Hay
situaciones que no tienen fácil justificación, ni siquiera con la excusa del
negocio; nombres cuya mención evoca directamente el mito y que no deberían
mancharse de determinadas maneras. Hay muchas formas de hacer las cosas que
pueden parecerse y tener puntos en común pero que se diferencian en una
palabra: respeto. Respeto al legado que recogen pero también respeto a los
oyentes a los que va dirigido el lanzamiento.
Antes de entrar en profundidades, debemos dejar claro que
somos los primeros entusiastas ante la posibilidad de hacernos con material
inédito, ya sea perdido, descartado o nuevo de prácticamente todos los músicos
a los que seguimos con cierta regularidad. No hay nada de malo en ello y
podemos asumir, incluso, que composiciones que en un momento dado no fueron
consideradas por sus autores como dignas de figurar en un disco aparezcan
publicadas tiempo después como “relleno” de discos recopilatorios o como parte
de alguna retrospectiva de inspiración completista.
El problema surge cuando el artista o la banda en cuestión
son tan grandes que su mito eclipsa todo lo demás. Llegados a ese punto hay que
cuidar de forma muy meticulosa qué se publica y, sobre todo, cómo se publica.
Seguramente tendrá sus partes oscuras pero la forma en que se ha publicado la
discografía de The Beatles nos parece ejemplar en este sentido. Los discos
están disponibles en sus formatos originales, sin añadidos (salvo alguna pista
de vídeo en la última remasterización) y sin demasiados retoques. Los singles
que no formaron parte de ningún LP están disponibles en dos volúmenes
independientes bajo el título de “Past Masters” y las rarezas, tomas falsas,
descartes, etc. en varias cajas tituladas “Anthology”. Evidentemente es un
punto de vista muy particular pero creemos que esa es la mejor manera de rendir
homenaje al legado de una banda que ha trascendido el estatus de grupo musical.
A ninguno de sus miembros se le ha ocurrido volver a grabar bajo el nombre del
mito ni siquiera rescatar viejo material, darle algo de forma y publicarlo como
un nuevo trabajo, un disco perdido ni nada por el estilo.
Existe otra vía muy interesante que también nos parece
loable: la de reeditar los discos clásicos de una formación en formatos lujosos
con todo tipo de añadidos procedentes de las sesiones de grabación, de
conciertos de la época, etc. Este tipo de lanzamientos no suele ser nada
económico pero sí muy satisfactorio para el oyente, partiendo del supuesto de
que quien adquiere algo así, muy probablemente ya posee el disco original y lo
que quiere es una pieza de colección que, además, le ofrezca alguna composición
en forma de música desconocida. Los seguidores de King Crimson o Mike Oldfield,
por ejemplo, están disfrutando de lanzamientos en esta línea de gran calidad.
También los de Pink Floyd y aquí es donde vemos el mayor problema.
La discografía de Pink Floyd es de esas que cada cierto
tiempo se reedita al completo dada la fuerte demanda que tiene la banda aún
hoy, varias décadas después de su disolución, aceptemos la fecha que aceptemos
como aquella en la que tuvo lugar ese hecho. La última vez en que ocurrió algo
así es muy reciente y en esa tanda de lanzamientos hubo varios títulos que
fueron publicados en una edición a la altura de las expectativas de los
coleccionistas más ambiciosos, concretamente los discos más populares de la
banda: “The Dark Side of the Moon”, “Wish You Were Here” y “The Wall”. Podría
haber discusiones al respecto de si “Animals” merecía o no un tratamiento
similar pero lo que si pareció fuera de lugar fue que un tiempo después,
demasiado como para considerarlo dentro de la misma serie de lanzamientos
“deluxe” pero no tanto como para dejar de relacionarlo con aquellos, apareció
una caja de las mismas características que las otras tres dedicada al disco
“The Division Bell”.
