La invención del sintetizador y posteriormente del secuenciador fue como una bendición para un grupo de artistas de la escena berlinesa de finales de la década de los sesenta. En una extensa entrevista de hace unos años, Klaus Schulze confirma esta idea cuando indica que se juntaron en un momento determinado del tiempo y el espacio una serie de músicos que querían hacer una música distinta de todo lo que se hacía hasta aquel momento en el rock y el pop europeo pero que no terminaban de encontrar el sonido que buscaban. Afirma Schulze al respecto que el día que puso sus dedos sobre un sintetizador Moog fue “como si viviera todas las navidades en una”. Y lo cierto es que estos aparatos fueron la solución para todos los problemas que estaban intentando solucionar todos estos músicos. Si escuchamos los discos que marcaron los inicios de lo que se terminaría denominando “krautrock” en Alemania, comprobamos que la característica común a todos ellos era la utilización de instrumentos ajenos a la parafernalia habitual del rock: flautas, todo tipo de percusiones, violines, órganos eléctricos (manipulados en muchos casos), cintas magnetofónicas, etc.
Con la llegada de los citados sintetizadores, este grupo de músicos pudo, por fin, plasmar todas las ideas que tenían en mente y crear una música completamente distinta de todo lo anterior: una música puramente electrónica en la que la importancia de los instrumentos era tal que probablemente sea el único género musical cuya denominación está tan fuertemente ligada a ellos. El salto fue tan importante que, en cierto modo, los artistas partían de cero ya que estaban inventando algo nuevo sin apenas referencias en la tradición anterior: aprendían a hacer las cosas mientras las hacían. Comenta Schulze sobre aquellos años que “En aquel momento nadie hacía nada similar a lo que hacíamos nosotros. Morton Subotnick estaba trabajando con computadoras en California con una aproximación parecida a la nuestra pero no lo supimos hasta mucho más tarde. Mis referencias incluían la música minimalista de Steve Reich o Terry Riley, quienes empleaban también instrumentos electrónicos pero no de forma exclusiva, con lo que se alejaban de lo que yo buscaba”.
Así las cosas, llegamos a 1976. Klaus Schulze había publicado un año antes uno de sus mejores trabajos bajo el título de “Timewind” y entraba en el estudio para grabar el que para la mayoría de sus seguidores, sería su obra maestra o, al menos, un disco que estaría en cualquier lista de sus cinco discos más memorables. El escenario es similar al de sus LPs anteriores: Schulze rodeado de sintetizadores y cachivaches electrónicos, prácticamente sin nada compuesto previamente, salvo algunos esbozos y, como novedad, la participación del batería Harald Grosskopf en una de las partes del disco. En varias ocasiones ha recalcado Schulze el carácter improvisado de su música: “Habitualmente, cuando compongo y toco la primera nota, no tengo ni idea de qué nota irá después”. Esto presenta el inconveniente de que, cuando la inspiración decae, el resultado son horas y horas de material desechable del que Schulze no siempre sabe desprenderse como atestiguan las impresionantes cajas de hasta 50 discos que llegó a publicar con grabaciones descartadas tanto de trabajos en estudio como en directo. Por contra, el día que las musas acuden a visitarle, lo que tenemos son minutos y minutos de alguna de la mejor música que jamás se haya grabado dentro del género electrónico.
