miércoles, 31 de agosto de 2022

Ludovico Einaudi - Underwater (2022)



Puestos a escoger un lugar en el que quedarse encerrado y sin poder salir durante un periodo de tiempo indeterminado, las montañas del Piamonte italiano no parece mal sitio. Y es que en esa situación se encontró el compositor Ludovico Einaudi cuando decidió tomarse unos días de descanso en una casa de campo de la zona tras terminar una extensa gira. Lo que iban a ser unos días de asueto se convirtieron en varias semanas al coincidir con el comienzo de la pandemia del COVID-19 que tuvo en Italia a uno de los países más afectados en sus primeros meses.




Esa situación de aislamiento temporal permitió al artista desconectar de todo. Por primera vez en muchos años no tenía plazos de entrega, conciertos y viajes programados, etc. Magnífica situación para ponerse a componer con total libertad (la palabra más veces pronunciada por el músico en las entrevistas promocionales del disco que saldría de ahí). Nos pasa algo curioso con Einaudi y es que la imagen que tenemos de él es siempre la de un pianista y, aunque es verdad que ese es su instrumento, lo cierto es que “Underwater”, el disco del que hablamos hoy, es solo el tercero de toda su carrera escrito y grabado para piano solo, sin participación de ningún otro sonido. La anterior entrega de estas características databa de 2001 y desde entonces, todos sus discos de estudio habían incluido cuerdas o sintetizadores como instrumentos adicionales.




El disco sigue la línea de la mayoría de trabajos de Einaudi con temas muy melódicos con un toque folk como “Luminous”, sencillos y evocadores al estilo de la Suzanne Ciani de Private Music como ocurre con “Rolling Like a Ball”. Encontramos piezas que juegan con unos pocos acordes sin demasiado desarrollo en el inicio para transformarse en una melodía de cajita de música más adelante como la tranquila "Indian Yellow", temas más rápidos como “Flora” que, con espíritu minimalista, nos ofrece una serie de veloces repeticiones de un motivo breve con muy ligeros cambios y que quizá sea lo más interesante de un trabajo que continúa con “Natural Light”, pieza reposada y de nuevo con foco en una melodía inocente de esas que a Einaudi le salen con naturalidad. “Almost June” es una de nuestras favoritas con un tema central algo más afilado que el resto del disco pero siempre dentro de los parámetros del autor. “Swordfish” sigue la línea de “Luminous” o “Natural Light”. Nos metemos en territorios impresionistas con “Wind Song” y su lento ritmo de vals antes de llegar a “Atoms”, más profunda y oscura de lo habitual en el músico italiano en contraste con la preciosista “Temple White” que nos devuelve al Einaudi más accesible y directo. Ya en el tramo final regresamos a la versión más folk del artista con la bonita “Nobody Knows” antes de cerrar el disco con “Underwater”, pieza con aire de himno que nos parece un muy buen punto final.




Es indudable que Ludovico Einaudi ha dado con una fórmula exitosa y no tiene por qué moverse de ahí. No en vano, es el artista clásico más reproducido en las emisoras de todo el mundo y eso nos lleva a reflexionar sobre lo extraño del mundo de la música. Si Ludovico hubiera desarrollado su carrera en los años ochenta y noventa, no tenemos ninguna duda de que habría sido una de las grandes estrellas de la música “new age” y seguramente, su catálogo se publicaría en sellos como Windham Hill, Narada o Private Music junto a los de nombres como George Winston, David Lanz o Michael Jones. Hoy en día, aparece en las secciones de música clásica que a los artistas citados les estaban vedadas en su momento pese a que la obra de éste y la de aquellos no se nos antoja demasiado diferente. Son tiempos distintos y quizá la escasez de propuestas de este tipo en nuestros días frente a la abundancia que había en el pasado haga que las actuales tengan una mayor consideración por parte del mundo clásico que, tampoco lo vamos a negar, es mucho más abierto hoy que entonces.




lunes, 22 de agosto de 2022

Alphaville - Forever Young (1984)



Si ha habido un estilo que siempre ha sido mirado por encima del hombro por músicos y seguidores de otras tendencias, ese ha sido el pop electrónico. Al mismo tiempo que se hacía cada vez más popular en los primeros años ochenta, surgía una corriente de menosprecio hacia el mismo por parte de rockeros de toda procedencia, desde los más clásicos hasta los del punk rock pasando por los seguidores del “heavy metal”. En las contraportadas de los discos de Queen había una nota que aclaraba que en ellos no sonaba ningún sintetizador (eso cambiaría pronto pero la intención entonces era clara) y no hace falta recordar lo que pensaban la mayoría de estrellas del rock español sobre Mecano. No ayudaba el hecho de que muchos de los artistas que encabezaban esa nueva ola de pop electrónico presumían de no saber tocar un instrumento “de verdad” y no dejaban de recordar que no les hacía ninguna falta hacerlo porque con los sintetizadores y la tecnología de estudio del momento, cualquiera podía hacer música. Los integrantes de Pet Shop Boys llegaron a decir que utilizaron sintetizadores porque era lo que estaba de moda en aquel momento, no porque tuvieran un especial interés en ese nuevo sonido.