Hagamos un poco de historia: obviando la magnífica pero
efímera (discográficamente hablando) etapa con Syd Barrett como líder, Pink
Floyd construyó su leyenda alrededor de la formación integrada por Roger
Waters, David Gilmour, Rick Wright y Nick Mason. Con sus mas y sus menos, la
banda realizó el grueso de su carrera con ese formato en el que el creciente
liderazgo de Waters terminó por hacer estallar todo por los aires tras
convertir a la banda en su grupo de acompañamiento. En algún momento hablaremos
de esos años porque, a pesar de todo, nos parecen muy interesantes pero lo que
nos interesa más ahora es lo que ocurrió después: Waters disuelve Pink Floyd y
cada uno de sus miembros se busca la vida por su cuenta. En 1984 Gilmour y
Waters coinciden lanzando disco al mercado con poco más de un mes de diferencia
“compitiendo” en cierto modo entre ambos en un combate que no tuvo un ganador
claro. El combate tendría segunda parte un tiempo después: Waters lanzaba
“Radio K.A.O.S.” y apenas dos meses más tarde, Gilmour hacía lo propio con “A
Momentary Lapse of Reason”, en traducción libre, “Enajenación mental
transitoria” ¿a qué se refería el guitarrista? Sin duda a desaprovechar la
marca Pink Floyd. La jugada maestra de Gilmour consistió en volver a juntar a
lo que quedaba de la banda a excepción de Waters y lanzar su trabajo bajo el
nombre de la leyenda. No hubo color y las ventas del regreso de Pink Floyd
fueron mucho mayores, no sólo que las del disco de Waters sino también que las
del último disco de la banda con el bajista como líder.
A partir de ahí, pleitos y disputas (con momentos
surrealistas alrededor de los genitales de un cerdo hinchable) que terminaron con
Gilmour y Mason como legítimos usuarios de la “marca Pink Floyd” y con Rick
Wright como músico de estudio antes de pasar al siguiente capítulo.
No es momento ahora de hablar en profundidad de “The
Division Bell”, el disco de Pink Floyd de 1994 pero es necesario apuntar que
para su grabación, Rick Wright volvió al grupo como miembro creativo y también
Mason se implicó mucho más. De las largas y distendidas sesiones salieron más
de medio centenar de piezas y ahí aparece la coartada que más de veinte años
después aprovecha Gilmour para hacer caja. Tiramos un poco de nostalgia, otro
poco de la mitología del nombre de Pink Floyd, hacemos referencia al bueno de
Rick Wright (fallecido en 2008) y a lo bien que tocó entonces, incluyendo un
puñado de improvisaciones maravillosas que no fueron consideradas
suficientemente buenas para formar parte de un disco que, seamos sinceros, no
está entre lo mejor de la banda ni mucho menos y nos sacamos de la manga
(redoble de tambores, por favor) UN NUEVO DISCO DE PINK FLOYD. Es evidente que
Gilmour no es tonto y para dar forma a este material se rodeó de colaboradores
del más alto nivel con lo que los créditos del disco son muy resultones ya que
a los nombres de Mason, Wright y el propio guitarrista hay que unir los de Bob
Ezrin (teclados), Damon Iddins, (teclados), Andy Jackson (bajo, efectos
sonoros), Youth (efectos sonoros), Gilad Atzmon (saxo, clarinete), Guy Pratt
(bajo), Jon Carin (teclados), Durga McBroom (voces) o Anthony Moore (teclados)
y todo ello con la producción de Phil Manzanera.
Si estas “demos” se hubieran incluido como parte de la
edición “deluxe” de “The Division Bell” publicada pocos meses antes no habría
nada que objetar. Lo que no parece fácilmente justificable es que se presente
una colección de cortes descartados de un disco muy flojo como un nuevo disco
de Pink Floyd con su artwork independiente, su campaña publicitaria, etc.
Pero somos contradictorios hasta lo incomprensible y, claro
está, como tantos otros aficionados, caímos en la trampa de Gilmour y nos
hicimos con “The Endless River”, título del invento. Por ello, y al margen de
las consideraciones anteriores que creíamos necesarias para poner en su
contexto justo el disco, pasamos a comentar una música que, pese a todo, tiene
mucho que analizar.
La campaña de publicidad, como vemos, fue muy en serio. |
“Things Left Unsaid” – El primer corte del disco es una
pieza ambiental en la que aparecen acreditados Wright y Gilmour como autores
(algo que ocurre en la mayor parte del trabajo). Es una introducción que no
aporta demasiado salvo, acaso, un cierto regusto a los últimos años de Pink
Floyd, ya sin Waters, en especial en las guitarras de Gilmour, leves y etéreas pero
inconfundibles.
