lunes, 30 de diciembre de 2024

David Gilmour - Luck and Strange (2024)



Una cosa que siempre nos ha llamado la atención es la escasa discografía en solitario de los miembros de Pink Floyd, en comparación con los de otras bandas de su misma época. En la búsqueda de posibles razones por lo que esto es así, encontramos una que no es particularmente positiva para cada uno de los músicos que formaron parte del mito: ninguno de sus discos en solitario está a la altura, ni siquiera cerca, de los que firmaron en conjunto como Pink Floyd, cosa que es particularmente chocante ya que la banda tuvo etapas muy definidas en la que el liderazgo de uno de sus miembros fue muy marcado, ya fuera Syd Barrett en sus comienzos, Roger Waters en la segunda mitad de los años setenta o David Gilmour tras la salida de éste. ¿Quiere esto decir que los discos en solitario de estos artistas fueran malos?. No particularmente, pero, en general, parece claro que la magia surgía de una u otra forma cuando todos ellos estaban implicados en el proyecto.


En todo caso, la aparición de un nuevo trabajo de un miembro de Pink Floyd siempre es noticia y algo digno de reseñarse. Hoy es el turno de David Gilmour y su último disco: “Luck and Strange”, concebido, como tantos otros que hemos comentado en tiempos recientes, durante los meses del confinamiento. En esa época, y a modo de vía de escape de la situación, el músico inauguró una serie en youtube bajo el título de “Von Trapped Family Livestream” en la que el guitarrista interpretaba canciones propias (y algunas versiones, especialmente de Leonard Cohen y Syd Barrett) acompañado de miembros de su familia. Dentro de esa sucesión de temas, se presentó una canción nueva titulada “Yes, I Have Ghosts”, interpretada junto con su hija Romany, que llegó a tener videoclip propio, lo que parecía anticipar un nuevo disco. Sí y no. Parecía claro que Gilmour estaba trabajando en material nuevo pero lo cierto es que esa canción precisamente, no formó parte de la edición “normal” de lo que iba a ser su siguiente álbum (aunque sí aparece como material extra en una edición especial). También está disponible dentro del audiolibro de la novela “A Theatre for Dreamers” de la esposa de David, Polly Samson, a la postre, autora también de la mayoría de las letras de los discos de Gilmour desde que se casaron en 1994 (también escribió parte de las canciones de “The Division Bell” de Pink Floyd).


Finalmente, Gilmour juntó un buen número de canciones nuevas y decidió grabarlas a caballo entre su propio estudio particular y el de Mark Knopfler con la ayuda del productor Charlie Andrew quien, en palabras del propio Gilmour “tenía una maravillosa falta de respeto, e incluso un gran desconocimiento de mi trayectoria pasada”. Curiosa afirmación si tenemos en cuenta que uno de los primeros trabajos de Andrew fue precisamente con Roger Waters para su show berlinés de “The Wall” de 1990. Gilmour contó con un buen número de músicos para tocar en determinadas canciones del disco incluyendo al teclista Rob Gentry, a Roger Eno (piano), los bajistas Guy Pratt y Tom Herbert y los baterías Adam Betts, Steve DiStanislao y Steve Gadd. Su hija Romany canta y toca el arpa en varios cortes y Gabriel Gilmour también hace coros en algún momento. El punto de nostalgia lo pone la aparición de Richard Wright, del que David recupera una “jam session” de 2007 a la que da forma para escribir la canción que da título al disco (en la edición especial del mismo, aparece como material adicional la “jam session” completa).


“Black Cat” - Abre el disco un breve tema instrumental en el que la guitarra de Gilmour da la réplica al piano de Roger Eno y los sintetizadores de Rob Gentry. Muy en la línea del sonido de los Pink Floyd de The Division Bell.


“Luck and Strange” - Ya comentamos en otra entrada los pocos problemas que tiene Gilmour a la hora de aprovechar material de archivo de Richard Wright. Lo hizo cuando publicó bajo el nombre de Pink Floyd el disco “The Endless River” y ahora lo hace para un disco propio. Lo cierto, pese a todo, es que la canción funciona y los teclados del bueno de Rick están muy bien aprovechados lo que nos sitúa ante un muy buen tema.




