La revelación que
supuso para Kitaro el conocimiento de los sintetizadores de la mano de Klaus
Schulze marcó una división fundamental en la carrera de un admirador de Pink
Floyd que grababa discos y hacía giras con un grupo inspirado en la banda
británica, la Far East Family Band y que se iba a convertir en poco tiempo en
una de las figuras más importantes de la “new age” de la década de los ochenta.
Fue a raíz de una
gira con la banda japonesa que Kitaro y el sintesista alemán trabaron una
amistad que llevó a este a producir el siguiente trabajo de la banda y a ayudar
al teclista nipón a familiarizarse con las posibilidades de los sintetizadores
de la mano de una de las mayores figuras de la época dorada de la música
electrónica. A su regreso al País del Sol Naciente, Kitaro decidió que era hora
de comenzar una carrera en solitario de la mano de la tecnología, iniciando así
una carrera más que interesante. En sus primeros trabajos, la influencia de
Pink Floyd era aún notoria pero con el tercero, el que vamos a comentar aquí
hoy, comenzamos a percibir una personalidad musical independiente que iba a
combinar magistralmente electrónica, instrumentos tradicionales, el folclore de
su país y un innegable talento para la melodía.
Kitaro, al igual
que Vangelis, por citar un músico con un estilo relativamente cercano, no
recibió ningún tipo de formación musical ortodoxa sino que aprendió por sí
sólo, primero con la guitarra, más tarde con los teclados y poco a poco
practicando con todo tipo de percusiones y flautas tradicionales. De ese modo,
en la mayoría de sus discos, especialmente en los de su primera etapa, el
compositor se encargaba de todos los instrumentos que formaban parte de la
grabación. Así, tras dos discos algo titubeantes, y de modo simultaneo a la grabación
de su celebérrima banda sonora para la serie documental de la televisión
japonesa dedicada a la Ruta de la Seda, Kitaro se centró en el que sería su
primer gran disco en solitario, titulado “Oasis”. No parece casual que este
fuera el primer disco del músico que no tenía título en japonés que luego se
traduciría al inglés para su comercialización en el resto del mundo (algo que
sí ocurría con la mayoría de los cortes). “Oasis” era un trabajo con vocación
internacional y probablemente hoy siga siendo uno de los mejores de toda la
trayectoria de su autor.
“Rising Sun” –
Entre tintineos electrónicos se filtran sonidos de campanas como preludio a una
melodía de aire y timbre tradicionales en la que de aúnan sonidos orientales y
formas de los paisajes más abstractos de la música de la Escuela de Berlín.
Tras esta introducción escuchamos una serie de arpegios que se repetirán
durante todo el corte, una percusión muy sencilla y una sucesión de motivos en
los que Kitaro utiliza el clásico sonido de sintetizador que le acompañará
durante toda su carrera. Una serie de variaciones sobre el tema central se van
sucediendo parsimoniosamente hasta enlazar con la siguiente pieza del disco.
“Moro-Rism” – El
cambio es notable desde el primer instante con una marcada percusión que
acompaña a una secuencia de reminiscencias germánicas. Los efectos sonoros son
ya inequívocamente herederos de Schulze e incluso la melodía central se aleja
de los aires tradicionales japoneses. Es el corte más breve del disco pero
también uno de los más intensos aunque el final con un “fade out” muy brusco
podría haberse elaborado mucho más.
“New Wave” – Parece establecerse una alternancia en el disco entre pasajes lentos y rápidos en la cual toca un tema suave con aire de transición en el que, sobre un ritmo procesional se superponen diversas melodías entrelazadas de escucha agradable.
“Cosmic Energy” –
Una serie de efectos electrónicos se combinan con el sonido del gong para crear
un ambiente tremendamente evocador de esos que presagian que algo va a suceder.
En efecto, tras unos minutos de atmosféricos, aparece la percusión y una
secuencia no demasiado compleja pero llena de energía que, con el apoyo de una
tenue melodía de fondo configuran una base rítmica muy descriptiva y deudora de
los momentos más intensos del Schulze de “Moondawn” o “Timewind”. La improbable
mezcla entre la espiritualidad oriental y el sonido mecánico germánico daba
aquí frutos de lo más inspirado. El tema concluye con una serie de efectos
marinos que anticipan el siguiente corte.
“Aqua” – Seguimos
con un sonido electrónico pero ahora en una vertiente mas relajada. Los
acostumbrados arpegios de su autor se combinan con pulsaciones graves en una
creación sonora que replica en cierto modo las texturas más etéreas de Jean Michel
Jarre en discos como “Equinoxe” pero llevadas al terreno de un Kitaro, siempre
amable e incapaz de incluir ningún tipo de sonido perturbador. No es el japonés
un músico adecuado para el oyente que busque riesgo y sonidos agresivos, eso
está claro, pero en su estilo es imbatible.
“Moonlight” – Probablemente
sea este el tema más relajado del disco aunque tiene su interés. La serie de
secuencias y melodías que se suceden y mezclan a lo largo del mismo termina por
crear momentos de gran belleza que podrían corresponderse con los primeros
minutos de “Cosmic Energy” aunque aquí son un corte independiente, quizá porque
no evolucionan en un cambio como el que experimentaba el tema citado.
“Shimmering
Horizon” – Toma ahora Kitaro las guitarras y otros instrumentos de la misma
familia para ejecutar la parte central de un tema que deja entrever la
influencia de David Gilmour en el músico, aunque la melodía central es
ejecutada con sintetizador en el más puro estilo del compositor japonés. Este
tipo de temas con la guitarra ocupando un papel importante se dejaban escuchar
de vez en cuando en el Kitaro de estos años y en la banda sonora de “Silk Road”
hay varios ejemplos.
“Fragrance of
Nature” – El mejor tema de todo el disco, en nuestra opinión, y también de toda
la carrera del músico japonés, es esta intensa pieza en la que tenemos de todo:
percusiones y efectos sonoros en la línea del “On the Run” de Pink Floyd, la
energía de los tambores japoneses, timbres característicos del sonido de la
Escuela de Berlín y una melodía principal extremadamente sencilla pero
atrayente a más no poder, con el añadido de que constituye una base excepcional
para una serie de solos de sintetizador espectaculares. Una joya a preservar,
incluso por parte de aquellos a los que el sonido, en ocasiones meloso, de
Kitaro, no llega a entusiasmar. El tema se cierra con una preciosa coda en la
que desaparecen percusiones y secuencias para centrarse en una pequeña melodía
con aire de canción de cuna llena de sensibilidad.
“Innocent People” – Los sonidos más tradicionales de los instrumentos de cuerda como el Shamisen o el Koto (también nos parece escuchar timbres más propios de la música hindú como el sitar o el sarod) son aquí protagonistas absolutos, junto con los gongs y demás percusiones ceremoniales. Quizá sea la pieza del disco más alejada del contexto electrónico-occidentalizado que gobierna el trabajo, a pesar de la melodía electrónica que flota alrededor de todo el tema. Con todo, nos parece una transición muy interesante hacia el final del trabajo.
“Oasis” – Un
final que vuelve a estar plenamente sumergido en la electrónica, con varias
series de arpegios simultáneas que van creciendo y extendiéndose hasta formar
una tupida red de sonido de gran belleza (volvemos a acordarnos del Jarre de
“Equinoxe 3”, por ejemplo) en lo que es un colofón perfecto para un disco
excepcional.
Es posible que la gran sensibilidad musical de Kitaro
hiciese de él un músico demasiado conservador en algunos momentos, que no tuvo
el coraje de evolucionar su sonido, de experimentar con otro tipo de timbres o
de buscar riesgos como sí hicieron, en un momento u otro, muchos de los músicos
de su generación. Quizá por ello, siempre se sintió cómodo con la etiqueta de
“new age” que muchos pusieron a su música. Hay un punto de inmovilismo en
muchos de los considerados grandes de ese género que, por un lado, les aseguró
un estatus y unos niveles de venta confortables en ese mercado pero que por
otro, evitó que pudieran “acceder” a un prestigio mayor en otros círculos (en muchos
ambientes la “new age” es considerada una categoría menor, cuando no es
utilizada como un término despectivo). Sea como fuere, la música de Kitaro es
la que es: tan reconocible como monolítica en las formas; algo que no es
necesariamente malo pero que reduce el número de discos que llaman nuestra
atención a los pertenecientes a su primera época.
Sin embargo, todo lo dicho sobre la carrera de Kitaro
contemplada globalmente, no debe empañar trabajos como este “Oasis”, realmente
fantástico y de un nivel comparable al de muchos clásicos del género y de la
época en la que fue grabado. Por ello, no podemos sino recomendarlo a todos los
lectores que aún no lo hayan escuchado. Puede adquirirse en los siguientes
enlaces:
amazon.es
play.com
Nos despedimos con una versión en directo del corte final del disco y que le da título: "Oasis".
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Nos despedimos con una versión en directo del corte final del disco y que le da título: "Oasis".
Inconmensurable.
ResponderEliminarAdemás, -como oí a una participante en un programa de radio, refiriéndose a "Aqua"-, una música maravillosa para hacer el amor....
(Claro, no te vas a poner a "empujar" con los colegas de "Metallica" aporreando sus guitarras de fondo, ¡no te jode!).
Cosas más raras se habrán visto. Algún conocido mío utilizaba para esos menesteres el "Waiting for Cousteau" de Jarre (el tema largo ambiental, no todo el disco). Saludos y gracias por el comentario.
Eliminar¿Te puedes creer que nunca lo he escuchado? De esta vez no pasa.
ResponderEliminar¡Saludos!
Si tuviera que escoger 3 discos de Kitaro, éste y Kojiki (por lo que tiene de diferente) estarían en la lista sin dudarlo. Luego me tendría que pensar mucho si quedarme con "Silk Road" (la primera parte), "Tenku" o alguno más reciente pero el gran disco del sonido "clásico" de Kitaro es "Oasis" en mi opinión.
EliminarUn saludo, Conde.
Realista fantástico , un logro espiritual de saber q lugar ocupamos en el universo : dónde la soledad y la infinita belleza van juntos.
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