jueves, 31 de julio de 2025

Klaus Schulze - Blackdance (1974)



En los títulos de los discos de Klaus Schulze hay dos características que suelen darse con mucha frecuencia: los que son juegos de palabras y los que están formados por una palabra compuesta. No sabemos si de forma consciente o no, algunos de sus mejores trabajos, especialmente los de los setenta, pertenecen a esta última categoría llegando, incluso, a formarse una especie de trilogía que estaría formada por “Blackdance”, “Timewind” y “Moondawn” en la que encontramos lo mejor del Schulze secuencial. Los dos últimos ya han sido reseñados en el blog así que creemos que le ha llegado el turno al primero de ellos. La idea de la trilogía suena atractiva pero ha sido puesta en cuestión, al menos desde el punto de vista cronológico ya que el biógrafo de Schulze, Klaus D. Muller, afirma que “Picture Music”, publicado antes de esos tres trabajos, se grabó realmente después de “Blackdance” lo que rompería en cierto modo la linea que los une pero a efectos prácticos vamos a saltarnos esa salvedad.


El disco iba a ser el primero que Schulze publicaría para Caroline, subsello de Virgin Records recien creado y que se centraba en lanzamientos de jazz y rock progresivo a precios asequibles. Pertenecer a un sello como Virgin era una gran oportunidad para el músico que pensaba que era uno de los mejores sitios para desarrollar su carrera aunque su favorito entonces era Island Records. Schulze visitaba regularmente los estudios de Island por su colaboración con Stomu Yamashita en el supergrupo Go. Le enamoraron las instalaciones en las que había desde catering gratuito para los artistas en todo momento hasta una sala recreativa con billares o futbolines. A modo de anécdota, Schulze recordaba haber jugado al futbolín (y perder) contra Bob Marley, algo que el músico alemán achacaba a que el jamaicano fumaba aún más que él. En todo caso, la distribución de Virgin le aseguraba llegar al mercado francés, inglés y americano, algo que con Polygram, su anterior distribuidora, no era posible ya que solo apostaban por el mercado local alemán con algunas copias repartidas por países cercanos como Austria o Suiza. “Blackdance” también iba a ser el primer disco de Schulze en utilizar sintetizadores más o menos avanzados más allá del EMS VCS3 que ya había utilizado antes. Además de toda la parafernalia electrónica, Schulze tocaba las percusiones y la guitarra acústica, novedad que en su día le pareció interesante pero con la que no quedó del todo satisfecho, según afirmó un tiempo después. En la cara B del disco participó el cantante de ópera alemán Ernst Walter Siemon.


“Ways of Changes” - Como era habitual en aquellos años, el disco constaba de tres cortes de larga duración. El primero de ellos comienza con una serie de largos acordes electrónicos sobre los que aparece de manera bastante inesperada la guitarra. No debe esperar el lector solos desafiantes como los de Manuel Göttsching puesto que Schulze se limita aquí a un mero acompañamiento que, en todo caso, no queda del todo mal. Luego aparece la percusión y con ella nos sumergimos en los el clásico divagar del músico con melodías a los teclados que dan la sensación de ser completamente improvisadas. No estamos aún en la época de las secuencias abrumadoras que definieron a la Escuela de Berlín porque la tecnología no daba para tanto pero ya se apuntan ciertas intenciones en esa linea. Pese a no ser Schulze un músico especialmente dado a la melodía, hay algunos momentos aquí en los que se dibujan algunas bastante notables aunque siempre durante poco tiempo. Con todo, esta nos parece una pieza muy interesante que iba a abrir nuevos caminos en la obra del músico alemán.




“Some Velvet Phasing” - Algo más corta es la siguiente composición, centrada en los sintetizadores y órganos. El comienzo es muy interesante con diferentes capas de sonido combinandose poco a poco en una pieza meditativa. Nada que ver aún en términos de densidad sonora con lo que vendría en años posteriores pero es un intento que deja entrever el futuro próximo. En cierto sentido, es el equivalente a algunos momentos de “Phaedra”, el disco de Tangerine Dream del mismo año que también marcaría el inicio de la transición hacia un nuevo estilo de la banda de Froese. Un tema muy ambiental con el que se cierra la “cara a” del disco.


