Hay una larga lista de artistas de incuestionable categoría que encajan a la perfección en los estilos que solemos tratar en el blog pero que, por una u otra razón, no han aparecido aún en estas páginas. La entrada de hoy y la próxima van a estar dedicadas a una de las mayores figuras de lo que se dio en llamar música “new age”, curiosamente uno de los escasos músicos que siempre se mostró cómodo con esa denominación.
Kitaro, nombre artístico de Masanori Takahashi, es un multinstrumentista japonés de larga trayectoria. Desoyendo los deseos de sus padres, que querían otro futuro para él, decidió dedicarse a la música. Llama la atención el hecho de que, al igual que otros artistas como Vangelis, no recibió ningún tipo de formación académica y su aproximación a la música fue plenamente autodidacta. Sus primeros trabajos los hizo como miembro del grupo Albatros pero no tardó en ingresar en la Far East Family Band, una de las formaciones más representativas de su país que reflejaba una gran influencia de bandas como Pink Floyd y, en menor medida, Tangerine Dream. Una de las peculiaridades de este grupo era la continua entrada y salida de nuevos músicos. Por ello, en los periodos en los que, por ejemplo, se quedaban sin bajistas, era Kitaro quien lo reemplazaba con lo que poco a poco terminó por dominar un buen número de instrumentos, aunque su principal medio de expresión iban a ser los sintetizadores.
Durante una gira por europa en 1972, Kitaro conoce a Klaus Schulze cuya música termina fascinandole hasta el punto que se queda un tiempo con él aprendiendo todo lo necesario sobre sintetizadores. La admiración terminó siendo mutua y el propio Schulze terminaría por encargarse de la producción del siguiente disco de la Far East Family Band.
Sin embargo, el flechazo que supuso para el músico japonés su encuentro cara a cara con las posibilidades de los sintetizadores le animó a emprender una carrera en solitario con la que, en poco tiempo, se iba a convertir en una figura mundial. La música de Kitaro tenía poco que ver con la de Schulze o la de Tangerine Dream ya que era mucho más melódica, más expresiva y menos mecánica además de reflejar muchos elementos de la tradición de Japón con lo que el estilo de Kitaro pronto se reveló como algo único.
El disco del que hoy vamos a hablar pertenece a una segunda etapa en la trayectoria del músico en la que, tras el éxito de sus primeros discos que le dan fama mundial (particularmente su banda sonora para una serie documental sobre la ruta de la seda, de la que hablaremos proximamente) Kitaro afronta un cierto cambio de registro incorporando sonidos orquestales y reduciendo la presencia de la electrónica en el resultado final. “Kojiki” es el nombre del texto histórico más antiguo que se conserva relativo a la historia de Japón. Data del año 712 y narra los hechos acaecidos en el imperio desde su orígen hasta el reinado de la emperatriz Suiko. En el libreto que acompaña al disco se relatan brevemente los acontecimientos correspondientes a cada una de las piezas que integran el trabajo.
Kitaro en directo. |
“Hajimari” – La historia de la creación de Japón comienza con un mundo desierto en el que unas nubes oscuras no se distinguían de la tierra. El mar no era más que un lodazal y no había ninguna forma de vida. Entonces, las nubes empezaron a girar y a elevarse en medio de una gran tormenta hasta dar lugar a un diluvio que duró meses. Cuando por fín la lluvia cesó, el cielo y la tierra estaban ya separados y comenzaban a aparecer los primeros brotes de hierba. Musicalmente, Kitaro emplea un recurso algo manido como es el de comenzar la pieza con unos latidos de corazón sobre los que se escuchan truenos distantes. Unas notas graves se repiten varias veces hasta desembocar en una luminosa progresión melódica de gran belleza y solemnidad a cargo de las cuerdas que culmina en un precioso y breve solo de violín.
“Sozo” – Del caos inicial surgen los primeros dioses. Los más rezagados fueron Izanagi y su compañera Izanami. En su viaje desde el puente del arco iris en Takamagahara hasta la residencia del resto de dioses, iban removiendo el mar con una lanza. Cada vez que la extraían del agua, el barro que goteaba formó las islas que darían lugar al Japón. Una vez llegados a su destino se casaron y tuvieron hijos que se convertirían en los respectivos dioses del viento, el mar, las montañas, la tierra, etc. El personal estilo del músico japonés se hace evidente en esta composición con una secuencia repetitiva de seis notas alrededor de la cual se va construyendo una melodía de estilo contrapuntístico en la que, tanto los sintetizadores como las flautas se van dando la réplica mutuamente. Alrededor del minuto dos aparece el tema principal en forma de una melodía típica de su autor con el no menos particular sonido de sus sintetizadores, reconocible a la primera escucha. Y es que Kitaro es un animal de costumbres y una vez encontrado un sonido de su gusto, lo utiliza hasta la saciedad dando lugar a alguna anécdota de la que hablaremos en la próxima entrada. El corte, en general, tiene un aire cinematográfico, culpa, sin duda, de la extensa sección de cuerdas participante en el disco.