“Floating” – Comienza el tema con ese tintineo electrónico que tanto imitó Kitaro como comentamos recientemente. Sorprendentemente escuchamos un recitado del “padre nuestro” en su versión en árabe al que Schulze resta cualquier tipo de intencionalidad al margen de la estética. Van apareciendo poco a poco notas estáticas de órgano con ocasionales pulsos electrónicos mientras el músico va generando capas y capas de sonidos que van añadiéndose continuamente al principal. Con el paso de los minutos comienza a filtrarse un ritmo bajo la amalgama de sonidos, primero como un tenue apunte en tonos agudos y más tarde ya sin tapujos con la entrada de la percusión y los secuenciadores que van dando cuerpo a la pieza. La primera variación tonal de la secuencia principal coincide con la retirada de las cuerdas y a partir de entonces, toda la pieza queda subordinada a las partes rítmicas. Estamos ya ante la clásica pieza de Schulze y, por extensión, ante una de las representaciones más puras de la llamada Escuela de Berlín: una base rítmica sintetizada y minutos por delante para improvisar. Los elementos melódicos son breves y de corto desarrollo, quizá para no distraer la atención del oyente del armazón de sonido y ritmo que asciende en su papel de sustento de toda la composición hasta convertirse en la composición en sí. Tenemos que destacar el papel de la batería a lo largo de toda la pieza. Ya se habían grabado discos en los meses anteriores con las mismas características de “Moondawn”, especialmente por parte de Tangerine Dream pero la batería era un elemento con el que estos no contaban por lo que las partes percusivas eran más monótonas. Schulze, no lo olvidemos, comenzó como batería y eso le da una ventaja decisiva al incorporar ese instrumento a la mezcla consiguiendo una integración total con los secuenciadores fusionándose con ellos de forma magistral, hasta el punto de no hacerse notar más allá de lo necesario pero consiguiendo que su presencia sea fundamental. Tras casi media hora de ritmos endiablados, la pieza finaliza bruscamente entre los mismos tintineos que nos acompañaron en los primeros minutos de la misma.
“Mindphaser” – Hoy, la utilización de sonidos “de la naturaleza” como viento, olas, truenos etc. es un recurso sobre explotado, especialmente en determinados tipos de música de perfil bajo que se vende con el reclamo de sus supuestos efectos terapéuticos. No era algo tan habitual en 1976 y el comienzo de “Mindphaser” nos muestra una de sus primeras utilizaciones cuando aún no se había convertido en un tópico. Aunque el tema comienza de un modo similar a “Floating”, con una sucesión de notas estéticas, de largo desarrollo, que se combinan con otras similares formando una compleja red de sonidos, hay una importante diferencia y es que aquí sí que existe un profundo sentido melódico y podemos ir siguiendo una línea de gran belleza que evoluciona paralela a los juegos de cuerdas electrónicas para acabar fusionándose con ellos en la parte final de un crescendo que queda roto bruscamente por la aparición de la batería en un registro completamente diferente al del corte anterior. Se produce aquí un corte abrupto en el que órgano y batería parecen directamente transplantados de una suite clásica de cualquier grupo de rock progresivo de la época. Este contraste inesperado es justificado por Schulze posteriormente como un anuncio de lo que el creía que era la muerte del rock, superado definitivamente por la naciente música electrónica. Esta aportación rockera (a la manera Schulziana, claro está) pretendía mostrar el canto del cisne del género y fue compuesta a propósito para causar una cierta decepción en el oyente, un contraste que descolocase al seguidor, algo que quizá exprese mejor el propio músico en la siguiente cita: “Prefiero la belleza. Por supuesto que en muchas ocasiones he utilizado sonidos bastos y, en cierta forma, desagradables pero únicamente como elementos musicales para conseguir un contraste dentro de una composición. La belleza es aún más evidente para el oyente si junto a ella le muestro también algunos ejemplos de fealdad que, aunque no lo queramos ver, también está presente en todas partes”.
