martes, 25 de agosto de 2020

Weyes Blood - Titanic Rising (2019)



Uno de los discos más sorprendentes de los últimos tiempos lleva la firma de Weyes Blood, alter ego de la artista norteamericana Natalie Laura Mering. Mering nació en el seno de una familia profundamente religiosa perteneciente a una rama pentecostal del protestantismo. Eso influyó de muchas maneras en su formación. Por un lado, la unidad familiar cambiaba continuamente de domicilio de modo que, pese a nacer en California, su juventud la pasó en Pensilvania y fue allí donde empezó a cuestionarse todo lo relativo a la religión y a sus dogmas hasta el punto de que con 12 años había cambiado su enfoque desarrollando una linea de pensamiento más cercana al ateismo. Todo esto no es anecdótico y enlaza con la elección de su nom de guerre: Weyes Blood es una adaptación fonética de “Wise Blood”, la novela de Flannery O'Connor cuyo protagonista reniega de Dios tras regresar de la guerra y se hace predicador de una “iglesia sin Cristo”, fomentando el pecado y la blasfemia. Haciendo un juego de palabras con su apellido real y el del protagonista de la novela “El Exorcista”, el Padre Merrin, Weyes comenzó a exorcizar todas las creencias de su juventud a través de la música. No era este un camino desconocido ya que su padre, Sumner Mering, formó parte de una banda a finales de los setenta. Con 15 años y viviendo ya en Portland tras otro traslado, Weyes comenzó a escribir canciones y a participar en bandas locales cantando y tocando el bajo o los teclados.


Ya en 2011 grabó su primer disco y en 2014, a caballo entre Pensilvania y Nueva York, lanzó el segundo. Tras éste último, la artista se trasladó a California y su carrera dio un salto cualitativo que dio como fruto “Front Row Seat to Earth” en 2016 y, sobre todo, “Titanic Rising”, el trabajo que traemos aquí hoy. El estilo de Weyes Blood parte de la música religiosa que escuchaba en su juventud pero sus influencias son eclécticas y provienen tanto de la Velvet Underground como de Syd Barrett, Harry Nilsson, las bandas sonoras del cine de terror o referencias más evidentes como son la de Enya o Kate Bush. Lo más interesante de la música de Weyes Blood es lo atemporal de su propuesta. Esto ya se ha convertido en un tópico que se dice demasiadas veces en relación con demasiados artistas pero en este caso es cierto. Si hacemos escuchar determinadas canciones del disco a diferentes oyentes que desconozcan lo que están oyendo, estamos seguros que habría quienes lo ubicarían en los sesenta, en los setenta y hasta en la actualidad porque tanto desde del punto de vista formal como en el contenido, la música de Weyes bebe de épocas muy distintas y eso es uno de sus puntos fuertes. Para la grabación del disco, la artista echó mano de un buen número de artistas del area de la bahía de San Francisco como los hermanos Brian y Michael D'Addario de la banda The Lemon Twigs, Eric Gorfain de The Section Quartet, Jonathan Rado de Foxygen o los cantautores Blake Mills y Chris Cohen.


Weyes Blood



“A Lot's Gonna Change” - El primer corte del disco empieza con una breve introducción electrónica pero enseguida aparece el piano y la voz de Weyes en el más puro estilo de The Carpenters. Una balada clásica de aire setentero que en las primeras escuchas nos deja muy descolocados, especialmente en nuestro caso, en el que llegamos a este disco a través de otras composiciones.


“Andromeda” - En la misma linea está la siguiente canción que incorpora un cierto toque “beatle” en forma de guitarra (recuerda mucho a la de George Harrison) y también en los arreglos de cuerdas (cercanos a los de “Across the Universe”, por ejemplo). Es una balada realmente bonita de aire retro pero que tampoco nos ofrece demasiadas innovaciones.


“Everyday” - En la misma linea pero con un tono más desenfadado está el siguiente corte, otra canción pop de influencia “beatle” que incluso comparte con ellos un final bastante caótico rematado con una preciosa coda electrónica.  Su videoclip, homenaje a películas como “Viernes 13”, es una joya.