“Koi” – El último de los hijos de Izanami fue el dios del fuego, tras cuyo alumbramiento ella falleció. El dios de la noche, Mikoto, abrumado por la muerte de su madre, se muestra terriblemente desconsolado y termina por ser expulsado de la tierra de los dioses por su padre. Tras un largo deambular, llega a un lugar sometido por el dragón de ocho cabezas. Allí descubre el amor tras conocer a Kushinadahime, una doncella local. Kitaro nos muestra aquí su lado más sensible con una melodía realmente bella introducida por sus teclados y replicada posteriormente por el violín. Hacia la mitad del tema se produce un cambio a través de un diálogo entre las flautas y el violín tras el que regresamos al tema principal, ya con el refuerzo de la orquesta y una batería un tanto prescindible que no aporta gran cosa al conjunto y, escuchada hoy, le da un toque “kitch” a la pieza que no le hace mucho bien.
“Orochi” – El monstruoso dragón ha devastado el pueblo de Kushinadahime y ha devorado a sus siete hermanas y ahora reclama a la última de la estirpe. Mikoto entabla una interminable lucha con la criatura en la que termina derrotandolo. Percusiones tradicionales y sonidos ancestrales como el del koto y la flauta sakuhachi abren una de las composiciones más intensas del disco en la que los ritmos electrónicos y los tambores se combinan con efectos de sonidos propios de la Escuela de Berlín y la solemnidad de las cuerdas. Intervienen en la batalla guitarras eléctricas, flautas y la sección de cuerda en pleno para dar forma a una pieza épica como corresponde al tema mitológico que pretende narrar. Podeis escuchar la versión en directo del tema a continuación:
“Nageki” – Hikaru, diosa del sol, se apiada de su exiliado hermano y le ofrece vivir con ella en Takamagahara. Sin embargo, las travesuras constantes de Mikoto acaban desesperandola de modo que termina por ocultarse en la Cueva de la Roca Celestial sumiendo al mundo en la oscuridad. Por ello, Mikoto es desterrado de nuevo. Tras la emotiva batalla del tema anterior, entramos ahora en un tema mucho más pausado con protagonismo casi total de los sintetizadores en su inicio con el sonido de flauta característico de su autor, coros celestiales sampleados, sonidos de arpa… todo un catálogo de recursos de la música “new age” en su versión más tópica. Afortunadamente, Kitaro sabe combinarlos de forma magistral y no nos suena trillado en absoluto. Paulatinamente van incorporandose otros elementos como las cuerdas (en pizzicato), algún sólo de violín, etc. para concluir esta especie de transición de forma relajada.
“Matsuri” – Mikoto suplica a su padre Izanagi para que saque a Hikaru de la cueva. Los otros dioses organizan una gran fiesta a las puertas de la misma con música, canciones y danzas. Sorprendida de que en un mundo oscuro y tenebroso se celebre una fiesta tan grande, Hikaru abre la puerta de su escondite y se asoma para ver qué pasa. En ese momento, Tajikarao, el dios de la fuerza retira la piedra y arrastra a su hermana al exterior. Llegamos así a nuestro corte favorito del disco con permiso del anterior “Orochi”. Los tambores iniciales marcan un ritmo que pronto se transformará en frenético con secuencias electrónicas que acentúan el aire festivo de la pieza. Kitaro nos golpea entonces con una melodía realmente bella de aire tradicional (como todas en el disco) que no nos deja otra opción que rendirnos ante su talento. A mitad de la pieza encontramos una especie de interludio a base de tambores y cantos rituales a modo de puente para terminar regresando al tema principal. Un precioso final orquestal pone el colofón a una magnífica pieza y nos deja a las puertas del final de la epopeya. De nuevo, podeis disfrutar de su versión en directo:
“Reimei” – Con el retorno del sol a Takamagahara y el resto de tierras, la naturaleza vuelve a florecer en todo su esplendor. Con la bendición de Hikaru, Mikoto se casa con Kushinadahime y ambos, como en toda buena historia, son felices por siempre marcando el comienzo de una nueva era. Si hay algo de lo que se puede acusar a Kitaro es del exceso de azucar que añade a su música en momentos puntuales. Ese posible defecto no se ha dejado notar demasiado en “Kojiki” pero en el tema que pone el punto final al disco, encontramos algo de eso: una melodía excesivamente preciosista y unos arreglos (batería, coros, campanas…) poco afortunados nos muestran al Kitaro más meloso aunque a estas alturas creemos que se le puede perdonar, máxime cuando acabamos de disfrutar de un disco soberbio en su conjunto.
Participan en la grabación, al margen del propio Kitaro, Kohhachi Itoh (bajo), Yasuo Ogata (teclados), Hiroshi Araki (guitarra), Syoji Fujii (batería), Hideo Funamoto (percusión) y Steven Kindler (violin) y la sección de cuerdas de la Skywalker Symphonic Orchestra. No en vano, George Lucas figura en los agradecimientos del disco).
A lo largo de los años ochenta, Kitaro alcanzó el estatus de figura mundial y, en muchos momentos, se le reconocía como el abanderado del género “new age”. Esa popularidad le llevó, incluso, a realizar bandas sonoras para importantes directores como Oliver Stone. Con el declive de ese tipo de músicas, su figura quedó relegada a un segundo plano aunque sigue componiendo y publicando música con regularidad. Tenemos que confesar que en La Voz de los Vientos le perdimos el rastro en aquellos años, algo que trataremos de corregir. Sin embargo, consideramos que en su primera etapa nos dejó varios trabajos magníficos, coronados por este “Kojiki” que hoy os recomendamos. En la próxima entrada nos encargaremos del que probablemente sea su disco más conocido. Hasta entonces, os dejamos los habituales enlaces en los que adquirir el disco:
play.com
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