Una de las cosas buenas que tuvo la “new age” como género musical fue su completa apertura a artistas de procedencias geográficas muy diversas. A diferencia de otros estilos, muy vinculados en su origen a un lugar concreto desde el cual se fueron expandiendo por el resto del mundo, la “new age” no tiene un sitio en el que situar su nacimiento. Ni siquiera existe un momento fundacional unanimemente aceptado. Podríamos pensar que esto es así porque no hablamos realmente de un género como tal sino de una suma de artistas que no encontraban encaje en ninguna de las categorías habituales y quizá tengamos razón.
En la estantería de “new age” de las tiendas de discos acabaron músicos electrónicos, artistas rebotados de bandas de rock que buscaban una carrera en solitario, folcloristas de todo tipo, instrumentistas lastrados por el hecho de no cantar, compositores dedicados a la musicoterapia, músicos de jazz que no hacían jazz, músicos clásicos que no hacían clásica, compositores de bandas sonoras y un largo etc. De este modo se terminó por agrupar en la misma categoría a sintesistas japoneses, intépretes de sitar, gaiteros irlandeses, guitarristas alemanes, cantantes tibetanos, pianistas belgas, acordeonistas portugueses, percusionistas brasileños y casi cualquier combinación de instrumento y nacionalidad que se os pueda ocurrir.
Si hay un músico que encarna en su persona la mayoría de los tópicos positivos acerca de la “new age” como género, ese es el que ocupa hoy nuestra entrada en el blog. Hablamos del suizo Andreas Vollenweider. En su casa tuvo un contacto permanente con la música ya que su padre era organista pero sus inquietudes fueron por otros caminos ya que, frente al poderoso instrumento de su progenitor, Andreas optó por otro mucho más delicado como era el arpa. Había probado antes con la guitarra, la flauta y el piano, mostrandose como un muy competente intérprete de todos ellos pero fue el arpa el instrumento que le resultó más atractivo, no sólo por su propio sonido sino por las posibilidades que vio para expandirlo y mejorarlo mediante diferentes recursos como la electrificación de la misma, la adición de una especie de resorte que le permite utilizar las rodillas para presionar las cuerdas y crear efectos rítmicos. Andreas aporta también una técnica de pulsación muy particular que tiene que ver con sus inicios como guitarrista.
En 1975 formó parte de un trío instrumental de corte clásico que abandonó poco después para comenzar su carrera en solitario formando su propia banda de apoyo, Andreas Vollenweider and Friends, a la que incorporó cuatro percusionistas. Antes de eso ya había compuesto música para documentales sobre naturaleza destinados a la televisión en donde se enpezaba a definir su estilo propio. Ya en 1979 grabó un primer disco, hoy descatalogado, y en 1981 publicó “Behind the Gardens” y participó en el prestigioso festival de jazz de Montreux lo que le llevó a firmar con CBS. A partir de ahí se sucedieron los discos y las giras hasta que en 1984, una inesperada aliada le iba a llevar a triunfar en los Estados Unidos y a convertirse en una estrella global: se trataba de Carly Simon, la cantante norteamericana que escuchó la música de Vollenweider y llegó a obsesionarse con ella hasta el punto de que fue la principal impulsora de su primera gira americana. Los conciertos formaron parte de la gira de promoción de “White Winds”, el disco que hoy comentamos aquí y con el que Andreas entró en las listas de éxitos norteamericanas.
Pese a que en sus primeros trabajos, el arpista contó con otros instrumentistas (percusionistas al principio y de todo tipo más adelante), en los créditos de “White Winds” no aparecen más nombres de intérpretes que el suyo aunque la cantidad de instrumentos empleados en la grabación y la presencia en los agradecimientos de una larga lista de nombres de pila (sin apellidos) que coinciden con los de varios de sus colaboradores en el pasado, nos hace suponer que varios de ellos participaron en el disco. Sería el caso del batería Walter Keisler, el percusionista Pedro Haldemann, el violonchelista Patrick Demenga o el flautista Büdi Siebert.
El arpista suizo Andreas Vollenweider |
“The White Winds / The White Boat (First View)” - El disco se abre con un tópico en forma de sonido de viento, algo que disculparemos dado el título del trabajo. Una fuerte percusión y una prolongada nota de sintetizador sirven de introducción al arpa que se limita a esbozar unos breves arpegios que enlazan directamente con el siguiente corte.
