lunes, 31 de diciembre de 2018

Jean Michel Jarre - Equinoxe Infinity (2018)




Lo normal cuando hacemos una reseña como la de hoy es que aportemos datos confirmados e informaciones más o menos fiables y, siempre que existan, oficiales. Hoy, en cambio, vamos a especular un poco para tratar de dar forma a una idea que explique del modo más coherente posible la creación del disco del que vamos a hablar.

Durante 2016 y 2017, Jean Michel Jarre estuvo dando conciertos por todo el mundo con ocasión de la publicación de su proyecto “Electronica” incorporando además en las últimas fechas del “tour” algunas piezas de la tercera parte de su “Oxygene”. A partir de ahí comenzó a hablarse en las redes sociales (en especial en las de alguno de sus colaboradores más cercanos) de dos nuevos trabajos en los que estarían ya ocupados con la idea de que el primero de ellos apareciera en la primera mitad de 2018 y el segundo en los últimos meses del año.

Hasta aquí, todo es fácil de verificar con unas cuantas búsquedas en google pero es entonces cuando ocurre algo que creemos que pudo alterar todo el calendario previsto e incluso el resultado final del mismo. En noviembre de 2017, Jarre tenía programados dos conciertos en Argentina y Chile en lo que iba a ser su esperado debut en Sudamérica. Luego había un hueco significativo antes de comenzar una segunda gira por Estados Unidos y Canadá, que tendría lugar ya en la primavera de 2018. Los rumores sobre la aparición más o menos inminente de un nuevo disco iban aumentando e incluso había ya declaraciones del músico hablando de la inteligencia artificial como el tema central de ese nuevo trabajo. A la par, comenzaba a hablarse de ese hipotético segundo elepé que mencionamos más arriba, en el que se decía que habría una mirada al pasado. Los problemas comenzaron con los conciertos en Buenos Aires y Santiago de Chile: una serie de incumplimientos por parte de la empresa promotora llevaron al músico a anunciar, primero, la suspensión de los mismos y poco después, el aplazamiento a otras fechas.

Ignoramos cómo funcionan las programaciones de las distribuidoras de música hoy en día y la antelacion con la que se deciden las fechas de lanzamiento de discos y singles pero lo cierto es que el día 15 de diciembre de 2017, sin anuncio previo, apareció en la página de Jarre en Apple Music una nueva composición “Chromatic”. Apenas estuvo “online” unas horas antes de desaparecer sin más pero parecía claro que iba a formar parte del proyecto ligado a la inteligencia artificial del que Jarre llevaba un tiempo hablando. El problema es que el calendario había cambiado. Los conciertos sudamericanos iban a tener lugar en marzo y poco después tocaba viajar a Norteamérica lo que hacía imposible la promoción de un nuevo disco, especialmente en Europa que es el principal mercado de Jarre.

Saltamos ya a Buenos Aires y al 22 de marzo de 2018. Primer concierto que se abre con la voz de una inteligencia artificial indicando que lleva mucho tiempo observando cómo la humanidad está destruyendo la tierra y que ha llegado el momento de tomar las riendas: si el hombre quiere sobrevivir, tendrá que buscar otro planeta. Tras la voz, una nueva composición especialmente potente. ¿El adelanto de un nuevo disco? ¿una pieza exclusiva para la gira? Podía ser cualquiera de las dos cosas y hasta un homenaje a Stephen Hawking que había fallecido apenas una semana antes del concierto y que en los últimos años había hecho declaraciones en la misma linea que la “inteligencia artificial” que hablaba en la introducción del concierto. El nuevo tema permaneció como obertura de todos los shows de la gira por los Estados Unidos y parecía que iba a quedarse en eso: en una composición exclusiva para el directo hasta que se anunció la aparición a mediados de septiembre de “Planet Jarre”, un recopilatorio en el que se se repasaban los 50 años de carrera del músico francés. Entre otros temas inéditos figuraba el bautizado como “Coachella Opening”.

Tras “Planet Jarre” no parecía probable la aparición de un nuevo disco, al menos en 2018, pese a los comentarios del artista y de sus allegados en las redes sociales. Sin embargo, casi por sorpresa, en los listados de novedades previstas para los meses siguientes de Amazon, apareció un revelador título: “Equinoxe Infinity”. Lo de hacer un disco con la inteligencia artificial como tema central era algo que el propio Jarre había confirmado pero la idea de publicar una secuela de “Equinoxe” parecía algo más propio de las especulaciones de los “fans” (en muchos foros se había apuntado esa posibilidad) que una opción real pero lo cierto es que aquí estaba. Igual que siguió los pasos de Mike Oldfield y sus varios “Tubular Bells” al publicar hasta dos secuelas de su primer grán éxito, “Oxygene”, Jarre se atrevía con su propio “Return to Ommadawn” reviviendo el que es uno de los discos más queridos por su seguidores: “Equinoxe”.