“Voices of Syn” - La “cara b” está ocupada por una sola pieza introducida por la voz de Siemon, aparentemente grabada un tiempo atrás y no específicamente para el disco. Alrededor de ella escuchamos diferentes fondos de órgano que se mueven con parsimonia. Tras la introducción vocal aparecen ciertos ritmos que son una mezcla de pulsos electrónicos y percusión real y que tienen algo de opresivo, casi molesto. Schulze comienza entonces con sus solos, algo erráticos como de costumbre, pero tenemos que asumir que eso forma parte de su estilo. En todo caso, es este un segmento que se hace largo, incluso para seguidores del músico acostumbrados a estas cosas y la adición de algunos toques de piano no termina de paliar esta sensación. El tema, además, termina de forma precipitada, como dando a entender que era más largo pero las limitaciones del vinilo no permitían extenderlo más.



Si mantenemos la idea de la trilogía formada por “Blackdance” (1974), “Timewind” (1975) y “Moondawn” (1976) y la comparamos con otra hipotética trilogía contemporánea a esta que estaría formada por “Phaedra” (1974), “Rubycon” (1975) y “Ricochet” (1975), de Tangerine Dream, creemos que “Blackdance” es el disco que, con diferencia, peor resiste la comparación con su “equivalente” ya que, aunque parte de conceptos similares, el resultado es bastante inferior. No por ello lo consideramos un mal disco ya que nos muestra muy bien la evolución desde el Schulze del “krautrock” hasta el secuencial de la “Escuela de Berlín”. Puede no ser el disco más apreciado por los seguidores de Schulze pero merece la pena en cualquier caso.

martes, 22 de julio de 2025

Pink Floyd - At Pompeii MCMLXXII (2025)



El rico refranero español tiene frases para cada ocasión y muchas de ellas tienen variantes para todos los gustos. Si le hacemos caso, tendremos que convenir que Cristo era muy despistado porque iba perdiendo cosas por ahí con frecuencia como sugiere la famosa frase de “donde Cristo perdió la cartera” (con sus alternativas en las que el objeto perdido va desde una gorra a una alpargata).


La cosa es que no sabemos donde perdió Cristo la proverbial cartera pero sí dónde lo hizo el director de cine Adrian Maben. Maben estaba obsesionado con el arte y su idea era realizar un documental sobre el pintor belga Rene Magritte y otros artistas fusionando sus obras de algún modo con música en directo de Pink Floyd. Pese a a que hubo conversaciones serias en ese sentido, la banda no terminó de ver el interés de algo así y declinó la invitación. Saltamos ahora a las vacaciones de Maben en Italia 1971 y a un episodio que aclara nuestra introducción. Al regresar a su hotel tras una visita a las ruinas de Pompeya, el director se dio cuenta de que no llevaba consigo la cartera en la que tenía toda su documentación, incluido el pasaporte. Decidió volver al lugar por si tenía la fortuna de hallar el objeto perdido y fue allí, a la luz del atardecer pompeyano, donde tuvo una revelación: ¿cómo sería un concierto de Pink Floyd en aquella localización, sin público y aprovechando el impresionante crepúsculo de la Campania?


El argumento principal de Maben para convencer a la banda fue que las grabaciones de conciertos, como ocurría con las realizadas en Woodstock unos pocos años antes, le daban tanta importancia al público y sus reacciones como a los propios músicos y él quería todo lo contrario: centrarse en ellos. Parece que la idea gustó a Waters y compañía porque decidieron aceptar y desplazarse al anfiteatro pompeyano para grabar durante seis días con todo el equipo y la parafernalia que utilizaban en sus giras. Hay que tener en cuenta que, si bien eran una banda conocida, Pink Floyd no habían dado aún el salto de popularidad que experimentarían poco después con “The Dark Side of the Moon”. Pese a ello, la película tuvo una buena acogida. En realidad hubo varias versiones de la misma. Una inicial con imágenes solo del concierto y de determinadas partes de las ruinas de la ciudad y varias posteriores en las que se añadió material de estudio e incluso imágenes del proceso de grabación del citado “The Dark Side of the Moon”.


