Hay composiciones que hemos escuchado
cientos y cientos de veces y que han pasado a ocupar un lugar
imborrable en nuestra memoria; interpretaciones que conocemos a la
perfección en todos y cada uno de sus matices de modo que cualquier
alteración sobre ese “canon” que hemos construido nos choca y no
tarda en suscitar reacciones de sorpresa y, a menudo, de rechazo.
Qué decir de la música clásica cuyas
piezas más notables residen junto a nosotros toda la vida.
Inmutables, inalteradas por más que las oigamos una y otra vez en
diferentes versiones, porque, aunque la mano del intérprete siempre
está ahí y es particularísima, la mayor parte de las veces, las
diferencias entre una y otra aproximación a una obra musical son
escasas y no alteran sustancialmente el espíritu de la misma. Y esto
es así porque, en una época en la que no existían grabaciones y
los intérpretes a menudo se enfrentaban a una partitura sin haber
escuchado nunca la obra en cuestión por parte de otro artista, los
compositores dejaban suficientes anotaciones en sus creaciones como
para que el músico que se disponía a tocar sus piezas no tuviese
duda alguna acerca del “tempo” la intensidad o el humor con que
se debía ejecutar la pieza en cuestión.
Sin embargo, no siempre ha sido así y
hubo músicos que renunciaron casi por completo a este tipo de ayudas
para la interpretación. Compositores que dejaban al libre albedrío
del ejecutante la forma de enfrentarse a sus obras. Dicho así, esto
puede sonar muy moderno, y rápidamente pensamos en John Cage o en
corrientes posteriores a su obra. Nos equivocaríamos porque hubo
artistas anteriores que dejaban en sus partituras mensajes tan
ambiguos que el intérprete no podía encontrar en ellos ningún tipo
de indicación práctica acerca de cómo debía tocar esa música. A
pesar de ello, tras decenas y decenas de grabaciones de esas obras,
la práctica totalidad de las mismas nos muestran versiones similares
en todos los aspectos o con mínimas diferencias.
¿Por qué debería ser así? pareció
preguntarse Jeroen Van Veen ante varias partituras del que podría
ser el prototipo del genio excéntrico: Erik Satie. ¿Por qué casi
todos los pianistas interpretaban de forma similar una instrucción
como “ligero como un huevo”?. ¿Qué extraña convención lleva a
decenas de intérpretes a tocar “desde lo más alto de sus muelas
del juicio” con la misma unánime cadencia?
Van Veen pensaba que tenía que haber
otra forma de interpretar instrucciones tan ambiguas como “haga
acopio de clarividencia” y tomó al pie de la letra el “búscate
la vida” que, en traducción libre, acompañaba a una de sus
célebres “gnossiennes”. ¿Cuál fue la elección de Van Veen?
Forzar al máximo los límites temporales de la música de Satie:
ralentizar todo lo posible la ejecución de cada nota, de cada
acorde, expandir los silencios como nunca se había hecho. A eso
obedece el título del disco: “Satie Slow Music”. No es una
referencia a la proverbial lentitud de la música más conocida del
compositor francés sino una advertencia de que no sólo podríamos
escuchar a Satie en el disco, sino a un Satie ralentizado. El citado
Cage, admirador de la obra de Erik en la distancia del tiempo, tituló
una de sus piezas más extravagantes: “As Slow as Possible”, tan
lento como sea posible. Ese es el espíritu del disco de Van Veen
publicado el pasado año 2014 por Brilliant Classics.
Erik Satie |
La selección musical no es
sorprendente, más bien al contrario, puede parecer tópica puesto
que en el disco aparecen las célebres “Gymnopedies” y
“Gnossiennes” acompañadas de una rareza como la “Petite
Ouverture a Danser”, descubierta hace relativamente poco tiempo y
de las “Pieces Froides” en las que Satie tomaba una serie de
“préstamos” de otros autores haciéndolos propios.
El experimento, todo hay que decirlo, llama mucho la atención. Es inevitable que en un primer momento, y más cuando la pieza inicial es la archiconocida “Gymnopedie No.1”, el oyente quede descolocado ante la extrema lentitud con la que se desarrolla todo. Sin embargo, pasada la sorpresa inicial, conforme la música va fluyendo (nunca mejor dicho), esa sensación desaparece y pasamos a disfrutar plenamente de una música maravillosa independientemente de la velocidad con que se ejecute. Nos costaría mucho inclinarnos por esta versión de Van Veen a la hora de escoger nuestras interpretaciones favoritas de la obra de Satie pero sin duda tendríamos que recomendar su escucha, siquiera como curiosidad. A modo de añadido, y como "bonus track" se incluye una versión de la "Gymnopedie No.1" interpretada con la afinación de la época en la que se escribió, algo difícil de encontrar en las grabaciones modernas.
Una ventaja nada despreciable hoy en día es el excelente precio que suele acompañar a todos los lanzamientos del sello Brilliant que evita que eso sea una excusa para cualquier oyente. El disco puede comprarse en los enlaces acostumbrados.
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