En una cabriola a la que trataremos de buscar explicación al final de la entrada, Jarre hizo un popurrí conceptual en el que mezclaba la portada del “Equinoxe” de 1978 con una historia en la que entra la inteligencia artificial, ramalazos del 2001 de Arthur C. Clarke / Stanley Kubrick y hasta temas más propios del ámbito del misterio como los círculos de las cosechas o los “moais” de la Isla de Pascua. El resumen partiría del diseño de Michel Granger para la portada del primer “Equinoxe”. En ella aparecían una serie de personajes mirando hacia lo que muchos interpretamos como un escenario a través de unos prismáticos pero que ahora Jarre imagina como unos “vigilantes” que observan a la humanidad sin un objetivo claro. 40 años después, el músico se inventa toda una mitología para esos personajes que tampoco creemos que haya que desarrollar aquí.

El músico le encargó al artista checo Filip Hodas la realización de dos portadas diferentes partiendo de los personajes de la portada original de Granger. Una de ellas trataría de simbolizar un futuro utópico en el que la humanidad y los robots (inteligencias artificiales, algoritmos o como queramos denominarlos) conviven pacíficamente y la otra, más apocalíptica, una distopía en la que el hombre sucumbe frente a la máquina. “Equinoxe Infinity” sería la banda sonora de esos dos posibles futuros.

Segunda de las portadas del disco. El comprador en tienda física puede elegir entre las dos. El que lo haga online, recibirá una al azar.


“The Watchers (Movement 1)” - El disco comienza con un poderoso sonido grave que recuerda a la banda sonora de “Blade Runner 2049” pero no tanto como lo hacen los efectos sonoros que lo siguen a determinados momentos de la “Blade Runner” original. No es extraño que Jarre citase ambas películas como parte de la inspiración de un disco que, por otra parte, está centrado en la inteligencia artificial. Tras una introducción solemne llegamos a una serie de arpegios muy similares a los que se escuchaban en el comienzo del “Equinoxe” original. Una introducción épica que deja las expectativas en todo lo alto.

“Flying Totems (Movement 2)” - En el segundo corte del trabajo, Jarre despliega toda su artillería con esas secuencias rítmicas tan características y una melodía realmente inspirada que prácticamente calca un fragmento de su “Industrial Revolution” de 1988 aunque esa coincidencia no fuera intencionada en absoluto como afirmó el músico en una entrevista reciente. El tipo de sonidos empleados en el tema hace pensar en Vangelis pero lo cierto es que no es muy distinto del que Jarre empleó en discos como el citado “Revolutions” o la banda sonora de “Palawan: the Last Refuge”. Con todo, estamos ante uno de los mejores momentos del album y también del Jarre más reciente.




“Robots Don't Cry (Movement 3)” - Llegamos al que probablemente sea uno de los momentos más controvertidos del disco. Jarre desempolva la vieja Korg Mini Pops y utiliza un ritmo muy similar a los que escuchamos en el clásico “Oxygene” y en sus secuelas. Lo une a un colchón sonoro cercano al de otro de sus temas de referencia, “Chronologie 6” y nos ofrece un largo viaje nostálgico con poca o ninguna relación con el primer “Equinoxe”. El problema viene cuando se pone a improvisar con el “mellotron” ejecutando una melodía banal y repetitiva que temina por sonar irritante. Una pena porque la linea de bajo del tema y alguna que otra idea que aparece en la parte central del tema tenían potencial para mucho más.

“All that You Leave Behind (Movement 4)” - En el inicio del tema, Jarre vuelve a caer en viejos vicios empleando una secuencia de sonidos de fábrica presentes en el sintetizador virtual Synapse Dune 2 sin apenas modificación. Con ellos elabora toda la introducción del corte añadiendo algunos sonidos más como unas campanas y sus característicos colchones de cuerdas procedentes del Eminent. Tras eso, y con la entrada de la percusión, aparece una melodía muy esquemática que se combina con otra realmente poderosa ejecutada con unos tonos graves muy agresivos. Un muy buen final para una pieza realmente interesante.

“If the Wind Could Speak (Movement 5)” - El corte más extraño del disco por inesperado es esta brevísima transición en la que escuchamos una melodía muy alegre, casi juguetona, que se combina con “samples” vocales muy juguetones, que parecen balbuceos infantiles. Dentro de la narrativa del disco, se diría que nos sitúa en los albores del nacimiento de la inteligencia artificial como tal.