Aunque el origen de todo probablemente fue Kraftwerk y, por tanto, Alemania, lo cierto es que la mayoría de las bandas de pop electrónico surgieron en Inglaterra eclipsando casi por completo lo que se hacía en otros países pero eso no iba a impedir que fuera en el país germano en el que surgiera una de las bandas más importantes del género y también los autores de uno de los discos más redondos de su estilo. Hablamos de Alphaville. La banda surgió del encuentro de Marian Gold y Bernhard Lloyd en Berlín a los que se unió poco después Frank Mertens, probablemente el que más idea tenía de tocar un instrumento de los tres y es que, como decíamos antes, a los miembros de Alphaville les gustaba la música, escuchaban el pop electrónico de Gary Numan (y su banda Tubeway Army) o de Orchestral Manoeuvres in the Dark pero no eran músicos (al menos, no tan buenos como para poder ganarse la vida tocando). Componían y grababan gracias a las posibilidades que les ofrecían los sintetizadores, secuenciadores y cajas de ritmo de la época.


La cuestión es que las cualidades que les faltaban para interpretar, les sobraban para componer de modo que no tardaron en conseguir un contrato discográfico que iba a acelerar mucho las cosas. ¿Por qué? Porque bastó que grabasen un primer single (publicado mientras aún estaban componiendo el material para un LP que estaba programado para más adelante) para obtener un éxito planetario en pocas semanas. Solo habían grabado tres canciones y todo el mundo estaba pidiendo más. Pese a ser alemanes, cantaban principalmente en inglés y probablemente fue ese triunfo inmediato el que hizo que las canciones que habían preparado en alemán quedasen fuera de la selección final del disco, que iba a ser interpretado en su totalidad en la lengua de Shakespeare.


Alphaville en 1984. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.


“A Victory of Love” - El disco comienza con unas notas sueltas de sintetizador, un ritmo constante y una línea de bajo típicamente ochentera y es que no debemos olvidar que Alphaville, pese a no ser los primeros en llegar, definieron en buena medida el sonido de aquellos años. Marian Gold comienza cantando en un tono discreto y va ganando en intensidad cuando llega el estribillo donde hace gala de un más que notable rango vocal. Un gran tema lleno de melodías que no es sino el comienzo de un gran disco.


“Summer in Berlin” - Elegantísimo corte en el que destacan, aparte del gran sentido melódico de la banda, un uso perfecto de sonidos sintéticos, juegos vocales y una producción impecable con muchas influencias de Yazoo que no llegan a caer en el plagio en ningún momento.


“Big in Japan” - Llegamos al primer gran bombazo del disco. El single que impulsó todo y una de las canciones que marcaron el desarrollo de toda una década. Comienza con un inolvidable riff electrónico de vago aire oriental y enseguida llega una de esas secuencias que han quedado en la memoria de todos, incluso en la de quienes no le prestaron atención en su día para completar una canción redonda. Un clásico del que poco más se puede añadir a estas alturas.




“To Germany With Love” - El siguiente tema es bastante diferente, con un comienzo de corte ambiental roto bruscamente por una intrincada línea de bajo a la que siguen una serie de no menos complejos juegos vocales. Una canción sofisticada y fascinante, llena de cambios de ritmo y guiños de todo tipo, incluyendo algún guiño a Mozart en el final.


“Fallen Angel” - La canción que cierra la “cara a” del LP tiene un esquema muy convencional pero la melodía del estribillo tiene un giro arrebatador. Todo esto, aderezado con sintetizadores muy en la línea de los primeros Depeche Mode hacen de esta otra canción muy rescatable.


“Forever Young” - Se cuenta que la versión original de esta canción, una de las tres que el grupo tenía escritas cuando empezaron a trabajar en el estudio, tenía un ritmo mucho más rápido. Si es así, sólo podemos decir que fue todo un acierto convertirla en una balada. Con un toque épico desde el comienzo, con esos samples vocales casi oníricos, y reforzada por unos arreglos muy clasicistas, incluyendo el precioso solo de teclado de la parte final, estamos ante una de esas canciones que no faltan en ninguna lista de las mejores de su época. Carne de emisoras nostálgicas pero una grandísima canción en todo caso.




“In the Mood” - Continuamos con una tema que incorpora alguna novedad (el ritmo es casi un reggae acelerado) pero que sigue basándose en los elementos típicos del grupo: melodías electrónicas muy pegadizas, ritmo ágil y muy buen gusto en la producción.


