domingo, 1 de septiembre de 2013

David Bedford - The Rime of the Ancient Mariner (1975)



Hay músicos que en la mente de los aficionados siempre aparecen asociados a otros y, en muchos casos, relegados a un segundo plano, víctimas de esa asociación automática e inevitable. Recientemente hablamos de uno de ellos: Alexander Balanescu, siempre ligado a Michael Nyman pero la lista sería mucho más extensa. En la mayoría de las ocasiones, esa asociación se convierte en una injusticia porque oculta los méritos y la calidad de la obra propia del artista “secundario”.

Hoy hablamos de David Bedford, compositor y teclista británico cuya trayectoria estuvo ensombrecida, primero, por Kevin Ayers, quien le requirió para orquestar uno de sus trabajos, antes de incorporarle como teclista a su banda y, más tarde, por Mike Oldfield convirtiéndose en el complemento perfecto; el filtro que serviría para dar forma al torrente de ideas que surgían de la mente del inquieto niño prodigio. Con Oldfield, Bedford inició una colaboración que dio como resultado los mejores trabajos del autor de Tubular Bells. Lo curioso del tema es que la historia bien pudo desarrollarse de modo distinto ya que fue Oldfield quien comenzó tocando el bajo y la guitarra en los primeros discos de Bedford (el primero de ellos, anterior a “Tubular Bells”). Sea como fuere, la trayectoria de David con sus discos en solitario es más que interesante y podemos encontrar en ella varios trabajos notables.

El estilo de Bedford es muy personal y en él se combina la composición para orquesta,  formas clásicas no exentas de toques vanguardistas, piezas para teclado, obras más cercanas al rock sinfónico, etc. El músico, cuyas primeras obras grabadas acompañaban a piezas de Ligeti en el sello Deutsche Grammophon (lo que da una idea de su relevancia), había publicado ya dos LPs antes del lanzamiento del que hoy nos ocupa con desiguales resultados. El nuevo proyecto era más ambicioso que los dos anteriores: se trataba de poner música al poema de Samuel Coleridge, “The Rime of the Ancient Mariner” incorporando la narración de Robert Powell en determinados pasajes, siguiendo una moda de la época cuyo ejemplo más significativo quizá fuera la recreación del “Viaje al Centro de la Tierra” por parte de Rick Wakeman. El poema de Coleridge es una de sus obras más reconocidas y para muchos, supone la llegada del romanticismo a la literatura inglesa.

En la grabación, Bedford toca prácticamente todos los intrumentos: pianos, órganos, flautas, violines, percusiones... dejando la guitarra, como no podía ser de otro modo, a Mike Oldfield. El actor Robert Powell se encarga de la narración y varios alumnos del Queen’s College integraron el coro.

Una de las maravillosas ilustraciones de Gustave Dore para la edición del libro.

El disco se divide en dos partes por necesidades del guión (léase capacidad del disco de vinilo). La primera cara la abre una fanfarria de corta duración que no es sino la adaptación de la danza “La Mourisque” del compositor renacentista holandés Tielman Susato. A partir de ahí y tras una breve introducción del narrador entramos en un pasaje a base de piano y distintos instrumentos de teclado absolutamente vanguardista, atonal y nada sencillo de escuchar. Es evidente que el valor como músico de Bedford iba mucho más allá de su faceta de simple arreglista para otros. Nueva intervención del narrador y entramos en una sección en la que el órgano pone el fondo sobre el que escuchamos distintos instrumentos de percusión creando un ambiente absolutamente fantasmagórico. No cuesta imaginarse al viejo barco de la narración desplazándose lentamente  por un mar en calma y rodeado de bruma por todas partes. Un “fortissimo” del órgano muestra el momento central del argumento, en el que el marinero abate un albatros, signo de mal agüero para los navegantes de la época y volvemos entonces a la cacofonía pianística del comienzo sobre la que destacan unas ominosas notas fugaces de órgano y flauta que nos transportan de la inquietud al pánico. Vuelta a la narración antes de entrar en una nueva sección de corte minimalista con el órgano jugando con una monótona sucesión de notas una y otra vez mientras las flautas recuperan la alegre melodía inicial pero a una velocidad mucho más lenta consiguiendo convertir una animada tonada en un lúgubre presagio de desgracia. No tarda en llegar ésta cuando los órganos asumen el protagonismo total repitiendo la frase que antes ejecutaban las flautas decayendo lánguidamente hacia el final de la cara del disco.

Comienza la cara B del disco de forma parecida al final de la anterior pero con un hilo de optimismo. Siguen sonando los órganos y continúan ahí las notas perdidas de la danza de Susato. Tampoco hemos perdido de vista al piano que interviene ocasionalmente, como para recordar que sigue ahí en los momentos previos a la aparición de la inconfundible guitarra de Oldfield que ejecuta una serie de notas sueltas, como deslavazadas en una especie de letanía procesional durante unos minutos que va enriqueciéndose poco a poco en diálogo con el órgano y el piano en un pasaje que nos recuerda ligeramente al arreglo orquestal realizado por el propio Bedford de “Tubular Bells”, uno de cuyos fragmentos nos mostraba también a Oldfield a la guitarra. Concluído este episodio volvemos al minimalismo con una espiral de órgano que se nos antoja ciertamente deudora de la obra de Terry Riley. La adición de unas voces distorsionadas, de carácter fantasmagórico, acrecienta la sensación de pesadilla de trance onírico de todo el fragmento. Súbitamente llegamos al gran momento del disco, un remanso de paz en medio del terror en el que Bedford acopla la canción tradicional “The Rio Grande” a un fondo de piano que nos recuerda por fuerza al “Ave María” de Gounod construido sobre una melodía de J.S.Bach. El coro angelical que interpreta la canción se ve reforzado por la guitarra de Oldfield en una intervención preciosa. La severa ralentización de la canción original propuesta aquí por Bedford la mejora hasta convertirla en un himno que podría acompañar cualquier oficio religioso. Desde aquí hasta el final, aún queda tiempo para disfrutar una bonita secuencia de piano, llena de ritmo, acompañada por un crescendo de órgano que culmina con lo que es el final de la obra, recuperando la fanfarria inicial para cerrar así el disco.




“The Rime of the Ancient Mariner” no es un disco fácil y tampoco tuvo una gran acogida comercial. El tema no era excesivamente popular y, a pesar de ser los setenta una época de gran experimentación en la que las propuestas más descabelladas tenían su hueco en un panorama artístico riquísimo, la música de Bedford se quedó a medio camino entre la experimentación más radical de su primer disco en solitario y una apuesta más clara por el rock o incluso el pop que, con seguridad, le habrían dado más réditos de todo tipo. No obstante, consideramos que el trabajo es una obra a tener muy en cuenta y que merece la pena hacer el esfuerzo y darle un par de escuchas de vez en cuando aunque, como hemos indicado en varias ocasiones, no es un disco de sencilla asimilación. Afortunadamente, el disco no es complicado de encontrar hoy en día. Lo tenéis a vuestra disposición en los siguientes enlaces:

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