“Infinity (Movement 6)” - Llegamos así al tema más polémico del trabajo. Tenemos que confesar que la primera vez que lo escuchamos estabamos convencidos de que no era de Jarre y que algún bromista estaba tratando de colarnos un tema falso. Los acordes iniciales, propios de cualquier éxito de la terraza veraniega más cercana, los samples vocales con los que se iba construyendo la melodía y la producción, más bien pachanguera, estaban a la altura del Jarre de “Teo & Tea” y no del “resucitado” de los últimos tiempos. Sin embargo, en la segunda escucha y sucesivas, la presencia de elementos inequívocamente “jarreros” y ese “je ne sais quoi” presente en casi todos los singles del francés nos terminó por convencer de su autoría. No es la primera vez que nos ocurre con Jarre pero lo cierto es que la devastadora primera impresión del tema se fue diluyendo con el tiempo. No hasta el punto de que nos guste en demasiado pero sí lo suficiente como para soportarlo. Quizá para darle al oyente un asidero con el que identificar este corte con un proyecto que lleva la palabra “Equinoxe” en su título, Jarre utiliza en la parte central un fragmento de su clásico “Equinoxe 5” reproducido en modo invertido.

“Machines Are Learning (Movement 7)” - A partir de aquí, entramos en la parte más lograda de todo el trabajo. La secuencia con la que termina el corte anterior se funde en la que da inicio a éste de un modo muy similar a lo que ocurría entre la sexta y la séptima parte de “Equinoxe”. Tras ello entramos en una orgía de voces robóticas, efectos sonoros y ritmos de todo tipo que no tienen nada que envidiar a los mejores momentos de Jarre en este tipo de registros. Una auténtica gozada para el seguidor de la música electrónica clásica que enlaza sin solución de continuidad con el siguiente tema.




“The Opening (Movement 8)” - Llegamos así al tema que abrió los conciertos de la última parte de la gira anterior del músico y que apareció en el recopilatorio “Planet Jarre” con el título de “Coachella Opening”. Un verdadero cañonazo al que el músico ha sabido dar los retoques adecuados para que encaje en el sonido que uno esperaría de un disco con la palabra “Equinoxe” en el título, especialmente con los sonidos empleados en las secuencias rítmicas, herederos directos de los del disco del 78. En otra época en la que Jarre tenía mucha más presencia en los medios, este habría sido un single radiado a todas horas.




“Don't Look Back (Movement 9)” - Llegamos así a una pieza que tiene un lejano aire a aquella maravilla que fue en su día “Equinoxe 3”, con su ritmo de vals, aquí algo más acelerado. Falta una melodía a la altura de aquella pero, aún así, este es un tema muy digno que funciona especialmente bien en este momento del disco.

“Equinoxe Infinity (Movement 10)” - Para el cierre, Jarre se deja el corte más largo que tiene mucho de resumen del trabajo e incorpora muchos conceptos procedentes de otros momentos de su carrera. El inicio nos remite a las profundidades marinas de “Waiting for Cousteau” con una especial incidencia en la melodía principal de “The Watchers” que aparece varias veces a continuación. Más tarde hay también referencias a “Infinity” pero todo dentro de un desarrollo extraordinario que remite al Jarre experimental que termina por tener un hueco en casi todos sus discos. Capas y más capas de sonido, secuencias y arpegios que aparecen y desaparecen, ritmos acuosos, extrañas voces sintéticas... un magnífico colofón que, si nos atenemos a las palabras del propio Jarre, debería tener continuidad en un futuro cercano. Según el músico, se trabajó en el desarrollo de una app para móvil en la que un algoritmo se encargaría de ir “remezclando” el tema partiendo de las pistas originales de modo que cada nueva escucha fuera diferente de la anterior aunque siguiera siendo la misma composición.


En nuestra opinión, “Equinoxe Infinity” terminó siendo una mezcla de dos ideas. Jarre tenía previsto un nuevo disco con la inteligencia artificial como tema central (que habría salido a principios de 2018) y, por otro lado, una secuela de “Equinoxe”. El aplazamiento de los conciertos sudamericanos complicó las cosas y obligó a fusionar los dos conceptos en un solo trabajo (el nuevo “Equinoxe” tendría que salir por fuerza en 2018 para cumplir con el 40 aniversario del original). Eso explicaría la aparición y posterior borrado de “Chromatic” un año antes e incluso el cambio en los arreglos de “The Opening” para hacerla encajar en un nuevo “Equinoxe” utilizando mismo tipo el tipo de secuencias del disco de 1978. El propio Jarre da alguna pista cuando afirma en una entrevista promocional que el resultado de “Equinoxe Infinity” le ha dejado plenamente satisfecho porque la discográfica le dio un plazo de varias semanas más sobre la fecha prevista para entregar el disco. Esto encajaría con la idea de un retraso en los planes originales a causa de los conciertos aplazados.

Según nuestra improbable teoría, los cuatro primeros movimientos del disco estarían pensados para la secuela de Equinoxe. Los que van del quinto al noveno además del perdido “Chromatic” pertenecerían en origen al disco sobre la inteligencia artificial. El cierre, “Equinoxe Infinity” sería una especie de recapitulación grabada a posteriori. Todos ellos, lógicamente, habrían sido arreglados en esos meses que la discográfica le concedió al músico para que formasen un todo más o menos coherente y que diera idea de unidad. De ahí surgiría el uso de secuencias muy próximas a las del disco original en varios de los cortes y en los enlaces entre ellos e incluso el empleo de melodías del original reproducidas al revés.

