Hay
ocasiones en las discográficas, a la hora de publicar música se
permiten raras excentricidades para las que no encontramos una
explicación fácil. El disco que comentamos hoy es uno de esos
casos. Se trata de un lanzamiento de 2006 del sello Nonesuch que
contiene dos obras escritas por John Adams en 2003, poco después de
haber creado “On the Transmigration of the Souls”, composición
que le valió el premio Pulitzer. La rareza es que, pese a la
aparente similitud de las dos obras en lo que se refiere a una
posible catalogación, cada una de ellas viene en un disco separado a
pesar de que ninguna alcanza los 30 minutos de duración. Tenemos,
por tanto, un disco doble con un material que podría haber entrado
sobradamente en uno solo. El trabajo tiene, además, dos portadas
diferentes, cada una de ellas aludiendo a cada una de las dos obras
contenidas en el trabajo.
Anécdotas
aparte, estamos ante dos composiciones notables de la etapa más
reciente de su autor, considerado por muchos como el gran sinfonista
contemporáneo. La primera de las dos, “The Dharma at Big Sur”
fue compuesta para la inauguración del Disney Hall en Los Angeles,
un espectacular auditorio obra de Frank Gehry en su inconfundible
estilo. Adams decidió organizar la obra como la narración de un
viaje de costa a costa de los EE.UU. que terminaría en Los Angeles.
A la hora de buscar una referencia poderosa de ese viaje pensó en
Jack Kerouak y en su “Big Sur”, novela que habla de un lugar en
la costa californiana en el que la costa es muy abrupta y se pueden
ver varias cascadas que vierten sus aguas directamente el Océano
Pacífico. Adams buscaba recrear la sensación de “shock” del
viajero cuando, tras atravesar todo un continente, se enfrenta a la
inmensidad del océano. También una colección de cartas del
escritor que fueron publicadas de modo póstumo bajo en título de
“Some of the Dharma” tuvieron una clara influencia en Adams cuya
idea inicial era que varios de esos textos fueran recitados por un
actor acompañado a la orquesta (llegó a pensar en Willem Dafoe). El
plan cambió por completo cuando nuestro compositor escuchó tocar en
un club de jazz al violinista Tracy Silverman, intérprete virtuoso
formado en la Juilliard School pero que abandonó el repertorio
clásico cansado de repetir una y otra vez las mismas obras. Su forma
de interpretar el violín eléctrico de seis cuerdas cautivó a Adams
y le hizo pensar en otras culturas musicales en las que el espacio
entre notas, la transición de una a otra suele hacerse mediante
“portamento” y no enlazando notas una detrás de otra con el
correspondiente silencio entre ellas. Cada uno de los dos movimientos
de la obra está dedicado a un compositor de la costa oeste
norteamericana: el primero a Lou Harrison y el segundo a Terry Riley
adoptando en ellos parte del estilo característico de uno y otro
respectivamente.
La segunda
obra vuelve a estar centrada, ahora de forma más evidente, en otro
compositor norteamericano: Charles Ives. El título, sin embargo, es
ficticio ya que el padre de John Adams no conoció (formalmente) a
Ives aunque pudieron coincidir en más de una ocasión ya que vivían
muy cerca el uno del otro. “My Father Knew Charles Ives” se
divide en tres movimientos relacionados con la zona geográfica en la
que residían los dos “protagonistas”, alguno de los cuales dio
nombre a una de las obras más conocidas de Ives, aunque aclara Adams
que el suyo y el de Charles no eran el mismo lugar pese a denominarse
igual.
Un disco. Dos obras. Dos portadas. |
Las dos
obras que contiene el lanzamiento que hoy comentamos están
interpretadas por la BB Symphony Orchestra bajo la dirección del
propio John Adams. En la primera, Tracy Silverman es el solista al
violín eléctrico y en la segunda, es Bill Houghton a la trompeta.