“The Piper's Call” - Una de las piezas más raras del trabajo, con un inesperado protagonismo del ukelele. Es un tiempo medio bastante ajeno al estilo de Gilmour hasta que llega el estribillo que eleva el nivel con un cierto punto de épica. Quizá no lo suficiente para reflotar la canción pero sí para reconciliarnos con el viejo David, especialmente con el largo solo final de guitarra y los arreglos de órgano Farfisa.


“A Single Spark” - Seguimos con una balada en la que quizá la percusión ocupa un plano demasiado prominente en la mezcla y que nos sorprende con unos coros angelicales en la parte central en los que nos parece reconocer cierta influencia de Leonard Cohen, lo que tendría sentido habida cuenta de la cantidad de versiones del canadiense que Gilmour hizo en sus directos online durante el confinamiento.


“Vita Brevis” - Segundo instrumental del disco, aún más corto que el anterior, y con protagonismo de Romany Gilmour tocando el arpa. Una bonita miniatura sin mayor trascendencia.


“Between Two Points” - Romany se convierte aquí en la vocalista principal de una canción lenta que nos parece uno de los grandes descubrimientos del disco y que confirma todo lo buena que nos pareció como intérprete la hija de David en el ya comentado “Yes, I Have Ghosts”. Una de nuestras canciones favoritas del trabajo que es la única versión del mismo, ya que fue compuesta por la banda The Montgolfier Brothers para su disco de debut en 1999.


“Dark and Velvet Nights” - Cambio radical en el sonido que se endurece, con unas guitarras muy potentes y agresivas y un tono bluesero muy logrado. Al igual que nos pasa en varios momentos del disco, las partes de batería y las percusiones son lo que menos nos convence, llegando a distraernos en ciertos momentos. Con todo, es una canción que no nos desagrada en absoluto.


“Sings” - Parece encontrarse más cómodo Gilmour a estas alturas en los temas lentos en los que le resulta más fácil encontrar ese punto de inspiración y esas melodías que tanto aprovechó en su etapa al frente de Pink Floyd. Aquí escuchamos una de las mejores del disco en un estribillo que bien podría haber formado parte de “A Momentary Lapse of Reason”. Una gran pieza que nos acerca al final del disco.




“Scattered” - El cierre lo pone otro tema que empieza de forma suave con muchas capas de teclados y una batería muy delicada que nos gusta mucho. La parte central, en lugar del clásico solo de guitarra, nos muestra un magnífico duelo de pianos entre Rob Gentry y Roger Eno que, ahora sí, nos deja ante un magnífico solo de guitarra (acústica esta vez) por parte de Gilmour que desemboca en otro final con su inconfundible eléctrica.


Normalmente solemos comentar los discos en su versión “normal” sin hacer mucho caso a los extras que pueden aparece en las ediciones de lujo. Aquí hemos hecho lo mismo pero tenemos que recomendar que, si tenéis la oportunidad de haceros con la versión “expandida” del “Luck and Strange”, lo hagáis. Tanto la posibilidad de tener la maravillosa “Yes, I Have Ghosts” como por la de disfrutar de la jam session completa que dio origen al tema “Luck and Strange”, siquiera por el punto nostálgico de volver a escuchar a Richard Wright.


Pese a lo que pueda desprenderse de alguno de nuestros comentarios, creemos que Gilmour ha facturado un disco estupendo. Quizá el mejor de los suyos en solitario. La acogida, en general parece darnos la razón ya que ha llegado al número uno en las listas de varios países europeos (incluyendo el Reino Unido). Una buena noticia, sobre todo si tenemos en cuenta que, con el ritmo de publicación de Gilmour, cualquier disco puede ser el último.


No podemos evitar despedirnos con "Yes, I Have Ghosts" pese a que no forme parte de todas las ediciones del disco porque nos parece una verdadera joya.




miércoles, 25 de diciembre de 2024

Philip Glass & Robert Moran - The Juniper Tree (2009)



Mientras que en casi todos los ámbitos de la música es habitual encontrar obras escritas en colaboración por diferentes compositores, en lo que conocemos como “música clásica”, este es un hecho bastante raro y que se suele circunscribir a los estilos más vanguardistas y experimentales. Por eso siempre nos llamó la atención la obra de la que vamos a hablar hoy y que está firmada a dúo por Philip Glass y Robert Moran. El caso de Moran es muy curioso y más aún si lo confrontamos con el propio Glass. Ambos son contemporáneos pero su producción, y especialmente en lo que se refiere a las grabaciones de la misma, tienen enfoques diametralmente opuestos. Tanto es así que Moran apenas ha publicado dos discos (tres, si contamos el que comentamos hoy) mientras que de la discografía de Glass hace tiempo que perdimos la cuenta. En su momento alcanzó una cierta notoriedad con sus obras compuestas para ciudades. No es que le dedicase una composición a una ciudad sino que la propia ciudad iba a ser la intérprete de la obra. Así, en su “City Work” (1969) hicieron falta 100.000 intérpretes del area de San Francisco, incluyendo dos emisoras de radio, una de televisión, 30 rascacielos, aviones, grupos de danza, etc.


En 1984, el American Repertory Theater, de Cambridge, encargaría a Glass y Moran una ópera basada en el cuento de los Hermanos Grimm, “El Enebro” (“The Juniper Tree” en inglés). El enfoque era claro. Cada uno de los autores escribiría alternativamente la música de cada escena, contando con parte del material compuesto por el otro para darle cierta unidad al conjunto, y lo mismo ocurriría con las transiciones entre ellas. A la hora de la verdad, la cosa no fue exactamente así pero podemos considerar que se ajustó más o menos a ese planteamiento.


El primero de los dos actos comienza con un extenso prólogo a cargo de Glass en su clásico estilo de los ochenta que recuerda por igual tanto a los pasajes más solemnes de obras como “Koyaanisqatsi” como a determinados fragmentos de sus óperas “Akhnaten” o “Satyagraha”. Las partes corales y las intervenciones de las solistas tienen un punto más alegre aunque deja entrever el trasfondo siniestro de la historia. En todo caso, el prólogo es muy variado y reúne momentos musicales muy diferentes que nos muestran todo el abanico estilístico de su autor. Nos quedamos con uno de los clímax en los que la orquesta es acompañada por el órgano ofreciéndonos un momento estremecedor. Las dos primeras escenas de la obra corren por cuenta de Robert Moran y desde el comienzo queda bien claro que estilo de ambos compositores tiene pocos puntos en común. Moran tiene un enfoque mucho más lírico y centrado en la melodía, aunque mantiene una base minimalista en la que la repetición de elementos sigue estando presente. Hay momentos de gran complejidad en los que la voz principal se combina, por un lado con las cuerdas y, por otro, con los metales, creando una atmósfera impresionante en lo que creemos que es la mejor parte de la primera escena. La parte final de la misma es caótica a su manera con un desarrollo muy interesante desembocando en una segunda escena que comienza con un bello pasaje cantado por la soprano en un precioso diálogo con el clarinete con apoyos puntuales del piano. Una pequeña joya que se transforma poco a poco en un fragmento dramático lleno de tensión y fuerza con un piano abrumador colándose entre los entresijos de las cuerdas. La tercera escena, mucho más breve, nos devuelve a Glass en un tramo velocísimo que nos lleva a la “Bird Song”, también escrita por Philip en uno de sus momentos más inspirados melódicamente hablando y que nos recuerda, siquiera ligeramente, al estilo de Michael Nyman. El epílogo del primer acto lo pone Robert Moran con un corto tema instrumental sin mayores sorpresas.


Glass es el encargado de la primera escena del segundo acto para la cual nos regala un bonito dueto vocal acompañado de los característicos arpegios y demás recursos de su estilo. Una buena despedida, de hecho, de su autor, quien ya no volverá a participar en la obra. A partir de aquí y hasta el final toma las riendas un inspirado Robert Moran comenzando por un inspirado interludio en el que sí que encontramos elementos del estilo de Glass, como se suponía que debía ocurrir en cada parte firmada por uno de los autores. Pasamos así a la segunda escena en la que Moran recupera alguno de los motivos centrales de la obra en un esfuerzo por dotarla de coherencia interna que no se ha notado tanto cuando era el turno de Glass. También desde el punto de vista instrumental hay una mayor complejidad jugando con las posibilidades de todas las secciones de la orquesta en los momentos más turbulentos. La escena final es un emotivo trío entre los dos hermanos y su padre en el que Moran vuelve a apelar a su lado más melódico con grandes resultados.



Intuimos que la relación entre los dos autores no debió ser la mejor puesto que los derechos de la obra, en lugar de ser compartidos, quedaron todos en propiedad de Glass quien se opuso durante mucho tiempo a la difusión de las grabaciones de la misma, originadas en las diversas representaciones. En cambio, Moran animaba a sus seguidores a piratear y distribuir ese material “para una mayor difusión del mismo”. Finalmente, en 2009, Glass publicó “The Juniper Tree” en su propio sello por lo que entendemos que las diferencias entre ambos debieron arreglarse en cierto modo.


“The Juniper Tree” es una ópera interesante pero nos cuesta incorporarla al amplio repertorio de Glass, no tanto por el hecho de que sea de autoría compartida (Glass tiene más obras de esas características como su “Passages” con Ravi Shankar con las que no nos sucede lo mismo), como por el mayor protagonismo asumido por Robert Moran. En cualquier caso merece la pena acercarse a una obra tan original en su planteamiento, al margen de que el resultado final sea o no el esperado. Curiosamente es una ópera que se sigue representando con cierta regularidad en teatros de todo el mundo por lo que nuestras reticencias al respecto probablemente estén erradas.



martes, 10 de diciembre de 2024

Ute Lemper - Punishing Kiss (2000)



Actriz, bailarina, pintora, cantante, compositora, escritora, articulista... un currículum espectacular que muchas veces en la prensa se ha simplificado calificando a Ute Lemper como “la nueva Marlene Dietrich”. Claro está que ella lo puso fácil ya que buena parte de su carrera la ha dedicado a recorrer un camino similar al del Ángel Azul, cantando el mismo repertorio y homenajeándola en teatro con obras dedicadas a ella. De hecho, en sus inicios mantuvo una intensa relación epistolar con Marlene que comenzó cuando Ute le envió una carta a la diva “disculpándose” precisamente por la comparación que hacían los medios entre ambas.


Nosotros la conocimos en 1991 a través de su colaboración con Michael Nyman en la banda sonora de “Prospero's Books” y en su “Songbook”, enteramente interpretado por Lemper, aunque realmente la habíamos visto poco antes sin ser conscientes de ello formando parte de la extensa lista de invitados del famoso concierto de Roger Waters en Berlín interpretando “The Wall” en julio de 1990. Sin embargo, hoy no vamos a hablar de estos trabajos ni de alguna de sus muchas grabaciones de las canciones de Bertolt Brecht y Kurt Weill sino del disco “The Punishing Kiss” que la artista publicó en 2000 en colaboración con Neil Hannon (The Divine Comedy) en el que interpreta canciones de diversos artistas. Los integrantes de la banda de Hannon tocan en la mayor parte del disco. Stuart Bates y Joby Talbot se encargan de los teclados, Bryan Mills del bajo, Ivor Talbot de las guitarras y Miguel Barradas de la batería.


“The Case Continues” - Abre el disco esta magnífica canción de Neil Hannon en la que disfrutamos de unos extraordinarios arreglos de piano, batería y cuerdas que realzan la personal voz de Ute Lemper, poderosa e intimidante como siempre. Los metales de la segunda parte de la pieza le dan un tono épico que contrasta con las partes de guitarra que siguen a continuación. Fantástico comienzo para un disco que es una joya.


“Tango Ballad” - La única canción de la colección escrita por el tándem Brecht / Weill, está interpretada a dúo por Lemper con Hannon en una versión que abandona el arreglo clásico y se introduce en sonidos más rockeros con, eso sí, una importante aportación de la orquesta. La combinación de dos voces tan reconocibles y personales funciona de maravilla y revela una química fantástica entre ambos intérpretes que podremos disfrutar de nuevo más adelante.




“Passionate Fight” - Continuamos con una canción de Elvis Costello que apareció en su disco “New York 1996”. Es una pieza deliciosa con un gran aroma a musical clásico, lo que se adapta perfectamente a las características de Lemper, acostumbrada a ese tipo de repertorio. 


“Little Water Song” - El siguiente tema fue escrito por Nick Cave y es uno de los favoritos de la propia intérprete desde que el artista le envió una demo solo con piano y voz pero indicando que quería un arreglo de orquesta. Lemper respetó ese deseo y nos ofrece aquí una interpretación muy teatral cantada desde el punto de vista de una mujer que está siendo ahogada bajo el agua por su pareja.


“Purple Avenue” - La mayoría de los artistas escogidos por Lemper para interpretar sus canciones tienen en común una gran personalidad, tanto en su faceta de escritores como en la de intérpretes. No sorprende, por lo tanto, encontrar entre ellos a Tom Waits, de quien escuchamos aquí un lento blues con toques de jazz y sabor a viejo cabaret.


“Streets of Berlin” - Menos obvia es la elección de un músico como Philip Glass pero cuando escuchamos su canción, todo empieza a cuadrar. Se trata de una pieza escrita para la banda sonora de la película “Bent”, situada en la Alemania de la “noche de los cristales rotos” que en el film interpretaba un travestido Mick Jagger. En todo caso, la pieza no está dentro de los cánones del minimalismo glassiano salvo por un pequeño fragmento de cuerdas en la parte central en el que escuchamos sus característicos arpegios.




“Split” - La segunda canción de Neil Hannon en el disco vuelve a mostrarnos el dúo con Lemper, ahora en un tema rock, en el que funcionan tan bien o mejor de lo que lo hicieron antes interpretando a Weill. Una maravilla escuchar a Ute Lemper fuera de sus estilos más habituales para comprobar que es capaz de bordarlo como si llevase toda su vida cantando este tipo de canciones.


“Couldn't You Keep That to Yourself” - Repite Elvis Costello como autor en las dos siguientes piezas. La primera es una bonita balada en la que destacamos el papel del órgano Hammond durante todo su desarrollo.


“Punishing Kiss” - La segunda sigue la línea de la anterior pero apoyándose más en la orquesta para redondear otro tema que parece sacado de un musical en su comienzo pero que incorpora un divertido giro en su parte central que se transforma en un rápido tema jazzístico muy cabaretero.


“You Were Meant for Me” - Última canción de Neil Hannon en el trabajo aunque cantada por Ute Lemper en solitario. Comienza con un fragmento en francés con el típico arreglo de acordeón para convertirse enseguida en algo completamente diferente entrando en los terrenos que suele pisar Hannon con The Divine Comedy. Una canción que sube de intensidad a cada segundo potenciada por la orquesta y que termina en todo lo alto.


“The Part You Throw Away” - Llegamos así a la segunda aportación de Tom Waits al trabajo, un tema íntimo con arreglos de guitarra y acordeón llenos de melancolía. La melodía es verdaderamente preciosa y, por algún motivo, nos parece ideal para un dúo imposible con Leonard Cohen.




“Scope J” - El cierre lo pone esta canción de Scott Walker, otro cantante de personalidad arrolladora que, en esta ocasión le planteó un difícil reto a Ute Lemper: “imagina que estás con los ojos vendados y en silencio total dejando que tu mente viaje sola hacia dondequiera que desee hacerlo”. La canción es inquietante y nos muestra un ambiente de pesadilla en el que Lemper “intenta cantar en un estado casi de delirio, como Ofelia en “Hamlet”. Espectacular broche para un disco fantástico.


Es raro escuchar a Ute Lemper fuera de su repertorio habitual de canciones de la primera mitad del siglo pasado, tanto alemanas como francesas o pertenecientes a musicales ambientados en la época como “Cabaret”, “All That Jazz” o “Chicago” pero lo que hace en este “Punishing Kiss” nos muestra su grandísima talla como artista más allá de su repertorio más conocido y nos da una excusa, si no lo hemos hecho ya, para bucear en su faceta más conocida. En todo caso, estamos ante un grandísimo disco por encima de cualquier otra consideración y ese es motivo más que suficiente para recomendarlo.