En cierto modo, “Moondawn” fue testigo de un cambio sutil en la forma de hacer las cosas de los artistas electrónicos más o menos cercanos a la Escuela de Berlín. Hasta entonces, todos ellos actuaban conforme a un patrón similar pero a partir de 1976 esto cambió. La música de Tangerine Dream, por ejemplo, dejó atrás el componente de improvisación para centrarse en obras más trabajadas en estudio, menos espontáneas pero también más intencionales quedando para los conciertos la manera anterior de hacer las cosas. Los artistas emergentes como Jean Michel Jarre son también músicos de estudio principalmente y poco dados a dar rienda suelta a sus habilidades sin una base trabajada anteriormente en la que apoyarse. En ese sentido, Schulze se queda como el único representante del viejo orden, al menos entre los músicos más populares de su estilo (porque aunque hoy no lo parezca, estos artistas llegaron a ser muy conocidos: “Moondawn” llegó a vender más de medio millón de copias en aquellos años). Llamará la atención que en sólo cinco o seis años de existencia del género, hayamos empleado una expresión como la de “viejo orden” para referirnos a los primeros años de la música electrónica pero esa es otra de las características de ese estilo: la fugacidad de las tendencias, lo rápidamente que una forma de hacer las cosas es sustituida por la siguiente y eso es algo que va parejo a la evolución de la tecnología. Un grupo de rock o pop no se ve presionado por la exigencia de evolución en su estilo (más bien al contrario) por lo que puede pasarse buena parte de su carrera sin variar apenas sus registros y seguirá siendo bien considerado por sus fans. En la electrónica, la repetición es penalizada y el artista que sigue sonando igual va viendo cómo el “núcleo duro” de sus fans va reduciéndose con el tiempo ya que se produce un trasvase de seguidores hacia nuevos artistas más “modernos”, en el sentido más peyorativo que le queráis dar al término. Podemos considerar a Schulze desde esta perspectiva como un personaje admirable ya que los principios que han regido su carrera han sido inamovibles y, con el tiempo, la resistencia tiene también sus frutos en forma de un grupo de seguidores más reducido que el de artistas similares pero también más fieles de modo que, quizá, no le permita alcanzar (mantener) un estatus de superestrella pero, en cambio, sí hagan posible el sostener una carrera estable con la que vivir holgadamente y alcanzar un prestigio (que es algo tan etéreo como independiente de los niveles de ventas o las asistencias a los conciertos) mayor cada día.
Schulze es un artista de difícil trato que parece rebelarse por el papel secundario que ha terminado por ocupar si lo comparamos con estrellas como Kraftwerk o Jean Michel Jarre y, en general, es muy reacio a elogiar a otros músicos. En las entrevistas, tan pronto afirma que no escucha música de otros colegas como indica que escucha cosas de lo más variado, cambiando de gustos enormemente de unos años a otros. Así, según su web oficial, en 1998 la lista de lo que le gustaba escuchar incluía a Madonna o David Bowie junto con J.J.Cale, Scott Walker o los Bee Gees, Mozart o Wagner. Nueve años después, sólo Mozart y Wagner se mantienen en la lista (sólo coincide una obra, el Requiem del primero) y se añaden, en cambio, Lisa Gerrard, Porcupine Tree, Opeth o Him además de clásicos como Sibelius o Grieg. Lo que nunca ha perdido es su lugar destacado en otro tipo de listas: las que suelen elaborarse cuando se pregunta a otros artistas sobre los músicos más influyentes. Estos listados, tan distintos por lo general a los de ventas, suelen mencionar de forma habitual a Schulze, especialmente cuando más nos acercamos a géneros electrónicos.
Si sois seguidores de la música hecha con sintetizadores o, simplemente, queréis acercaros a ella y a la Escuela de Berlín, “Moondawn” es un disco con el que no os vais a equivocar, ya que es una de las obras que podemos considerar como banderas del género. Salvo que busquéis las primeras ediciones en vinilo del disco, lo más probable es que lo que encontréis en compact disc sean versiones ampliadas de la obra. La primera de ellas traía como complemento una larga pieza titulada “Supplement” en una línea similar al resto del disco. La edición más reciente, en cambio, incorpora una pieza distinta bajo el nombre de “Floating Sequence”. Ambas ediciones contienen la música original del vinilo, al contrario que las primeras versiones en disco compacto que incluían unas extrañas revisiones del disco original a las que Schulze añadió algunas pistas de mellotrón además de recortar en algunos minutos la duración de los tema. Es poco probable que encontréis en alguna tienda ese raro CD retocado. Podéis adquirir la edición con el añadido de “Floating Sequence” a continuación:
Nos despedimos con un extracto de "Phasing":
Estoy actualmente escuchando este disco, y me ha parecido muy atractivo, en especifico como propuesta musical. Agradezco de sobremanera la reseña.
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