“Something to Believe” - Volvemos al piano como acompañamiento, de nuevo en la linea de Karen Carpenter, esta vez con unos arreglos algo más recargados que también nos remiten a Kate Bush entre otras. Las segundas voces o las guitarras tienen un toque psicodélico muy interesante y el uso del clavicordio da un punto muy atractivo a determinados pasajes. 


“Titanic Rising” - Llegamos al primer corte breve del disco (no llega a los dos minutos), que es una transición completamente atmosférica a medio camino entre Pink Floyd y Brian Eno. Por si sola no tiene nada de especial pero marca un importante cambio avisando de lo que viene a continuación.


“Movies” - Este es el corte que nos llamó la atención en su día cuando supimos por primera vez de Weyes Blood. Comienza con una serie de arpegios electrónicos que parecen sacados del “Deep Breakfast” de Ray Lynch. De entre ellos emerge la voz de Weyes, con un ligero eco que pronto comienza a aumentar y a desdoblarse en capas y capas vocales que hacen inevitable acordarse de artistas como Enya. La canción es magistral, de esas que puedes escuchar dos o tres veces antes de continuar con el resto del disco y cuando parece que ya ha terminado aparece un solo de violín que firmaría el mismísimo Philip Glass de “Einstein on the Beach”. Se le une la percusión y las voces de nuevo para terminar la canción en todo lo alto con unas cuerdas al estilo del Michael Nyman de sus comienzos. Estremecedor.


“Mirror Forever” - Aunque formalmente es una canción convencional, los arreglos, especialmente los del inicio, parecen sacados de los primeros discos de Tangerine Dream o cualquier banda electrónica de la época. Y es curioso porque si no le prestamos mucha atención a esos detalles pasaría por una balada más pero está hecha con una sensibilidad fuera de lo normal.


“Wild Time” - Otra de nuestras canciones favoritas del disco. La batería o los teclados recuerdan mucho a Pink Floyd aunque la canción no tiene muchos más puntos en común con la banda inglesa. El foco hay que ponerlo en la voz de Weyes y en su excepcional tratamiento en estudio en virtud del cual, los coros y las segundas voces son casi perfectas. Una delicia que en los momentos finales amaga con girar de nuevo hacia “terreno beatle” pero no termina de hacer el viaje completo.


“Picture Me Better” - Concluyendo ya el disco, Weyes vuelve a las baladas estilo Carpenters con guitarra acústica en lugar de piano y unas cuerdas propias del cine de la edad dorada de Hollywood. Una buena canción con la que nos quedamos al borde de la conclusión.


“Nearer to Thee” - El disco termina con una breve composición para cuerdas (cómo si no cerrar un trabajo con referencias al Titanic) que no es sino una especie de variación sobre la melodía central de "Andromeda”. Un cierre elegante que nos deja con un excelente sabor de boca.


La temática del disco no es algo menor en este caso. Todas las canciones tienen una inspiración ecologista y una visión desesperanzada hacia la sociedad actual, la soledad, el abuso de la tecnología, etc. Desde la nostalgia por el pasado de “A Lot's Gonna Change” a la añoranza de un porvenir inalcanzable de “Andromeda” pasando por la necesidad de tener esperanza en algo (“Something to Believe”) o la evasión de la realidad de “Movies”, todo el disco apunta a la necesidad de un cambio, a la vuelta a las relaciones personales (“Picture Me Better”). La propia Laura comenta que la inspiración del disco surgió al ver el documental patrocinado por Al Gore, “Una verdad incómoda”, y especialmente al darse cuenta de que, pese al que el enfoque de la película era optimista en el sentido de que todo lo que anticipaba podía revertirse aún, ella lo estaba percibiendo como el anuncio de algo ya inevitable.


La repercusión de “Titanic Rising” fue casi inmediata. Las mejores cabeceras musicales se deshicieron en elogios hacia el disco y creemos que todos ellos están justificados porque el trabajo es soberbio. Esa mezcla de sonidos antiguos y con un punto naíf, esa recuperación de estilos como el de los citados Carpenters, actualizados de forma muy sutil a través de la tecnología, la multitud y la diversidad de influencias presentes o  ese barroquismo sonoro que a veces recuerda las producciones de Phil Spector por lo recargado, funcionan muy bien en combinación. Weyes Blood, como otras compañeras de generación (pensamos en Julia Holter, por ejemplo), están ofreciendonos en los últimos tiempos unos trabajos de una calidad sobresaliente sobre los que vamos a tratar de poner mucha atención. Escuchad “Titanic Rising” si tenéis oportunidad porque es un trabajo lleno de matices que gana con cada audición.