En cuanto a lo que nos interesa aquí, que es la música, el hecho es que nunca se publicó de forma oficial el disco con el audio de los conciertos hasta hace relativamente poco lo que convirtió al de Pompeya en una de las grabaciones más pirateadas de Pink Floyd, lo que es mucho decir ya que es una de las bandas con más discos en ese vasto mar de la piratería. No fue hasta 2016, y dentro de la caja de 27 discos “The Early Years 1965-1972”, que vio la luz por fin un CD con este material. Afortunadamente, hace unos meses apareció la versión sencilla del material bajo el título de “Pink Floyd at Pompeii MCMLXXII” con nuevas mezclas de audio a cargo del inevitable Steven Wilson y diferentes formatos como BluRay, LP y CD. Las versiones de audio son algo diferentes de las aparecidas en la caja mencionada anteriormente tanto en el orden de los temas como por la inclusión de alguno más que no apareció en aquella.


“Pompeii Intro” - El comienzo del disco es premonitorio ya que lo hace con un latido de corazón que anticipa el inicio y el final de “The Dark Side of the Moon”. Por lo demás no hay nada demasiado reseñable más allá de algunos efectos de sonido aquí y allá.


“Echoes (part 1)” - El concierto propiamente dicho empieza con la primera parte de “Echoes”, tema procedente del último disco de la banda hasta entonces, “Meddle”. En la versión de la caja antes mencionada, “Echoes” cierra el set y no está dividida como aquí en dos partes. Toda la música de la película era en vivo por expreso deseo de la banda y eso se nota en unas interpretaciones excelentes en las que se nota una gran compenetración en un grupo en el que aún no habían surgido las diferencias que acabarían con ellos en el pasado. La parte central (que aquí es la final), con los teclados de Wright en diálogo con la ácida guitarra de Gilmour es fantástica.




“Careful With that Axe, Eugene” - Probablemente sea el tema más interpretado por Pink Floyd de entre todos los que no formaron parte de ningún disco de estudio de la banda. Sólo apareció como cara B de un single y en el disco en directo de “Ummagumma” pero no faltaba en los conciertos de todos aquellos años. Es una pieza de los Pink Floyd más psicodélicos con un Waters que va del susurro al aullido con una naturalidad que hace dudar de su estado mental. Particularmente, siempre nos ha encantado la forma de tocar de Mason en toda la pieza, más como un batería de jazz que de rock y también la forma en la que se pasa de la monotonía cadenciosa del bajo de Waters al principio a un caos rockero en el que el propio bajo se aventura en líneas sinuosas mientras la guitarra improvisa desatada. Una excelente versión en cualquier caso.


“A Saucerful of Secrets” - Pasamos al tema más psicodélico del disco del mismo título: una exploración fascinante por el sonido y el ruido en la que la percusión se mezcla con el sintetizador y la batería de Mason nos lleva por terrenos próximos a la locura de la mano del piano de Wright aporreado con desesperación en muchos momentos. La segunda mitad, más convencional nos muestra un precioso segmento de órgano que crece poco a poco culminando con las voces de Gilmour y Waters cantando una melodía sin texto en un final memorable.


“One of These Days” - Regresamos a “Meddle” con el tema que abría el disco y del que la banda nos ofrece aquí una versión magnífica que muestra el estado de gracia de la misma con mención especial a Mason y Gilmour con una guitarra la de este último que evoca pasajes espaciales llenos de fantasía.




“Set the Controls for the Heart of the Sun” - Nueva vista atrás para ofrecernos una extensa versión de otro tema de “A Saucerful of Secrets”, quizá nuestro favorito de aquella etapa de la banda. Esta versión en directo mejora incluso la de estudio con un trabajo abrumador de Mason a la batería y esa languidez pegajosa del bajo de Waters mientras Gilmour improvisa en segundo plano a la guitarra jugando con ecos, distorsiones y Wright extrae sonidos imposibles a su sintetizador.