“Hall of the Stairs / Hall of the Mosaics (Meeting You)” - Percusión rotunda y toques electrónicos se citan en un comienzo que podría firmar el japonés Kitaro. Las notas del comienzo no hacen sino preparar la entrada de Andreas y su arpa, con ese sonido inconfundible, dispuesto a replicar y expandir el tema principal. Es una melodía sencilla que luego entra en un desarrollo jazzístico disimulado por el peculiar timbre del instrumento de Vollenweider, tan ajeno a cualquier estilo. La parte final incorpora un coro para ejecutar un repetitivo tema con el que concluye la pieza.
“The Glass Hall (Choose the Crystal) / The Play of the Five Balls / The Five Planets / Canopy Choir” - El siguiente corte comienza con la flauta de pan de Büdi Siebert que se acompaña de delicadas percusiones hasta que entra el arpa. Es este uno de los cortes más complejos del disco y también de los de mayor desarrollo. La percusión, con la batería al frente, es muy interesante y la forma en que se combinan todos los sonidos a partir de los electrónicos es notable. Volvemos a escuchar voces muy bien integradas antes de entrar en un tramo final al que las percusiones otorgan un aire oriental muy conseguido. Para concluir, asistimos a un juego de voces de gran belleza aunque pueda parecer algo aislado del resto.
“The Woman and the Stone” - Tras varios cortes en los que ocupa un sitio igual al de de otros instrumentos en el grupo, es aquí donde el arpa se convierte en el actor principal con magníficos acompañamientos por parte de la flauta, la guitarra y, en menor medida, de la batería. Rítmicamente es una pieza muy compleja pero la melodía cae a veces en repeticiones que le restan interés.
“The Stone (Close Up)” - Mucho más experimental es el siguiente tema del disco, dominado por percusiones exóticas y sonidos electrónicos en su primera mitad. Luego aparecen el clarinete, los sintetizadores y las voces para completar un cuadro tenebrista que nos parece de lo mejor de todo el disco. Algo paradójico cuando no suena en ningún momento el arpa que debería ser el instrumento principal.
“Phrases of the Three Moons” - En fuerte contraste con el corte anterior, el arpa de Vollenweider suena aquí luminosa y cristalina. El arreglo es sencillo: bajo, batería y sólo al final, algunas trazas de sintetizadores y voces que aparecen justo en el momento en que todo concluye.
“Flight Feet & Root Hands” - Nos rodea ahora un ritmo más vivo en lo que podría ser el tema más “radiable” del trabajo con una melodía clara, una batería cercana a las músicas más convencionales y un toque de inspiración en el tema central muy agradable.
“Brothership” - Encontramos aquí una joya a base de percusiones que le dan un aire juguetón e infantil. Tiene todo el encanto de una canción de cuna y una progresión en la que se incorporan la flauta y el arpa para dejarnos con un inmejorable sabor de boca.
“Sisterseed” - Pese a su brevedad, otra de nuestras piezas favoritas del trabajo, con un claro toque hindú hasta el punto de que no somos capaces de distinguir si estamos escuchando un arpa o un sitar.
“Trilogy (at the White Magic Gardens) / The White Winds” - Cierra el disco un tema de aire folclórico (la presencia del acordeón resulta fundamental para crearnos esa impresión) en el que el tema central del disco es recreado sucesivamente por el arpa, las voces y el saxofón. Comienza muy bien y quizá por eso decepciona un poco al carecer del desarrollo que parecía intuirse entonces.
Por la peculiaridad de su instrumento y de su sonido único, Andreas Vollenweider es una de las voces más reconocibles del universo de la música “new age” lo que tiene sus ventajas e inconvenientes: es muy fácil caer en el: “todos los discos suenan igual” cuando un músico consigue una identificación instantánea de sus estilo por parte de los oyentes. Pese a ello, su trayectoria es una de las más notables del género y todos sus discos, en especial los primeros, merecen un repaso cada cierto tiempo porque se han convertido en clásicos. Su fama se disparó a partir de “White Winds” y, de hecho, su siguiente disco inauguró la categoría de “New Age” en los premios Grammy convirtiéndose en el primer ganador de esa distinción. Con el tiempo, alcanzaría alguna nominación más pero eso ya sería materia de otra entrada.
Nos despedimos con Andreas en directo interpretando "The Woman and the Stone":
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