Nos despedimos con un pequeño concierto de Weyes Blood en la radio pública norteamericana:


miércoles, 12 de agosto de 2020

M83 - Hurry Up, We're Dreaming (2011)


Si todo hubiera salido como estaba previsto, Anthony González habría sido futbolista. Quizá hasta internacional con Francia como lo fue su abuelo en los años sesenta. De hecho, el ambiente familar giró siempre alrededor del fútbol y tanto él como su hermano jugaron en equipos juveniles hasta que una lesión a la edad de 14 años hizo que Anthony escogiera el camino de la música a partir del regalo de una guitarra que sus padres le hicieron en su etapa de recuperación. En aquellos años conoció a Nicolas Fromageau con quién formó una banda de rock de efímera trayectoria. El enfoque de Anthony cambió cuando descubrió los sintetizadores. Con ellos podría hacer muchas más cosas y más parecidas a lo que tenía en mente de lo que le permitían las guitarras así que enseguida se lanzó a grabar demos y a enviarlas a todas partes. Estamos hablando de un chaval de 17 años con toda la ilusión del mundo y toneladas de ingenuidad pero en un momento determinado su insistencia dio fruto. Fue entonces, y aún con Fromageau como parte del proyecto, que ambos grabaron un primer disco bajo el nombre de M83 para el sello parisino Gooom con modestos resultados. Poco tiempo despúes llego el segundo y tras él, Gonzalez se quedó como único integrante de la banda, lo que coincidió con el interés, nada menos que de Mute Records, sello de referencia en la electrónica de los ochenta y noventa.


A partir de ese momento todo empezó a ir más rápido. Mute reeditó el disco de debut de M83 en todo el mundo y la banda (recordemos, de un solo miembro) entró en el circuito de las remezclas dejando su sello en singles de Depeche Mode, Goldfrapp o Placebo, publicando trabajos con una repercusión cada vez mayor y girando como teloneros de los propios Depeche Mode, de Kings of Leon o de The Killers. La carrera de Gonzalez era cada vez más interesante y su ambición no decaía hasta el punto de que su siguiente proyecto iba a ser algo tan desacostumbrado y perteneciente a otro tiempo como un disco doble: el que haría el número seis en su carrera. Discos tan extensos eran más propios de épocas pasadas como los años sesenta en su pico de creatividad (Dylan, Zappa, los Beatles, los Who, o Hendrix publicaron discos dobles en esa década) o los setenta en plena euforia del rock progresivo (con Genesis, Pink Floyd o Yes a la cabeza) y prácticamente se conviertieron en rarezas en los ochenta (“The River” de Springsteen o “Sign of the Times” de Prince son algunas de las honrosas excepciones). La inspiración de Gonzalez para hacer un trabajo tan atrevido fue el “Mellon Collie and the Infinite Sadness” de los Smashing Pumpkins aparecido en 1995.


Como muchos de los discos dobles clásicos, “Hurry Up, We're Dreaming” iba a tener mucho de conceptual. Todo en él iba a girar alrededor de la infancia y de los sueños que uno tiene de niño pero vistos desde la perspectiva de un adulto de 30 años. Gonzalez acaba de dejar Francia para instalarse en California y para la grabación se rodeó de gente muy importante, empezando quizá por Justin Meldal-Johnsen, multi-instrumentista reputado que había participado en decenas de discos memorables en años anteriores junto a gente como Beck, Nine Inch Nails, Tori Amos, Goldfrapp, Moby, AIR o Jamiroquai y que poco a poco estaba adentrándose en el mundo de la producción, siendo este disco uno de sus primeros trabajos en ese campo. Junto a él podemos escuchar en el disco a la cantante Zola Jesus y un buen número de instrumentistas de sesiones así como una orquesta o un coro en determinados momentos del trabajo.



“Intro” - El comienzo del disco es soberbio, con un martillear de sintetizadores que recuerda los mejores tiempos del tecno pop de los ochenta. Aparece entonces la voz de Gonzalez y más tarde la de Zola Jesus, juntas en un tiempo medio que se desarrolla como un largo in crescendo que culmina con la entrada de la batería y los coros electrónicos. Abrumador comienzo que eleva nuestras expectativas al máximo.


“Midnight City” - Sin tiempo para recuperarnos aún, llega el que fue primer single del disco y también su mayor éxito. Apareció en bandas sonoras y también fue la sintonía utilizada por la BBC durante la cobertura de los JJ.OO. de Londres'12. Es una elegante canción de un elegante aire retro (sí, los ochenta ya eran retro en 2011) que se benefició de un pegadizo y repetitivo estribillo sintético que sonaba durante toda la pieza. Hasta el solo de saxo del final tiene ese inconfundible sabor ochentero o incluso anterior de clásicos como el “Baker Street” de Gerry Rafferty. Una de esas piezas, en suma, que todo el mundo reconoce aún cuando no sea capaz de nombrar a su autor.


“Reunion” - El siguiente corte comienza con la energía que transmitían en su día los himnos de Simple Minds pero enseguida añaden otras influencias como una guitarra y una forma de cantar que habrían encajado en cualquier disco de The Police. Una fórmula infalible pero que hay que saber desarrollar bien para evitar caer en la parodia. Anthony Gonzalez lo consigue, lo cual es muy meritorio. Fue el segundo single del disco y el videoclip tenía la peculiaridad de continuar con la historia que empezó en el primero.


“Where the Boats Go” - Continúa el disco con una transición ambiental muy inspirada, en la linea del Brian Eno de “Apollo”. Pese a su brevedad, sus dos partes, tanto la electrónica inicial como la final de piano, son muy interesantes.


“Wait” - Llegamos así una preciosa balada apenas entonada por encima de un lánguido rasgar de guitarra en su inicio y que con un estribillo de apenas cuatro notas nos va llevando hacia un paisaje maravilloso con una sección de cuerda preciosa a la que sigue un goteo de notas difuminadas que nos recuerda a bandas como Sigur Ros. Fue el quinto y último single del disco, publicado más de un año después del primero, lo que da una idea del recorrido tan largo que tuvo el trabajo.


“Raconte-Moi Une Histoire” - Completamente diferente es la siguiente pieza que comienza con unas reiterativas notas de sintetizador acompasadas con un chasquear de dedos a ritmo en un inicio que nos parece un claro homenaje al seminal “In C” de Terry Riley. Sobre esa base, a la que pronto se une la batería, escuchamos una voz infantil contando una especie de cuento sobre una rana. Una pieza sorprendente que termina por enganchar.


“Train to Pluton” - Otra transición, esta vez a base de sonidos electrónicos sin demasiado orden sonando sobre el traqueteo de un tren. Nada especialmente destacable.


“Claudia Lewis” - Con un ritmo de batería muy marcado, volvemos a una fórmula similar a la de “Midnight City” acompañada de samples vocales a lo Jean Michel Jarre en “Zoolook”, una forma de cantar heredera de Sting y un extraordinario bajo a cargo de Justin Meldal-Johnsen. Las guitarras también tienen un cierto componente nostálgico y no es dificil pensar en el “Purple Rain” de Prince al escuchar determinados fragmentos. Una canción, en suma, que podría parecer una especie de Frankestein leyendo la descripción pero que funciona muy bien.


“This Bright Flash” - Lo que comienza como un corte ambiental más estalla por los aires con la batería de Loic Maurin en un euforico despliegue de ritmo y buenas vibraciones que se interrumpe de forma abrupta poco después.


“When Will You Come Home?” - La verdadera transición hacia el final del primer disco es este tema electrónico muy atmosférico que nos conduce, de nuevo en la linea del Brian Eno de los discos “ambient” hacia el cierre del primer disco del trabajo.


“Soon, My Friend” - Termina este primer CD con una pieza de guitarra acústica en el inicio a la que se suma la voz de Gonzalez entonando un estribillo repetitivo que se ve arropado por la sección de cuerda a cada repetición. Cuando parece que todo va a seguir el camino épico del corte inicial, el tema de un giro y se disuelve de forma tranquila.


“My Tears Are Becoming a Sea” - El segundo volumen del disco opta de nuevo por la majestuosidad con cosas que siguen recordando a los “nuevos románticos”, tambien a The Cure por momentos. Este corte es un buen ejemplo de ambas cosas.


“New Map” - La idea era que cada corte del segundo disco fuera un reflejo de otro del primero (de hecho, existe un corte más titulado “Mirror” que debía enlazar los dos discos y que solo se publicó en forma de descarga digital. Siguiendo ese juego, este sería el equivalente invertido de “This Bright Flash” con la parte de batería al comienzo y un final más relajado con el saxo de nuevo muy presente acompañado esta vez de unas muy curiosas flautas.


“OK Pal” - El que fuera el tercer single del disco se abre con varios samples vocales que desembocan en una explosión de ritmo con aires de himno que inevitablemente nos vuelve a recordar a Simple Minds o a U2, especialmente en la parte de las guitarras.


“Another Wave from You” - Otro de los muchos cortes de menos de dos minutos de duración del disco. En esta ocasión es puramente electrónico en la linea, por ejemplo, de la primera parte del “Chronologie” de Jean Michel Jarre, músico con quien M83 llegarían a colaborar en el futuro.


“Splendor” - Probablemente nuestra composición favorita de todo el trabajo. Comienza como un sencillo corte de piano al que se suman las voces en un tono muy tranquilo. Hasta aquí, nada especialmente destacado pero eso cambia con la entrada de un coro infantil y, sobre todo, de una bellísima e interminable frase de sintetizador que nos coge de la mano y nos lleva por un mundo mágico fuera del tiempo. Una de esas piezas musicales que desarías que no terminasen jamás.


“Year One, One UFO” - Pero aún queda mucho para terminar el disco y en ese camino encontramos piezas encantadoras como esta especie de juego de niños con el aire despreocupado de la Penguin Cafe Orchestra envuelto en un ritmo contagioso que nos hace esbozar una sonrisa.


“Fountains” - La siguiente transición rescata los ambientes de la electrónica de los años setenta mezclados con un toque “new age” de tiempos posteriores. Cumple con su cometido.


“Steve McQueen” - Cuarto single del trabajo y como tal, busca enganchar desde el comienzo con una parte vocal similar a la las canciones más pegadizas del disco, con sus estribillos tarareados que ya son marca de la casa. No está mal pero no sorprende como lo hacían otras de las piezas anteriores.


“Echoes of Mine” - De nuevo recurre Anthony González a la épica, la pompa y la circunstancia, aquí sin el acierto de cortes anteriores. Quizá una mejor dosificación de golpes de efecto le habría venido mejor al disco pero a estas alturas tampoco queda demasiado y no es suficiente para estropearlo.


“Klaus I Love You” - Y más cuando aún quedan joyitas como este breve corte que es pura nostalgia tecno resumida en apenas cuarenta segundos, los últimos del tema, que son maravillosos por todo lo que evocan sin llegar a saturar.


“Outro” - Llegamos así al final con otro de los puntos fuertes del disco que casi parece un tema oculto porque tras un fragmento muy tranquilo que termina por difuminarse hasta llegar casi a un silencio total, uno pensaría que todo ha terminado. Sin embargo no es así y el tema renace con una parte muy solemne para cerrar con una preciosa coda de piano. Es otra de las piezas que fueron utilizadas en infinidad de películas y trailers lo que llevó al periodista Christopher Rosen a pedir a la gente que se olvidara un poco de él ya en pocos meses apareció en el trailer de la película “El Atlas de las Nubes”, en las promos de la segunda temporada de la serie de televisión “Érase una vez”, en el trailer de “El viaje de tu vida”, en el comienzo de la película “Si decido quedarme” y en varios spots televisivos de todo tipo.



Con “Hurry Up, We're Dreaming”, Anthony Gonzalez en su alter ego de M83 se convirtió en una estrella. Piezas del disco, como hemos visto, aparecieron en documentales, bandas sonoras, sintonías de televisión etc. Fue nominado a los Grammy, revistas como Pitchfork lo escogieron entre lo mejor del año en 2011 siendo lo más relevante que su éxito se produjo a ambos lados del Atlántico, cosa nada fácil para un artista europeo. Aprovechando cierta corriente de nostalgia por los ochenta y esa habilidad de los franceses para recuperar viejos sonidos y hacerlos pasar por nuevos (el “Moon Safari” de AIR es una joya en ese estilo), Gonzalez consiguió un disco tremendo que aún hoy sigue sonando muy bien. Su fórmula, basada en un tratamiento muy particular de la voz y en una clara revisión de clichés pasados es muy efectiva aunque tenemos dudas sobre su fecha de caducidad. No podemos decir que Anthony sea demasiado prolífico. Pronto hará 10 años desde la publicación del disco del que hemos hablado hoy y en ese periodo apenas ha publicado dos discos más sin demasiada repercusión. En todo caso, su “Hurry Up, We're Dreaming” es un disco a tener muy en cuenta y al que merece la pena dar una escucha. Tiene mucho que descubrir.


Os dejamos con nuestra pieza favorita del disco:


sábado, 1 de agosto de 2020

Roger Eno & Brian Eno - Mixing Colours (2020)



Roger Eno hizo su debut discográfico en “Apollo: Atmospheres and Soundtracks”, disco firmado por su hermano Brian. Pese a ello y al hecho de que ambos artistas han sido siempre muy dados a las colaboraciones, nunca hasta ahora se decidieron a publicar un disco a dúo. Ya contamos aquí no hace mucho tiempo la gestación de “Apollo” y cómo parte del material compuesto para ese trabajo terminó formando parte de otro disco titulado “Music for Films III”. Si tomamos ambos discos y les sumamos algunas piezas del posterior “More Music for Films” tendremos la práctica totalidad de la música creada en común por los hermanos Eno.

Esto cambió hace unos meses con la aparición de “Mixing Colours”, disco cuya gestación ha durado la friolera de quince años. Fue en 2005 cuando Roger comenzó a componer una serie de piezas, para piano en su mayoría, que eran enviadas paulatinamente a su hermano para que éste se encargase de la transformación de las mismas añadiendo sus particulares texturas y tratamientos sonoros. Nunca se pensó en que todo ese material formase parte de un disco: “me levantaba, subía las escaleras, encendía el equipo, improvisaba un rato y le mandaba a Brian aquello que creía que podía interesarle”. Cuando reunieron una cantidad significativa de piezas de suficiente calidad, los hermanos realizaron una primera selección de las mismas que es la que conforma “Mixing Colours”, un proyecto del que ya hay anunciada una continuación en forma de “EP” y que sigue vivo ya que se ha creado una web para que los seguidores de ambos músicos manden sus creaciones visuales acompañando a la música del disco con la idea de ampliar la vida del mismo construyendo una nuevo espacio a modo de muchas de las obras que en el terreno de lo audiovisual ha creado el propio Brian Eno en las últimas décadas. Cada pieza del disco lleva como título el nombre de un color y juntas conforman un interesante cuadro que reune la esencia de sus dos creadores. La referencia a los colores no es baladí. Al parecer, buena parte del proceso de creación y transformación de las piezas de su hermano por parte de Brian se hizo en numerosos viajes en tren, mirando por la ventanilla los paisajes y centrandose en colores concretos para cada composición. Esta suerte de sinestesia no es nueva para el mayor de los Eno quien ya hizo discos como “Neroli” basados en aromas, por ejemplo. Al respecto afirmaba en una entrevista de 2011: “no diría que soy sinestésico a pesar de que veces pienso en determinados sonidos en términos de temperatura, luminosidad, dureza o angularidad. No tengo reacciones invariables como Nabokov cuando decía que la letra “d” era de color verde aceituna, por ejemplo, aunque hay algunos acordes menores que me provocan un enfado inmediato y combinaciones de colores que me emocionan profundamente como el azul cielo combinado con un claro marrón-chocolate.”





El disco empieza con “Spring Frost” donde la melodía crece a partir de una lenta progresión de pulsos electrónicos. Imposible no reconocer inmediatamente el estilo de Roger sometido a un tratamiento que no podemos evitar comparar con el de trabajos clásicos de Brian Eno con Harold Budd. “Burnt Umber” explora los ambientes de novela gótica de trabajos como “Lost in Translation” con un sonido percusivo metálico como elemento central de la melodía que le viene como un guante. “Celeste” cambia ligeramente el tono por uno algo más clásico (siempre se habla de la influencia de Schubert en Roger Eno). Una preciosidad en todo caso con un tratamiento mínimo por parte de Brian que se limita a subrayar algunas notas con ese inconfundible toque etéreo marca de la casa. Especialmente destacada es la segunda mitad de la pieza. Continuamos con “Wintergreen” y su toque de cuento infantil, de cajita de música que enlaza con “Obsidian”, la primera composición puramente ambiental del disco en la que todo está hecho a base de texturas sonoras, sin un instrumento conductor más o menos protagonista. Una pieza emocionante que tiene algo de decadente con ese sonido como de órgano sonando en la lejanía que no puede ser más adecuado. Con “Blonde” aparece ese ritmo de vals lento con toques minimalistas que tanto le gusta a Roger Eno que nos lleva a una de las piezas más melancólicas del trabajo: “Dark Sienna”, prácticamente una composición para piano solo sin demasiados retoques en su primera parte que pasa por un segmento más oscuro en el tramo central para cerrar con un final repetitivo. “Verdigris” lo ralentiza todo al extremo, como si fuera una variación de “Spring Frost” en un mundo más denso. Continúa el trabajo con “Snow” que comienza como si fuera una adaptación lenta del “Koyaanisqatsi” de Glass para terminar con un inconfundible aire otoñal muy propio de Satie.



La segunda mitad del disco se abre con “Rose Quartz”, una fragil pieza que nos recuerda a “La Petite Fille de la Mer” de Vangelis. “Quicksilver” es una de las composiciones que menos intersante nos ha resultado por ser una suerte de variación del tema central que no termina de aportar nada aparte de un tono más oscuro. “Ultramarine” e “Iris”son piezas más breves y meditativas con mucho menos desarrollo melódico en el caso de la primera y un aire como de estudio en la segunda. “Cinnabar” recupera el aire de suspense tan característico de la obra de Roger Eno. “Desert Sand” tiene la novedad de una atmósfera electrónica algo diferente en el inicio aunque no tarda en volver por los cauces habitales del resto del disco reapareciendo ocasionalmente a lo largo de la pieza. En “Deep Saffron” las notas se duplican en forma de eco creando un efecto “líquido”, como de reflejo en la superficie del agua. Muy interesante. El trabajo prácticamente concluye con la última variación del tema inicial titulada “Cerulean Blue”, tenue como casi todo el disco y de una fragilidad extrema. A modo de broche queda la única pieza que no hace referencia directa a un color en su título: “Slow Movement: Sand”. Estéticamente no difiere en nada del resto del disco pero si tiene una estructura muy adecuada para el cierre basada en la repetición continua de un motivo mientras diferentes instrumentos entran y salen de escena, especialmente las cuerdas que terminan por dar un toque muy elegante a la composición.



La reunión de los hermanos Eno en un disco por fín no se sale de lo esperado en ningún momento. Las melodías, las texturas y la producción son exactamente lo que uno podría pensar a priori y el espacio reservado a la sorpresa es nulo. No existe ningún desafío para el oyente y pese a todo ello, el resultado es excelente. Probablemente uno de los mejores discos “ambient”de los firmados por Brian Eno, a la altura de muchos de sus clásicos de los ochenta en el género. Y es que aunque la composición recae muy probablemente en Roger en al menos el 80% de lo que escuchamos, todo lo demás tiene la impronta de Brian. Pese a que la producción reciente del mayor de los hermanos es bastante lineal y mantiene un nivel de calidad constante, pensamos que “Mixing Colours” destaca mucho mucho sobre este hasta el punto de ser nuestro favorito en mucho tiempo.