“Mademoiselle Nobs” - La parte más excéntrica de la grabación. En el disco “Meddle” había un blues cantado por Gilmour acompañado de los ladridos de un perro llamado Seamus. Aquí escuchamos algo similar: otro blues en el que esta vez no canta David sino que toca la armónica mientras Waters se encarga de la guitarra y la perrita Nobs es la que aúlla junto a ellos. Es un tema que no se grabó en el concierto sino posteriormente en el estudio.


“Echoes (part 2)” - Cierra la grabación la segunda parte de “Echoes” con esa progresión de órgano que crece y crece con la ayuda de bajo y batería hasta alcanzar un final absolutamente épico a manos de la guitarra de David Gilmour, siempre un poco escondida en la mezcla, como prólogo del estribillo central que siempre nos ha fascinado.



El disco se complementa con un segundo CD en el que aparecen tomas alternativas de “Careful With That Axe, Eugene” y “A Saucerful of Secrets” que no aportan demasiado a la experiencia del concierto tal y como Wilson ha decidido mostrárnoslo. El concierto de Pompeya se convirtió en su momento en un icono en la trayectoria de Pink Floyd y, de hecho, tanto David Gilmour como Nick Mason han regresado allí para tocar con sus respectivas bandas (esta vez con público). Su publicación nos parecía muy necesaria y una forma de llenar ese vacío que existe en la discografía oficial de Pink Floyd respecto a sus conciertos anteriores a “The Dark Side of the Moon”. Así lo reconoció el público que enseguida aupó al disco a los primeros puestos de las listas especializadas en media Europa incluyendo números uno en Austria, Croacia, Francia, Alemania, Italia, Polonia, Suiza o Reino Unido.

viernes, 11 de julio de 2025

Pet Shop Boys - Relentless (1993)



En alguna ocasión hemos hablado aquí de discos “raros”. De esos trabajos que forman parte de la discografía de un artista determinado pero que, por uno u otro motivo, son muy difíciles de conseguir y buena parte de los seguidores, incluso, desconocen su existencia. Hoy, el auge de las ediciones extendidas, “deluxe” o comoquiera que la mercadotecnia decida bautizarlas ha hecho muy común la existencia de ese tipo de grabaciones pero hace unos años no era tan habitual. Toca hablar aquí de uno de esos discos: “Relentless”, de Pet Shop Boys.


El dúo formado por Neil Tennant y Chris Lowe destaca, entre otras muchas cosas, por tener una gran ética de trabajo lo que les lleva a escribir canciones continuamente. Muchas de ellas van saliendo en los discos que publican y otras quedan para un futuro o, sencillamente, se desechan. El caso es que siempre tienen a su disposición mucho material esperando la oportunidad de encajar en algún nuevo proyecto y eso exactamente es lo que ocurrió en 1993. La pareja se encontró con una serie de temas instrumentales con muy buena pinta pero para los que no había forma de encontrar una letra que les encajase. Además, se trataba de temas muy electrónicos, influidos por la cultura tecno de aquellos años en Gran Bretaña y no era fácil dotarles del toque “pop” tan característico del grupo por lo que optaron por una solución interesante: publicarían seis de esos cortes como CD extra dentro de una edición limitada de su disco “Very” que llevaría el título de “Very Relentless”. En aquel momento, “Very” estaba siendo un éxito mundial hasta el punto de convertirse en el disco más popular de una banda que muchos pensaban que había dado sus últimos pasos poco antes con la publicación del recopilatorio “Discography”. No es raro, por tanto, que aprovecharan el tirón para dar salida a un material que tenía un encaje muy complicado como disco independiente.


Durante muchos años, hacerse con esa edición en tiendas y webs musicales de segunda mano era la única opción que tenían los fans para conseguir un disco tan esquivo pero en 2023, coincidiendo con el trigésimo aniversario de su lanzamiento original, aparecería una edición de “Relentless” como disco independiente lo que nos parece un buen motivo para comentarlo por aquí. Dado el habitual reparto de tareas del dúo (Neil suele hacer las letras y las melodías vocales mientras que Chris se encarga de la parte instrumental y de la producción), y teniendo en cuenta que este era un disco sin apenas textos, muchos pensaron en su día que se trataba, en el fondo, de un trabajo esencialmente de Chris Lowe pero no fue del todo así y ambos artistas tuvieron su peso en el resultado final aunque la mayor parte de las ideas partieron de Chris.


