jueves, 29 de octubre de 2015

John Adams - The Dharma at Big Sur / My Father Knew Charles Ives (2006)



Hay ocasiones en las discográficas, a la hora de publicar música se permiten raras excentricidades para las que no encontramos una explicación fácil. El disco que comentamos hoy es uno de esos casos. Se trata de un lanzamiento de 2006 del sello Nonesuch que contiene dos obras escritas por John Adams en 2003, poco después de haber creado “On the Transmigration of the Souls”, composición que le valió el premio Pulitzer. La rareza es que, pese a la aparente similitud de las dos obras en lo que se refiere a una posible catalogación, cada una de ellas viene en un disco separado a pesar de que ninguna alcanza los 30 minutos de duración. Tenemos, por tanto, un disco doble con un material que podría haber entrado sobradamente en uno solo. El trabajo tiene, además, dos portadas diferentes, cada una de ellas aludiendo a cada una de las dos obras contenidas en el trabajo.

Anécdotas aparte, estamos ante dos composiciones notables de la etapa más reciente de su autor, considerado por muchos como el gran sinfonista contemporáneo. La primera de las dos, “The Dharma at Big Sur” fue compuesta para la inauguración del Disney Hall en Los Angeles, un espectacular auditorio obra de Frank Gehry en su inconfundible estilo. Adams decidió organizar la obra como la narración de un viaje de costa a costa de los EE.UU. que terminaría en Los Angeles. A la hora de buscar una referencia poderosa de ese viaje pensó en Jack Kerouak y en su “Big Sur”, novela que habla de un lugar en la costa californiana en el que la costa es muy abrupta y se pueden ver varias cascadas que vierten sus aguas directamente el Océano Pacífico. Adams buscaba recrear la sensación de “shock” del viajero cuando, tras atravesar todo un continente, se enfrenta a la inmensidad del océano. También una colección de cartas del escritor que fueron publicadas de modo póstumo bajo en título de “Some of the Dharma” tuvieron una clara influencia en Adams cuya idea inicial era que varios de esos textos fueran recitados por un actor acompañado a la orquesta (llegó a pensar en Willem Dafoe). El plan cambió por completo cuando nuestro compositor escuchó tocar en un club de jazz al violinista Tracy Silverman, intérprete virtuoso formado en la Juilliard School pero que abandonó el repertorio clásico cansado de repetir una y otra vez las mismas obras. Su forma de interpretar el violín eléctrico de seis cuerdas cautivó a Adams y le hizo pensar en otras culturas musicales en las que el espacio entre notas, la transición de una a otra suele hacerse mediante “portamento” y no enlazando notas una detrás de otra con el correspondiente silencio entre ellas. Cada uno de los dos movimientos de la obra está dedicado a un compositor de la costa oeste norteamericana: el primero a Lou Harrison y el segundo a Terry Riley adoptando en ellos parte del estilo característico de uno y otro respectivamente.

La segunda obra vuelve a estar centrada, ahora de forma más evidente, en otro compositor norteamericano: Charles Ives. El título, sin embargo, es ficticio ya que el padre de John Adams no conoció (formalmente) a Ives aunque pudieron coincidir en más de una ocasión ya que vivían muy cerca el uno del otro. “My Father Knew Charles Ives” se divide en tres movimientos relacionados con la zona geográfica en la que residían los dos “protagonistas”, alguno de los cuales dio nombre a una de las obras más conocidas de Ives, aunque aclara Adams que el suyo y el de Charles no eran el mismo lugar pese a denominarse igual.

Un disco. Dos obras. Dos portadas.


Las dos obras que contiene el lanzamiento que hoy comentamos están interpretadas por la BB Symphony Orchestra bajo la dirección del propio John Adams. En la primera, Tracy Silverman es el solista al violín eléctrico y en la segunda, es Bill Houghton a la trompeta.

THE DHARMA AT BIG SUR:

A New Day” - Adams se toma con mucha calma el comienzo de la obra con un largo pasaje “pianissimo” que va creciendo poco a poco en intensidad. En él, las cuerdas van elaborando una sólida base, muy meditativa, sobre la que comenzamos a escuchar el violín de Silverman que ejecuta una melodía igualmente cadenciosa. Aunque la dedicatoria de la obra es a Lou Harrison, no podemos evitar acordarnos de Gavin Bryars durante su escucha. En el siguiente tramo es el violín el que toma el mando con lineas melódicas más activas, de aire cuidadamente improvisado como indica Adams en las notas del disco. Silverman calla unos instantes y las cuerdas toman el relevo replicando el largo pasaje de violín que acaba de sonar antes de volver a darle paso al mismo. El segmento final del movimiento es brillante y en él Silverman nos muestra todo de lo que es capaz en una interpretación intensa a la que da la réplica una plétora de instrumentos en “tintinnabuli” (arpas, campanillas, piano e incluso “samples” electrónicos) para culminar de forma espectacular la primera parte de la obra.

Sri Moonshine” - El segundo movimiento retorna a las raíces minimalistas de Adams. Aparentemente se trata de un tributo a Terry Riley pero en nuestra opinión está mucho más presente el Adams de “Shaker Loops” que cualquier otra referencia al autor de “In C”. Silverman tiene mucho más espacio para desplegar su virtuosismo aquí y la orquesta incorpora a las cuerdas, de fuerte presencia en toda la obra, las percusiones y los metales que otorgan una mayor amplitud a la paleta sonora de Adams. Teniendo en cuenta las palabras del compositor sobre la concepción inicial de la obra y el cambio que esta sufrió al decidir la inclusión del violín, nos cuesta mucho hacernos una idea de cuál podría haber sido aquella habida cuenta del importante rol de Silverman en toda la composición.



MY FATHER KNEW CHARLES IVES

Concord” - Un vibrante colchón de cuerdas con el apoyo del piano abre el primer movimiento de la obra aunque no tarda en aparecer la trompeta de Bill Houghton ejecutando el primer solo de la pieza que representa también la más clara referencia a Ives. De un modo similar a lo que ocurría en el final del primer movimiento de la obra anterior, arpas, percusiones metálicas y algún sintetizador comienzan a escucharse pero no para poner fin al mismo sino para transportarnos al siguiente estadio: los metales interpretan una rítmica secuencia a ritmo de marcha. Inconfundiblemente americano, no podemos negarlo. Adams siempre ha sido un compositor tremendamente versátil pero no le recordamos muchas piezas en este tipo de registro.

The Lake” - Adams lo describe como el paisaje de una noche de verano con el suave rumor del agua y la presencia de los mosquitos que vuelan mientras las luces lejanas se reflejan en la superficie del lago. Más o menos algo así es lo que suena hasta que aparece el oboe ejecutando una melodía que el compositor afirma haber escrito con el sonido de la flauta shakuhachi en mente. Es el movimiento más breve de la obra y se hace demasiado corto, especialmente cuando intuimos las posibilidades de desarrollo que ofrecía.

The Mountain” - De las aguas del lago anterior pasamos a la descripción musical de una inmensa mole granítica que Adams sitúa en un monte californiano al que solía ir de excursión con su hijo. El manejo de las diferentes secciones orquestales es verdaderamente magistral y creemos estar en presencia del movimiento más contundente y expresivo de toda la obra. Un cierre fantástico a la altura de las mejores composiciones de su autor.



Aunque pronto se salió de la corriente principal del minimalismo, en muchos ambientes se sigue citando (quizá de modo erróneo) a John Adams como uno de los nombres claves de ese movimiento. Es posible que por ello su popularidad no es tanta como la de un Glass o un Reich aunque en círculos académicos su prestigio iguala, cuando no supera al de ambos. Aquí no nos atrevemos aún a poner a Adams a la altura de cualquiera de los otros nombres pero seguimos siguiendo su carrera con gran interés convencidos de que estamos ante otro de los grandes artistas de nuestro tiempo. Las dos obras que hoy comentamos dan testimonio de ello.

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