“It’s What We Do” – Sin solución de continuidad llega el
primer baño de nostalgia para el seguidor de la banda: una intervención de Rick
Wright a los teclados que recuerda en exceso a ese inmortal “Shine on You Crazy
Diamond”. Algunos apuntes de guitarra parecen refrendar lo dicho y cuando hace
su aparición la batería de Nick Mason estamos ya sumergidos en plena recreación
de la vieja canción del album “Wish You Were Here”. Es lógico que, si esta
música procede realmente de las sesiones de “The Division Bell”, fuera
descartada entonces porque se zambulle directamente en el auto-homenaje más
indulgente. No tendría sentido un corte así en aquel disco y tampoco lo tiene
en este salvo por una intención de tocar la fibra sensible del viejo
aficionado. Sólo falta que alguien cante “remember when you were young...”
pero, afortunadamente, no es así y es que, en esta ocasión, y por si no lo
habíamos indicado antes, estamos ante un disco casi instrumental salvo por el
tema que lo cierra.
Primer adelanto promocional que apareció en la red
“Ebb and Flow” – No hay demasiado músculo en un disco que abusa de las transiciones ligeras para enlazar algunos momentos más potentes como el anterior. Este breve corte es un ejemplo de ello: Gilmour improvisando algunas notas de guitarra sobre un sólo de piano eléctrico en clave lejanamente jazzística a cargo de Wright.
“Sum” – El primer corte del disco firmado por los tres
integrantes de la banda parte de una serie de filigranas de teclado de pálido
tono minimalista para preparar el terreno a la guitarra más ácida de Gilmour
que anticipa un cambio hacia sonidos más épicos en los que brilla Nick Mason.
Se parece al Pink Floyd clásico tanto como una buena falsificación a un Cartier
pero en el fondo sabes que no es lo mismo. Con todo, ofrece otra buena excusa
para que la nada corta legión de fans de la banda disfrute (disfrutemos) de
otro momento de nostalgia.
“Skins” – Cambio en las percusiones que ahora cobra mayor
fuerza acompañando a una guitarra mucho más psicodélica para embarcarse en un
viaje lisérgico más acorde con otros tiempos de la banda que con el año 1993
del que, en teoría, procede la pieza.
“Unsung” – Llegamos a la primera pieza en la que el único
acreditado como autor es Rick Wright. Es un interesante y breve instrumental de
teclados salpicado de guitarras cuyo único sentido parece ser el de llevarnos
hacia el siguiente hito de este viaje al recuerdo.
“Anisina” – Llamado a ser otro de los puntos fuertes del
disco, este pastiche firmado por Gilmour es una mezcla de los teclados de “Us
And Them” con algunas cuerdas que recuerdan a “Comfortably Numb”. Le sumamos a
la mezcla unos toques de piano, un saxo meloso y unos coros y obtenemos una de
las más glamurosas sintonías de telediario que podemos imaginar.
Segundo clip de "The Endless River"
“The Lost Art of Conversation” – El tercer sector del disco, división que viene dada por la separación en cuatro “caras” que aparece en el “tracklist”, como si de un doble vinilo se tratase, se abre con otro tranquilo tena de Wright, elegante como siempre, que se funde en el siguiente corte.
“The Lost Art of Conversation” – El tercer sector del disco, división que viene dada por la separación en cuatro “caras” que aparece en el “tracklist”, como si de un doble vinilo se tratase, se abre con otro tranquilo tena de Wright, elegante como siempre, que se funde en el siguiente corte.
“On Noddle Street” – Es esta una de las piezas que mejor
encaja con la época del “Division Bell” y podría estar emparentada con el tema
“What Do You Want from Me?” del citado álbum. Desgraciadamente, y como una
“demo” que es, por más que nos la quieran vestir de otro modo, no llega a
desarrollarse lo suficiente.
“Night Light” – Nueva transición atmosférica con base de
teclados sobre la que Gilmour traza lineas juguetonas de guitarra cuya única
misión es la de transportarnos hasta el siguiente punto fuerte.
“Allons-Y (1)” – Empuña Gilmour sus guitarras más combativas
y aires de “The Wall” para satisfacer al oyente ávido de viejos sonidos en una
enérgica transición evocadora de días más felices que desemboca en uno de los
mejores momentos del disco.
Último fragmento revelado antes de que apareciera el disco.
“Autumn” – Rick Wright se pone a las teclas del solemne órgano de tubos del Royal Albert Hall para interpretar una solemne pieza del estilo de las que otros grandes teclistas del progresivo como Wakeman o Keith Emerson intentaron en su momento. El corte es demasiado breve pero funciona bien incrustado entre las dos partes de la pieza de Gilmour que reaparece poco después.
