Hemos hablado muchas veces de artistas que, comenzando su carreras en géneros populares, terminan por hacerse un nombre en los círculos académicos. Hoy tenemos un ejemplo opuesto. Un artista formado en el más estricto academicismo que alcanza su mayor difusión entregándose sin reparos a un género tan denostado como el de la música “new age”.
Bill Douglas, pianista e intérprete de fagot, comenzó a escuchar rock'n'roll en los años 50, llegando a componer algunas canciones en ese estilo. Sin embargo, pronto se intereso por la música clásica y el “jazz”, clara influencia de sus padres, trombonista en una “big band” él y organista de iglesia ella. Apenas con 13 años comenzó a estudiar fagot y poco después estaba componiendo piezas jazzísticas en la linea de sus admirados Bill Evans, Miles Davis o John Coltrane. Poco después se graduó como pianista en el Conservatorio de Toronto y puso sus ojos (sus oídos, deberíamos decir) en la música culta contemporánea.
Ya en Yale conoce a quien fue durante un tiempo su pareja artística: el extraordinario clarinetista Richard Stoltzman, figura de su instrumento y uno de los más importantes intérpretes de su época (Takemitsu o Steve Reich compusieron piezas para él). Juntos grabaron y tocaron en muchas ocasiones con un repertorio que incluía piezas clásicas y de jazz pero también composiciones del propio Douglas.
A mediados de los años setenta, tras haber acompañado al piano a figuras como Gary Burton, comienza a compatibilizar los escenarios y docencia, aprovechando, además, para escribir sus propias piezas y ampliar sus estudios profundizando en la música brasileña, india, etc. Sin embargo, el gran impulso de su carrera, el momento en que todo cambió iba a producirse en 1986. Richard Stoltzman iba a publicar “Begin Sweet World”, un disco con piezas clásicas y de jazz. Para la grabación, Stoltzman contaría con una pequeña banda en la que Douglas tocaría el piano y el fagot pero también era el autor de seis piezas, entre ellas, la que daba título al disco. Era esta una composición maravillosa para piano y clarinete que alcanzó una gran difusión lo que animó a nuestro artista a lanzarse en solitario.
Su debut se produjo en Hearts of Space, uno de los sellos que contribuyeron a dar forma a la “new age” como género en los años ochenta. Stephen Hill, su director, era el director de un popular programa de la NPR, la radio pública estadounidense que desde 1973 y hasta nuestros días se dedica a la difusión de este tipo de música. En 1984, Hill fue un paso más allá y creó su discográfica con el mismo nombre que el show radiofónico. El locutor y nuevo mecenas quedó fascinado por la colección de piezas que Douglas le presentó y que en 1989 iban a conformar “Jewel Lake”, el disco que hoy comentamos aquí. Participan en la grabación: Lisa Iottini (oboe), Anne Stackpole (flauta), Geoff Johns (percusión) y Jane Grimes (voz). Douglas interpreta piano, fagot y sintetizadores.
Bill Douglas |
“Angelico” - Con suaves arpegios electrónicos comienza una pieza encantadora. No tardamos en escuchar el fagot de Douglas ejecutando una melodía de una belleza extraordinaria, característica esta común a todas las composiciones del disco y es que estamos en presencia de uno de los mejores escritores de melodías “puras” que hemos conocido. Presentado el tema central asistimos a una no menos bella pieza de teclado que nos arrulla hasta llegar a la repetición del tema principal como cierre.
“Highland” - Douglas estudió en su etapa formativa las músicas de la India y África entre otras pero la gran inspiración de buena parte del disco es celta. Esta danza, quizá una de sus composiciones más célebres, es un claro ejemplo de esto que decimos. Sobre un fondo de percusiones precioso comienza la ejecución del tema central al unísono entre la flauta y los sintetizadores haciendo las veces de arpa. La melodía es prodigiosa y hace de “Highland” una de las piezas imprescindibles, no ya de la carrera de Douglas como músico sino de la “new age” como género. Una composición para ser escuchada una y otra vez.
“Lullaby” - Esta vez es el piano el instrumento escogido para introducirnos en la pieza, una delicada canción de cuna con el oboe como protagonista. En muchos sentidos, el tema es primo-hermano del anteriormente citado “Begin Sweet World” que Douglas compuso para Richard Stoltzman.
“Infant Dreams” - Continuamos con los tiempos lentos, dulcificados aún más, si cabe, por la elección de los sonidos del sintetizador, tópicos y escuchados hasta la saciedad en centenares de producciones del género. La diferencia, y lo que hace de esta pieza algo especial, es la brillantez de su melodía, delicada como salida de una cajita de música.
“Killarney” - Volvemos a la influencia celta con otra animada danza muy próxima en todos los sentidos a “Highland” con la que comparte también instrumentación y esquema con una percusión brillante y un trabajo de teclados de gran altura. Una composición esta que, al margen de las voces, tiene mucho en común con las que aparecían en “The Celts” de la irlandesa Enya, publicado pocos meses antes.
“Hymn” - Una de las mayores descargas de emotividad del disco llega con este “himno”, melódicamente insuperable y con una interpretación conmovedora de Lisa Iottini rodeada de los teclados de Douglas que, por un momento, nos recuerda al Vangelis más sentimental a pesar de que los estilos de ambos sean tan diferentes en apariencia.
