domingo, 15 de abril de 2012

Jean Michel Jarre - Magnetic Fields (1981)


En los círculos del rock y en general de la música popular existe toda una mitología alrededor del reto del segundo disco de un artista cuando el primero ha sido un éxito rotundo. Obviando el hecho de que “Oxygene” no fue realmente el primer disco de Jarre en sentido estricto y de que existió un “Equinoxe” posterior a aquel, la unidad estética que formaban ambos trabajos nos lleva a considerarlos como uno sólo a efectos de este comentario. Y es que los dos discos obtuvieron un éxito imprevisto, refrendado por el espectacular show de luz y sonido (que no concierto) que el músico ofreció ante más de un millón de espectadores en París el 14 de julio de 1979. A grandes rasgos, esto podría resumir la trayectoria del Jarre más popular hasta aquel entonces pero cabría hacer alguna puntualización. “Oxygene” sorprendió a todo el mundo, poco acostumbrado a esos sonidos nuevos (al menos para el gran público) que supusieron una gran novedad. La aparición de “Equinoxe” un par de años después, incidiendo basicamente en los mismos sonidos, algo más elaborados, eso sí, se aceptaba a pesar de que ya había muchos otros grupos y artistas haciendo cosas en esa misma linea y con un reconocimiento cada vez mayor. Sólo la superlativa calidad de “Equinoxe” le evitó críticas del tipo de “es más de lo mismo” o "Jarre juega a repetir los patrones de su primer éxito".

Pero la broma no podía repetirse. Un tercer disco con el mismo sonido y tipo de melodías habría encasillado a Jarre como el éxito de antes de ayer, y más teniendo en cuenta que se había tomado casi tres años para grabar algo nuevo. La tecnología acudió al rescate del músico y es que la llegada de los años ochenta trajo en lo musical un nuevo concepto. Un giro de tuerca para la música electrónica que la iba a “democratizar” hasta el extremo: la aparición de los sintetizadores digitales que, acompañados del también reciente invento del “sampler” iban a invadir de una forma irresistible el mundo de la música (y, particularmente el pop) de los años siguientes. Al margen de diferencias sonoras evidentes, la ventaja de los sintetizadores digitales era que cualquiera podía utilizarlos para hacer música. No se requería de grandes conocimientos de síntesis ni de horas de práctica para aprender a crear el sonido que te gustaba. Todos los equipos traían de serie una gigantesca paleta de sonidos listos para ser utilizados sin mayor dificultad que la puede conllevar el enchufar el aparato a la red eléctrica. La segunda gran ventaja, especialmente para aquellos no conformes con usar los sonidos que traía el aparato “de fábrica” era la posibilidad de almacenar tus propios sonidos. Con los viejos aparatos analógicos, si querías volver a utilizar un sonido tenías que recordar la configuración exacta de todos los potenciometros, knobs y cables en el momento en que se creó cada nuevo timbre e, incluso, obrando así, no siempre el sonido era exacto por la extrema sensibilidad de los osciladores a las condiciones ambientales. La sintesis digital ofrecía la posibilidad de grabar cada sonido creado de forma que en cualquier momento podía ser recuperado y utilizado a conveniencia del artista.

Junto al sintetizador digital, llegó también el sampler, fundamentalmente de manos de la empresa australiana Fairlight quien creó la que quizá fue la gran computadora musical de la época. Constaba de un teclado maestro, una especie de ordenador y una pantalla de fósforo verde sobre la que el músico podía dibujar las melodías con la ayuda de un rudimentario lapiz con el que se interactuaba con la propia pantalla. Lo que hacía el Fairlight era, básicamente, convertir en un sonido manejable cualquier ruido procedente de una fuente externa (un aplauso, una puerta, un perro ladrando…) A partir de esa “captura”, el músico podía manipular, modificar, retorcer, repetir o distorsionar ese sonido para incorporarlo a sus grabaciones.


Jarre con su flamante Fairlight, como un niño con zapatos nuevos.

 
Uno de los primeros modelos de Fairlight fue a parar a las manos de Jarre, quien sacaría un gran partido del instrumento en sus trabajos futuros. Una parte importante de la formación musical de Jean Michel fueron los años que pasó en el Groupe de Recherches Musicales de Pierre Schaeffer, especie de gurú y teórico musical, instigador de lo que se conoció como Música Concreta que no era, en el fondo, nada muy distinto de lo que se podía hacer con el Fairlight. Schaeffer hablaba de componer música con sonidos procedentes de la realidad en lugar de los surgidos de instrumentos convencionales. En su época, esto se hacía con cintas magnetofónicas básicamente. El sampler, y en especial, el Fairlight iba a simplificar este proceso.

Así pues, nos encontramos a un Jean Michel Jarre en su nuevo estatus de estrella mundial, estrenando su flamante estudio de Croissy y con juguetes nuevos para experimentar. Formalmente, el nuevo disco parecía continuar con la misma estructura de los anteriores y carecía de títulos identificativos. Cada una de las piezas del album venía numerada hasta completar cinco partes, división que tiene mucho de arbitraria por cuanto alguna de ellas aparecía claramente subdividida en varios fragmentos muy distintos entre sí.

“Part 1” – El disco comienza como un tiro con una veloz secuencia de notas tremendamente rítmica que sirve de rampa de lanzamiento para una sucesión de largas notas que forman la melodía principal en un curioso contraste. No tarda en aparecer la percusión resaltando la sensación de carrera desbocada que nos invade al escuchar los minutos iniciales de la pieza. Acompañandonos durante toda la escucha tenemos la habitual panorámica de efectos electrónicos y ruiditos característica del músico francés. La veloz pieza cuenta con un par de breves descansos como ocurría en otros conocidos temas de discos anteriores. Algunas voces procesadas aparecen anunciando la primera variación importante  mientras la secuencia principal se va difuminando. Llegamos así a lo que podríamos llamar la segunda parte de la primera parte, un interludio de características ambientales en el que podemos comenzar a ver el partido que le había sacado el músico a sus nuevos instrumentos: extraños sonidos, primeros atisbos de loops rítmicos elaborados a partir de voces, efectos orquestales. Un fragmento muy experimental, preludio de cosas que oiríamos después en discos como “Zoolook”. Sin previo aviso entramos en la última parte de la composición que se acerca más a esquemas de discos anteriores: un ritmo muy marcado y una pegadiza melodía principal, todo ello, de nuevo, a una gran velocidad. Llama la atención el hecho de que esta parte en concreto haya sido olvidada por el músico en los años posteriores ya que nunca ha llegado a interpretarse en directo a pesar del tremendo potencial comercial que encierra. La llamada “parte 1” del disco, ocupaba realmente toda una cara del vinilo, quedando las cuatro restantes para la otra.

“Part 2” – Durante la mayor parte de la carrera de Jarre, dar la vuelta a uno de sus discos y comenzar a reproducir la cara B del mismo significaba que te ibas a encontrar con un single. En “Magnetic Fields” ocurre precisamente eso de modo que la segunda parte se convirtió en el tema de presentación del disco en todo el mundo. Con un protagonismo desacostumbrado de la percusión, machacona en algún momento, podemos oir una de las melodías más conocidas del músico a lo largo de todos estos años. Con una simplicidad casi insultante, la melodía se repite una y otra vez hasta el final de la pieza. Como ocurre a menudo, no siempre las composiciones más conocidas de un músico son las mejores y creemos que este es un buen ejemplo de esto que decimos.

“Part 3” – Volvemos con la tercera parte de “Magnetic Fields” al Jarre mas experimental, con una pieza construida a partir de un ritmo continuo construido a partir de sonidos de procedencia indeterminada que bien podrían ser palos de madera golpeando el agua (quizá remos) que se acompañan de una melodía como de arpa. La primera vez que oímos esta pieza fue en el disco en directo que apareció unos meses después de “Magnetic Fields” sobre la gira china del músico (disco que no tardará en aparecer por aquí también). Quizá eso nos ha condicionado siempre al relacionar esta tercera parte en particular con el sonido que podría hacer un junco desplazandos por los cañaverales.

“Part 4” – Segundo single del disco aunque comparte con el último fragmento de la primera cara del album una especie de “malditismo” que le ha hecho estar fuera del repertorio del músico en los años sucesivos con la única excepción de la gira china que mencionabamos antes. Y esto a pesar de ser una de las composiciones predilectas de los aficionados. Se trata de una melodía melancólica que va desarrollandose a partir de una secuencia rítmica característica del músico lionés. Hacia el final de la pieza aparece un amago de canción interpretada por una voz distorsionada con los clásicos efectos de vocoder.



“Part 5” – Si “Equinoxe” terminaba con una especie de guiño o broma musical, el cierre de “Magnetic Fields” iba a ir en esa misma linea. En un contraste realmente arriesgado con el resto del disco, encontramos una melodía casi infantil con un ritmo igualmente desenfadado (casi se diría interpretado con un Casiotone, si este instrumento hubiera existido ya en aquel entonces). Jarre se ha declarado en numerosas ocasiones admirador de Fellini y, por extensión, de su músico “de cámara”, Nino Rota y la melodía y ambientación de la última parte del disco es una especie de homenaje al genial músico italiano. Es curioso pero la pieza, normalmente menospreciada por el aficionado a Jarre, sufre una transformación cual oruga que se convierte en mariposa si escuchamos la versión orquestal que realizó hace unos años la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de Praga en la que sale a la luz todo el potencial “Felliniano” y, por qué no mencionarlo, parisino de la composición.

En el momento en que aparece “Magnetic Fields”, Jarre es todavía un músico inquieto, que busca innovar disco a disco y en el que apreciamos una evolución continua de un trabajo a otro. En términos de sonido, poco queda en este disco del Jarre de “Equinoxe” y, sin terminar de consolidarlo, ya está evolucionando hacia ese nuevo hito que iba a ser “Zoolook”. Evidentemente, “Magnetic Fields” es un disco de referencia en la discografía de Jean Michel Jarre y creemos que le podeis hacer un hueco en vuestra discoteca sin arrepentiros.

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Extracto de "Magnetic Fields, Part 1" en la gira china de 1981:

3 comentarios:

  1. El mayor defecto de este disco es que se hace muy muy corto, entre otras cosas porque lo es. Y creo que tienes razón en lo del último tramo de Part 1, ese con tanto ritmo; siempre me ha sorprendido que Jarre pase de él en los conciertos, cuando podría hacer virguerías con él.

    Saludos!

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  2. Pero eso es habitual en Jarre. Rendez-Vous no dura mucho más que Magnetic Fields y creo que Oxygene y Equinoxe tampoco llegan a los 40 minutos. Lo cierto es que cuando ha superado ese minutaje ha sido a costa de meter material algo inferior.

    Un saludo.

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  3. Vengo aquí a comentar exactamente esto... los últimos minutos de la parte 1 me parece casi de lo mejor de Jarre, de cualquier disco!

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