Seamos sinceros. El rock no es una música que suela caracterizarse por la calidad de las letras. Podemos repasar decenas y decenas de sus discos más representativos, en todos sus subgéneros y apenas encontraremos un puñado de textos notables rodeados de ripios más o menos afortunados. Estamos generalizando, claro, pero lo cierto es que esa música estruendosa de melenudos adolescentes no ha destacado por dejarnos textos inmortales que los rapsodas futuros puedan recitar en los siglos venideros.
Hay excepciones ¿cómo no? Entre otras, así como si nada, un premio Nobel de literatura como Bob Dylan, pero no es el único. La carrera de Leonard Cohen, Patty Smith, Lou Reed o Joni Mitchell, por citar solo a unos pocos, nos ha dejado una producción poética de altísima calidad pero es que, en realidad, hablamos más de poetas metidos a músicos que de escritores de canciones. Muchos de ellos han publicado sus poemas incluso antes de empezar a cantar. Es el caso de Patty Smith y también el de uno de nuestros protagonistas de hoy: Jim Morrison.
Quizá el más icónico de los miembros del fatídico “club de los 27”, antes que estrella de rock fue poeta pero siguió siéndolo durante su carrera como líder de los Doors. El teclista Ray Manzarek, que conocía a Morrison de su etapa en la universidad, se encontró con él casualmente en Venice Beach. Hablando de todo un poco, Morrison terminó leyéndole uno de sus poemas e inmediatamente Manzarek supo que debían formar un grupo de rock. Hasta ese momento, Morrison estaba interesado en la literatura en general, la poesía en particular e incluso en el cine pero no se le conocían inquietudes musicales. Sin embargo, pronto comprendió que el rock podía ser la mejor forma de difusión de sus textos. Los conciertos de los Doors eran una verdadera experiencia. Entre canción y canción, Jim solía improvisar recitados de cierta extensión que hacían de cada “show” casi una homilía pero también había actuaciones de Morrison sin el acompañamiento de la banda. Recitales poéticos en los que el artista declamaba con su hipnótica cadencia textos de sus poemarios y algunas improvisaciones. En ocasiones se acompañaba del piano pero eran las menos. Probablemente su sesión más conocida tuvo lugar el 9 de febrero de 1969 en lo que iba a ser un ensayo para una especie de audio-libro que nunca llegó a publicarse. La grabación quedó archivada hasta que, poco antes de trasladarse a París en 1971, Morrison pidió una copia a los estudios para conservarla a modo de álbum de notas. Tras la repentina muerte del artista, alguien encontró la cinta que circuló durante mucho tiempo bajo el título de “The Lost Paris Tapes” aunque, en realidad fueron grabadas en Los Ángeles antes de trasladarse a Francia, como decimos.
Ese documento fonográfico es la base de la obra que comentamos hoy en el blog. Aquí es donde aparece el jienense Pedro Linde. Compositor, intérprete de violín, artista plástico... un curriculum impresionante dentro del ámbito más académico de la música en el que ha compuesto y estrenado un buen número de piezas electroacústicas, muchas veces acompañadas de soportes visuales. Admirador de la poesía de Morrison, decidió explorar la faceta musical de la misma utilizando el propio recitado del autor como un objeto sonoro a partir del cual crear una obra nueva cuyo resultado es absolutamente fascinante. Linde selecciona fragmentos de los poemas y los manipula para extraer todo lo que tienen de musical. No se trata de modificaciones radicales al estilo de un Jean Michel Jarre en “Zoolook”, por ejemplo, sino de algo mucho más sutil. La voz de Morrison suena perfectamente inteligible en todo momento. No así la del propio Pedro Linde que también aparece en la grabación completamente distorsionada, acompañada, además, de texturas electrónicas y todo tipo de artefactos sonoros que se integran en el relato formando una obra sorprendente a todos los niveles. “Lizard King Poems” se divide en diez partes, cada una de ellas construida a partir de diferentes versos recitados por Morrison. Una aventura original y tremendamente placentera.
Pedro Linde en imagen procedente de su bandcamp. |
“PARTE 1: 1. Radio dark night 2. A vast radiant beach 3. Moonshine night” - Comenzamos con una vibración electrónica que deviene en un impresionante fondo sintético sobre el que escuchamos la voz de Morrison. Con fragmentos que se repiten a modo de contrapunto, se desdoblan, se desvanecen convertidos en ecos... una experiencia que desde el prime momento se revela como completamente fascinante. El latido del sonido se integra perfectamente con la narración hechizandonos como solo el propio Morrison podría hacer en uno de sus recitales.
“PARTE 2: 4. Frozen moment by a lake 5. Dawn’s highway 6. The hitchhiker 7. Far Arden poem” - Diferentes “chasquidos” e interferencias de todo tipo nos reciben en el inicio de la que es la sección más larga del trabajo. Esta vez la voz de Morrison es acompañada, casi diríamos dirigida, por un ritmo mecánico que se intercala entre los diferentes recitados ofreciéndonos momentos de una suerte de “ambient” industrial que nos recuerda que no solo estamos ante un “collage” bien elaborado por parte de Linde sino ante una pieza musical con entidad propia que no solo compementa los textos sino que se vale de ellos para crecer como una obra completamente diferente.
