De la poca estabilidad de Yes como banda hemos hablado ya en muchas ocasiones. Casi podríamos afirmar que la esencia del grupo era el cambio constante pero llega un momento en que la ausencia de determinados miembros hace prácticamente imposible la continuidad del proyecto, especialmente cuando la persona que falta es, quizá, la más carismática de la formación. Algo así ocurrió con el cambio de década y la entrada en los años ochenta cuando Jon Anderson, uno de los “frontmen” más particulares del rock, abandonó la banda de la mano de Rick Wakeman.
Con todo, la banda siguió adelante e incluso grabó un disco más, seguido de la tradicional gira. Sin embargo, la continuidad de Yes parecía carecer de sentido. El rock progresivo agonizaba y la mayor parte de sus mayores representantes se replanteaba sus carreras buscando nuevos horizontes más acordes con los gustos del público de los ochenta. Trevor Horn, efímero integrante de la banda se centró en su carrera como productor. Steve Howe y Geoff Downes unieron fuerzas con John Wetton y Carl Palmer para formar Asia, el supergrupo que mejor encarna lo que se dio en llamar “AOR”, acrónimo de “Adult Oriented Rock” o rock para adultos. Por último, Chris Squire y Alan White siguieron brevemente como dúo además de crear otra tentativa de supergrupo bajo el nombre de “XYZ” junto con Jimmy Page. No cristalizó.
Fue entonces cuando, por intermediación de un directivo de Atlantic records, conocieron al guitarrista sudafricano Trevor Rabin, quien estaba intentando hacerse un hueco en el mercado americano. Los ensayos funcionaron bien y las canciones que traía Rabin se adaptaban bien a las características del trío. Faltaba una pieza, un teclista, y Squire recurrió a Tony Kaye, antiguo colega en Yes para ¿cerrar? la formación de la nueva banda. Solo quedaba ya un nombre y se decidió que éste fuera “Cinema”.
Los ensayos y las primeras sesiones del disco fueron muy duros y durante las mismas hubo muchos roces, fundamentalmente entre Tony Kaye y Trevor Horn. De hecho, la mayor parte de los teclados del disco pasaron a ser interpretados por Trevor Rabin (autor, por otra parte, de casi todo el material). Había algo que no terminaba de funcionar, especialmente con las voces, problema que no se solucionó hasta que alguien sugirió un nombre: Jon Anderson. Su incorporación a Cinema no fue sencilla pero finalmente se produjo y, con ella, se facilitaba un último paso: ¿por qué llamarse Cinema y empezar de cero pudiendo llamarse Yes?. La respuesta parecía evidente y, escudandose en problemas legales con otras bandas que ya funcionaban bajo el nombre de Cinema, la maquinaria de Yes volvía a caminar con un sonido radicalmente distinto. No podía ser de otra forma ya que el disco no lo grabó Yes sino otra banda que sólo después adoptó el nombre de Yes.
El nuevo estilo de la grupo iba a asumir las tendencias del momento. Trevor Horn no estaba solo en la producción ya que en el disco le acompañarían en esas labores y en las de ingeniería de sonido su compañero en Art of Noise, J. J. Jeczalik, Gary Langan, quien había trabajado en los últimos discos de Queen y en los de The Buggles y Julian Mendelson, quien sería responsable del sonido de los primeros discos de Pet Shop Boys poco después.
Cinema tras su conversión en Yes. |
“Owner of a Lonely Heart” - El primer tema del disco deja bien a las claras lo que vamos a escuchar aquí: una producción superlativa de Trevor Horn, a la altura de los mejores discos de la época y que iba a marcar una linea a imitar por decenas de bandas en los años siguientes. No todo es original y algunas guitarras y bajos recuerdan poderosamente a los de The Police, una de las bandas más populares en los años previos. La canción fue un éxito tremendo en todo el mundo y los efectos electrónicos, samples, etc. transformaron casi por completo la maqueta que traía Trevor Rabin, cuyas guitarras son mucho más ácidas de lo acostumbrado hasta entonces en la banda, siempre que hablemos de Yes, claro, porque no conviene olvidar que esta encarnación no nació para ser llamada así. Pese a las diferencias con lo publicado anteriormente bajo ese nombre, “Owner of a Lonely Heart” nos parece un gran tema y su éxito, algo muy merecido. Pura MTV.
“Hold On” - Con un “riff” que nos recuerda los sólos épicos de Gary Moore se abre una canción en la que se mezca un incipiente “AOR” con ramalazos de rock duro y abruptos cambios de ritmo que son una de las pocas herencias del pasado progresivo de la banda. No faltan los efectos electrónicos, en especial en el tratamiento de los juegos vocales de algunos coros pero en lineas generales estamos ante un medio tiempo rockero más que aceptable.
“It Can Happen” - El sitar de Dipak Khazanchi abre una de nuestras canciones favoritas del disco. Enseguida aparece el bajo de Squire y comienza a cantar Anderson el estribillo. Una pausa nos lleva hacia la parte central de la canción, en la que el grupo despliega una gran energía a lo largo de un fragmento relativamente extenso con continuos cambios de instrumentación y ritmo hasta construir una pieza verdaderamente rica y también una de las pocas con conexiones con el estilo previo de Yes, especialmente en el tramo final en el que oímos algunas florituras vocales dignas del pasado de la banda.
“Changes” - Cerrando la “cara a” del disco está esta poderosa pieza que comienza con un intenso ritmo de marimbas de cierta apariencia minimalista. La batería se incorpora para subrayar un comienzo enérgico y los clásicos sonidos de flauta del sintetizador Fairlight se suman a la fiesta. Tras la introducción y un breve puente que nos vuelve a recordar a The Police, llega la parte central de la canción, ahora sí, dentro de los parámetros del “rock orientado a adultos” de la época. Esto se traduce en una pieza pulcra, exquisitamente diseñada pero con un cierto sabor a plástico que no puede disimularse. Todo es muy correcto pero le falta algo.
“Cinema” - La “cara b” se abría con un breve instrumental extraído de una suite mucho más extensa que fue descartada precisamente por su duración. El corte es de una gran fuerza y tiene algo de cinematográfico lo que seguramente influyó mucho en que fuera llamado “Cinema” y no “Time” como la pieza de la que está sacado. Con todo, quizá habría estado mejor aprovechado como interludio instrumental dentro de una canción mayor.
“Leave It” - Un brillante comienzo “a capella” nos da la bienvenida a una canción en la que el “Fairlight” vuelve a ser protagonista jugando con las distintas voces de los miembros del grupo combinadas para formar unas magníficas secuencias rítmicas. Junto con “Owner of a Lonely Heart”, quizá sea el tema del disco en el que el trabajo de producción de Trevor Horn se deja notar con más nitidez. También es una de las canciones más cercanas al pop de todo el disco, pese a algún momento grandolocuente hacia el final.
“Our Song” - Un catálogo de tópicos “AOR” nos recibe en la apertura de la siguiente canción: una pegadiza melodía de teclado en el inicio, doblada por la guitarra eléctrica y con el refuerzo de una batería a piñón fijo. El bajo de Squire, complaciente al principio, es el que, con sus diabluras, se encarga de dirigir la canción por unos derroteros algo más aceptables que consiguen parecerse a Yes en un segmento intermedio verdaderamente magnífico. El cierre llega con un retorno al tema inicial de teclado que ahora no suena tan manido, curiosamente.
“City of Love” - El comienzo del tema es muy interesante y tiene cierta carga de experimentación electrónica. No dura mucho, sin embargo, y enseguida nos volvemos a mover dentro de la corriente mayoritaria de aquel momento y, a riesgo de resultar tediosos, tenemos que volver a mencionar el término “AOR”, de nuevo con toques “metal”. Nada especialmente destacado pero correcto en cualquier caso.
“Hearts” - La despedida nos llega con un tema que se diría especialmente pensado para Jon Anderson y que nos recuerda mucho a sus discos en solitario. Con una bonita melodía, casi infantil, interpretada con el “Fairlight” se va edificando una pieza que gana en solemnidad con cada compás hasta desembocar en un precioso estribillo que, ahora sí, pocas bandas podrían haber firmado de no haberlo hecho Yes.
Hablar de “90125” es hacerlo de la importancia de la “marca” en el mundo de la música. No debería ser así pero es imposible abstraerse a algo así. Hay grupos cuya formación ha sido siempre la misma, al menos, a partir del momento en que son conocidos. Otros, como Yes o King Crimson, han hecho del cambio una constante en sus trayectorias. Hay bandas en las que la salida de un sólo miembro abre profundos debates entre sus seguidores sobre la autenticidad de lo que queda del grupo. Genesis y Peter Gabriel (más tarde con Steve Hackett) o Pink Floyd y Roger Waters (en menor medida con Syd Barrett) son ejemplos claros de esta situación. En Yes los cambios siempre se han asumido como naturales hasta el punto de que sólo uno de sus miembros estuvo presente en todos los discos de la banda hasta su fallecimiento: Chris Squire. Sin embargo, llega un momento en que, no tanto los cambios de personal, sino la desnaturalización del sonido del grupo hace que sea muy difícil seguir considerandolo como la misma banda, aunque se llame igual. “90125” fuerza al máximo la fidelidad de los seguidores de Yes ya que, no sólo la nueva formación se construye alrededor de un músico que no había tenido relación alguna con el grupo, Trevor Rabin, sino que, además, la utilización del nombre de Yes surge sólo al final, cuando casi todo el disco está compuesto. Son Cinema los que crean el disco, los que lo graban y los que lo van a publicar. Sólo el hecho de que Cinema con Jon Anderson sea algo que se puede hacer pasar por Yes de cara al público provocó el cambio de nombre con una finalidad exclusivamente comercial.
El resultado musical, con todo, no es excesivamente malo en este caso, siempre que no pretendamos encontrar una continuidad del sonido de Yes (ni siquiera del Yes del ya controvertido “Drama”, precedente inmediato de este). “90125” es un disco que nos gusta aunque inicia una trayectoria que terminaría por desembocar en el desastre más absoluto con “Big Generator” unos años después. Es un trabajo claramente situado en una época muy determinada y con un productor que es hoy un icono de esa misma época. Sólo por eso merece la pena darle una escucha de vez en cuando. Sin ser un disco imprescindible, resulta agradable recordarlo con cierta frecuencia.
"Hold On" en directo sonaba así:
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