta vez) por parte de Gilmour que desemboca en otro final con su inconfundible eléctrica.


Normalmente solemos comentar los discos en su versión “normal” sin hacer mucho caso a los extras que pueden aparece en las ediciones de lujo. Aquí hemos hecho lo mismo pero tenemos que recomendar que, si tenéis la oportunidad de haceros con la versión “expandida” del “Luck and Strange”, lo hagáis. Tanto la posibilidad de tener la maravillosa “Yes, I Have Ghosts” como por la de disfrutar de la jam session completa que dio origen al tema “Luck and Strange”, siquiera por el punto nostálgico de volver a escuchar a Richard Wright.


Pese a lo que pueda desprenderse de alguno de nuestros comentarios, creemos que Gilmour ha facturado un disco estupendo. Quizá el mejor de los suyos en solitario. La acogida, en general parece darnos la razón ya que ha llegado al número uno en las listas de varios países europeos (incluyendo el Reino Unido). Una buena noticia, sobre todo si tenemos en cuenta que, con el ritmo de publicación de Gilmour, cualquier disco puede ser el último.


No podemos evitar despedirnos con "Yes, I Have Ghosts" pese a que no forme parte de todas las ediciones del disco porque nos parece una verdadera joya.




miércoles, 25 de diciembre de 2024

Philip Glass & Robert Moran - The Juniper Tree (2009)



Mientras que en casi todos los ámbitos de la música es habitual encontrar obras escritas en colaboración por diferentes compositores, en lo que conocemos como “música clásica”, este es un hecho bastante raro y que se suele circunscribir a los estilos más vanguardistas y experimentales. Por eso siempre nos llamó la atención la obra de la que vamos a hablar hoy y que está firmada a dúo por Philip Glass y Robert Moran. El caso de Moran es muy curioso y más aún si lo confrontamos con el propio Glass. Ambos son contemporáneos pero su producción, y especialmente en lo que se refiere a las grabaciones de la misma, tienen enfoques diametralmente opuestos. Tanto es así que Moran apenas ha publicado dos discos (tres, si contamos el que comentamos hoy) mientras que de la discografía de Glass hace tiempo que perdimos la cuenta. En su momento alcanzó una cierta notoriedad con sus obras compuestas para ciudades. No es que le dedicase una composición a una ciudad sino que la propia ciudad iba a ser la intérprete de la obra. Así, en su “City Work” (1969) hicieron falta 100.000 intérpretes del area de San Francisco, incluyendo dos emisoras de radio, una de televisión, 30 rascacielos, aviones, grupos de danza, etc.


En 1984, el American Repertory Theater, de Cambridge, encargaría a Glass y Moran una ópera basada en el cuento de los Hermanos Grimm, “El Enebro” (“The Juniper Tree” en inglés). El enfoque era claro. Cada uno de los autores escribiría alternativamente la música de cada escena, contando con parte del material compuesto por el otro para darle cierta unidad al conjunto, y lo mismo ocurriría con las transiciones entre ellas. A la hora de la verdad, la cosa no fue exactamente así pero podemos considerar que se ajustó más o menos a ese planteamiento.


El primero de los dos actos comienza con un extenso prólogo a cargo de Glass en su clásico estilo de los ochenta que recuerda por igual tanto a los pasajes más solemnes de obras como “Koyaanisqatsi” como a determinados fragmentos de sus óperas “Akhnaten” o “Satyagraha”. Las partes corales y las intervenciones de las solistas tienen un punto más alegre aunque deja entrever el trasfondo siniestro de la historia. En todo caso, el prólogo es muy variado y reúne momentos musicales muy diferentes que nos muestran todo el abanico estilístico de su autor. Nos quedamos con uno de los clímax en los que la orquesta es acompañada por el órgano ofreciéndonos un momento estremecedor. Las dos primeras escenas de la obra corren por cuenta de Robert Moran y desde el comienzo queda bien claro que estilo de ambos compositores tiene pocos puntos en común. Moran tiene un enfoque mucho más lírico y centrado en la melodía, aunque mantiene una base minimalista en la que la repetición de elementos sigue estando presente. Hay momentos de gran complejidad en los que la voz principal se combina, por un lado con las cuerdas y, por otro, con los metales, creando una atmósfera impresionante en lo que creemos que es la mejor parte de la primera escena. La parte final de la misma es caótica a su manera con un desarrollo muy interesante desembocando en una segunda escena que comienza con un bello pasaje cantado por la soprano en un precioso diálogo con el clarinete con apoyos puntuales del piano. Una pequeña joya que se transforma poco a poco en un fragmento dramático lleno de tensión y fuerza con un piano abrumador colándose entre los entresijos de las cuerdas. La tercera escena, mucho más breve, nos devuelve a Glass en un tramo velocísimo que nos lleva a la “Bird Song”, también escrita por Philip en uno de sus momentos más inspirados melódicamente hablando y que nos recuerda, siquiera ligeramente, al estilo de Michael Nyman. El epílogo del primer acto lo pone Robert Moran con un corto tema instrumental sin mayores sorpresas.


Glass es el encargado de la primera escena del segundo acto para la cual nos regala un bonito dueto vocal acompañado de los característicos arpegios y demás recursos de su estilo. Una buena despedida, de hecho, de su autor, quien ya no volverá a participar en la obra. A partir de aquí y hasta el final toma las riendas un inspirado Robert Moran comenzando por un inspirado interludio en el que sí que encontramos elementos del estilo de Glass, como se suponía que debía ocurrir en cada parte firmada por uno de los autores. Pasamos así a la segunda escena en la que Moran recupera alguno de los motivos centrales de la obra en un esfuerzo por dotarla de coherencia interna que no se ha notado tanto cuando era el turno de Glass. También desde el punto de vista instrumental hay una mayor complejidad jugando con las posibilidades de todas las secciones de la orquesta en los momentos más turbulentos. La escena final es un emotivo trío entre los dos hermanos y su padre en el que Moran vuelve a apelar a su lado más melódico con grandes resultados.



Intuimos que la relación entre los dos autores no debió ser la mejor puesto que los derechos de la obra, en lugar de ser compartidos, quedaron todos en propiedad de Glass quien se opuso durante mucho tiempo a la difusión de las grabaciones de la misma, originadas en las diversas representaciones. En cambio, Moran animaba a sus seguidores a piratear y distribuir ese material “para una mayor difusión del mismo”. Finalmente, en 2009, Glass publicó “The Juniper Tree” en su propio sello por lo que entendemos que las diferencias entre ambos debieron arreglarse en cierto modo.


“The Juniper Tree” es una ópera interesante pero nos cuesta incorporarla al amplio repertorio de Glass, no tanto por el hecho de que sea de autoría compartida (Glass tiene más obras de esas características como su “Passages” con Ravi Shankar con las que no nos sucede lo mismo), como por el mayor protagonismo asumido por Robert Moran. En cualquier caso merece la pena acercarse a una obra tan original en su planteamiento, al margen de que el resultado final sea o no el esperado. Curiosamente es una ópera que se sigue representando con cierta regularidad en teatros de todo el mundo por lo que nuestras reticencias al respecto probablemente estén erradas.