“Sounds Like a Melody” - El que fue segundo single del disco era casi una exigencia de la discográfica que quería una canción muy comercial que pudiera mantener el éxito de “Big in Japan” antes de probar con una balada como fue “Forever Young”. Y lo cierto es que el grupo cumplió con creces con un verdadero temazo que fue imitado hasta la saciedad. Hasta nos atreveríamos a decir que toda la fórmula de sus compatriotas de Modern Talking y sus famosos falsetes sale de esta canción que fue escrita en apenas un par de días.




“Lies” - Rebajamos un poco el nivel con esta canción pop sin demasiadas pretensiones, con un aire a los primeros OMD, inocente y un poco facilona. En otro disco podría funcionar muy bien pero en uno del nivel de este debut, está bastante por debajo de la media.


“The Jet Set” - El último single del disco se regrabó y publicó tras la salida del efímero Frank Mertens de la banda. De nuevo, un estribillo muy pegadizo es el mejor gancho para un tema divertido y muy animado que pone fin a un disco que, sin duda, es uno de los grandes clásicos del pop electrónico.





Sin duda, “Forever Young” es uno de los mejores discos de pop electrónico lo que no significó que Alphaville se convirtieran en una banda superventas y es que en aquellos años la fama era muy efímera. De hecho, la época dorada del género no duró más allá de cuatro o cinco años, por más que algunas de las bandas más importantes sigan activas hoy en día. En realidad eso casi era la excepción ya que muchos de los nombres que nos vienen a la cabeza al hablar de synth pop fueron grupos con una vida muy corta. Yazoo duraron tres años, Visage o Soft-Cell, siete y Ultravox un poco más (aunque todos ellos regresaron décadas más tarde). El gran mérito de Alphaville fue destacar en un género eminentemente británico no siendo de las islas y cantando en un idioma que no era el suyo. En ese sentido, solo los suecos de A-Ha nos parecen comparables a ellos. Nostalgia aparte, creemos que revisitar a Alphaville hoy en día, en pleno revival ochentero, es un ejercicio más que recomendable.

lunes, 15 de agosto de 2022

Brad Mehldau - Highway Rider (2010)



Con contadas excepciones, la carrera discográfica de Brad Mehldau se había centrado en trabajos en solitario, colaboraciones con otros solistas y, sobre todo, discos con su trío. Por eso sorprendió en 2009 la aparición de una nueva grabación (en formato de disco doble, además) con un par de artistas invitados y la participación de una orquesta y un pequeño coro, The Fleurettes, en adición a su clásico trío con Larry Grenadier y Jeff Ballard. Los invitados no eran precisamente unos advenedizos ya que se trataba del batería Matt Chamberlain y el saxofonista Joshua Redman, músicos ambos con los que Mehldau había colaborado en varias ocasiones en el pasado.


Realmente no se trataba de un disco para quinteto y orquesta puesto que cada pieza tiene una configuración diferente y podemos escuchar temas para piano solo, temas para orquesta y diferentes combinaciones entre esta y los cinco músicos participantes. Es un trabajo ambicioso, tanto por el formato como por la duración y también uno de los más completos de Mehldau hasta entonces ya que todas las composiciones son suyas, algo no tan habitual como podría parecer en su discografía.


“John Boy” - La primera pieza del disco es una preciosidad introducida por el piano de Brad y perfectamente secundada por Jeff Ballard con una discretísima percusión y el saxo de Redman acompañando a la sección de viento de la orquesta. Hay algo que planea a lo largo de todo el tema que recuerda al “Blackbird” de los Beatles, cosa que no puede sorprender ya que esa es una canción que Mehldau versiona habitualmente en directo.


“Don't Be Sad” - En el segundo corte participan los cinco músicos además de la orquesta y tiene un delicioso sabor a jazz clásico. Música de seda a la que las cuerdas le dan un precioso toque cinematográfico y en la que podemos disfrutar de un Joshua Redman especialmente seductor.


“At the Tollbooth” - El tercer corte es una miniatura para piano solo de Mehldau en la que apenas esboza un motivo bastante similar al del corte anterior. En cierto modo podría pasar por una coda de este.


“Highway Rider” - Pasamos ahora al típico trío de Brad con Chamberlain en lugar de Ballard a la batería, cosa que se nota mucho por el estilo de este, muy sincopado y moderno. Una especie de acercamiento a lo que más adelante hará Mark Guiliana con el propio Mehldau. Además del piano, Brad toca el mítico sintetizador Yamaha CS-80, aunque apenas lo utiliza para crear algunas texturas de relleno en determinados pasajes y para subrayar melodías en la parte final.




“The Falcon Will Fly Again” -  Volvemos a un esquema similar el del corte inicial, piano y saxo compenetrándose a la perfección con los dos percusionistas acompañando en segundo plano. Ritmos quebradizos y volubles que nos deleitan hasta la parte final, con las voces de The Fleurettes ejecutando una melodía de inspiración brasileña que nos recuerda otros acercamientos a la música de ese país por parte de otros músicos de jazz como Pat Metheny.


“Now You Must Climb Alone” - La primera de las dos piezas orquestales del disco comienza con un tono melancólico muy profundo, con protagonismo de los violonchelos al principio y de los violines después. Una atmósfera pesada, más intensa a cada compás. A medio camino entre la música de Samuel Barber y los experimentos orquestales de Pat Metheny en “Secret Story”.


“Walking the Peak” - Precisamente ese parecido con el “Secret Story” lo encontramos en este corte que es una continuación del anterior. Las cuerdas se van diluyendo en el arranque mientras entran, primero el piano, más tarde la percusión y finalmente el saxo de Redman. No hay solución de continuidad entre ambas piezas por lo que bien podrían considerarse una sola. En todo caso, una composición excelente que no para de evolucionar hasta el final.




“We'll Cross the River Together” - El corte más largo del trabajo es este que abre el segundo cedé. Con la orquesta como protagonista en su inicio pese a la aparición de Mehldau y Redman en momentos puntuales, las maderas tienen su intervención más destacada de toda la obra. Como también sucedía en los cortes anteriores, el tema es un in crescendo continuo con un punto de épica, especialmente con los toques de campana que aparecen de vez en cuando. Todo parecía discurrir en esa misma línea cuando llegamos a un interludio de piano y saxo que es una verdadera preciosidad justo antes de la entrada de la batería y del contrabajo, que es cuando la pieza empieza a tomar una clara forma jazzística. El final, sin embargo, vuelve al formato orquestal.


“Capriccio” - Con el siguiente tema, Mehldau se mete en territorio flamenco como si de un Dorantes se tratase, palmas incluidas. Lo mejor de todo es que sale más que airoso del experimento funcionando igual de bien la parte de piano que la melodía principal a cargo de Joshua Redman. Un viaje inesperado con un resultado magnífico.




“Sky Turning Grey (for Elliott Smith)” - Volvemos al formato de trío más saxo (con Chamberlain a la batería) en esta pieza dedicada al malogrado multi-instrumentista y compositor Elliott Smith. Mehldau añade el órgano a su habitual piano pero el protagonista es Redman con un excelente y jovial acompañamiento de batería, de esos que solo pueden arrancarnos una sonrisa.


“Into the City” - Escuchamos por primera vez en todo el disco al trío habitual de Mehldau sin adición alguna y lo hacemos en un tema frenético con un espectacular Jeff Ballard a la batería como queriendo reclamar su espacio en un trabajo en el que Matt Chamberlain ha brillado con las baquetas en todas sus intervenciones. Por muchos motivos, uno de nuestros cortes favoritos de todo el trabajo pese a no ser el más destacado melódicamente.




“Old West” - La única pieza a dúo del disco entre Mehldau y Redman comienza con lo que parece una improvisación de éste sobre el piano de Brad y termina con una maravillosa exhibición del saxofonista ejecutando una serie de variaciones sobre la melodía principal verdaderamente inspiradas. Otro gran momento del disco que los dos músicos recuperarían en un trabajo posterior grabado en directo por ambos.


“Come With Me” - Repite el trío “titular” de Mehldau con la ayuda de Redman. Un buen corte, con una perfecta compenetración entre los cuatro que hace pensar en cómo sonaría esta formación en un disco completo del estilo del “MoodSwing” (1994) de Redman en el que ya participó Mehldau en su día.


“Always Departing” - Segundo tema orquestal de “Highway Rider” pero en lugar de por la melancolía del anterior, aquí se opta por una tensión muy cinematográfica en la introducción, cortada en seco por los violonchelos y el piano que se encarga de toda la parte central de la pieza rememorando alguno de los motivos anteriores del disco.


“Always Returning” - Del mismo modo que ocurría al final del primer cedé, cuando el tema orquestal que ocupaba el penúltimo lugar del mismo se fundía en último corte mientras se iban sumando todos los solistas participantes, aquí se repite el esquema y sin ninguna separación temporal ambas piezas se enlazan en lo que bien podría ser una sola. Un poderoso broche para un disco excelente.


Discos como “Highway Rider” no dejan de ser una excepción en la carrera de Mehldau, como decíamos al comienzo. El pianista no es muy dado a grabar con formaciones grandes y menos aún con orquesta aunque de cuando en cuando nos regala algún trabajo así. En todo caso este disco es sensacional y uno de nuestros favoritos del pianista en cualquiera de sus formatos, especialmente cuando se trata de un disco doble en que el nivel el altísimo en todos sus temas.