“Autumn” – Rick Wright se pone a las teclas del solemne órgano de tubos del Royal Albert Hall para interpretar una solemne pieza del estilo de las que otros grandes teclistas del progresivo como Wakeman o Keith Emerson intentaron en su momento. El corte es demasiado breve pero funciona bien incrustado entre las dos partes de la pieza de Gilmour que reaparece poco después.
“Allons-Y (2)” – Como indicamos, volvemos a los ritmos
inconfundibles de la guitarra de Gilmour cerrando esta especie de suite con una
revisión del tema que la abría. Quizá, la mejor sección del disco pese a todo.
“Talkin’ Hawkin” – En “The Division Bell” aparecían
“samples” con la voz de Stephen Hawking y aquí vuelven a hacerlo en una pieza
que reúne muchas de las características del “Pink Floyd 3.0” que dirigió David
Gilmour tras la marcha de Waters.
“Calling” – Llegamos así al sector final del disco que se
abre con un instrumental a base de teclados, muy cercano a las atmósferas de
“The Division Bell” y que es uno de los pocos cortes del disco en los que no
interviene Rick Wright. Notable como introducción, intuímos que funcionaría a
las mil maravillas como calentamiento del público antes de un concierto de la
banda. De lo mejor del disco en cualquier caso, a pesar del toque “new age” de
la parte final.
“Eyes to Pearls” – Continuamos con un corte en el que
Gilmour utiliza, por fin, la guitarra para algo más que arabescos y efectos de
acompañamiento construyendo una inquietante secuencia de acordes que consigue
fijar, siquiera por un momento, nuestra atención en la música.
“Surfacing” – Como una prolongación del corte anterior,
llegamos a otra interesante secuencia de sonidos “floydianos” a más no poder en
los que Gilmour tira de oficio para satisfacer las expectativas del respetable.
Un buen cierre antes de la canción que pone el punto final a un trabajo que no
podía sino ser muy controvertido.
“Louder than Words” – Sería extraño un disco de Pink Floyd completamente instrumental aunque este podría tomarse como tal si entendemos la canción final como un añadido extra. Sin llegar al nivel de los grandes clásicos del grupo, el tema de Gilmour es un digno cierre aunque se queda corto en el papel que le ha tocado jugar: el de la canción que pone punto final a la historia de una banda como Pink Floyd... porque ¿es el punto final, verdad? ¿o no?
Leímos en algún sitio que lo mejor que le podría haber pasado a Pink Floyd habría sido que a David Gilmour le hubiera tocado la lotería en 1985 evitando así cualquier tentación de seguir explotando el nombre de la banda. Quizá sea algo exagerado pero lo cierto es que ninguno de los discos de esa etapa final ha aportado a la discografía del grupo nada que mejorase lo anterior. Asumiendo esto, y el hecho de que esos discos fueron publicados al igual que lo ha sido “The Endless River”, nuestra postura es que, aunque hubiéramos preferido que el legado de Pink Floyd se hubiese cerrado en su momento, dado que tenemos este nuevo trabajo, habrá que disfrutar de los mejores momentos del mismo (alguno hay). No es este el único caso de artista de los setenta que vive de las rentas replicándose una y otra vez y, dentro de esa categoría, ni siquiera el de “Pink Floyd 3.0” estaría entre los más graves. Tras varias escuchas del mismo en estos últimos meses, tenemos la impresión de que no todo el material, ni mucho menos, procede realmente de las sesiones de “The Division Bell” de 1993. Más bien nos inclinamos por que Gilmour (y Manzanera) escogieron algunas de las “demos” más aprovechables para estructurar las transiciones y, alrededor de ellas, el guitarrista escribió cuatro o cinco temas poderosos, que recordasen a lo mejor de la banda como medio para contentar al “fandom”. Que lo haya logrado o no es otra cosa. En nuestra opinión, sólo a medias.
No tiene mucho sentido recomendar o no un disco como este
sobre el que cualquier lector se habrá formado ya una opinión bastante
fundamentada, lo haya escuchado o no. Sin embargo, para no perder las buenas
costumbres, os dejamos los enlaces habituales en donde adquirirlo. Sólo enlazamos la versión normal aunque, como es habitual, hay varios formatos del disco con distintos contenidos extra que nos interesan menos:
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Nos despedimos con un vídeo promocional en el que David Gilmour y Nick Mason hablan del disco:
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Nos despedimos con un vídeo promocional en el que David Gilmour y Nick Mason hablan del disco:
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