Sea como fuere, nuestra valoración global del disco es buena, tirando a muy buena, en la linea de todo lo que ha publicado Jarre en estos últimos tres años. Hasta tenemos la sensación de que “Equinoxe Infinity” es lo que podría haber sido “Teo & Tea” de haberse hecho las cosas bien y si Jarre hubiera invertido algo más de trabajo y esfuerzo en aquel disco. Hay incluso varias similitudes entre ambos trabajos en cuanto a los sonidos utilizados, el empleo de voces electrónicas o el uso de “presets” de fábrica pero entre los dos discos hay un verdadero abismo a la hora de evaluar el resultado final y en eso influyen las horas invertidas pero también el nivel de inspiración.

No queremos despedirnos sin antes comentar que “Chromatic”, el misterioso tema que apareció y desapareció por sorpresa a finales de 2017, fue reutilizado por Jarre y, con un par de arreglos, convertido en “Souris Calle”, pieza que apareció en un triple LP de tirada limitada publicado por una galería de arte parisina como parte del homenaje que la artista Sophie Calle hizo a su gata Souris fallecida tiempo antes. En el disco colaboran artistas del nivel de Bono, Mirwais, Michael Stipe, Laurie Anderson, Jarvis Cocker o Pharrell Williams entre otros.


Os dejamos con Jarre hablando del proyecto:

 

lunes, 17 de diciembre de 2018

Jim Hall & Pat Metheny (1999)



Pat Metheny tenía apenas 15 años cuando conoció a Jim Hall. Fue en The Guitar, el club en el que que éste tocaba habitualmente. En aquel momento, Hall era ya un artista consagrado que había tocado con alguno de los más grandes como Bill Evans, Sonny Rollins o Ella Fitzgerald y estaba alcanzando un estatus reservado a los más grandes como revolucionario de la guitarra en una música como era el jazz en el que nunca estuvo entre los instrumentos estrella. De hecho, muchos consideran a Hall como uno de los cuatro pilares del jazz para guitarra junto con Django Reinhardt, Charlie Christian y Wes Montgomery. Además de su labor como intérprete, Hall destaca como compositor y no sólo en el ámbito de la guitarra sino en el orquestal habiendo escrito varias obras para ese formato obteniendo importantes reconocimientos en ese campo.

Todos conocemos ya la gran capacidad para asociarse con otros artistas de Pat Metheny pero Jim Hall con su decena larga de discos en solitario frente a los más de 150 firmados junto a otros músicos, demuestra que también en ese aspecto iba por delante de todos. Era solo cuestión de tiempo que los caminos de ambos se cruzasen de nuevo, esta vez dentro de un ámbito profesional y no como músico y seguidor y eso ocurrió en 1990, en el JVC Jazz Festival en Nueva York al que Hall invitaría, entre otros a John Scofield y al propio Metheny. Es curioso porque algo después de aquello, Scofield ofrecería a Pat Metheny grabar con él un trabajo a dúo para su sello de entonces: Blue Note (Hablamos tiempo atrás en el blog del resultado de esa colaboración: “I Can See Your House from Here”) y lo mismo iba a suceder con Jim Hall. Tras el festival, Hall y Metheny comenzaron a dar conciertos juntos y unos años después, ambos grabarían juntos para el sello de Jim (años más tarde el trabajo sería reeditado en Nonesuch, el sello de Metheny). El disco, firmado sencillamente como “Jim Hall & Pat Metheny” iba a contener una serie de dúos de guitarra con Metheny sonando en el canal derecho del estéreo y Hall en el izquierdo, algo similar a lo que pasaba en el mencionado trabajo de Metheny y Scofield.

En su colaboración Hall y Metheny iban a mezclar temas en directo con otros grabados en estudio, composiciones propias con otras ajenas y piezas ya existentes con improvisaciones. En total, 17 temas con Hall a la guitarra eléctrica y Metheny alternando esta con la acústica, con una guitarra clásica sin trastes y con su inseparable “Pikasso guitar”.

Hall y Metheny frente a frente.


“Lookin' Up” - Una composición de Jim Hall es la que abre el trabajo y la elección no puede ser más acertada puesto que nos parece una pieza perfecta para el estilo de ambos artistas. Metheny aporta un ligero aire de bossa nova por detrás mientras Hall, con un fraseo nítido, nos deleita con su buen hacer.




“All the Things You Are” - Primera pieza en directo del disco. Se trata de una versión de una pieza del musical “Very Warm for May” del dúo Oscar Hammerstein II / Jerome Kern en la que ambos guitarristas no se limitan a ejecutar la partitura sino que la estiran y enriquecen a cada compás. Exquisito.

