Cuando pensamos en rock progresivo, enseguida nos viene a la mente una especie de “núcleo duro” del género formado por bandas como Genesis, Yes, King Crimson o Pink Floyd por mencionar solo un puñado de las formaciones más conocidas. Sin embargo, en todo estilo musical existen grupos que se encuentran en un segundo plano pero que tienen también un nutrido grupo de fans y llegaron a alcanzar un prestigio importante que hace que hoy en día sigan siendo recordados y su música reivindicada de tanto en tanto.
Ese es el caso de Camel, banda británica que vivió una gran época en los años setenta y que, tras diversas etapas de mayor o menor actividad, sigue funcionando a día de hoy. El origen de Camel hay que buscarlo en 1971 cuando tres de los que serían sus futuros miembros se presentaron a una audición para el cantante Phillip Goodhand-Tait. Allí coincidirían y pasarían a formar parte de la banda del vocalista, el guitarrista Andy Latimer, el batería Andy Ward y el bajista Doug Ferguson quienes llegarían a grabar un disco junto a Phillip. La experiencia fue bien y los tres músicos decidieron establecerse como banda independiente para lo cual buscaron un teclista que les ayudase a configurar un sonido acorde con los tiempos. Recordemos que estamos en el apogeo del rock progresivo y en una época en la que los teclados eran tan importantes como las guitarras eléctricas en el imaginario popular. Como se hacía entonces y se siguió haciendo durante mucho tiempo antes de la llegada de internet, pusieron un anuncio en la revista Melody Maker buscando ese último componente y uno de los que respondió fue el teclista de Shotgun Express, Peter Bardens. El caso de Shotgun Expres fue curioso. Se trata de una banda que no tuvo demasiado éxito pero por la que pasaron muchos músicos que luego fueron extremadamente populares como Mick Fleetwood y Peter Green (que luego formarían Fleetwood Mac), Rod Stewart o Phil Sawyer, además del propio Bardens.
Tras un discreto primer disco, Camel irrumpió en la escena con el magnífico “Mirage”, uno de los discos que siempre aparecen en las listas de los mejores trabajos del rock progresivo. Entre las partes más recordadas de ese trabajo se encontraba una suite basada en “El Señor de los Anillos” y para el siguiente disco, los miembros del cuarteto buscaron de nuevo la inspiración en la literatura lo que les iba a generar algún que otro problema. La novela escogida para la ocasión era “The Snow Goose”, de Paul Gallico pero el escritor puso muchas objeciones al respecto por lo que la banda optó por no utilizar sus textos (el disco sería casi por completo instrumental) y cambiar el título inicial, “The Snow Goose” por el de “Music Inspired by The Snow Goose” para evitar cualquier consecuencia legal. Desde Decca apostaron fuerte por el disco y no escatimaron en gastos contando con la presencia de la London Symphony Orchestra en la grabación. Los arreglos, por cierto, corrieron por cuenta de David Bedford quien se encontraba en un momento de gran efervescencia musical con sus colaboraciones con Mike Oldfield así como con su propia carrera discográfica.
Al contrario que en “Mirage”, dividido en cinco piezas con un par de ellas de larga duración siguiendo los cánones del rock progresivo, “Music Inspired by The Snow Goose” constaría de 16 piezas relativamente breves, lo que no afectaría a la fluidez de la obra ni a su unidad temática. La historia comienza con “The Great Marsh” en la que los graznidos de las aves nos dejan con teclados, guitarra y voces dibujando una introducción en el sentido clásico del término que culmina con la entrada de la batería y la orquesta, ligeramente edulcorada para nuestro gusto. La flauta de Latimer introduce “Rhayader” y su tema central en un estilo que, por algún motivo, siempre nos ha recordado al de la banda Mannheim Steamroller que daba sus primeros pasos en la misma época. Con “Rhayader Goes to Town” entramos en terrenos más épicos con los sintetizadores dando la entrada a la banda en pleno en un estallido rockero muy inspirado lleno de cambios de ritmo (y hasta de género, incorporando blues o jazz) y juegos melódicos en los que los teclados son protagonistas absolutos con aportaciones puntuales de guitarra y bajo.
“Sanctuary” y “Fritha” son dos temas muy breves, el primero a base de guitarra acústica y eléctrica y el segundo que suma el sintetizador a la mezcla. Llegamos de este modo a “The Snow Goose”, tema central de la obra con la melodía principal a cargo de la guitarra eléctrica y el órgano Hammond aportando todos los fondos sobre los que descansa. Sin solución de continuidad comienza “Friendship”, una especie de entreacto a cargo de la sección de maderas de la orquesta, muy divertido y que sirve para enlazar con “Migration”, regreso al rock progresivo puro con Latimer tarareando en falsete un nuevo motivo con el apoyo sucesivo de guitarras y teclados. Con “Rhayader Alone” se recupera uno de los leitmoviv de la obra que da paso a “Flight of the Snow Goose”, el tema más electrónico cuyo comienzo podrían haber firmado tanto Tangerine Dream como Terry Riley.
Después de un comienzo interesantísimo, la pieza rompe en un desarrollo épico en el que recupera otra de las melodías recurrentes del trabajo con una guitarra en plan Oldfield que siempre nos ha gustado mucho y que empalma con “Preparation”. Ahí es de nuevo la flauta la que aportan un giro folclórico que va muy bien con el concepto de la obra antes de entrar en un segmento verdaderamente inquietante con los teclados en “ostinato” y una voz que nos llena de desasosiego. Con “Dunkirk” vuelve la épica progresiva, especialmente con la gran aportación de un bajo y una sección de metales de los que sospechamos que Alan Parsons tomó buena nota para sus discos. Algunos de los mejores momentos de la obra se encuentran aquí.
“Epitaph” vuelve sobre melodías anteriores con un toque más oscuro, potenciado por las campanas del comienzo y algunos sintetizadores para dejarnos con el segmento final que empieza con el romántico piano de “Fritha Alone”, continúa con “La Princesse Perdue” que suma la orquesta a lo que fue minutos atrás “Rhayader” para poner punto final al trabajo con “The Great Marsh” cerrando el círculo.
A la hora de hablar de nuestros discos favoritos de Camel, tenemos que confesar que “Music Inspired by The Snow Goose” estaría en nuestras preferencias por detrás de su predecesor (“Mirage”) y también del que le seguiría un año más tarde (“Moonmadness”), trabajos ambos que tendremos que traer por aquí en algún momento. Quizá no obra en su favor la rareza de ser un disco prácticamente instrumental, cosa nada común en los grandes grupos del progresivo en aquellos años y sí más habitual en los solistas. En todo caso, Camel fue una gran banda que ha sabido seguir en activo hasta hoy en día con los cambios lógicos de personal y alguna interrupción, cosa que no todos sus contemporáneos pueden decir.
¡Discazo!
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