“My Head is Spinning” - Como hemos comentado, los cortes son instrumentales en su mayor parte aunque cuentan con alguna pequeña parte vocal en la que suelen hacer referencia al título. En este caso la referencia es curiosa puesto que el título coincide con el primer verso de una canción que Nail había lanzado un año antes con el proyecto alternativo Electronic (junto a Johnny Marr de The Smiths y Bernard Sumner de Joy Division o New Order). El tema es una pieza bailable más bien repetitiva en la que es difícil encontrar el sello de Pet Shop Boys salvo por la voz de Neil.


“Forever in Love” - Continuamos con un tema muy rítmico salpicado de “samples” vocales de diferentes procedencias. El esquema es más cercano a una canción convencional del dúo con los inconfundibles teclados de Chris marcando ritmos “house” y Neil rapeando algún breve texto en segundo plano además de cantando el estribillo. Tiene partes con mucho potencial e incluso se barajó que fuera la cara b del single de “Go West” aunque finalmente quedó descartada esa opción.


“KDX 125” - El título, que puede parecer críptico a primera vista, hace referencia al modelo de motocicleta Kawasaki de motocross que Chris tenía en aquella época. Completamente instrumental, es un verdadero cañonazo tecno que contiene todos los tópicos del género: una secuencia inicial muy atractiva, un estribillo pegadizo y muchos de los patrones básicos de los Pet Shop Boys más bailables. Todo muy en consonancia con el renacido espíritu electrónico de las “raves” de los años noventa.




“We Came from Outer Space” - Es difícil calificar como instrumental un corte lleno de voces pero realmente se trata de “samples” de diferentes procedencias (incluso alguno del propio Chris Lowe) entrando en diálogo entre ellos y formando parte de un todo. Es un corte que nos encanta, con un toque de ciencia ficción muy presente y un ritmo contagioso que no abusa del clásico bombo machacón. Una pieza ciertamente experimental que funciona muy bien aquí.


“The Man Who Has Everything” - El siguiente corte tiene una base muy cercana a alguno de los más potentes de “Very” (particularmente “One in a Million”) lo que lo convierte en otro tema de baile bastante resultón aunque la parte melódica tiene más presencia que en el resto de cortes del disco.


“One Thing Leads to Another” - El disco concluye con nuestro tema favorito, una canción (por fín) muy inspirada que comienza con un ritmo “drum'n'bass” sobre el que Neil rapea un breve texto que nos lleva al estribillo que tiene la mejor melodía del trabajo. Ese esquema se repite en toda la pieza alterando rap con melodía hasta completar una gran canción que, en otro tipo de disco más orientado al público general, podría haber sido un éxito.




No es la primera vez que mencionamos la diversidad de proyectos que han ido lanzando Pet Shop Boys con muchas diferencias estilísticas entre ellos. Desde la saga de cuatro volúmenes “Disco” (que podrían ser cinco si consideramos que “Introspective” tenía un concepto muy similar) hasta sus obras para cine o ballet, pasando por el musical “Closer to Heaven”, a lo largo de sus cuarenta años de carrera, el dúo ha recorrido muchos caminos muy diferentes entre sí. Su lado más experimental siempre ha ido ligado a las “caras b” de sus singles (recopiladas en dos colecciones como fueron “Alternative” y “Format”). En el caso de “Relentless”, casi podríamos considerarlo como el “disco b” de “Very” en el que exploran su lado más experimental con mucho acierto. Es un disco destinado, eso sí, a los seguidores más acérrimos del dúo aunque no tiene por qué disgustar al oyente casual siempre que tenga cierta querencia por la electrónica de baile. El hecho de que ahora esté disponible tras muchos años en los que era un cotizado objeto de colección hace que aprovechemos para recomendarlo aquí.