“The Birds and the Bees” - Uno de los alumnos aventajados de Jim Hall en su etapa como profesor fue el violinista y guitarrista de origen húngaro Attila Zoller. También fue él la persona que llevó al aún adolescente Metheny a ver el concierto de Hall en el que ambos se conocieron. Aquí los dos guitarristas le rinden tributo interpretando una de sus piezas más conocidas, también en directo.

“Improvisation No.1” - Hasta un total de cinco improvisaciones se recogen en el disco. La primera de ellas apenas supera el minuto de duración y recae principalmente en Metheny con un Hall apoyando puntualmente durante el desarrollo del tema.

“Falling Grace” - El bajista Steve Swallow es el autor de la siguiente pieza del programa. Swallow había tocado con Hall en los primeros sesenta y con Metheny a mediados de los noventa y los dos guitarristas buscaron una forma de homenajearle incluyendo esta gran composición en su trabajo conjunto.

“Ballad Z” - Pasamos ahora a la primera pieza escrita por Metheny en el disco: un tema lento e intimista de esos que adornan su carrera y que suelen brillar especialmente cuando aparecen en discos como este, a dúo con otro colega.

“Summertime” - Pocos estándares tan estándar como este de la ópera de George Gershwin “Porgy and Bess” y pocas interpretaciones del mismo tan interesantes como esta. Lo que en origen era una balada se convierte aquí en un tema intenso y rápido catapultado por el ritmo de la guitarra acústica de Metheny sobre la que Hall interpreta la parte melódica. Una versión extraordinaria que merece la pena conocer por lo que tiene de diferente y por el valor añadido que le da el ser interpretada en directo.




“Farmer's Trust” - Continuamos con una versión de una pieza de Pat Metheny y Lyle Mays aparecida originalmente en el doble disco en directo del Pat Metheny Group, “Travels”. Tanto Hall como Metheny están realmente inspirados en esta grabación, también procedente de uno de los conciertos del dúo.

“Cold Spring” - El “set” de tres piezas en directo concluye con este tema de Jim Hall en el que, de nuevo, Metheny cumple una función de apoyo y Hall carga con el peso de la melodía. Con todo, es un dueto magnífico en el que ambos artistas mezclan a la perfección.

“Improvisation No.2” - La segunda improvisación es tan breve como la primera pero ahí se acaban las similitudes. En este caso se trata de una arriesgada muestra de “free jazz” en la que Metheny explora todos los sonidos que puede sacar de su “Pikasso” en un corte tan experimental como extraño.

“Into the Dream” - Sigue Metheny con su guitarra “Pikasso” para interpretar este corte de su disco “Imaginary Day”. La versión podría ser una especie de desarrollo más coherente del tema anterior y enlaza con otra improvisación.

“Improvisation No.3” - En este caso, los dos artistas se dejan de experimentos y nos regalan una preciosa balada de sabor clásico. Un tiempo lento de esos que hay que paladear largo tiempo para sacarle todo el jugo.




“Waiting to Dance” - Continuando con el mismo estado de ánimo del corte anterior llega la siguiente pieza compuesta por Jim Hall. Y decimos compuesta por Hall porque es lo que pone en los créditos aunque lo cierto es que en este tipo de registros, sin acompañamiento de otros instrumentistas, las maneras de componer de Hall y de Metheny no siempre son fáciles de identificar.

“Improvisation No.4” - Regresamos a las improvisaciones y con ellas a un cierto grado de riesgo. Metheny se atreve con la guitarra sin trastes y desafía a Hall a un duelo del que no sacamos un ganador claro aunque sí un par de minutos de florituras realmente curiosas.

“Improvisation No.5” - El último tema de estudio del disco es también la última improvisación y, quizá, la mejor de todas. Una pieza fragil y muy inspirada que nos deja con ganas de mas.

“All Across the City” - Cierra el trabajo otro tema de Jim Hall interpretado por el dúo en directo. Como ocurre con todo el disco, una pieza preciosa interpretada de forma inmejorable por los dos guitarristas. Un cierre de altura para un trabajo que obtuvo críticas realmente buenas.

Pese a que en 1999 Pat Metheny era una super-estrella del jazz, el enfoque de este disco no podía ser otro que el clásico de “alumno se enfrenta a maestro”. Jim Hall fue un guitarrista tremendamente influyente y Metheny es, en muchos sentidos, uno de sus más claros discípulos. No tuvieron mucho contacto en los primeros años de la carrera de Pat pero los estilos de ambos tienen tantas similitudes que resulta imposible no ver a uno en la forma de interpretar del otro. De hecho, sería muy difícil distinguir quién toca cada parte en este disco de no figurar en los créditos quién toca en un canal y quién lo hace en el otro. Esta afinidad contrasta con lo diferente que es su música más allá de la guitarra. Tanto las orquestaciones de Hall como los trabajos de Metheny con sus diferentes grupos no pueden ser más distintos entre sí pero aquí, guitarra frente a guitarra, sin artificios de ningún tipo, los dos músicos se comportan como almas gemelas.