THE DHARMA
AT BIG SUR:
“A New
Day” - Adams se toma con mucha calma el comienzo de la obra con un
largo pasaje “pianissimo” que va creciendo poco a poco en
intensidad. En él, las cuerdas van elaborando una sólida base, muy
meditativa, sobre la que comenzamos a escuchar el violín de
Silverman que ejecuta una melodía igualmente cadenciosa. Aunque la
dedicatoria de la obra es a Lou Harrison, no podemos evitar
acordarnos de Gavin Bryars durante su escucha. En el siguiente tramo
es el violín el que toma el mando con lineas melódicas más
activas, de aire cuidadamente improvisado como indica Adams en las
notas del disco. Silverman calla unos instantes y las cuerdas toman
el relevo replicando el largo pasaje de violín que acaba de sonar
antes de volver a darle paso al mismo. El segmento final del
movimiento es brillante y en él Silverman nos muestra todo de lo que
es capaz en una interpretación intensa a la que da la réplica una
plétora de instrumentos en “tintinnabuli” (arpas, campanillas,
piano e incluso “samples” electrónicos) para culminar de forma
espectacular la primera parte de la obra.
“Sri
Moonshine” - El segundo movimiento retorna a las raíces
minimalistas de Adams. Aparentemente se trata de un tributo a Terry
Riley pero en nuestra opinión está mucho más presente el Adams de
“Shaker Loops” que cualquier otra referencia al autor de “In
C”. Silverman tiene mucho más espacio para desplegar su
virtuosismo aquí y la orquesta incorpora a las cuerdas, de fuerte
presencia en toda la obra, las percusiones y los metales que otorgan
una mayor amplitud a la paleta sonora de Adams. Teniendo en cuenta
las palabras del compositor sobre la concepción inicial de la obra y
el cambio que esta sufrió al decidir la inclusión del violín, nos
cuesta mucho hacernos una idea de cuál podría haber sido aquella
habida cuenta del importante rol de Silverman en toda la composición.
MY FATHER KNEW CHARLES IVES
“Concord”
- Un vibrante colchón de cuerdas con el apoyo del piano abre el
primer movimiento de la obra aunque no tarda en aparecer la trompeta
de Bill Houghton ejecutando el primer solo de la pieza que representa
también la más clara referencia a Ives. De un modo similar a lo que
ocurría en el final del primer movimiento de la obra anterior,
arpas, percusiones metálicas y algún sintetizador comienzan a
escucharse pero no para poner fin al mismo sino para transportarnos
al siguiente estadio: los metales interpretan una rítmica secuencia
a ritmo de marcha. Inconfundiblemente americano, no podemos negarlo.
Adams siempre ha sido un compositor tremendamente versátil pero no
le recordamos muchas piezas en este tipo de registro.
“The
Lake” - Adams lo describe como el paisaje de una noche de verano
con el suave rumor del agua y la presencia de los mosquitos que
vuelan mientras las luces lejanas se reflejan en la superficie del
lago. Más o menos algo así es lo que suena hasta que aparece el
oboe ejecutando una melodía que el compositor afirma haber escrito
con el sonido de la flauta shakuhachi en mente. Es el movimiento más
breve de la obra y se hace demasiado corto, especialmente cuando
intuimos las posibilidades de desarrollo que ofrecía.
“The
Mountain” - De las aguas del lago anterior pasamos a la descripción
musical de una inmensa mole granítica que Adams sitúa en un monte
californiano al que solía ir de excursión con su hijo. El manejo de
las diferentes secciones orquestales es verdaderamente magistral y
creemos estar en presencia del movimiento más contundente y
expresivo de toda la obra. Un cierre fantástico a la altura de las
mejores composiciones de su autor.
Aunque pronto se salió de la corriente principal del minimalismo, en muchos ambientes se sigue citando (quizá de modo erróneo) a John Adams como uno de los nombres claves de ese movimiento. Es posible que por ello su popularidad no es tanta como la de un Glass o un Reich aunque en círculos académicos su prestigio iguala, cuando no supera al de ambos. Aquí no nos atrevemos aún a poner a Adams a la altura de cualquiera de los otros nombres pero seguimos siguiendo su carrera con gran interés convencidos de que estamos ante otro de los grandes artistas de nuestro tiempo. Las dos obras que hoy comentamos dan testimonio de ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario