viernes, 30 de mayo de 2025

Gotan Project - La Revancha del Tango (2001)




Que la música electrónica soporta perfectamente la mezcla con todo tipo de estilos y géneros es algo que hemos podido comprobar en multitud de ocasiones. Otra cosa son las reacciones iniciales, especialmente cuando son músicas tradicionales las que son revisadas con el prisma de los sintetizadores, samples y cajas de ritmo. Ahí, indefectiblemente, la primera respuesta es siempre de escepticismo cuando no directamente de abierto rechazo. Este rechazo se convierte en algo visceral cuando el género “atacado” tiene una idiosincrasia tan particular como el tango, estilo en el que incluso artistas considerados genios hoy en día, como el mismísimo Astor Piazzolla, tuvieron que enfrentar todo tipo de reticencias. Si a eso unimos que la propuesta ni siquiera surge de Argentina sino que llega de un país como Francia, es fácil imaginar que la recepción no va a ser amistosa.


Hoy vamos a hablar de una idea muy interesante que surgió en París en 1999 de la mano de un trío de artistas que coincidieron allí buscando un entorno adecuado para sus ideas. Lo cierto es que la fusión entre estilos era algo muy en boga en aquellos años. Era la gran época de la llamada “World Music” y coincidía con una popularización extrema de la música electrónica. El caldo de cultivo perfecto para experimentos de este tipo. Por un lado tenemos a Eduardo Makaroff (hermano de Sergio, leyenda del rock argentino en España y autor de canciones que han interpretado desde Tequila o los Rodríguez hasta el propio Andrés Calamaro o Ariel Rot en solitario). Eduardo, a diferencia de su hermano, optó por afincarse en Francia donde participó en varias bandas con el tango como música central. Allí conoció al suizo Christoph H.Müller, con mucha experiencia en el mundillo discográfico gracias a sus discos de “synthpop” con la banda Touch el Arab y en la electrónica más industrial con The Boyz From Brazil entre otras bandas. Precisamente en su etapa con estos últimos conoció a Philippe Cohen Solal, DJ radiofónico en sus inicios y más tarde músico y fundador del sello Ya Basta, en el que publicaron sus dos primeros maxis.


El trío puso en común sus ideas sobre la fusión de estilos y les dio forma creando la banda Gotan Project. Una idea que alcanzaría una notable repercusión mundial en los años siguientes. Su propuesta era sencilla: adaptar el tango (y otras músicas) a un formato moderno, con profusión de ritmos programados, samples, etcétera pero manteniendo la esencia de las músicas de origen. Un objetivo complicado que supieron alcanzar con gran elegancia en su primer disco, que es el que comentamos hoy: “La Revancha del Tango” (2001). En la grabación, Eduardo Makaroff toca la guitarra, Philippe Cohen Solal, teclados, bajo y determinados efectos electrónicos y Christoph H. Müller, teclados, bajo y toda la parte de programación de ritmos. Además, aparecen una serie de músicos invitados que incluye a Nini Flores (bandoneón), Cristina Vilallonga (voz), Gustavo Beytelmann (piano), Line Kruse (violín), Fabrizio Fenoglietto (contrabajo) y Edi Tomassi (percusión).


“Queremos Paz” - Abre el trabajo una animada pieza que combina jazz, tango y electrónica en la que destaca el contrabajo y las distintas líneas de bandoneón, todo perfectamente integrado con los ritmos. El título está tomado directamente de un “sample” del “Che” Guevara en su discurso de 1964 en las Naciones Unidas que se repite varias veces en la pieza junto con algún otro extracto.




“Época” - La canción que nos llamó más la atención en su día y puso nuestro foco en este disco. Es un tema cantado por Cristina Villalonga sobre un ritmo sincopado marcado tanto por las programaciones electrónicas como por el bandoneón y el piano. Es una pieza extremadamente pegadiza que resume la esencia del sonido de Gotan Project.




“Chunga's Revenge” - Una de las grandes sorpresas del disco es la inclusión de esta versión de una clásico de Frank Zappa transformado en una espectacular pieza de trip-hop “tanguístico” en la que destaca la narración de Willy Crook, otra leyenda de la música argentina que aquí hace un recitado de una serie de nombres propios fundamentales en la historia del tango (y no solo del tango) con ese estilo arrastrado y porteño tan característico del género.


“Tríptico” - Continuamos con un cambio hacia ritmos más brasileños en una curiosísima fusión entre el bandoneón y las percusiones uniendo dos países cuyos puntos en común, en principio, son más bien escasos. La pieza, extensa, termina por ser un tema “chill-out” de aquellos tan en boga en su día en el que destacan por encima de todo las florituras de Line Kruse al violín, incendiándolo todo con gran virtuosismo.


“Santa María (del Buen Ayre)” - La canción más popular del disco era este tema que formó parte de varias bandas sonoras de películas de éxito. Con un marcado bajo dubstep salpicado de samples vocales, ráfagas de bandoneón y violín y un ritmo pegajoso se convirtió en un habitual en las radios y televisiones en su día acompañando todo tipo de contenidos.




“Una Música Brutal” - En la misma línea del resto del disco, encontramos aquí otra pieza de tango-trip-hop cantada de nuevo por Cristina y con un magnífico acompañamiento de bandoneón en el más puro estilo del gran Piazzolla. La producción, como la de todo el trabajo, es exquisita, nítida y nada recargada.


“El Capitalismo Foráneo” - El siguiente corte está firmado, además de por los tres miembros de la banda, por Nini Flores. Es un tema más repetitivo que los anteriores con mucho énfasis en los ritmos y con un bandoneón reforzado por una serie de efectos de eco y “delays” que le dan un aire más etéreo que refuerza el carácter onírico de una pieza en la que se escucha varias veces el “sample” que le da título y que está sacado de un discurso de Eva Perón.


“Last Tango in Paris” - Si hay algo que reprochar al disco es que no evita caer en el tópico en varias ocasiones, no solo recurriendo al “Ché” o a Evita como símbolos argentinos sino, como aquí, incluyendo una referencia a la película “El último tango en París”, suponemos que por la referencia al tango del título. En realidad es una versión de uno de los temas de esa banda sonora escrito por el saxofonista de jazz argentino Gato Barbieri. Tanto el tema como la versión aquí incluida son muy correctos pero no terminamos de ver su relación con el resto del trabajo más allá de acudir al lugar común.


“La del Ruso” - El tema más raro del trabajo, especialmente por su larga introducción a base de percusiones que solo después de un rato va enriqueciéndose con la guitarra y un ritmo que nos suena a tradicional (¿quizá una zamba?). La segunda mitad, ya con el violín y el piano unidos al diálogo es la más interesante de una composición en la que la práctica ausencia de electrónica hasta el tramo final nos deja una mayor sensación de autenticidad.


“Vuelvo al Sur” - El cierre, no podía ser de otro modo, lo pone esta versión del gran Astor Piazzolla. El tema original fue compuesto para la banda sonora de la película del mismo título de 1988 y, pese a no ser uno de nuestros favoritos del bandoneonista, ha conocido multitud de versiones por parte de músicos tan diversos como Caetano Veloso, Yo-Yo Ma o Teresa Salgueiro. La voz aquí es la de la fantástica Cristina Villalonga.



Como era de esperar, la acogida del disco en Argentina no fue demasiado buena con acusaciones de apropiación cultural (pese a haber un argentino en el proyecto) y un menosprecio general que tachaba el disco, en el mejor de los casos, de moda pasajera. Sin embargo, con el paso del tiempo y la repercusión internacional del trabajo, el disco fue tolerado primero y reconocido después (al fin y al cabo, algunos de los músicos participantes eran leyendas del género en Argentina). Gotan Project llegaron a tocar en el país con bastante éxito revirtiendo la situación en buena medida. En el resto del mundo las reticencias fueron menores y el disco funcionó bastante bien y uno de sus temas llegó a estar incluido en las bandas sonoras de películas como “The Bourne Identity” o “Shall We Dance?”


En nuestro caso, no tenemos ningún problema, a priori, con la fusión de géneros como tal. Apreciamos, cómo no, las vertientes más puristas de géneros como el tango, el flamenco o la música celta pero eso no nos cierra a acercarnos a sus correspondientes mezclas con otro estilos como la música clásica, el rock o la electrónica. Sabemos que muchas veces los resultados son más bien flojos y no justifican el riesgo pero creemos de verdad que “La Revancha del Tango” no es uno de esos casos. Os dejamos con la versión en directo de Gotan Project interpretando a Piazzolla:




miércoles, 21 de mayo de 2025

Jethro Tull - Rock Island (1989)




En muchas ocasiones hemos hablado de la crisis que sufrieron muchos de los grandes grupos del rock progresivo con la llegada de los ochenta y el reinado de los sintetizadores y las cajas de ritmos. Las opciones que surgen cuando los tiempos avanzan y otras corrientes amenazan con reemplazar un estilo musical son varias: mantenerse inmóvil (o casi) esperando a que pase la ola, reinventarse, dejarlo, tomarse un descanso, buscar una alternativa más o menos digna con un estilo relativamente nuevo que tus fans puedan aceptar (léase AOR) o tratar de sumarse a alguna de las nuevas tendencias dominantes. No sería difícil encajar a casi todos los gigantes del prog-rock en una o varias de esas opciones atendiendo a su actitud frente a los ochenta.


En el caso de Jethro Tull la cosa fue algo más complicada puesto que dieron algunos bandazos tocando aquí y allá antes de dar con la tecla. Después de una breve etapa en la que el folk le ganó espacio al progresivo, probaron con un acercamiento al sonido electrónico con un uso intensivo de sintetizadores aunque, justo es decirlo, el primer disco en esa línea iba a ser publicado por Ian Anderson en solitario y solo las presiones de la discográfica hicieron que fuera firmado como Jethro Tull. Y esto pese a que miembros históricos de la banda como el batería Barriemore Barlow o el teclista John Evan habían dejado el grupo. Tras esa etapa “electrónica”, probablemente la más desafortunada del grupo pese a que alguno de los discos no funcionó del todo mal, dieron un giro hacia un rock más enérgico siguiendo la estela de bandas icónicas de la época como Dire Straits, algo que les llevó a una de las situaciones más estrambóticas de la historia de los Premios Grammy cuando su disco “Crest of a Knave” (1987) se convirtió en el primer ganador de la recién creada categoría de “mejor interpretación de rock duro o heavy metal” por delante de bandas como Metallica (los grandes favoritos con su “...And Justice for All”) o AC/DC, ambos nominados ese año. Lo cierto es que, más allá de algunos riffs de guitarra llenos de fuerza presentes en el disco, costaba mucho pensar en Jethro Tull como una banda de heavy metal pero la misma línea estilística del premiado LP iba a continuar en el disco que hoy queremos comentar: “Rock Island”, publicado en 1989. En él, los clásicos Ian Anderson (voz, flautas, guitarras, mandolinas, teclados yo lo que se ofrezca) y Martin Barre (guitarras) estaban acompañados por el bajista de la banda desde 1979, Dave Pegg y por la incorporación más reciente del grupo: el batería Doane Perry, llegado en el comienzo de esta etapa “heavy” de la formación. Completan la lista pero como músicos invitados los teclistas Peter-John Vettese, quien fue miembro de Jethro Tull en la primera mitad de la década de los ochenta y Maartin Alcock.


“Kissing Willie” - El disco comienza con una explosión de energía liderada por las guitarras eléctricas, llena de riffs potentes y solos musculosos mientras que la flauta se limita a reforzar algunas partes. La herencia progresiva de la banda, en todo caso, sigue muy presente en los cambios de ritmo y la estructura cambiante pese a lo breve de la canción que es, en todo caso, una excelente presentación.




“The Rattlesnake Trail” - Continuamos con la línea rockera propulsada por guitarras y batería en un tema con un sonido muy americano, a la manera de unos ZZ Top, por poner un ejemplo. No tiene el encanto de muchas de las viejas canciones de la banda pero ha aguantado bien el paso del tiempo.


“Ears on Tin” - Un comienzo casi pastoral, con la flauta como guía principal abre este tema lento en el que vuelven a sonar las mandolinas y recuperamos de algún modo la esencia de los Tull de sus mejores discos aún sin llegar a aquellos niveles de inspiración. Con todo, nos parece una de las mejores canciones del disco.




“Undressed to Kill” - La flauta vuelve a tener un papel predominante en este medio tiempo en el que le da la réplica a cada estrofa cantada por Anderson del mismo modo en que la guitarra de Knopfler suele hacerlo con el propio Mark en los discos de Dire Straits y es que esta canción, sin las flautas, bien podría pasar por una de la banda del propio guitarrista. El final, en todo caso, con una interesante coda instrumental que funde en negro poco a poco, es de lo mejor de la pieza.


“Rock Island” - La canción que cerraba la “cara a” del disco tiene algo más de desarrollo que las anteriores, comenzando de modo tranquilo con secciones ambientales que poco a poco van animandose y hasta nos regalan algún riff potente. Algunas de las mejores partes instrumentales del trabajo están aquí.


“Heavy Water” - El siguiente corte comienza poniendo nuestras expectativas en lo más alto con toques de los Jethro Tull más folkies a los que se suman toques rockeros. Quizá no termina de cumplir todo lo que promete pero está lejos de ser un mal tema.


“Another Christmas Song” - El único “single” publicado del disco fue esta canción que parece ser una referencia a “Christmas Song”, una vieja “cara b” de uno de los primeros singles de la banda. Es una pieza que combina un toque folclórico en las partes de flauta con un desarrollo que, una vez más, recuerda a Dire Straits, tanto en la forma de cantar de Ian Anderson (que en estos años había perdido buena parte de la energía de antaño en su voz) como en las guitarras de Barre. Es una buena canción que, de algún modo, no termina de encajar en el resto del disco.


“The Whaler's Dues” - La pieza más larga del disco con casi ocho minutos de duración. Es un tema lento con un desarrollo pausado que suena como los Jethro Tull de los setenta con piloto automático. Muy profesionales pero sin la inspiración de tiempos pasados aunque tiene partes muy rescatables.


“Big Riff and Mando” - Si hay una canción a la altura de los mejores momentos de la banda en el disco, en nuestra opinión, es esta épica pieza en la que los elementos que han caracterizado al grupo de Anderson aparecen a lo largo de todo el tema: una flauta omnipresente, guitarras acertadísimas, cambios contínuos de ritmo y tramos instrumentales de gran nivel. Una gran candidata a ser la mejor composición del trabajo. 




“Strange Avenues” - El disco termina de la mejor forma posible con una canción que tiene un comienzo extraordinario con un largo instrumental de flauta, mandolina y sintetizadores del que emerge, imperial, la guitarra eléctrica de Martin Barre. La cosa va calentandose hasta la entrada de la sección rítmica al completo precediendo a un interludio electrónico que, por fín, da paso a la voz de Anderson en otro segmento al estilo de Dire Straits. Es aquí donde el tema pierde un poco de interés entrando en caminos demasiado trillados con mucho peso del órgano aunque no hay tiempo para que la cosa decaiga demasiado ya que la canción termina de forma abrupta, justo cuando todo hacía presagiar que habría una remontada épica.



Con “Rock Island”, de Jethro Tull, se plantea la clásica discusión sobre hasta qué punto merece la pena escuchar o hasta poseer toda la obra de un artista. Nos viene a la cabeza la conocida afirmación de que un músico/banda tiene cinco o seis discos buenos, a lo sumo y el resto no son más que variaciones sobre los mismos temas. Evidentemente esto es una generalización y, como tal, no tiene más recorrido pero en muchos casos hay algo de cierto. ¿Es “Rock Island” un mal disco? Rotundamente no. Aporta algo nuevo a la discografía de sus autores. Posiblemente, tampoco. Este es un punto de vista que nos cuesta mantener ya que entra en abierta contradicción con nuestro propio comportamiento ya que somos partidarios de hacernos con toda la obra de un artista que nos gusta, incluyendo discos mediocres o, directamente, malos pero hemos de reconocer que luego, este tipo de trabajos apenas son escuchados de tarde en tarde, casi como una comprobación para ver si eran tan flojos o prescindibles como los recordábamos. Por ello, recomedamos escuchar discos así de forma aislada, en la medida de lo posible. Al margen del resto de la discografía del grupo para disfrutarlos por sí mismos y no en comparación con otros. Quizá sea algo imposible pero creemos que es la única forma de sacarles todo el jugo.

domingo, 11 de mayo de 2025

Klaus Schulze - X (1978)



El que fue el disco número diez de la carrera de Klaus Schulze (de ahí el título: “X”) iba a ser también su lanzamiento más ambicioso hasta la fecha tanto en términos de formato como de sonido.   Lo interesante es que funcionó y “X” fue el primer disco del teclista en entrar en los puestos más altos de las listas de ventas de su Alemania natal cuando ya era una estrella internacional de la música electrónica. Schulze siempre lo relacionó con un cierto “complejo” del público alemán que no termina de reconocer a un músico a menos de que tenga la aprobación del público norteamericano o inglés, especialmente si se trataba de una música de un estilo completamente nuevo. Como decía el bueno de Klaus, no hay nada mejor para que un disco venda en Alemania que ponerle una pegatina que ponga: “número 1 en Estados Unidos o en Gran Bretaña”.


Realmente, el disco tuvo su origen en una banda sonora que Schulze había compuesto para la película de terror de serie “B”, “Barracuda”. Recordemos que el músico había explorado el mundillo de la música para cine poco antes con la película erótica “Body Love” pero en este caso no podemos afirmar que “X” fuera la banda sonora de la película sino la evolución de parte de la música escrita para ésta. En cierto modo estamos ante un disco conceptual en el que cada pieza está dedicada a una personalidad (literaria en la mayoría de los casos) que influyó en la forma de pensar de Schulze. El propio músico señala que Richard Wagner debería haber estado entre los seis personajes escogidos pero que entonces debería haber sido un álbum triple como mínimo. Antes señalábamos que el disco iba a ser ambicioso en muchos sentidos. Uno de ellos es que se trataba del primer disco doble de la carrera de Schulze y el otro tiene que ver con el sonido ya que el arsenal de sintetizadores del artista, cada vez mayor, se veía ahora reforzado por la presencia de una batería interpretada por Harald Grosskopf (no era la primera vez pero no se trata de un instrumento habitual en su música) y, sobre todo, de una orquesta de cuerdas que iba a aportar texturas únicas a las ya particulares atmósferas del teclista alemán. El violonchelista Wolfgang Tiepold participa también como solista en un par de cortes así como dirigiendo la orquesta.


“Friedrich Nietzsche” - Como ocurría con la mayoría de las obras electrónicas de los setenta, “X” estaba estructurado en piezas de larga duración en su mayoría. Muchas veces ocupando cada una de las caras del vinilo al completo. Siguiendo con ese formato, la primera composición del disco comienza con un fondo sintético lleno de efectos al que se añaden unas notas reiterativas y más tarde la batería de Grosskopf aumentando la sensación de velocidad que va creciendo conforme avanza la pieza hasta llegar al segmento central en el que escuchamos los clásicos solos de Schulze, a veces erráticos pero que aquí aún funcionan bastante bien con  capas y más capas de sonidos que se van sumando a una obra que gana en complejidad con cada minuto. Nos parece soberbia la percusión, especialmente en la parte final de la composición en la que se convierte en protagonista casi absoluta. El tema está dedicado al filósofo Nietzsche, quien realmente necesita poca presentación.


“George Trakl” - El segundo corte se inspira en el poeta austriaco George Trakl cuya obra de teatro “Totentag” sería la base de una especie de ópera electrónica del propio Schulze unos cuantos años después del mismo modo que otro de sus libros, “Sebastian im Traum” sería también la inspiración de otra pieza del compositor para su disco “Audentity”. Volviendo al trabajo que nos ocupa, el tema originalmente duraba alrededor de 5 minutos pero en las sucesivas reediciones en CD se incluye ya una versión más completa de 26. Es una pieza relativamente extraña en la producción de Schulze ya que, tanto la secuencia en la que está basado como la melodía central tienen mucho más que ver con lo que hacían en aquel entonces los miembros de Tangerine Dream que con el estilo propio del bueno de Klaus. Superada esa sorpresa inicial, lo cierto es que el paso de los minutos va permitiendo que surjan elementos característicos de Schulze, especialmente esos largos fondos estáticos que abundan en sus discos así como melodías y secuencias obsesivas como las que aparecían en los mejores momentos de su “Mirage”. Esos minutos son, a nuestro juicio, lo mejor de la pieza que en su tramo final alcanza instantes de un nivel altísimo.




“Frank Herbert” - El único escritor no germánico homenajeado en el disco es el autor de “Dune”, novela que también ha sido inspiración casi obsesiva para Schulze durante toda su carrera. La pieza no se anda con rodeos y comienza poniendo toda la carne en el asador, cosa no muy habitual en alguien tan amigo de las largas introducciones como Klaus. Se basa en una potente secuencia reforzada por una batería metronómica, todo ello a gran velocidad. Todo amante de la electrónica de la Escuela de Berlín encontrará aquí la mayoría de los elementos que definen la vertiente más rítmica de ese estilo musical condensados en “solo” diez minutos de duración.


“Friedemann Bach” - La siguiente referencia no es literaria sino musical y es que aquí Schuze se fija en uno de los hijos músicos de Johann Sebastian Bach, acaso el más talentoso de ellos. Quizá sea esa referencia clásica la que explique el tono “culto” de la pieza, con la participación de la orquesta, una percusión casi ceremonial e incluso el solo de violín del tramo central. Como curiosidad, las cuerdas de varios tramos tuvieron que ser grabadas y puestas en bucle porque los violinistas no podían sostener en el tiempo notas tan largas. En cualquier caso, es una pieza que va pareciendose a Schulze cada vez más mientras avanza en el tiempo y aparecen las secuencias y ambientes típicos de su autor quien explora aquí las primeras mezclas entre sintetizdores e instrumentos clásicos que explotaría más adelante, especialmente con el violonchelo de Tiepold que repetiría en trabajos posteriores.


“Ludwig II. Von Bayern” - Comenta el músico en las notas del disco que buscaba inspiración literaria para el trabajo pero que en el caso de Luis II de Baviera, lo que le motivó fue su propia vida, tan novelesca como la mejor de las ficciones. Fue, además, el principal mecenas de Richard Wagner y el promotor de la construcción del famoso Castillo de Neuschwanstein. Probablemente sea la pieza que menos nos gusta del disco, precisamente por lo que tiene de pretenciosa en el uso de la orquesta. La cosa empieza bien, con una introducción ambiental y una secuencia que recuerda a la del primer corte del trabajo. Sobre ellas se empieza a dibujar el tema central con el grueso de la orquesta ejecutando una interesante melodía que minutos más tarde se convierte en una pieza clásica de gran belleza. ¿Dónde está el problema entonces? En nuestra opinión, en que Schulze llega a un sitio muy interesante pero no termina de saber qué hacer a partir de ahí. No es problema de que la pieza sea mala sino de que no progresa hacia ninguna parte más allá de algunas repeticiones que se extienden a lo largo de varios minutos sin demasiado sentido. Sólo al final se retoma el tema central y llegamos a un cierre aceptable para una composición que tenía potencial para ser mucho más.




“Heinrich Von Kleist” - El escritor prusiano al que Schulze dedicó el último corte del disco fue uno de los representantes más fieles, en todos los sentidos, del ideal del romanticismo, incluyendo el suicidio en compañía de su pareja a la edad de 34 años. Aunque puede que pase desapercibida en las primeras escuchas, es una de esas piezas que gana mucho con el tiempo. El comienzo es precioso, con un fondo electrónico que se desarrolla sobre un ostinato de cuerdas (sintéticas en esta ocasión) y que son el acompañamiento perfecto para el violonchelo de Tiepold en su mejor intervención en el LP. Lo que sigue son momentos de experimentación electrónica con profusión de efectos y sonidos que recuerdan en cierto modo a otro trabajo de la misma época: “Beaubourg”, de Vangelis, pero todo dentro de un entorno más “musical” que en el trabajo del griego lo que lo hace más accesible y extrañamente atractivo. Esta pieza y la anterior son un buen ejemplo de algo que pasa a menudo cuando escuchamos un disco: el tema que más nos llama la atención al principio termina por ser el que menos nos interesa un tiempo después y aquel que no nos pareció nada especial es el que termina por revelarse como más interesante con el paso de las escuchas.



En cierto modo, “X” es un buen resumen de la carrera de Klaus Schulze, un músico que, como decía Jorge Munnshe en su libro ya clásico “New Age”: “si toda su música estuviera resumida con un planteamiento más ágil, constituiría una colección de discos de entre treinta y cuarenta minutos cada uno que le habrían dado tanto o más prestigio que a Jean Michel Jarre, el famoso sintesista surgido después de él cuyo puesto de estrella de los megaespectáculos tecnológicos podría hoy Schulze estar ocupando, de haber dado a su carrera una gestión más ambiciosa y con mayor afán de autosuperación y una sólida capacidad de autocrítica”. Creemos que esa afirmación no está mal encaminada pese a que el talento para la melodía comercial de Schulze nunca ha sido su fuerte si lo comparamos con un Jarre o un Vangelis e incluso nos parece inferior al de un Edgar Froese o al de las diversas encarnaciones de sus Tangerine Dream. Eso no significa que Schulze no sea uno de los grandes referentes de la historia de la música electrónica. De hecho, podríamos afirmar que varios de los mejores discos del género llevan su firma sin temor a que haya muchas voces que lo nieguen. Entre ellos, bien podría estar este “X” que, aún con los defectos que tiene, en nuestra opinión, y que hemos comentado aquí, es un trabajo monumental que todos los aficionados deben conocer.