Es posible que este no sea un disco para todo el mundo. Si ya el jazz no es una música en la que se entre fácilmente, cuando son sólo dos guitarras las que se enfrentan, el público que puede disfrutarlo a la primera es aún menor. Sin embargo, si os gusta el instrumento y no os retrae la perspectiva de pasar hora y cuarto escuchando a dos guitarristas de jazz, creemos que es una audición más que recomendable.

Como despedida os dejamos este magnífico episodio del programa Legends of Jazz en el que coincidieron, precismente, Hall y Metheny:


 

martes, 11 de diciembre de 2018

Max Richter - Hostiles (2018)



La mayor parte de la música que aparece en este blog procede de artistas que comenzaron su carrera hace más de 25 años pero es inevitable que poco a poco vayan haciendose cada vez más habituales músicos pertenecientes a generaciones posteriores. De entre ellos, uno de los que más probabilidades tiene que convertirse en una presencia frecuente es el alemán Max Richter, quien une a una gran calidad en todas sus propuestas, una capacidad de trabajo muy importante que le lleva a publicar con una frecuencia cada vez mayor.

Como muchos de sus compañeros de generación, Richter divide su producción discográfica entre los trabajos de estudio al uso y las bandas sonoras para el cine y la televisión y es en este último campo en el que es más prolífico en los últimos tiempos. Pese a ello, no terminabamos de ver el encaje de la generalmente sofisticada música de Richter acompañando a según qué géneros. Había funcionado muy bien con distintos tipos de animación y también acompañando a relatos de ciencia ficción o a distopías de lo más fascinantes pero no nos parecía el músico ideal para poner acompañamiento sonoro a un western.

Max Richter


No pensó lo mismo el director Scott Cooper a la hora de buscar autor para la banda sonora de “Hostiles”, una película de la vieja escuela que narra la historia de un veterano capitán de caballería cuya última misión es la de acompañar a un enfermo jefe cheyene a la tierra de su tribu para que muera allí, conduciéndole a través de medio continente y protegiéndolo a él y a una viuda que encuentra por el camino, entre otras cosas, de los ataques de los comanches. Buena parte del interés del guión reside en la relación de odio que mantuvieron los dos protagonistas en tiempos anteriores. La premisa nos sugiere una película de acción que no casa demasiado con trabajos anteriores de Max Richter pero aquí viene el truco: “Hostiles” no es lo que podríamos esperar a priori. Su narrativa es pausada, reflexiva, con una fotografía bellísima y una especial atención al paisaje norteamericano y ese tipo de imágenes y ritmos sí que encaja bien con el estilo del músico.




Para la grabación, Richter contó con la Air Lyndhurst Orchestra y el coro London Voices además de con varios solistas: Ian Burge (violonchelo), Chris Garrick (violín) y Andy Massey (piano). Quizá sorprenda al lector ver que el propio compositor no participa como intérprete en el disco y más aún al escuchar una banda sonora en la que hay sonidos que no proceden de ninguno de los instrumentos citados y que se dirían surgidos de un sintetizador. Es ahí donde entra una de la sorpresas del trabajo: la presencia del músico turco Görkem Sen, inventor e intérprete del “yaybahar”. Es éste un extrañísimo instrumento acústico que combina características de los de cuerda (se toca con arco, entre otros elementos) pero también de los de percusión (utiliza como cámara de resonancia dos membranas y también puede ser percutido con mazos). En todo caso, lo más interesante es su sonido y ese es verdaderamente hipnótico.




El disco comienza con”The First Scalp” que nos presenta la melodía central de la película, un breve tema de violín de aire celta para pasar a la primera sección de percusión, un elemento muy importante en todo el trabajo. Tras esa parte escuchamos la primera intervención de Sen con el “yaybahar” y aquí comienzan las sorpresas al comprobar cómo un instrumento de reciente creación, sin relación alguna con la cultura india americana, consigue crear un ambiente fascinante e inesperadamente apropiado para la película. La intervención del violonchelo cierra el tema inicial y nos prepara para el típico desarrollo el resto de la banda sonora. El tema central de violín se repetirá más tarde en “A New Introduction”. A partir de aquí aparecen piezas mucho más cercanas a lo que ya conocemos de la carrera de Richter como “A Woman Alone”, “Something to Give”, “Rosalee Theme” o la extensa “Never Goodbye”. Todas ellas comparten su clásico tema meditativo de piano construido con un número mínimo de elementos aunque la última, situada al final del trabajo, resume, en realidad, lo mejor de toda la obra en sus más de siete minutos. Otros cortes como “Leaving the Compound”, “Scream at the Sky” (este con un precioso in crescendo orquestal al final), “Camanche Ambush” (con su recital de percusiones), “River Crossing”, “What Did They Die For?” vuelven a dar protagonismo a Görkem Sen y su instrumento, recordando por momentos al Peter Gabriel de “La última tentación de Cristo”. “Cradle to the Grave” vuelve a los temas de ascendencia celta (uno de los pilares de la música tradicional norteamericana, no lo olvidemos), en esta ocasión, con una melodía realmente triste que enlaza de nuevo con el inconfundible piano de su autor. “Leaving Fort Winslow utiliza por primera vez la guitarra para conseguir una extraordinaria ambientación del oeste. Lógicamente también hay transiciones en las que se recupera alguno de los motivos centrales de la película como ocurre con” “Where We Belong”, “The Lord's Rough Ways”, “Appeasing the Chief”, “Yellow Hawk's Warning”. No podemos dejar de destacar la maravillosa “The Last of Them” con su solemne combinación de orquesta y coro y su final que recuerda al Philip Glass de “Koyaanisqatsi”. Mención aparte merece la única pieza del trabajo que no firma Richter: “How Shall a Sparrow Fly”, obra del cantautor Ryan Bingham y uno de los puntos fuertes del disco.




Con “Hostiles”, Max Richter nos demuestra que no solo es poseedor de un estilo propio labrado a lo largo de varios discos en los que cada vez se desmarca más de las innegables influencias de los primeros años de su carrera sino que también tiene esa capacidad de adaptación y de asimilación de estilos tan necesaria cuando pones música a las imágenes de otros. Es esto último lo que más nos ha sorprendido, para bien, en este disco. Richter suena a sí mismo pero también consigue evocar una época como fue el turbulento siglo XIX norteamericano y lo hace sin caer en tópicos e incluso recreando ambientes con instrumentos claramente fuera de aquel tiempo y lugar como el mencionado “yaybahar” del que os dejamos un breve vídeo ajeno a la película a modo de presentación.


 

martes, 4 de diciembre de 2018

Socrates - Phos (1976)



Cuando pensamos en Grecia desde el punto de vista musical, es probable que se nos vengan a la cabeza muchos artistas que han brillado en diversos campos, desde las bandas sonoras (Mikis Theodorakis) hasta la canción ligera (Nana Mouskouri, Demis Roussos) pasando por la música culta contemporánea (Manos Hatzidakis). Pocos pensaríamos, al menos en un primer momento, en artistas de rock y, sin embargo, los hubo que tuvieron una cierta repercusión más allá de las fronteras helenas. El nombre obvio en el que primero reparamos es el de Aphrodite's Child pero rascando un poco más encontramos a Socrates.

No nos vamos a engañar. Si hubo un momento en que llegamos a la música de Socrates fue siguiendo la pista a la gran cantidad de colaboraciones que hizo en sus primeros años la gran estrella de la música griega: Vangelis. Con todo, la banda ya tenía una cierta trayectoria antes de cruzar sus caminos con el genial multi-instrumentista. En sus primeros años alcanzaron una gran popularidad en los circuitos rockeros de Atenas y se dice que los fines de semana en los que actuaban, los miembros de otras bandas de la zona solían terminar sus conciertos apresuradamente para poder asistir, al menos, a un par de canciones de los shows de Socrates. Su estilo era una mezcla de blues-rock con toques hard que fue evolucionando hacia una especie de rock progresivo cercano al metal, especialmente a partir de su cuarto disco, que es el que comentaremos aquí hoy.

En sus primeros trabajos, la banda lucía un nombre más largo (Socrates bebió la cicuta) que fue acortado, probablemente de cara a un posible lanzamiento internacional con la grabación de “Phos”. Los miembros estables de la banda eran el cantante y bajista Antonis Tourkogiorgis y el guitarrista Yannis Spathas. Junto a ellos grabaron hasta tres baterías diferentes. En el momento de registrar “Phos”, el titular era George Trantalidis. En los primeros setenta, Aphrodite's Child marcaron el camino convirtiéndose en la primera banda griega popular fuera del país y lo consiguieron desde París, ciudad en la que grabaron su primer trabajo. Tras la separación de la banda y al terminar su periplo francés, su líder Vangelis se estableció en Londres, donde lanzaría definitivamente su carrera y con él fue con quién contactaron los miembros de Socrates que terminaron por desplazarse a la capital británica para grabar con él. Inicialmente su rol iba a ser el de productor pero finalmente se implicó mucho más, tocando los teclados y las percusiones en un disco al que también aportaría alguna composición. La grabación de “Phos” terminó siendo de gran importancia para Vangelis. En aquel entonces, el griego estaba aún construyendo los míticos estudios Nemo por lo que trabajaba alquilando otros estudios privados. Concretamente la grabación del disco de Socrates tuvo lugar en los Orange Studios (simultáneamente a la de otro disco con producción de Vangelis: “Mariangela” de la cantante griega del mismo nombre). El ingeniero de sonido allí era Keith Spencer-Allen quien pasaría después a desempeñar esa misma tarea en el estudio privado del compositor griego formando así parte de la etapa más recordada de su trayectoria.

Portada de una de las reediciones del disco en la que se destaca la presencia de Vangelis.



“Starvation” - El disco comenzaba con una regrabación de uno de los primeros éxitos de la banda, publicado originalmente en su disco de debut. Se trata de un tema basado en las guitarras pero en el que los teclados de Vangelis enseguida se muestran fundamentales. Es una canción épica, idea reforzada por la apasionada forma de cantar de Tourkogioris, con toques progresivos y no pocos elementos folclóricos lo que refuerza el carácter griego de la apuesta de la banda.

“Queen of the Universe” - Pieza muy interesante esta. Se combinan una parte más narrativa por parte de la banda con interludios en los que Vangelis reina a su antojo recreando los ambientes y sonidos que empezaban a caracterizar su producción. Hasta en tres ocasiones toma las riendas, destacando especialmente la tercera que funciona casi como una coda instrumental que podría figurar en cualquiera de sus discos en solitario.




“Every Dream Comes to an End” - El protagonismo del teclista alcanza su máxima expresión en esta pieza compuesta por él mismo. Curiosamente no son los sintetizadores los que llevan el peso en un principio, sino el piano. Más tarde, cuando entra el resto de la banda sí escuchamos ya los clásicos timbres electrónicos de Vangelis. El empleo de la batería podría esconder un antecedente de la parte final del clásico “To the Unknown Man” y el papel reservado a la guitarra, muy presente en toda la pieza, nos habla de un músico que, pese a ser el autor, no pretende acaparara toda la atención en un disco que, al fín y al cabo, no firma él. El cierre es una auténtica delicia, a la altura de los momentos estelares de discos como “Heaven and Hell” o “Albedo 0.39”.

“The Bride” - Volvemos a los temas más rockeros con una fuerte base en el folk griego, en la linea de discos de Demis Roussos o Irene Papas por citar un par de ejemplos con los que Vangelis tuvo relación. Es una canción con un cierto aire ceremonial que nos encanta y que está entre nuestras preferidas del disco.

“Killer” - Cambio radical con el siguiente corte: una canción breve llena de energía en la linea de Led Zeppelin o Hendrix. Los riffs de guitarra se suceden combinando motivos tradicionales con agresivas ráfagas de “hard rock”. Es una de esas piezas que interpretadas por una banda anglosajona podría haber llegado mucho más lejos.

“A Day in Heaven” - Quizá el tema más convencional de todo el disco. Es una balada con un ligero aire “beatle” en la que tampoco hay ningún elemento que destaque especialmente, al margen de la inconfundible sonoridad del CS80 de Vangelis, omnipresente en todo el disco.

“Time of Pain” - Seguimos con un corte que tiene todos los elementos del rock progresivo clásico salvo la duración: ritmos cambiantes, guitarras robustas, unos arreglos excelentes y una perfecta integración de los elementos no puramente rockeros (de nuevo el folclore heleno). En muchos sentidos esta pieza podría ser la respuesta griega a Jethro Tull, obviando, y no es poca cosa, la presencia de la flauta de Ian Anderson.

“Mountains” - El disco termina con una más que interesante suite en dos partes. La primera es la más tradicional en el sentido en que nos muestra la típica interpretación vocal acompañada por el grupo. La segunda es completamente diferente: un difícil e intrincado solo de guitarra al que Vangelis acompaña con sus teclados y alguna percusión. Un final diferente para un disco muy recomendable.




Se nos hace complicado pensar que esta entrada pueda llegar a un seguidor del rock griego de los setenta, género sin duda apasionante pero al que no le imaginamos una gran legión de seguidores entre los lectores de habla hispana. No será tan complicado, creemos, que sea un seguidor de Vangelis el que pase por aquí. Al fin y al cabo, nosotros mismos llegamos al disco de Socrates siguiendo ese mismo camino. Si ese es el caso, no podemos hacer otra cosa que recomendar este trabajo. Por un lado, tiene el inconfundible sello del teclista por todas partes y está grabado en una de las etapas más inspiradas de su carrera. Por otro, no es demasiado diferente, en esencia, del algunos discos del propio Vangelis en solitario (pensamos en “Earth”) o en su etapa con Aphrodite's Child. ¿Un capricho para completistas? Puede ser, pero pese a ello, creemos que “Phos” tiene suficiente entidad como para disfrutarse incluso al margen de la presencia de Vangelis. Vuestra es ahora la decisión al respecto.


Como despedida os dejamos con la pieza compuesta por Vangelis para el disco: