Una de las
características más extrañas de King Crimson en sus primeros años de vida era
su continuo estado de crisis, merced al cual, la amenaza de la disolución
rondaba continuamente sobre la banda, llegando a materializarse en alguna ocasión.
Es posible que en esa continua tensión se encuentre el principal motor creativo
de un grupo para el que cada nueva gira o cada nueva grabación se convertían en
un reto casi inasumible y descabellado en muchos momentos.
Pongámonos en antecedentes: tras “In the Court of the
Crimson King” (1969), la banda publicó dos nuevos discos en 1970. En el primero
de ellos ya se habían registrado cuatro incorporaciones de músicos y una baja y
entre los dos discos del citado año ocurrió casi lo contrario, es decir, tres
miembros del grupo desaparecen de la alineación y se incorpora uno nuevo. Tras
“Lizard” y la correspondiente gira, dejan King Crimson el vocalista Gordon
Haskell y el batería Andy McCulloch, sustituidos por Boz Burrell (bajo y voz) y
Ian Wallace (batería). Lejos de estabilizarse, tras “Islands” todos los músicos
participantes en el disco salvo Robert Fripp dejaron la banda definitivamente
pero eso será materia para otra entrada.
Volvamos a 1970 para encontrarnos con un trío formado por
Robert Fripp, Mel Collins y Peter Sinfield. Sólo tres personas, la última de
las cuales ni siquiera tocaba algún instrumento. La banda comenzó la búsqueda
de una sección rítmica y un vocalista que, en principio, debería ser también el
bajista. La primera incorporación fue la de Ian Wallace, batería que había
tocado en el primer grupo de Jon Anderson e, incluso, en alguna ocasión con Yes
así como junto a otros artistas británicos menos conocidos como Viv Stanshall
(el maestro de ceremonias del final de la cara a del “Tubular Bells” de Mike
Oldfield). Más complicado fue encontrar al último miembro del grupo lo que
costó un buen número de audiciones “horribles” en palabras de Robert Fripp.
Pasaron por ella nombres tan ilustres como el de Brian Ferry pero ninguno de
ellos daba lo que el guitarrista esperaba. Se llegó a pensar en la posibilidad
de que fueran dos las incorporaciones en lugar de una que hiciera la doble
tarea de bajista y cantante pero finalmente se optó por otra vía. El nombre
escogido fue el de Boz Burrell, solvente vocalista al que el propio Fripp
enseñó las nociones básicas para que tocase también el bajo, siquiera de forma
provisional. Sea como fuere, la opción fue la definitiva y la que terminó por
asentarse para el disco.
El concepto del disco es ligeramente reminiscente del viaje
de Ulises en la Odisea de Homero, recorriendo varias islas del mediterraneo. El
letrista Peter Sinfield había residido en Formentera durante algún tiempo y
allí escribió alguno de los textos de “Lizard” y todos los de “Islands” y la
isla le inspiró para escribir este trasunto de la obra homérica que parte de la
isla balear en la que, presumiblemente, concluye.
Acompañan en “Islands” a los miembros de King Crimson, el
pianista Keith Tippett, la soprano Paulina Lucas, el oboe Robin Miller, Marc
Charig a la corneta y Harry Miller al contrabajo.
Imagen de la formación que grabó "Islands" |
“Formentera Lady” – Un sólo de contrabajo (no pulsado sino
frotado con arco) abre el disco y sirve de presentación para una serie de
arabescos de piano y flauta poco usuales en el rock hasta entonces. Entra entonces
la voz de Burrell entonando una pausada melodía con un aire como de romance
antiguo. Bajo y batería entran entonces marcando un ritmo metronómico con
aderezos varios de flauta y percusión antes de retomar la narración inicial
para repetir el esquema una vez más. Alrededor del minuto seis entramos en un
segmento instrumental en el que aparecen por fin la guitarra de Fripp (en un
plano secundario) y el saxo de Collins (más protagonista). Es esta parte en
clave jazz-rock el momento más indiscutiblemente crimsoniano de la pieza y
enlaza sin descanso con un poderoso instrumental rock.
“Sailor’s Tale” – Un vertiginoso golpear de platillos
anuncia el cambio radical del disco que entra en una sección vigorosamente
rockera en la que Fripp y compañía se desenvuelven con maestría combinando
diferentes tiempos y ambientes. Citamos a Fripp porque suyos son los momentos
más interesante con su guitarra buscando los límites acompañada de un casi
imperceptible fondo de mellotron sobre el regular golpeo de Ian Wallace. Con el
avance de la pieza, los teclados ganan en intensidad y la sección rítmica toma
los mandos regalándonos uno de los más memorables instrumentales de la banda en
estos años. Imprescindible en su repertorio en directo en adelante.
“The Letters” – De nuevo asistimos a una mutación en el
comienzo del siguiente corte que se nos presenta entre suaves acordes de
guitarra sobre los que Burrell canta una suave tonada. La tranquilidad se rompe
en mil pedazos con la irrupción del saxo, agresivo como nunca y la ácida
guitarra de Fripp que interrumpen bruscamente el desarrollo de la canción. Tras
el sobresalto volvemos al jazz-rock con aire improvisado. La segunda
intervención del cantante no tiene nada que ver con la anterior ya que, aunque
la melodía es la misma, la intensidad, rozando el desgarro, es manifiestamente
superior cerrando así la cara a del disco.
“Ladies of the Road” – La segunda parte del LP comienza con
una especie de blues con un punto de psicodelia que nos sorprende con un
estribillo inconfundiblemente deudor de los Beatles, influencia que no queda en
el juego de voces sino que podemos encontrar también en algunos fraseados de
guitarra. Por un momento nos sentimos transportados al “White Album” del
cuarteto de Liverpool sin que por ello la composición pierda ni un ápice de su
atractivo, siendo una de nuestras favoritas de la banda.
“Prelude: Song of the Gulls” – Si hay una sorpresa en el
disco es esta pieza instrumental de cámara en la que sólo intervienen
instrumentos clásicos. La melodía es una preciosidad que nos hace plantearnos
hasta dónde habría dado de sí Fripp si hubiera cultivado algo más esta faceta
de su música. Seguramente es una impresión nuestra sin mucha relación con la
realidad ya que son músicos entre los que no encontramos demasiados nexos
comunes pero creemos que esta composición pudo tener mucha influencia en un
músico como Ray Lynch cuando grabó su “Nothing Above My Shoulders But the
Evening” muchos años después.
“Islands” – Como cierre tenemos una preciosa balada llena de
melancolía en la que todos los músicos invitados tienen un papel primordial (al
igual que en la pieza precedente), especialmente Keith Tippett al piano, que
deja en un segundo plano a los integrantes de la propia banda. El punto final
va precedido de una extraña coda en la que escuchamos lo que parece un comienzo
(o todo lo contrario) de una sesión de grabación con los músicos poniendo a
punto sus instrumentos.
A pesar de haber grabado un disco tremendamente sólido y
convincente, tras la gira que lo siguió, todos los integrantes de King Crimson
salieron del grupo en desbandada dejando a Robert Fripp sólo ante el futuro.
Las relaciones no eran las ideales pero los conciertos ayudaron a limar
asperezas y se dice que en un momento dado, todos los músicos ofrecieron a
Fripp continuar con el proyecto pero la cosa había llegado a un punto de no
retorno tras el cual, fue el propio guitarrista el que optó por la disolución y
posterior reconstrucción de todo el concepto de King Crimson. Como la mayor
parte de la discografía “clásica” del grupo, “Islands” ha sido recientemente
remasterizado por Steven Wilson por lo que no es complicado encontrar el
trabajo en las tiendas. Os sugerimos un par de enlaces:
Nos despedimos con una rara versión en directo del tema que da título al disco:
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