Por unos u otros motivos, España siempre llega más tarde que los países de nuestro entorno a casi todo. En música esto es algo más patente aún, si cabe, especialmente si nos centramos en las corrientes surgidas a lo largo del pasado siglo. La dictadura y su filtro aplicado a todo lo que llegaba de fuera hizo que el rock'n'roll empezase a conocerse por aquí mucho tiempo después que en el resto de Europa, lo que supuso un lastre para la aparición de bandas realmente originales que tardaron una eternidad en llegar. Lo mismo se podría decir del jazz y de muchas otras expresiones contemporáneas. A eso se sumó el afán de los “pioneros” nacionales por copiar estilos ajenos dándose la situación de que buena parte de los éxitos obtenidos por ellos no eran sino versiones de artistas extranjeros, muchas veces traducidas de forma esperpéntica para pasar por el tamiz de la censura.
A la música electrónica, claro, también llegamos tarde. Mientras que en Alemania, Francia, el Reino Unido o Italia existían ya escuelas consolidadas, en España los sintetizadores apenas adornaban los estudios de dos o tres productores de cierto renombre. Cierto es que algunos grupos como los Pekenikes utilizaron un Moog en algunos de sus famosos instrumentales a principio de los años setenta (y hasta triunfaron con una versión de “Pop Corn”) pero aquello no terminaba de ser “música electrónica” como se conocía en otros lugares ya. Probablemente fue Teddy Bautista el primer artista de este país en tener uno en 1971 (él fue quien prestó a los Pekenikes el que solían usar) pero tampoco se dedicó en aquel momento a explorar ese género centrándose en el jazz-rock y el rock progresivo con Los Canarios.
La primera gran figura de la electrónica española tuvo que llegar de fuera de nuestras fronteras. Concretamente desde Bélgica. Hablamos de Michel Huygen, residente en nuestro país desde niño y que sería el primer artista nacional en su género que consiguió un gran reconocimiento fuera de aquí llegando a codearse en un momento determinado con figuras como Klaus Schulze, Tangerine Dream o Vangelis. Tras probar fortuna brevemente en distintas agrupaciones, creó Neuronium en 1976 junto con Carlos Guirao, también teclista, y Albert Jiménez, guitarrista.
En 1977 publicaron su primer disco con el sello “Harvest” obteniendo un importante reconocimiento pero la consagración llegaría un año después con “Vuelo Químico”, trabajo en el que contaron con la sorprendente colaboración de Nico, la vocalista que aparecía (y firmaba en la portada) en el primer disco de la Velvet Underground. La publicación del segundo trabajo de Neuronium vino acompañada de algunos conciertos multitudinarios para su época y género y de la participación de la banda en festivales europeos de renombre. La formación, a base de teclados y alguna guitarra eléctrica recordaba inmediatamente a los Tangerine Dream de aquellos años y lo cierto es que, estilísticamente, Neuronium podrían encuadrarse sin problemas en los estilos próximos a la “Escuela de Berlín” con los lógicos matices que da la propia personalidad de cada banda. “Vuelo Químico” constaba de tres cortes: una suite inicial dividida en tres partes, que ocupaba la “cara a” del disco y dos temas más en la “cara b”. El principal compositor de la banda es Michel Huygen, autor de todos los cortes salvo de la tercera parte de la “cara a”, obra de Carlos Guirao. La segunda parte estaba firmada por el trío al completo.
Los miembros de Neuronium junto a Nico durante las sesiones de grabación del disco. |
“Abismos de terciopelo” - El primer movimiento de la suite lleva por título “El regreso de Ganímedes” y es un tema encuadrado en la llamada corriente “planeadora” de la época, con un discurrir lento y ambiental a base de capas de sonido que se van superponiendo unas a otras con la adición de diversos efectos electrónicos. Llegamos así a “La llamada del vacío”, en la que, aunque se mantiene la misma atmósfera, aparece una melodía mucho más definida que gana mucho con la entrada de la guitarra eléctrica, en un estilo cercano al de Robert Fripp en sus trabajos con Brian Eno. Casi al mismo tiempo empieza a dibujarse una breve secuencia que termina por desplegarse del todo poco después desembocando en un tema similar en cuanto a su esquema y concepción a “Stratosfear” de Tangerine Dream aunque quizá con un menor desarrollo de la parte rítmica. Tras un breve interludio algo más experimental, entramos en un nuevo tramo con los momentos más líricos. Guitarra y teclados forman una gran alianza que vuelve a recordarnos a Fripp y Eno, especialmente los de “Evening Star”. El segmento final de la suite, titulado como toda ella “Abismos de terciopelo” es una preciosa canción en la que la guitarra acústica lleva el peso instrumental y una voz (quizá la del propio Huygen) canta un texto en cingalés. Participa en este tramo José Amado tocando una serie de campanillas orientales. Cabe señalar aquí que en el disco no aparece división temporal alguna con lo que podría ser que nuestros comentarios no se correspondan exactamente con las tres partes reales de la composición.
“Viento Solar” - Aunque cuesta hablar de “singles” en un disco como éste, de haber alguna composición destinada a jugar ese papel sería esta, siquiera por su duración que no llega a los tres minutos. Se abre con una serie de efectos de “ruido blanco” imitando el viento del título pero enseguida aparece una secuencia rítmica sobre la que escuchamos un breve motivo electrónico. Pese a que la melodía no es la más inspirada del trabajo, la producción y las texturas hacen de esta una pieza muy interesante.
“Vuelo Químico” - El último corte del disco comienza con el recitado por parte de Nico del comienzo del poema “Ulalume: A Ballad”, de Edgar Allan Poe. A partir de ahí asistimos a un lento desarrollo “planeador” lleno de efectos que nos lleva al segundo recitado con la grave voz de la artista alemana a la que da la réplica otra voz no acreditada, esta vez de varón. Entramos entonces en uno de los mejores momentos del disco que combina la guitarra eléctrica con pasajes sintéticos que recuerdan a los Tangerine Dream de “Phaedra” e incluso hay un tramo con reminiscencias del “Tales from Topographic Oceans” de Yes, especialmente por la forma en que la guitarra se mezcla con las texturas de los teclados. Un último recitado nos lleva al final que, con la aparición de un coro, es verdaderamente sobrecogedor y de una gran emoción aunque termina de una forma quizá demasiado abrupta.
La propuesta de Neuronium tuvo un carácter único ya que durante mucho tiempo fue la única de estas características en nuestro país, lo que contrasta con otras corrientes electrónicas. Tanto en el ámbito de la música industrial como en el más orientado al tecno pop o a la música de baile, surgieron muchas más bandas, algunas de las cuales triunfaron incluso fuera de España. La música “berlin school” de Huygen y compañía, en cambio, fue una especie de isla que enarboló en solitario la bandera de su estilo en nuestro país aunque con el tiempo acabó evolucionando hacia otras tendencias.
Albert Jiménez abandonó Neuronium tras “Vuelo Químico” y Guirao lo haría un tiempo después para continuar con su carrera por su cuenta, tanto en solitario como formando parte de Programa, una banda a la que quizá habría que rescatar dada la calidad de sus propuestas. Huygen se quedó como único integrante de Neuronium compaginando los discos publicados bajo esa denominación con otros firmados con su propio nombre. En ambas facetas ha desarrollado una extensa carrera que llega hasta nuestros días y sobre la que volveremos en algún momento.
Este disco entró en mi "top five" berlinero cuando lo descubrí hace unos años y desde entonces no ha salido de ahí. Es más, es uno de los discos favoritos de música. Tremendo trabajo y excelente crónica.
ResponderEliminarUn saludo!
David (de FJarre).