jueves, 24 de noviembre de 2016

James Forest - James Forest (2014)



Después de décadas escuchando música de las más variadas procedencias y estilos tendemos a pensar que es muy difícil que un disco nos sorprenda. Es cierto que muchas veces caemos en ese error que se suele sumar a una especie de compartimentación mental por la cual enseguida tratamos de aplicar a un músico una serie de categorías que nos hacen más fácil su asimilación y simplifican la labor de descubrimiento del mismo identificándolo con otros artistas que forman parte de nuestro bagaje como oyentes.

No podemos negar que esto es algo muy útil en la mayor parte de los casos. Alguien nos habla de un artista, nos facilita una breve descripción de su estilo e inconscientemente nos hacemos una idea del tipo de música que hace y de las referencias con las que lo podemos comparar. Lo cierto es que con el paso del tiempo, este tipo de clasificación suele funcionar bien en la mayoría de casos pero todavía quedan ejemplos que nos descolocan por completo. Artistas a partir de cuya descripción nos hacemos una idea que salta en pedazos en cuanto empezamos a escuchar su obra pero la cosa no se queda ahí. Tras los primeros instantes de esa audición, volvemos a hacernos una idea acorde con nuestros esquemas sólo para comprobar momentos más tarde que también ésta era errada.

Este proceso, repetido una y otra vez de forma continua es el que sufrimos el primer día que escuchamos la música de James Forest: esquemas mentales, prejuicios y barreras que caían uno detrás de otro como uno de aquellos gigantescos dominós que de vez en cuando aparecían en la televisión de nuestra infancia. El resultado final era tan bello como demoledor y esa es una descripción que podemos aplicar perfectamente al disco que comentamos hoy.

¿Quién es James Forest? La información que hay sobre él en la red es escueta. Se define como un viajero incansable con un rasgo intransferible: una guitarra siempre a cuestas. Nacido en Quebec, en sus apenas 30 años, el músico ha vivido en Pakistán y la India además de pasar largas temporadas en Europa. Con estos datos sería fácil hacernos una idea simple de Forest como un cantautor al uso pero nos equivocaríamos por mucho. Su música parte de la guitarra pero va mucho más allá. La electrónica surge por todas partes para transformarlo todo. Los arreglos y mezclas se alejan de los caminos trillados y nos dejan sin referencias claras. En su aún breve carrera, Forest mantiene activos distintos proyectos: sus trabajos en solitario, su banda James Forest & the East Road y June in the Fields, su dúo con Mélissa Brouillette, también miembro de East Road.

El disco que comentamos lleva como título, sencillamente, “James Forest”. El músico interpreta todos los instrumentos y cuenta con la colaboración de Alain Quessy como segunda voz y guitarra en algunos temas del trabajo.

“She Turns Me On” - Forest nos recibe con una serie de sonidos electrónicos acompañados por guitarra acústica piano y el clásico sonido del Fender Rhodes. Como presentación resulta impresionante pero aún es mas impactante cuando empieza a cantar con una preciosa modulación electrónica mientras dialoga consigo mismo a dos voces. De fondo escuchamos un sonido de órgano exquisito mientras la pieza inicia un viaje hacia los sonidos más etéreos que nos brinda la tecnología hoy en día. El final es una verdadera maravilla de electrónica clásica con una producción maravillosa. No se nos ocurre ningún músico que haga algo parecido a lo que hace aquí James Forest. Un verdadero espectáculo sonoro que hay que escuchar una y otra vez.

“Calm as the Ocean” - La canción se abre con un ritmo electrónico muy sencillo. Sobre él, se escuchan los primeros acordes de la guitarra de Forest y, a continuación, su voz. Es muy difícil escoger un punto fuerte en la música del artista quebequés pero, desde luego, su forma de cantar sería uno de los claros candidatos. Su voz es frágil, vulnerable, pero tremendamente expresiva. Aquí, tras un inico muy calmado se ve rodeada de una electrónica cada vez más oscura que se desarrolla en un amplio pasaje final muy evocador.

“My Peaceful Games” - Es la guitarra acústica la que nos recibe ahora con unos acordes placenteros que nos trasladan a los pasajes más íntimos de un Yann Tiersen o un Steven Wilson (son referencias con poco en común entre sí a primera vista pero ya hemos dicho que Forest no es un artista nada fácil de clasificar). La balada pasaría por una canción tranquila más de las que tantas veces hemos oído pero, una vez más, el desarrollo es lo que la hace diferente. La sencilla adición de una sección de cuerda electrónica sirve para dar una nueva profundidad a la primera repetición de la estrofa y las segundas voces de Alain Quessy ayudan a amplificar ese efecto.

“The Same Old Story” - No nos cuesta reconocer una notable influencia del piano de Rick Wright en los mejores momentos de Pink Floyd en el comienzo de esta pieza. Con ese acompañamiento escuchamos a Forest cantando con su estilo particular otra balada tenue, inapreciable hasta llegar a un breve interludio pianístico que marca el comienzo de la parte final, en una linea similar al resto del tema.

“My Rainy Days” - Retornamos al formato de guitarra y voz por unos instantes (voces, puesto que Quessy vuelve a colaborar aquí). Forest posee una voz muy peculiar que podríamos encuadrar en esa tendencia de los últimos años a mostrarnos cantantes diferentes con timbres frágiles y desvalidos. Pensamos en el malogrado Jeff Buckley, en Thom Yorke o Anohni. Sin ser necesariamente parecido a ninguno de ellos, Forest canta con un estilo tan personal como cualquiera de los citados.

“Morning Walks” - Cambiamos de sonidos ahora para escuchar uno mucho más agresivo que podría proceder de un sintetizador o del propio Rhodes anteriormente citado con alguna modificación. Escuchamos el bajo eléctrico marcando el ritmo sobre el que entona su texto James Forest y la pieza se endurece definitivamente con la aparición de los teclados tipo mellotrón y la acerada guitarra eléctrica que lo acompaña. Es entonces cuando comienza a escucharse una secuencia electrónica que nos remite a los clásicos del género en su variante berlinesa. La coda final, que añade a esta influencia elementos minimalistas es un verdadero prodigio.

“Shooting Stars” - La última participación de Quessy como acompañante vocal (aún hará una colaboración más a la guitarra) se produce en esta delicada pieza que comienza como un tema acústico pero que va incorporando elementos electrónicos paulatinamente. Volvemos a pensar en Steven Wilson como referencia melódica y de producción aunque la personalidad de Forest es suficientemente fuerte como para destacar por encima de cualquier influencia.

“The Calling Light” - Suena de nuevo el Fender Rhodes con un ligero aire “Beatle” en el inicio de la siguiente canción que es, probablemente, nuestra favorita de todo el disco. Tras un comienzo, más o menos convencional asistimos a un cambio de acordes que anticipa un giro importante. Escuchamos entonces un sólo de sintetizador que nos hace entrever la sombra de los Pink Floyd de “Welcome to the Machine” aunque ligeramente más civilizados. De repente, sin previo aviso, nos introducimos de lleno en un pasaje electrónico de gran categoría imposible de adivinar por el desarrollo de la canción. La cantidad de ideas que pone en juego en este disco James Forest nos deja sin habla durante toda la escucha. La mezcla de estilos es de una audacia digna de admiración y la soltura con la que el artista los maneja es impresionante. Sólo la sección electrónica final de esta canción justificaría discos completos de otros artistas.

“Morning Breeze” - Seguimos moviéndonos por terrenos psicodélicos en la siguiente canción. Bajo la forma de una balada acústica, Forest incorpora elementos sintéticos y, una vez más, finaliza con una coda arrolladora a base de secuencias que viene precedida de un exquisito pasaje electrónico. El contraste entre formas musicales tan diferentes que nuestro artista realiza con la mayor naturalidad es fascinante.

“Beautiful Day for the Road” - Nos acercamos al final con otre gran canción que comienza con la guitarra eléctrica dibujando una melodía con tintes de himno y alguna lejana reminiscencia celta. No necesita mucho más nuestro artista para construir a partir de ahí un tema muy emotivo. Como es ya marca de la casa, en los últimos instantes aparece la electrónica para poner la guinda fina al tema de un modo muy elegante.



“Long Time Gone” - La despedida opta por el intimismo de la guitarra acústica en uno de los escaso temas que podríamos calificar como “convencionales” en el sentido de que, por una vez, James Forest no hace saltar las barreras entre géneros y “se limita” a escribir una canción de tintes folclóricos con algún que otro arreglo electrónico al final y un cierre antológico con una guitarra eléctrica cargada de distorsión echando el cierre a un disco extraordinario.

La combinación de canciones sencillas, elementos folk, música electrónica de la mejor factura y una voz personalísima hace de este trabajo de James Forest una verdadera joya y algo verdaderamente único en su género (quizá Julia Holter podría pertenecer a una categoría similar). Aunque el disco tiene ya un tiempo (se grabó en 2014), lo consideramos uno de los grandes descubrimientos del año, mérito que tenemos que darle a Sarah Vacher de Luscinia Discos que es quien edita el trabajo y quien amablemente nos lo hizo llegar hace unas semanas. Estamos convencidos de que su escucha no va a dejar a nadie indiferente.


 

viernes, 18 de noviembre de 2016

David Lanz & Paul Speer - Natural States (1985)



Resulta imposible pensar en otra música si nos hablan de Seattle en la segunda mitad de los años ochenta y los primeros años de la década siguiente. No hace falta ser un entendido para que el nombre de Nirvana y el “grunge” nos venga a la cabeza de forma casi automática. Sin embargo, había otros músicos por aquellos lares en ese momento que hacían cosas diametralmente opuestas a los chicos de Kurt Cobain.

Uno de ellos se convirtió en todo un icono de la música “new age”norteamericana y en uno de los buques insignia de uno de los gigantes discográficos de ese estilo: Narada. Hablamos de David Lanz, músico perteneciente a la corta estirpe de aquellos que nunca se han mostrado disconformes con el hecho de que lo que hacen se califique como “new age”. No en vano, cuando comenzó su carrera en solitario lo hizo con el objetivo de convertirse en “una versión más popular de Stephen Halpern”, uno de los pioneros del género y, quizá, el primero que consiguió que su música se vendiera en herbolarios y establecimientos de productos naturales.

Lanz empezó tocando rock y trabajando como músico de sesiones pero su pasión por el piano, inculcada por su madre, le hizo decidirse pronto por la música instrumental. Sus primeras actuaciones profesionales fueron en locales de Seattle, primero interpretando temas ajenos y más tarde, ya como artista “residente” en uno de aquellos establecimientos, tocando su propia música. En 1985 publicó “Heartsounds”, un disco de piano solo con el que se inauguraba el sello Narada con Paul Speer como productor. Speer, guitarrista y compositor, había centrado su carrera ya entonces en este tipo de labores de estudio pero a raiz de su trabajo con Lanz surgió una gran amistad que le llevó a colaborar con el pianista en varios discos a partir de ese momento como autor e instrumentista.

Tras “Heartsounds” Lanz grabó “Nightfall”, su primer éxito a gran nivel conviertiendose en una de las grandes figuras de la “new age” norteamericana (Lanz suele recordar que, si bien Yanni vende muchos más discos que él, sus libros de partituras tienen mucha más demanda que los de la ex-pareja de Linda Evans). Apenas unos meses después iba a publicarse “Natural States” firmado por Lanz y Speer. No pasó mucho tiempo más hasta que el dúo alcanzó los primeros puestos de las listas especializadas gracias, principalmente, a uno de los cortes del disco titulado “Behind the Waterfall”, radiado hasta la saciedad y utilizado com sintonía en todo tipo de programas de radio y televisión durante muchos años. Curiosamente, la idea que dio origen al disco fue la de servir de banda sonora para un video que contenía, como puede deducirse del título, imágenes de naturaleza. Tal fue la repercusión de la música que hoy muy pocos recuerdan la película a la que acompañaba. En la grabación, Lanz toca el piano y algunos de los sintetizadores más avanzados de la época entre los que se encuentra el Yamaha DX7, el Synergy (producido por Digital Keyboards, la rama norteamericana de Crumar, la marca italiana de la que hablamos en la entrada anterior), el Prophet 5 o el Kurzweil 250. Paul Speer, por su parte, toca la guitarra eléctrica y los teclados. Como músicos adicionales participan Neal Speer (batería y percusiones), James Reynolds (programación de sintetizadores) y el pionero de la “new age”, Deuter (flautas).

David Lanz (camisa blanca) junto con Paul Speer.


“Miranova” - El comienzo del disco es verdaderamente potente. A partir de una serie de acordes de piano se va construyendo un tema de tintes épicos gracias, en buena parte, a la guitarra eléctrica y la batería. Es un tema muy alejado de la placidez y reposo de la “new age” y también de los primeros trabajos de Lanz. Es la única pieza del disco compuesta por los dos músicos que lo firman.

“Faces of the Forest (part 1)” - Se produce con este segundo corte un giro hacia la melodía sin abandonar el robusto sonido del comienzo del disco. Lanz es el autor y cobra protagonismo con el piano y los sintetizadores, utilizados aquí con gran acierto como instrumentos de acompañamiento. Los que ya conozcan el disco anterior del músico en solitario, habrán reparado enseguida en que las dos partes de esta composición son una recreación de uno de los cortes centrales de aquel trabajo.




“Faces of the Forest (part 2)” - La segunda parte del tema anterior es más extensa y, por lo tanto, tiene un mayor desarrollo. El comienzo es acústico con guitarra, piano y percusiones dibujando los primeros trazos del tema central. Poco a poco se van añadiendo más elementos como la guitarra eléctrica y la batería, además de algunas flautas sintéticas que encajan muy bien en el conjunto.

“Behind the Waterfall” - Llegamos al gran momento del disco, muy diferente en todos los sentidos a los cortes precedentes. Para empezar, comienza con una breve melodía de flauta que enseguida se disuelve entre sonidos puramente electrónicos de gran belleza. Imposible no acordarse en estos momentos de Ray Lynch y su “Deep Breakfast” publicado apenas un año antes. Con todo, la elegancia del tema central y su ejecución son soberbias y de una gran delicadeza. El segundo ciclo de la melodía, con las flautas en primer plano y el fondo de cuerdas sintéticas es prodigioso y termina por conformar una de las grandes piezas en su género. Mucha gente habla de “Behind the Waterfal” como el primer gran single de la música “new age”. No entraremos en batallas cronológicas ya que pensamos que hay muchos otros grandes éxitos en esta categoría publicados antes que éste (algunos mucho antes) pero quizá desde el punto de vista norteamericano, la afirmación no sea tan desacertada.




“Mountain” - Sin llegar a la brillantez del corte anterior, éste es otra gran muestra de elegancia y saber hacer por parte de Lanz y Speer. Comienza como un suave tema casi ambiental que rompe pronto en una melodía muy inspirada cuyo único pero, en nuestra opinión, es el tratamiento algo tópico de la percusión. La pieza evoluciona de forma magistral y en su parte central introduce una melodía de corte clasicista que anticipa al Lanz más romántico de discos posteriores.

“Allegro/985” - En el momento justo dentro del disco, aparecen dos cortes compuestos por Paul Speer. Decimos que es el momento justo porque introducen un cambio de estilo muy necesario para evitar que el oyente muestre síntomas de aburrimiento ante una serie de temas de similar concepción. Aquí escuchamos una serie de juegos entre distintas guitarras que ayudan a ampliar la paleta de sonidos del disco ofreciendo nuevos puntos de vista. El tratamiento cercano al rock progresivo con toques épicos nos recuerda, salvando las distancias, a los trabajos que el guitarrista de Yes, Steve Howe publicaría años más tarde en colaboración con Paul Sutin.




“Lento/984” - El segundo tema escrito por Speer es más relajado, con mayor protagonismo para la guitarra acústica (en el anterior era la eléctrica la que mandaba) y con las flautas ocupando un espacio muy importante. Como en la pieza precedente, uno de los puntos fuertes de ésta, es la evolución desde unos breves apuntes iniciales hasta una pieza con momentos de gran complejidad ocultos tras una aparente sencillez.

“Rain Forest” - En el tramo final retomamos la electrónica con el mismo tipo de sonidos sintéticos que abundaban en “Behind the Waterfall” sonando en un tema con una idea muy distinta. Es esta una pieza que combina melancolía y vivacidad, una mezcla extraña pero que aquí se demuestra acertada. Posiblemente sea el tema que mejor encaja en la estética “new age” de todos los que conforman el disco (pensar en una gran influencia de Suzanne Ciani no sería en absoluto descabellado, especialmente en las partes más románticas del tema).

“First Light” - Para el cierre, Lanz y Speer optan por un tono clasicista, especialmente en la parte de piano que es acompañada de forma discreta y efectiva por la guitarra eléctrica que casi parece un instrumento de arco por la forma de prolongar las notas de Speer. Una delicia con la que se pone fin a un disco extraordinario.

Con la perspectiva que dan los más de 30 años transcurridos desde la publicación de “Natural States” tenemos que reconocer que buena parte de su sonido ha quedado desfasado, demasiado encasillado en una época determinada de la que, en general, no han sobrevivido demasiados timbres  y conceptos que puedan ser exportados a nuestros días de una forma convincente. Las virtudes del disco, por contra, siguen estando vigentes: un gran acierto melódico, especialmente en momentos puntuales de máxima inspiración, arreglos elegantes y una música bien construida. En suma, pese a los puntos en contra que tiene el disco, sin duda, creemos que hoy en día podemos considerar a este trabajo de David Lanz y Paul Speer como un clásico en su género que merece la pena ser escuchado, al menos, para darle una oportunidad. Es muy probable que alguna de sus piezas consiga accionar ese resorte interno que todo oyente tiene y que, de cuando en cuando, salta ante la audición de músicas realmente especiales.

Nos despedimos, cómo no, con una versión en directo de "Behind the Waterfall" acompañada de un corte del siguiente disco de Lanz y Speer.


sábado, 12 de noviembre de 2016

Wim Mertens - At Home-Not at Home (2001)



Organizar la discografía de determinados músicos supone a veces un reto considerable. El caso de Wim Mertens es uno de esos ya que, sea cual sea el criterio aplicado para hacerlo, siempre tendremos discos que nos planteen problemas. Si lo hacemos desde un punto de vista temático, las dificultades son importantes ya que no es este un músico al uso que elabore piezas para concierto, bandas sonoras, música para teatro, etc. de una forma organizada y consciente. La opción de clasificar su música utilizando la instrumentación como referencia tampoco es sencilla puesto que muchas veces sus discos para una formación o instrumentos concretos tienen muy poco que ver entre sí y reúnen más similitudes estilísticas con grabaciones puntuales con orquestaciones diferentes.

El criterio cronológico, tan socorrido en la mayoría de los casos, tampoco termina de funcionar con Mertens. Por un lado por el largo espacio de tiempo que suele pasar entre la composición y grabación de su música y la publicación de la misma (en una entrevista llegó a afirmar que la música que publicaba solía tener realmente unos cinco años de antigüedad por lo que muchas veces no la tenía del todo presente cuando le preguntaban por ella). Por otra parte, existe un problema mayor, especialmente en los últimos años y es que la discografía de Mertens crece en varias direcciones; no sólo hacia adelante en el tiempo, como sería lo normal, sino también hacia atrás, creando así una especie de “retrocontinuidad”, y hacia los lados, añadiendo grabaciones de la misma época en las sucesivas reediciones de sus trabajos.

El disco que hoy comentamos tiene un poco de todo ello. Recoge varias de las primeras grabaciones de Wim Mertens pero se publicó después de otros trabajos posteriores. Además, la primera vez que salió a la venta, lo hizo en formato de single. Más tarde, lo hizo como complemento a la edición italiana de “Struggle for Pleasure”. Ya en 2001, apareció como CD independiente pero sumando al single original otras cuatro composiciones inéditas aunque pertenecientes a la misma época de los cortes primigenios. Para terminar de liar la cosa, se añade una versión en directo muy posterior de uno de los temas del antiguo single para piano solo.

En la grabación participan varios de los músicos que solían acompañar a Mertens en sus primeros años, cuando firmaba sus trabajos como Soft Verdict en lugar de con su propio nombre. Interviene también el compositor y saxofonista norteamericano Peter Gordon, figura importante de la vanguardia neoyorquina de la época y que contaba en su haber con colaboraciones con artistas de la talla de Laurie Anderson, Suzanne Vega o los Flying Lizards. En los primeros ochenta grababa para Les Disques du Crepuscule, el mismo sello en el que Mertens iba a publicar toda su obra hasta 2004. Participan en el disco además de él: Gyde Knebusch (arpa), el guitarrista de los californianos Tuxedomoon, Peter Principle, Karel Vereertbrugghen (bajo), Pieter Vereertbrugghen (percusión) y Frans Vos (viola). Wim Mertens por su parte, canta y toca el piano además del sintetizador Crumar (probablemente el modelo Multiman-S), instrumento éste responsable del característico sonido que recorre todo el disco.

Wim Mertens con el sintetizador Crumar


“At Home” - El primer single publicado con el mismo título del disco contenía este corte y “Not at Home” que comentaremos luego. Comienza con el sonido del Crumar que hace la base del tema. Entran a continuación el resto de instrumentos: el arpa en la parte melódica y el bajo, la guitarra y la batería como una potente sección rítmica reforzada por el saxo de Peter Gordon. Éste último interviene también como parte del ritmo como suele ser habitual en los compositores minimalistas norteamericanos a los que Mertens admiraba en aquella época. Sin embargo más adelante adopta un papel protagonista también en lo melódico con un cierto toque de jazz. Aparece en la parte final el piano del compositor belga como acompañamiento en el cierre de la pieza.

“That Strange Attractor” - El segundo tema del disco es una variación sobre “Not at Home” en la que sólo escuchamos a Mertens al sintetizador. Realmente esto ocurre en varias de las piezas del disco que no pertenecieron al single original por lo que creemos que son simples apuntes o borradores de las piezas finales. Sin embargo, este acercamiento más escueto nos resulta muy interesante y la sonoridad escogida por el músico, con un toque etéreo muy particular, beneficia mucho a la composición.




“Dense Points” - En cuanto al estilo, este corte tendría mucha relación con el primero del disco aunque con una instrumentación más escueta. Al sintetizador de Mertens se une el arpa y la percusión, así como una serie de efectos electrónicos un tanto extraños. La melodía es muy repetitiva, incluso para un músico que hacía del minimalismo su medio de expresión en aquellos años. Mediada la pieza hay una pausa tras la que entramos en una fase electrónica bastante interesante a la que se incorpora el arpa como instrumento central.

“Not at Home” - El segundo tema “estrella” del trabajo comienza con una larga introducción de percusión en la que el bajo, el arpa y los efectos electrónicos contribuyen a crear un ambiente realmente extraño. El sintetizador aporta efectos sonoros además de una sólida base que evoluciona hasta convertirse en la melodía central de la pieza. Una de las melodías más inspiradas, en nuestra opinión, del Mertens de los primeros años y que encontramos algo desaprovechada, tanto en este formato como en posteriores revisiones como la que el músico hizo en su disco “Instrumental Songs”. Una buena composición que pudo haber sido mucho mejor aún.




“Coloured by Turning” - Como ocurría con “That Strange Attractor”, esta es también una pieza para sintetizador solo en la que se revisa el tema central del corte precedente. Lo cierto es que ambas revisiones nos resultan extraordinariamente atractivas y, en muchos aspectos, superiores a los temas, digamos, originales. Extremadamente evocadoras, nos ofrecen una visión inédita de Mertens quien, si bien siguió utilizando el sintetizador Crumar durante un tiempo, nunca lo hizo de esta forma, extrayendo de él sonidos poco comunes en la discografía del músico pero que funcionan muy bien con su música. En su libro “American Minimal Music”, publicado cuando aún no era un compositor “profesional”, Mertens incluía entre los compositores minimalistas a pioneros de la electrónica de la llamada Escuela de Berlín como Klaus Schulze y los miembros de Tangerine Dream. Habría sido muy interesante escuchar más temas electrónicos del belga en esta linea, sin duda.




“That M” - El último tema del disco profundiza en lo que era el último tramo de “Not at Home”. Con efectos electrónicos similares y la misma melodía por parte del sintetizador, son esta vez el arpa y, sobre todo la viola quienes se encargan de la recreación de los temas principales. Tenemos la impresión de que este corte tenía un potencial que Mertens no termina de desarrollar lastrado, quizá, por lo raro y poco acertado de las partes electrónicas, demasiado extrañas y que no sólo no terminan de encajar sino que distraen al oyente casi tanto como la desconcertante voz del músico que podemos escuchar de forma entrecortada en determinados momentos en una serie de interjecciones y gritos poco acertados. El tema concluye con un homenaje a la primera grabación oficial de Mertens, el disco “For Amusement Only” grabado con sonidos de una máquina de “pinball”. Escuchamos en el final una y otra vez la característica frase “insert coin” que ya se escuchaba en aquel trabajo.

“Not at Home (reprise)” - Como cierre del disco en su edición de 2001, Mertens incluye una versión al piano de uno de los temas grabada en directo en 1998 en la ciudad polaca de Gdansk. Es este nuestro arreglo favorito de una melodía que, como indicamos antes, está entre nuestras preferidas de las escritas por el músico. Curiosamente un año más tarde, en 2002, aparecería una grabación recogiendo buena parte de ese concierto.

La gran mayoría de las melodías que se escuchan en este trabajo aparecieron más tarde en otros discos de Mertens con formaciones instrumentales muy diferentes. Por ello, el interés de esta grabación es algo limitado para el aficionado a la música en general aunque creemos que el seguidor del compositor belga debe tenerla. En nuestro caso, sin estar entre nuestros discos favoritos, sí que es una grabación a la que volvemos con cierta frecuencia.

Nos despedimos con una versión en directo de "Not at Home" para ensemble.


 

lunes, 7 de noviembre de 2016

Manu Chao - Clandestino (1998)



Hay términos que un día aparecen, no se sabe muy bien de dónde, y a partir de ese momento se convierten en omnipresentes y son repetidos hasta la saciedad llegando a desvirtuarse y a perder todo su significado al ser utilizados como una etiqueta comercial más. En un momento determinado hace ya unos cuantos años la música se vio invadida por uno de ellos: “mestizaje”. De repente, todo lo que se hacía era mestizaje, fusión entre estilos, mezcla, cruce, amalgama. La cosa no tardó en desnaturalizarse apareciendo pastiches en los que sobre una base de un estilo determinado se añadían un par de pinceladas étnicas por poner un ejemplo y se vendía como un producto transcultural.

Existieron en todo caso bandas y artistas que si llevaron a cabo una verdadera fusión entre músicas diferentes bebiendo de fuentes muy diversas y consiguiendo un sonido verdaderamente peculiar y distintivo. Fueron, en su mayoría, formaciones que surgían de ciudades con tasas altas de inmigración, lugares en cuyas calles se juntaban gentes de procedencias muy distintas, grandes urbes como Londres o París. Este era el caso de Manu Chao, hijo de emigrantes españoles afincados en las afueras de la capital francesa que convivió desde niño con personas de todas las razas y credos con un añadido: su padre, Ramón Chao, era un reputado escritor y periodista con lo que en el entorno del joven Manu se movía un buen número de artistas e intelectuales.

Ya como adolescente, Manu formó parte de varios grupos, casi siempre en compañía de familiares como su hermano Antoine o su primo Santi Cassariego. Aunque partían de una estética y un sonido punk, incorporaban a su sonido influencias de muchos otros estilos. Esa trayectoria culminó en 1987 con la formación de Mano Negra, banda que triunfó en toda Europa con una mezcla de música rock, punk, ska, influencias africanas, sudamericanas, reggae... en suma, de todo lo que un joven de un barrio multicultural de París podía escuchar en su vida ordinaria. Mano Negra tuvieron una existencia agitada con entradas y salidas de miembros, separaciones, periodos en los que tocaban bajo otro nombre, etc.

Cuando en 1994 la banda se disolvió, Manu comenzó un largo vagar por medio mundo durante el que compuso y grabó buena parte de lo que terminaría siendo su primer disco en solitario. Todo valía. Desde músicos callejeros hasta fragmentos de emisiones radiofónicas; desde discursos del subcomandante marcos hasta retransmisiones deportivas. “Samples”, recortes, fragmentos sonoros insólitos adoptan la forma de canciones de la mano de Manu Chao y del co-productor del disco: el ingeniero de sonido Renaud Letang. Su elección no fue casual y, con la perspectiva del tiempo, pocos productores podrían haber entendido como él lo que buscaba Manu. Letang nació en Irán, de padres franceses. Además de allí, en su juventud vivió en Indonesia y Venezuela, donde formó parte de una banda de rock. Ya en París, ingresó como técnico de sonido en los estudios Ferber, de los que salieron en los años setenta y ochenta muchos de los discos más importantes de la música francesa y también internacional. De ahi saltó a los estudios Guillaume Tell con apenas 19 años para trabajar, nada menos que con Jean Michel Jarre como asistente de producción en su disco “Waiting for Cousteau”. La colaboración de Letang con Jarre duró una década en la que el ingeniero fue parte importante de alguno de los macroespectáculos más recordados del músico francés como los conciertos de La Defense, Moscú o las Pirámides de Giza. Tras colaborar con Manu Chao, Letang ha trabajado en discos de artistas como Peaches, Gonzales, Beck, Feist o Jane Birkin y ha ganado importantes premios como ingeniero de sonido.

Manu Chao y Renaud Letang se conocieron en un café de Sèvres y durante esa conversación decidieron que iban a trabajar juntos en el primer disco de Manu en solitario. Un trabajo que el músico quería que fuera completamente electrónico; un disco “tecno” llegó a decir y con esa idea y todo el material grabado en sus viajes de los años anteriores comenzaron a trabajar en el estudio hasta que un día, de forma inesperada, el software con el que trabajaban se negó a funcionar. Ante la imposibilidad de utilizar casi todo lo que habían estado creando, decidieron probar un enfoque nuevo prescindiendo de la parafernalia electrónica. “Con este disco nos dimos cuenta de que el ángulo, el punto de vista, modifica el objetivo final y de que, a menudo, las cosas buenas ocurren por accidente” afirmaba Letang años después.

En la grabación iba a participar un grupo muy reducido de músicos formado por Jeff Cahours (trombón), Antoine Chao (trompeta), Ángelo Mancini (trompeta), Anouk (coros) y Awa Touty Wade (coros). Manu Chao canta y se encarga del resto de instrumentos.

Manu Chao


“Clandestino” - Todo el disco es, en realidad, una colección de temas muy breves enlazados formando un continuo. Comienza con una de las canciones más recordadas en las que habla de la inmigración “ilegal” o clandestina como indica el título. La pieza es sencilla  pero difícil de mejorar en ningún sentido.




“Desaparecido” - Enlaza con otro de los cortes del disco que alcanzó una gran difusión. A la guitarra y la voz de Manu se van sumando otros elementos que, envueltos de ritmos tradicionales sudamericanos terminan por formar una canción memorable, elogio de la vida nómada que el propio Manu conoció durante la creación del disco.




“Bongo Bong” - Cambiamos el español por el inglés en una canción más desenfadada aunque no exenta de trasfondo social tocando el tema del rechazo al extraño. La producción va complicándose con la aparición de elementos rítmicos que se repetirán luego a lo largo de todo el disco. También hay un pulso continuo que se integra en el propio ritmo como elemento conductor del disco. Escuchamos ruiditos electrónicos, trompetas con un tratamiento “low-fy” muy característico que se funden con el siguiente corte.

“Je ne t'aime plus” - De hecho se puede entender como una coda de la canción anterior. Un estribillo en francés por parte de una voz femenina se repite una y otra vez mientras el propio Manu adopta el mismo idioma para terminar la canción.

“Mentira...” - Un ritmo contagioso abre el siguiente corte en el que escuchamos diversos “samples” de todo tipo incluyendo en la parte final una canción tradicional mexicana: “La Llorona” en versión de Que Viva la Huasteca, boletines de noticias de Radio Francia internacional en español etc. Comenzamos a darnos cuenta del ingente trabajo de producción que consigue que la tremenda mezcla de sonidos de toda procedencia que Manu incluye en sus canciones suene siempre coherente.

“Lágrimas de oro” - Sube el ritmo y escuchamos “samples” en portugués de una retransmisión futbolística, algo que ya había hecho Manu en algún disco de Mano Negra. La pequeña sección de metal que interviene en el disco alcanza aquí su mayor protagonismo junto con las percusiones. La voz de Chao, organizada en diferentes capas, forma un “collage” mezclándose con voces de la calle y amenazas telefónicas.

“Mama Call” - Seguimos con las cadencias tropicales y volvemos al idioma inglés que Manu mezcla con un curioso “spanglish” en estrofas como “me hielo en la habitación / no tengo calefacción / can't get no satisfaction”. Lo más destacado es, una vez más, la mezcla de voces y sonidos, retransmisiones de Radio Moscú y música. Algo que pocas veces hemos escuchado de esta manera.

“Luna y Sol” - El ritmo de acelera e incluso escuchamos alguna percusión electrónica que quizá tenga que ver con la concepción original del disco como un trabajo de música tecno. No sólo hay motivos musicales que se repiten a lo largo de todo el trabajo. También hay textos que se escuchan en varias ocasiones como ocurre aquí con parte de la letra de “Mentira...”. En el final se escucha una parte de la “Cuarta Declaración de la Selva Lacandona” por la que se funda el Frente Zapatista de Liberación Nacional en México en 1997.

“Por el suelo” - El reggae fue un ritmo común en los discos de Mano Negra y no podía faltar en el debut de Manu en solitario. Dentro del ánimo reivindicativo de todo el disco, este es un corte ecologista que denuncia el maltrato a la “pacha mama”.

“Welcome to Tijuana” - Una de las canciones más populares del disco lo fue tanto que muchos creen que es una versión cuando es un tema original de Manu Chao que ya lo cantaba en los tiempos de Mano Negra. Es cierto que muchos otros artistas han hecho su propia interpretación de la misma después. En cualquier caso, incluye un fragmento del clásico “Tequila” de The Champs, que puede haber llevado a la confusión a muchos oyentes. El tema concluye con un fragmento del Manifiesto Zapatista.

“Día Luna... día pena” - Continúa el disco con una canción breve que actúa como transición hacia el arrebato “tecno” que llega después.

“Malegría” - Como decíamos, una base tecno muy rápida abre una pieza que enseguida se desmarca de cualquier influencia en ese sentido ganando protagonismo las guitarras con el clásico sonido “western” popularizado por las películas de Sergio Leone. El collage sonoro incluye ruidos de toda procedencia que encajan extraordinariamente bien.

“La vie a 2” - Volvemos al idioma francés entre ritmos sincopados en una canción muy interesante que se aleja algo de la linea general del disco.

“Minha Galera” - La única canción en portugués es un “reggae” en el que Manu homenajea a su gente, a sus amigos, su público y, en general a todo aquello que forma parte de su vida. Una preciosa miniatura como tantas en el disco.

“La despedida” - Faltaba una canción de desamor en el disco y llega casi al final con un tema en el que el músico habla de cómo por fin ha olvidado a alguien sólo para comprobar con el paso de las estrofas que, evidentemente, no lo ha conseguido en absoluto. Como curiosidad, en el final del tema el músico incluye mensajes de amigos recibidos en su contestador automático.




“El viento” - El cierre del disco es una canción más que mantiene la misma linea general de todo el trabajo. Nada especialmente destacable pero que mantiene el nivel medio-alto del resto de temas.

A priori puede llamar la atención que comentemos aquí un trabajo como “Clandestino” que, aparentemente, no encaja demasiado con las estéticas que suelen aparecer en el blog. No es que tengamos una linea muy estricta que delimite aquellas músicas de las que debemos hablar y las que no pero es cierto que con determinados discos nos surgen dudas (hace mucho tiempo que estamos pensando si hablar o no de un grupo como Mecano, por poner un ejemplo). Lo cierto es que Manu Chao nos gusta mucho ya desde su etapa con Mano Negra y que, particularmente, “Clandestino” nos parece un disco superlativo desde muchos puntos de vista. Tampoco es la primera vez que comentamos algún disco que se sale de los estilos habituales por lo que los asiduos no se sorprenderán demasiado.

Así sonaba Manu Chao en directo en 2015: