El proceso
creativo de los artistas es todo un misterio. Cuentan, por ejemplo, que Robert
Louis Stevenson soñó gran parte del argumento de una de sus novelas más
conocidas. No gracias a un sueño pero sí en un periodo de convalecencia tras un
accidente de cierta gravedad, en esos momentos a caballo entre la consciencia y
el sueño, en una especie de denso duermevela, descubrió Brian Eno la esencia de
lo que poco después sería conocido como “ambient”. Ocurrió con el músico
postrado en cama tras recibir una visita en su domicilio en el transcurso de la
cual, alguien puso un disco de una arpista en el tocadiscos. Al quedar Eno solo
en la habitación, el disco seguía sonando a un volumen muy bajo. Además, por un
error de conexión en su sistema estéreo, la música sólo sonaba por uno de los
dos canales. Mientras tanto, en el exterior había una tormenta y el sonido de
la lluvia era tan intenso como la propia música. Esa extraña situación que
combinaba un estado de conciencia poco dado a la atención por parte de Eno, un
ambiente ruidoso pero, a la vez, calmado y una música apenas perceptible, que
casi formaba parte del mobiliario como anticipó Erik Satie, dieron lugar en la
turbulenta cabeza del músico al nacimiento de toda una nueva forma de entender
la música.
Volviendo a
Stevenson, en sueños fue como comenzó a ver nacer a esa especie de reverso
tenebroso de la personalidad de un hombre apacible que fue “mister Hyde”,
contrapartida del Doctor Jekyll. El shock producido por la escena onírica en la
que éste se transforma en el primero fue tal que, según contaban sus
familiares, Stevenson escribió prácticamente toda la novela en el transcurso de
los tres días siguientes.
Algo así,
forzando un poco la comparación, pudo ocurrirle al pulcro intelectual de la
música de las últimas décadas Brian Eno, cuando terminó de grabar su disco
“Someday World” con el antiguo miembro de Underworld, Karl Hyde. A priori, la
música de Eno y la de la banda que revolucionó el tecno a partir de su
participación en la banda sonora de la película “Trainspotting” se encuentran
en las antípodas estilísticamente hablando. La sutileza, elegancia y fragilidad
de buena parte de la obra de Brian Eno en solitario tenía poco ver con la
contundencia, el descontrol y el hedonismo que rezumaban las pistas de baile en
las que reinaba “Born Slippy” en los noventa. Sin embargo, esa primera
colaboración de Eno con su particular “mister Hyde” fue tan provechosa e
inspiradora como lo fuera aquel sueño de Stevenson muchas décadas antes. De
otro modo no se explica que pocos meses después de publicar el citado “Someday
World”, apareciese en el mercado “High Life”, secuela del anterior aunque con
un enfoque muy distinto.
El propio Eno
explica que una vez concluido el disco, tanto él como Karl Hyde sentían que la
inspiración seguía estando ahí y que había muchas ideas apenas apuntadas en
aquel trabajo que merecían que se profundizase en ellas así como posibilidades
diferentes para las que no hubo espacio entonces y que debían encontrar su
propia vía de expresión. En sólo cinco días de trabajo en estudio el nuevo
disco estaba terminado. Llevaría por título “High Life”. En el juego de
dualidades que hemos establecido en esta entrada, a un disco más o menos
convencional (todo lo que puede serlo un trabajo de Brian Eno) como fue el
anterior habría de contraponerse uno rompedor y así fue. Las influencias de
Steve Reich o Fela Kuti, apuntadas por ambos artistas ya en el anterior disco
son aquí mucho más evidentes. Los arreglos y recursos formales que abundaban en
“Someday World” y contribuían a hacer de aquel un disco más o menos accesible
desaparecen aquí quedando el nuevo disco libre de cualquier concesión a la
comercialidad. No llegaremos al punto de presentar “High Life” como una especie
de reverso oscuro de “Someday World” pero creemos que las diferencias entre
ambos trabajos son suficientes como para considerarlos casi opuestos.
El carácter mucho más espontáneo del nuevo disco hizo que se
redujese también el número de artistas participantes quedando la lista del
siguiente modo: Brian Eno (voces, sintetizadores, efectos electrónicos y
guitarras), Karl Kyde (guitarras, bajo y voces), Marianna Champion (voces),
Fred Gibson (teclados, batería, voces y percusiones), Leo Abrahams (bajo,
guitarras).
“Return” – Guitarras repetitivas nos dan la bienvenida al
disco durante varios compases mientras comienza a dibujarse una tímida
percusión. Hay algo del sonido mágico de la guitarra de “The Edge” en algunos
de los mejores momentos de U2 con Brian Eno entre bambalinas en este inicio
aunque el sonido parece deliberadamente más torpe. Canta entonces el propio Eno
entre distorsiones que parecen huir de la nitidez y asepsia del pop moderno
para inclinarse por algo más imperfecto y terrenal. No logramos despegarnos, en
cualquier caso, del recuerdo de U2 durante prácticamente toda la pieza. Se
diría que los autores hubieran querido realizar una especie de “deconstrucción”
de aquel sonido para extenderla a lo largo de casi diez minutos de gran
intensidad.
“DBF” – La influencia de Fela Kuti se hace más evidente que
nunca en esta pieza en la que los sonidos de guitarra, con toques “funk”
exploran los ritmos popularizados por el nigeriano en los setenta y ochenta. La
electrónica de Eno, llena de “loops” repetitivos es el complemento perfecto
para esta frenética pieza musical que no
habría tenido cabida de ningún modo en el disco anterior de Eno y Hyde y que
muestra la necesidad de un segundo trabajo con algo más de riesgo.
“Time to Waste It” – Asistimos ahora a una combinación de ritmos africanos más tranquilos que los de la pieza anterior y tratamientos electrónicos que encajarían muy bien con el Brian Eno de “Drums Between the Bells” (también en algún momento con el de “My Life in the Bush of Ghosts”), especialmente en lo tocante a la voz principal, deformada y distorsionada hasta el extremo para conseguir un encaje adecuado en el contexto de la canción.
“Lilac” – El que
podemos considerar el tema central del disco continúa explorando la rítmica del
continente africano con fruición y es ahí, en la profundización en ese tipo de
patrones en dónde nos parece encontrar por primera vez en el disco, alguna
referencia a un Steve Reich, ampliamente citado como referencia a la hora de
grabar el disco por sus dos autores principales (conviene señalar que Eno y
Hyde sólo firman el primero de los cortes a dúo, siendo todos los demás
firmados, además, por Fred Gibson y Leo Abrahams). Estamos ante un corte
fantástico en la parte en la que aparenta ser una canción más o menos
convencional y espectacular en la larga sección instrumental que abarca toda la
segunda mitad del tema. No es sencillo de asimilar pero el esfuerzo merece
mucho la pena.
“Moulded Life” – La electrónica y los ritmos más modernos ocupan nuestra atención en los primeros compases de una pieza demoledora que no ofrece ningún tipo de concesión al oyente. No llega a ser una pieza de baile por la complejidad de los juegos rítmicos, mucho mayor de lo habitual en el género. Intuimos que es aquí donde más peso ha podido tener Karl Hyde aunque seguramente estemos influidos por el pasado del músico como superestrella de las pistas de baile y las “raves” de medio continente. Particularmente nos fascinan este tipo de experimentos, muy acordes, por otra parte con el sello (Warp) en el que Eno publica desde hace un tiempo.
“Cells &
Bells” – Cerrando el disco tenemos el segundo texto de Rick Holland (el primero
fue el de “Lilac” y, quizá por ello, encontramos la pieza muy cercana al ya
citado “Drums Between the Bells” y, quizá más aún a “Panic of Looking”, el EP que
apareció poco después de aquel trabajo como extensión del mismo. Es el corte
más ambiental de “High Life” y un cierre muy adecuado para dejar atrás el
frenesí del disco y apearnos en la realidad diaria.
A pesar de lo que uno podría pensar dada la cercanía de
ambos lanzamientos, “High Life” no es una selección de descartes de “Everyday
World” y tampoco tiene demasiado en común con ese trabajo. Todo suena mucho más
espontáneo aquí (también menos cuidado) y las diferencias estilísticas
justifican la publicación como disco independiente en lugar de algún otro
recurso tan en boga en los últimos años como podría haber sido incluirlo como
parte de una versión expandida del primero de los discos. El prolífico Eno de
los últimos años no deja de sorprendernos y sólo o en compañía de otros,
continúa “perpetrando” discos de gran interés que le mantienen en vanguardia
más de cuarenta años después de sus comienzos.
En la novela de Stevenson, Jekyll y Hyde se terminaban
revelando como una misma persona, algo que no se repite con la pareja de
autores del disco que hoy hemos glosado. Tenemos serias sospechas, sin embargo,
de las múltiples personalidades musicales de Brian Eno, alguna de las cuales ha
podido ir dejando también cadáveres por las calles, metafóricamente hablando.
Bienvenida sea en todo caso esa variedad por parte de un artista imprescindible
para entender el pop (en su sentido más amplio como cultura popular) que bien
merece un acercamiento por parte de todo melómano que se precie.
Si queréis acercaros al que, por ahora, es el último ejemplo
de su trabajo, lo podéis adquirir en los siguientes enlaces:
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Con la excusa de los discos de Eno & Hyde, se ha llegado a lanzar una "app" realmente curiosa como se muestra en el siguiente video:amazon.es
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