A lo largo de todos estos meses de existencia del blog, hemos tenido por aquí artistas de las más variopintas procedencias, tanto geográficas como estilísticas pero echando un poco la vista atrás, comprobamos que sólo una de las entradas tenía como protagonista a un músico español (la dedicada a “Omega” de Enrique Morente). Lo cierto es que nuestra visión del panorama musical patrio es bastante desoladora en todos los sentidos pero siempre hay y ha habido notables excepciones.
Si nos centramos en uno de los tipos de música que más aparecen por aquí, las llamadas “nuevas músicas”, encontramos un nucleo de creadores muy destacado que desarrollaron su obra en las últimas décadas con excelentes resultados aunque sin llegar nunca a una popularidad excesiva y, por tanto, sin alcanzar un reconocimiento que parece reservado a mediocridades de todo pelaje con un punto de fortuna nunca relacionado con el escaso talento que acostumbran a exhibir.
Dentro de aquel grupo de músicos encontramos nombres como el de Alberto Iglesias (muy popular en los años posteriores y con varias nominaciones a los Oscar en su haber por sus trabajos para el cine), Suso Saiz, Eduardo Laguillo, Tomás San Miguel, Luis Delgado, Javier Bergia, Pedro Estevan o Luis Paniagua, quienes, cada uno en su estilo, produjeron varios discos dignos de mención que probablemente irán apareciendo poco a poco por aquí.
Hoy nos vamos a centrar en uno de los más grandes músicos de este grupo de nombres y autor del que quizá sea el mejor disco en estos estilos surgido de nuestro país. Hablamos del granadino (como Morente, ya es casualidad) Javier Paxariño y de su disco “Temurá”. Paxariño, tras el paso por el conservatorio se enrola en varias bandas, especialmente de rock y jazz en las que hizo sus primeras armas como intérprete. Poco después, y como era habitual en el caso de este tipo de músicos, se gana las habichuelas como músico de estudio para estrellas del pop nacional (Miguel Ríos, Sabina, Aute, Ana Belén…) o colaborando como instrumentista en discos de algún otro de los músicos citados en el párrafo anterior, particularmente en las primeras bandas sonoras de Alberto Iglesias (es característica habitual en ellos y por eso hablábamos antes de “nucleo” el que colaboren unos y otros en los discos de los demás).
Paxariño había publicado un disco muy interesante ya en 1992 bajo el título de “Pangea” pero lo mejor estaba aún por llegar y lo haría apenas un par de años más tarde. El título del nuevo trabajo, “Temurá”, hace referencia a la Cábala hebrea y a una técnica de encriptación de textos mediante permutaciones de unas letras por otras conforme a reglas predeterminadas. En lo musical, se trata de un completo tratado de músicas de influencia medieval, andalusí, judaica, etc. Algo parecido a lo que habría sido la banda sonora, por ejemplo, del Toledo del S.XIII. En la grabación colabora la flor y nata de los músicos nacionales del momento y alguna que otra estrella internacional (siempre dentro de los parámetros de estos tipos de música, habitualmente minoritarios). En la nómina de artistas participantes encontramos al percusionista Glen Velez (miembro del Paul Winter Consort y habitual colaborador de músicos de la talla de Steve Reich, entre otros), al cantautor Pablo Guerrero, Andreas Prittwitz (flautas, clarinete), Baldo Martínez (bajo), Christian Ifrim (viola, violin), Suso Saiz (el Brian Eno español, guitarrista, sintesista y productor en cientos de discos nacionales), Carlos de Mulder (laud, vihuela), Eduardo Laguillo (teclados, piano, voz), Tino Di Geraldo (percusión, guitarra española, bajo), Chano Domínguez (piano), Alberto Iglesias (arreglos de cuerda, samplers), Rogerio De Souza (percusiones), Pedro Estevan (percusión), Dmitri Psonis (diversos instrumentos étnicos) y José Luis Crespo (efectos electrónicos).
“Conductus Mundi” – Comienza el disco con un ritmo enigmático y una cadenciosa y suave percusión sobre un fondo de sintetizadores. La melodía principal, a cargo de la flauta baja del propio Paxariño preludia un breve texto en latín recitado por Pablo Guerrero, extraido nada menos que de uno de los textos de “Carmina Burana”, probablemente obra de Gualterius de Castiglione. Si bien el conjunto es de gran belleza, destacan sobremanera las sobrias percusiones de Glen Velez y la guitarra eléctrica de Suso Saiz en una breve intervención cercana al final de la pieza.
“Cortesanos” – Con una preciosa melodía de archilaúd, instrumento de comienzos del S.XVII se abre la que quizá sea la mejor composición del album. De sabor ciertamente antiguo en sus primeros compases, en los que el tema inicial es replicado por la flauta, sufre un cambio realmente soprendente en el que se atraviesan cuatro siglos de golpe hasta quedar enfrascados en una tela de araña de clarinetes en la más clara tradición minimalista norteamericana. El contraste es brutal y sin darnos tiempo a tomar aire, regresamos al tema principal para cerrar la pieza.
“Preludio y Danza” – De no ser por las percusiones étnicas del comienzo, la melodía de piano de Chano Domínguez y el saxo soprano de Paxariño nos harían pensar que estamos en una sesión de jazz. Cuando comienza a sonar el violín orientalizado de Christian Ifrim nos hemos trasladado ya a cualquier mercado del norte de África en plena actividad. Hasta aquí estaríamos en los terrenos del preludio pero aún falta la danza y en ella Chano suena ya flamenco, como debe ser, el bajo, reiterativo, marca el paso y los vientos nos arrastran suavemente por terrenos exóticos.
“Canto del Viento” – Cambiando un poco el tono del disco, llega esta pieza de aires mediterraneos con un suave ritmo como de rumba muy pausada. Escuchando la guitarra de Suso Saiz, entendereis por qué hace un momento le calificabamos como el Brian Eno español y es que la capacidad del músico para crear esos ambientes tan particulares entronca con la del antiguo componente de Roxy Music.
“Suspiro del Moro” – Una de las piezas más intimistas del disco, en la que sólo intervienen Paxariño interpretando el nay y Eduardo Laguillo a los teclados. La especial sonoridad del instrumento tiene una capacidad evocadora fuera de lo común pero, por si ello no fuera suficiente, la interpretación es de una intensidad emocionante.
“Rueda de Juglar” – A partir de una melodía circular de clarinete (quizá en referencia a la rueda del título) se va construyendo poco a poco la composición mediante la adición de elementos poco a poco en la primera parte de la pieza. Una nueva melodía repetitiva, esta vez de piano, marca la transición hacia una segunda parte mucho más veloz. Volvemos a encontrar aquí el contraste de “Cortesanos” entre melodías y esquemas propios de las corrientes minimalistas de final del siglo pasado y los intrumentos y formas musicales de épocas muy anteriores. Hay una tercera parte de corte más jazzistico introducida por un solo de contrabajo en la que encontramos efectos electrónicos, voces procesadas formando ritmos e incluso una cuarta en la que volvemos a la melodía circular del principio, interpretada ahora por el bajo para cerrar la que es otra de las grandes composiciones del disco, sin lugar a duda.
“Tierra Baja” – Sobre una base de efectos y guitarras procesadas de Suso Saiz, inconfundible para cualquier oyente familiarizado con el buen hacer del músico, tenemos una exhibición de percusiones de todo tipo en una suerte de danza frenética. Algo más tarde entra un bajo en clave flamenca, realzado por el cajón de Tino di Geraldo y en medio de todo, los vientos, especialmente las flautas de Paxariño improvisando pasajes de gran belleza. Es, como todas las del disco, una pieza intemporal que toma elementos de aquí y de allá mezclandolos en un todo que, contra todo pronóstico, resulta coherente. Salvando las distancias (enormes por otra parte), la combinación de elementos nos recuerda al trabajo de Dead Can Dance.
“Reyes y Reinas” – El bodhram (instrumento de percusión de origen irlandés) de Glen Velez marca un ritmo procesional cadencioso, acentuado por la vihuela de J. Carlos de Mulder. Paxariño nos regala entonces una de las mejores melodías de todo el disco, y eso es decir mucho a estas alturas.
“Temurá” – Acercandonos al final del disco nos encontramos con el tema que le da título y nos parece de lo más acertado que sea así porque en sus casi ocho minutos de duración se hace una especie de resumen de todas las virtudes del CD completo. Fusión de estilos y épocas, instrumentaciones de procedencias diversas, una melodía inspiradísima e interpretaciones en el mayor grado de excelencia imaginable.
“Mater Aurea” – Cerrando el disco encontramos una de las piezas más breves del mismo lo que no quiere decir en modo alguno que sea una composición menor. De hecho, se trata de otra de esas melodías inolvidables que sigue un esquema tantas veces oído en la música medieval en el que la intervención del solista se ve automáticamente replicada por el resto de músicos en conjunto. Un broche de oro para un disco tan brillante como poco conocido.
Si Paxariño hubiera nacido en otro país, posiblemente “Temurá” sería un disco de referencia en todo el mundo cuando se habla de “nuevas músicas”, “world music” o la etiqueta que se nos ocurra para denominar lo que hace. Por desgracia, la repercusión del disco fue muy limitada a una época y un lugar determinados y es una lastima porque en muy pocas ocasiones hemos podido encontrar un disco en el que se den la mano intrumentos electrónicos con antiquísimas flautas de origen chino, instrumentos árabes, percusiones de toda procedencia y todo ello mezclado con una coherencia absoluta, de modo que no suena artificial ni prefabricado. Queremos hacer una mención aparte al extraordinario trabajo de Glen Velez a las percusiones, dando en cada tema una clase magistral de interpretación y también de sobriedad, sin excederse en ningún momento pero ocupando un lugar principal en todas las composiciones del disco. Suponemos que fue por motivos comerciales pero hay ediciones internacionales del disco con otra portada que aparecen firmadas por Paxariño y Glen Velez a duo. Si os podeis hacer con una copia del disco, no lo dudeis.
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