“Dancing in the Wind” - Flauta y sintetizadores vuelven a unir fuerzas en otra alegre danza de inspiración celta con toques clásicos. A estas alturas uno ya ha perdido la cuenta del número de excelentes melodías que han sonado en el disco y apenas hemos transitado por la mitad del mismo.
“Folk Song” - Si hay un “pero” que le podemos poner al disco (a la obra de Douglas en general) es la falta de tensión, la carencia de momentos dramáticos así como la poca ambición a la hora de escoger los sonidos electrónicos. Esta pieza es un buen ejemplo de esto: un magnífico tema central, bien interpretado en sus partes acústicas pero con el lastre del uso de timbres excesivamente manidos, incluso para su época. Si algún día alguien se plantease una revisión de la obra de Douglas en un formato de cámara exclusivamente acústico, es muy probable que su obra ganase en prestigio incluso en círculos clasicistas.
“Flower” - Uno de los temas con mayor profundidad del disco, apoyado en el registro más grave del fagot es este, que llega en el momento justo para cambiar un poco el tono general del trabajo. El estilo es el mismo, eso es indudable, pero el tono, más triste, y el uso de dos instrumentos solistas diferentes (en la segunda parte el oboe tiene también su cuota de protagonismo) lo diferencian algo del resto.
“Karuna” - Si eso fuera posible en un disco de estas características, diríamos que atravesamos la etapa más oscura del mismo. La percusión, de clara influencia india en esta ocasión, se alía con los sintetizadores para dibujar un fondo inquietante sobre el que el oboe esboza una melodía de aire oriental. Quizá por ser tan distinto al resto, es éste uno de nuestros cortes favoritos del disco.
“Caroline” - Oboe y piano se unen en una pieza de formato más clásico en su inicio que abunda en el esquema habitual de la música de Douglas: introducción de teclado o instrumento solista, melodía central a cargo de éste último, puente de piano o sintetizador y repetición del tema central como cierre. Una fórmula sencilla pero difícilmente mejorable habida cuenta de la calidad compositiva de cada una de las piezas.
“Innisfree” - Llegando ya al final del disco, Douglas nos muestra esta pieza de sintetizador que es “new age” en estado puro, sin ambages. Quizá de lo más prescindible de todo el trabajo aunque entendiendolo como transición hacia el siguiente tema se hace más llevadera.
“Deep Peace” - Escuchamos aquí por primera y única vez en el disco la voz de Jane Grimes interpretando una bendición gaélica sobre un fondo de teclados. Más tarde será el fagot el que dé la réplica repitiendo la melodía central antes de que la propia cantante cierre la balada con gran delicadeza.
“Jewel Lake” - El tema anterior tenía todas las trazas de ser un gran cierre para el disco pero Douglas se reservaba una miniatura de gran belleza que contiene una de las más bellas melodías de un disco cuajado de ellas.
A priori, discos como este “Jewel Lake” de Bill Douglas abundaban en los años ochenta y noventa. Trabajos con melodías de inspiración celta, dulces sonidos electrónicos con acompañamientos más o menos clásicos en formatos de cámara y protagonismo absoluto de la melodía. ¿Qué le hace, por lo tanto, tan especial a nuestro juicio? La respuesta es sencilla: la incomparable calidad de todas y cada una de las melodías que el músico canadiense incluye en el trabajo. Ese es el sello de distición de su obra y, muy particularmente, de su disco de debut y es lo que nos hace situarle entre los 5 o 6 mejores discos de un género tan difuso como la música “new age”. En esta categoría hay muy pocos trabajos que puedan resistir la comparacaión con “Jewel Lake” con un mínimo de dignidad. Apenas alguno de David Lanz, Ira Stein o Chris Spheeris podrían situarse en un plano de igualdad con el de Douglas.
Durante una época muy concreta fuimos devotos seguidores de muchos de los músicos que encuadraron en la corriente “new age”, hicieran o no realmente ese tipo de música. Pasado el tiempo, muchos de aquellos discos y artistas teminaron en un lugar algo apartado de nuestra discoteca y rara vez encontramos el momento para recuperarlos. Entre los que consiguieron resistir esa marginación se encuentra, sin duda “Jewel Lake” un trabajo a rescatar por parte de todos aquellos que lo conozcáis y a descubrir por los que aún no hayáis tenido esa suerte.
Me encanta eso de 'melodías puras', y es que pureza es una palabra que le va mucho a la obra de este músico, cuya imagen exhala ya de por sí la sensibilidad que luego traslada a su música.
ResponderEliminarUn disco imprescindible, claro que sí.
Estoy descubriendo este trabajo y me está encantando. Un disco que entra bien, fácil de digerir, y encima en siguientes escuchas, lejos de empezar a ser predecible, vas descubriendo nuevos matices. Las melodías "celtas" que contiene son de una factura impecable. Gracias por el descubrimiento.
ResponderEliminarUn saludo!
David
Sospechaba que, precisamente a tí, David, te iba a gustar este disco. La verdad es que toda la obra de Bill Douglas es muy disfrutable, especialmente los primeros discos que mantienen un formato similar al de "Jewel Lake". Más adelante introdujo coros en su música y, aunque seguía siendo igualmente bella, personalmente me llega menos.
ResponderEliminarUn saludo.
Maravillada, maestro.y como tremenda fans de Enya y coreuta ..esto enaltece el alma...Gracias...gracias..
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