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sábado, 5 de mayo de 2018
Brooklyn Rider - Philip Glass String Quartets Nos.6 and 7 (2017)
Hubo un tiempo en que los cuartetos de cuerda parecían el único acercamiento que Philip Glass iba a realizar a las formas clásicas. Tenía obras para piano, sí. También un concierto para violín pero en 1991, cuando se estrenó su quinto cuarteto, ese formato parecía el que mayor comodidad ofrecía al artista que acumulaba ya un número notable de piezas para esa configuración de músicos. Además, Glass había ido construyendo una relación muy fructífera con el Kronos Quartet, el grupo de referencia en la música contemporánea cuando hablamos de cuartetos de cuerda. En esa situación todo hacía prever que habría muchos más cuartetos de Glass pero no fue así.
Al contrario. El compositor norteamericano empezó a escribir obras de todo tipo, desde sinfonías hasta sonatas para violín, piezas de cámara, conciertos, etc. pero nunca más un cuarteto de cuerda como tal. Incluso parecía rehuir esa denominación concreta puesto que llegó a escribir obras para cuarteto como su monumental “Dracula” de 1998 que bien pudo haber sido convertida en el número 6 de la serie. Al fin y al cabo, tanto el segundo como el tercer cuarteto fueron adaptaciones de otras obras como fueron la música para la obra de teatro “Company”, originalmente para orquesta de cuerda, o la banda sonora de la película “Mishima”.
Nada de eso sucedió hasta que en 2013 Glass decidió que ya era hora de continuar con la colección de cuartetos con el número 6 que estrenaría el Kronos Quartet en octubre de ese año, pocos meses antes de hacer lo propio con el número 7, ya en 2014. ¿Qué había cambiado en ese tiempo? Probablemente nada en concreto pero sí es cierto que en una franja de unos pocos años habían aparecido en el mercado muchas grabaciones recogiendo varios de los cuartetos anteriores de Glass. Algunas, incluso, los cinco, algo que ni siquiera el Kronos Quartet había hecho anteriormente. En 2007, El Fine Arts Quartet grabó el “Cuarteto Nº2” para el sello Naxos, la misma discográfica que un año más tarde publicaba los cuatro primeros cuartetos en versión del Carducci Quartet, grupo que en 2013 completaría la serie con el quinto al que sumaba una versión reducida de “Dracula”. En 2008 el Smith Quartet y el Paul Klee Quartet publicaban sendas integrales de la obra de Glass para esa formación y en 2011 hacía lo propio el Brooklyn Rider. Estaba claro que esa parte de la producción del músico de Baltimore había despertado un importante interés al que seguro que el artista no era ajeno.
Nos detenemos ahora en el Brooklyn Rider, un cuarteto formado en 2006 y que en poco más de una década de vida se ha ganado un puesto en la élite de la música contemporánea siendo considerados por muchos críticos como los sucesores del mismísimo Kronos Quartet. Palabras mayores, sin duda, que vienen respaldadas por una impresionante número de grabaciones de lo más eclécticas en las que interpretan a autores que van desde Bartok o Beethoven hasta Bela Fleck pasando por Tyondai Braxton, John Cage o Bill Frisell. Comentamos en su momento su primer disco dedicado a la música de Philip Glass y hoy toca hacerlo con el segundo en el que podemos disfrutar del estreno discografico de dos nuevos cuartetos. Integran el Brooklyn Rider: Johnny Gandelsman (violín), Colin Jacobsen (violín y viola), Nicholas Cords (viola) y Michael Nicolas (violonchelo).
El disco se abre, no con un cuarteto de cuerda propiamente dicho sino con la adaptación para ese formato del “Cuarteto para saxofones” escrito por Glass en 1995. La obra contaba con dos versiones: una para cuarteto propiamente dicho y otra en forma de concierto para saxofones y orquesta. Como indica Richard Guerin en las notas del disco, el cuarteto de saxofones es una formación instrumental cada vez más popular y, a falta de un repertorio propio, son habituales las adaptaciones de obras para cuerda grabadas por estos instrumentos de viento. Aquí ocurre al revés y es una obra originalmente para saxofones la que es trasvasada a la cuerda con una particularidad: para adaptar mejor la partitura original se optó por una configuración distinta del cuarteto de cuerda que pasaba a tener un solo violín y dos violas. El experimento arroja un resultado extraordinario dándole a una de las obras más melódicas de su autor una nueva vida a lo largo de sus cuatro movimientos, especialmente en el “nymanesco” cuarto que cierra la obra, en el que escuchamos una notable variación del tempo en relación con la versión para saxos que le sienta muy bien.
Llega a continuación el “Cuarteto de Cuerda Nº6”, obra en tres movimientos que, para muchos, es la más compleja de Glass para esta formación. Lo cierto es que el comienzo es realmente intrincado con un primer movimiento en el que el violonchelo tiene un protagonismo absoluto quedando los violines y la viola como apoyo. En cierto modo encontramos puntos en común con los instantes más sorprendentes de su “Dracula” pero aqúi con una extensión mucho mayor. La música fluye continuamente con una superposición de motivos que saltan de un instrumento a otro construyendo capas más y más densas propulsadas por un ritmo incesante, explícito cuando toma las riendas el violonchelo y más sutil cuando éste se mezcla con el resto. El tramo final, casi un movimiento en sí mismo, pues parte de una pausa dramática que no es, precisamente, una forma de hablar, es mucho más pausado. Algo así como uno de los “knee plays” que hacen de bisagra en sus obras de mayor formato. El segundo movimiento es muy romántico partiendo de estructuras repetitivas que evocan al Glass de su segunda fase “post-minimalista”. Tendría mucho que ver con obras como “Mishima” aunque con un pulso rítmico, especialmente en su segunda mitad, muy particular. El tercer y último movimiento comienza con todo el cuarteto tocando al unísono un largo desarrollo melódico que luego se desdobla en dos lineas, una para los violines y la otra para la viola y el violonchelo. Ese soprendente juego continúa durante la buena parte de este tramo final con los instrumentos funcionando en parejas unas veces y como un cuarteto “normal” otras.
El “Cuarteto de Cuerda Nº7”, último de la serie a día de hoy, tiene la peculiaridad de estar organizado en un sólo movimiento. Comienza con una melodía para violín solo, algo bastante habitual en el Glass más reciente, y luego pasa a desarrollarse como un cuarteto propiamente dicho. Puramente “glassiano”, encontramos en él similitudes con obras como su “Partita” para violín o sus “poemas” para violonchelo aunque también con piezas mucho más antiguas como “A Madrigal Opera” (1980). Posteriormente asistimos a un claro ejemplo de la forma de hacer música del autor, jugando con estructuras repetitivas a veces pero también buscando recursos más líricos en muchos momentos.
Por ser una forma utilizada por prácticamente todos los compositores relevantes desde Haydn en adelante, nos gusta considerar el cuarteto de cuerda como el gran reto de un compositor: el medio con el que puede ser comparado con sus predecesores de casi todas las épocas. Y lo cierto es que esa visión parece ser algo compartido por los propios músicos ya que una gran mayoría de ellos, sin importar la época o el estilo, han probado suerte en alguna ocasión con los cuartetos. En el caso de Philip Glass, los suyos estuvieron durante mucho tiempo, en nuestra opinión, entre lo más interesante de su obra aunque con el transcurso de los años fueron quedando eclipsados por una avalancha de nuevas composiciones en formatos clásicos que desplazaron un poco nuestro foco de los cuartetos, algo que quizá debamos rectificar en vista de estas nuevas entregas.
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