lunes, 12 de febrero de 2024

Laraaji - Ambient 3: Day of Radiance (1980)



En alguna ocasión hemos hablado de la música “New Age” como un cajón de sastre utilizado por las tiendas de discos para meter ahí todo aquello que no cabía en las categorías tradicionales: el jazz que no acababa de ser jazz, la clásica que no terminaba de ser clásica, el folk que no sonaba a folk... todo eso y algunas nuevas corrientes en busca de encaje clasificatorio como la música electrónica o el ambient acababa mezclado en ese batiburrillo que solía estar al final de las estanterías de las tiendas en la época en la que aún había tiendas.


Al margen del toque humorístico que esa definición encierra, lo cierto es que sí existió un género al que se puede llamar con propiedad música “New Age” con unas características muy concretas y relacionado, además, con unas corrientes filosóficas y un estilo de vida determinado que existía anteriormente y que ya usaba esa misma definición de “nueva era”. El movimiento “new age” estaba muy influido por las religiones orientales, desde el hinduismo con prácticas como la meditación trascendental, hasta el budismo. Surgió en California a finales de los sesenta mezclando ideales del movimiento hippie con todas estas ideas que llegaban de Asia. La música “new age” en el sentido más estricto del término sería música creada para favorecer determinados estados mentales en los que poder meditar, reflexionar o crear una armonía con la naturaleza y el entorno. La música, por tanto, era extremadamente relajada, medida, alejada de cualquier sobresalto o tensión; en ocasiones mezclada con sonidos naturales como el rumor de las olas, el discurrir de un río, viento o aullidos de lobos y cantos de ballenas. El caldo de cultivo perfecto para que, en palabras de Vangelis, “músicos sin ningún talento pudieran hacer música aburridísima”. De hecho, una de las peculiares características de la música “new age” como contenedor de estilos era que la gran mayoría de los artistas a los que se metía ahí, rechazaban rotundamente formar parte de esa categoría.


Sin embargo, y volviendo a lo que nosotros consideramos realmente música “new age”, hubo un buen número de artistas que abrazaron la denominación y también la filosofía que se encuentra detrás como Steven Halpern, Terry Oldfield, Deuter, Paul Horn, Medwyn Goodall o Patrick Bernhardt. De hecho, sus discos eran más fáciles de encontrar en las tiendas de aromaterapia, de productos naturales o librerías esotéricas que en las tiendas de discos propiamente dichas. Con contadas excepciones, los artistas puramente “new age” no nos han llamado nunca la atención y hay muy pocos discos suyos que hayan resistido unas cuantas escuchas o revisiones pasados unos años. Y con todo lo dicho, hoy vamos a hablar de un artista al que podemos considerar de pleno derecho como un músico “new age”: Edward Larry Gordon.


Su historia es, como poco, peculiar. Su formación como músico era muy amplia y aprendió a tocar el violín, el piano o el trombón además de estudiar canto. Sin embargo, lo que quería era ser actor y se trasladó a Nueva York para buscar suerte en los escenarios y también como cómico actuando en el circuito de stand up comedy y compartiendo tarima con gente como Richard Pryor, Bill Cosby o Woody Allen. En esa época empezó a interesarse por las filosofías orientales y adquirió una cítara en una tienda de segunda mano. El sonido del instrumento le fascinó y empezó a experimentar con él electrificándolo e inventando nuevas formas de tocarlo. A finales de los setenta no era raro encontrar a Gordon como músico callejero en las aceras y los parques neoyorquinos donde se dice que improvisaba durante horas tocando con los ojos cerrados. Un día, al recoger las monedas que le iban dejando los viandantes, encontró en el cestillo una nota que decía: “Estimado señor, discúlpeme por dejarle este trozo de papel pero me preguntaba si querría participar en la grabación de un disco que estoy preparando. Firmado: Brian Eno”. Cuenta Gordon como unos días antes, una pareja de oyentes que le escucharon tocar le invitaron a cenar a su casa y le preguntaron por su música indicando que “les recordaba a la que hacían Fripp & Eno”. En aquel momento, Gordon no tenía ni idea de quiénes eran esos dos pero se quedó con los nombres de modo que cuando leyó la firma de la nota decidió contactar con el teléfono que figuraba en ella.


El disco iba a llevar el título de “A Day of Radiance” y sería el tercer volumen de la serie “Ambient” creada por el propio Eno. De hecho, sería el único disco de los cuatro de la colección en el que Eno solo interviene como productor siendo Gordon el que firma como autor de toda la música aunque no lo haría con su propio nombre sino con el alias de Laraaji.


El disco constaba de dos largas suites. La primera, titulada “The Dance” está dividida en tres movimientos con muy pocas diferencias entre ellos. Básicamente se trata de Laraaji interpretando secuencias repetitivas de notas durante un tiempo prolongado con su cítara y el dulcimer. El papel de Eno es muy residual y se limita a algún toque electrónico por aquí y alguna capa adicional de sonido por allá. El efecto es hipnótico pero por su dinamismo se nos antoja muy alejado del concepto de “ambient” de los primeros dos discos de la serie. En el segundo movimiento hay una mayor variedad sonora por la aplicación de algunos tratamientos y efectos sintéticos aunque la base es la misma. Si acaso, aparecen algunos elementos percusivos y melódicos que nos acercan más a la música oriental. El tercer movimiento es en el que Eno tiene mayor participación ya que procede a ralentizar la grabación para así explorar con mayor detalle los ecos y reverberaciones de los instrumentos creando un efecto fantasmagórico muy interesante que recuerda vagamente a sus experimentos con Robert Fripp.




La segunda suite, esta vez de dos movimientos, lleva el título de “Meditation”. Aquí el tono es decididamente relajado con lentos arpegios de Laraaji resaltados por la electrónica de Eno en un línea ambient más acorde con el resto de discos de la serie y con muchos puntos en común con trabajos como “Evening Star” de el propio Eno con el citado Fripp, especialmente en el extenso primer movimiento. El segundo insiste en las ideas de éste, potenciando si acaso los aspectos más radicales y dando un mayor protagonismo al silencio en muchos pasajes.




Antes de “Day of Radiance”, Laraaji había publicado un par de discos (uno, el primero, con su nombre real) y desde entonces ha grabado decenas de trabajos más, todos ellos dentro de lo que podemos llamar la “new age” más pura. Participó en el “Music for Films III” del propio Eno y en algunos discos del hermano de este, Roger, de Michael Brooks o de Bill Laswell además de formar parte del proyecto Channel Light Vessel. Sin embargo, este tipo de grabaciones hechas siempre con artistas del entorno de Brian y Roger Eno son más bien anecdóticas en una carrera centrada en la música para la meditación y la musicoterapia y llena de discos auto-editados o lanzados en sellos estrictamente de “new age”. Hemos de reconocer que desconocemos por completo cómo suenan esos discos propios aunque alguno de ellos como “Celestial Vibration” (1978) ha sido recientemente reivindicado por publicaciones como Pitchfork aprovechando su reedición. Quizá en un futuro profundicemos en esa parte de su obra aunque hasta entonces seguiremos disfrutando de este “Day of Radiance” como una experiencia sonora muy interesante y quizá no lo suficientemente valorada.

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