“PARTE 3: Song 1. Bird of prey” - La tercera parte está introducida por el rumor de las olas del mar y diversos sonidos de aves marinas ya presentes en la grabación original de Morrison. En esta ocasión, el texto no es un mero recitado sino un canturreo por parte del artista de una serie de versos que casi parecen una canción infantil. Linde opta por añadir un efecto de eco a la voz original renunciando en este caso a la duplicación y repetición de los cortes anteriores.
“PARTE 4: 8. Texas radio and the big beat” - Volvemos aquí a la experimentación sonora que parte otra vez de ritmos industriales que sirven de colchón sonoro para los versos de Morrison. El ritmo se disuelve y la voz continúa en el tramo central para reaparecer en el tramo final con una cadencia parsimoniosa que encaja como un guante en la narración del lider de The Doors en su papel de chamán.
“PARTE 5: 9. The holy shah 10. Hitler” - El corte más corto del disco no rebaja ni por un instante la intensidad. Sobre un ritmo constante se suceden los sonidos electrónicos, casi al mismo nivel de protagonismo que la voz en una de nuestras partes favoritas en el aspecto musical pese a su brevedad.
“PARTE 6: Song 2. Winter photography” - Como ocurría en “Bird of Pray”, volvemos a escuchar a Morrison en una especie de salmodía en la que sí que apreciamos un mayor trabajo de Pedro Linde a la hora de dar al monótono recitado forma de canción. Al igual que en el caso anterior, el fondo sonoro lo forman el oleaje y las aves marinas.
“PARTE 7: 11. To come of age 12. Black polished chrome 13. Search on, man 14. Indian, indian 15. A vision of America 16. Motel, money, murder, madness” - Renuncia aquí Linde al acompañamiento instrumental en la larga introducción en la que sólo escuchamos la voz de Morrison en diferentes desdoblamientos. Pasados esos primeros instantes aparecen los primeros efectos sonoros, primero una especie de chisporroteo continuo y más tarde un ritmo rodante que le da a la pieza un tono opresivo que nos recuerda a los trabajos más oscuros de Bass Communion.
“PARTE 8: Song 3. Women in the window” - La última “canción” del disco sigue los mismos parámetros de las anteriores, si acaso, con un inquietante tono infantil en la melodía que tararea Morrison, tan inquietante como las canciones que las niñas entonaban cuando saltaban a la comba en las películas de la saga “Pesadilla en Elm Street”.
“PARTE 9: 17. Earth, air, fire, water 18. Discovery” - Jim Morrison dialoga consigo mismo saltando entre los distintos canales del estéreo con un tenue fondo sonoro en el que no se repara fácilmente al principio pero que se hace imprescindible conforme avanza la pieza.
“PARTE 10: 19. Now listen to this 20. Stoned inmaculate (fragment) 21. White blind light 22. Bird of prey (repeat)” - El cierre del trabajo tiene mucho también de resumen. Escuchamos los zumbidos electrónicos de la séptima parte, los ritmos de la segunda, los fondos marineros de las canciones que han ido apareciendo a lo largo de todo el trabajo y, como perfecto colofón, a Morrison repitiendo los versos de “Bird of Pray”: bird of pray, bird of pray, flying high, flying high, in the summer sky, bird of pray, bird of pray, flying high, flying high, gently pass on by...
El descubrimiento de esta obra de Pedro Linde nos llega a través de Sarah Vacher y su nuevo netlabel Fortín Sonoro, sucesor de Luscinia Discos. “Lizard King Poems es la primera referencia de un sello al que deseamos lo mejor. Como ocurría con su predecesor, la calidad musical de sus lanzamientos no merece otra cosa.
La idea de poner música a las grabaciones de 1969 y 1970 de Jim Morrison no es nueva. ¡De hecho lo hicieron los propios miembros restantes de The Doors! En 1978 los supervivientes de la banda se reunieron para grabar “An American Prayer”, lo que muchos seguidores consideran el último disco del grupo en una afirmación más que discutible. Lo que hicieron Manzarek, Krieger y Densmore fue adornar los recitados de Morrison con un fondo de rock o blues en algunos casos y dejarlos tal cual en otros, con un resultado muy irregular.
Cuando leímos la descripción del proyecto de Pedro Linde, uno de los primeros artistas que nos vino a la cabeza fue Steve Reich y alguna de sus obras iniciales como “Come Out” o “It's Gonna Rain” pero a la hora de la verdad, hay pocos puntos en común entre “Lizard King Poems” y cualquiera de estas dos piezas pese a partir de una premisa similar cual es el tratamiento musical de una grabación vocal no pensada para ese fin. Algo más de sentido tendría comparar este disco con una obra como “Different Trains” con la que comparte el tratamiento de textos como fragmentos musicales aunque en esta ocasión no se trata de “replicar” esos fragmentos a través de un cuarteto de cuerda, como hizo Reich, sino de crear una obra musical nueva acompañando el recitado. Sea como fuere, “Lizard King Poems” es una experiencia sonora sorprendente que no podemos sino recomendar a todos los lectores, sean o no seguidores de Jim Morrison.
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