Si hubo una
tendencia en la música en general un par de décadas atrás, esa fue la de la
“fusión”. El cruce de estilos de lo más variopinto, el intercambio de
experiencias entre músicos de procedencias diversas y la experimentación a la
hora de mezclar ritmos e instrumentos que poco tiempo antes habrían levantado
oleadas de rechazo por parte de los melómanos más puristas.
Fue,
curiosamente, el campo de las músicas tradicionales el más permeable a este
interculturalismo y, quizá por ser el que estaba más de moda entonces, el
ámbito de la llamada música celta fue prolijo en mestizajes con todo tipo de
estilos. Era habitual escuchar fusiones de música celta y africana (hasta
dieron nombre a un grupo como el AfroCelt Sound System), música celta y jazz
(pensamos en los Moving Hearts de Davy Spillane), música celta y clásica (ese
oratorio barroco que es “The Children of Lir” de Patrick Cassidy es un buen
ejemplo) y hasta con el rock duro (Wolfstone) o la electrónica (Talitha
MacKenzie o Martyn Bennett). También nuestro Carlos Núñez experimentó con el
flamenco o la música cubana en algún momento.
Uno de los
ejemplos más notables, por lo bien trabajado del mestizaje y la perfecta
integración entre ambas tradiciones lo encontramos en “The Magic Horse”, disco
en el que el pianista californiano Paul Machlis realiza un fantástico viaje
entre la música celta con ese toque clásico que él le da y la tradición
balcánica. Conocimos a Machlis por sus celebrados discos a dúo con el
violinista Alasdair Fraser a finales de los ochenta y principios de los noventa
y, más tarde, como miembro de la superbanda Skyedance, aunque las últimas
noticias que tenemos de él nos lo presentan como profesor universitario,
alejado de la música profesional. De hecho, la última grabación de la que tenemos
conocimiento que muestra su nombre en los créditos data de 2002 por lo que es
bien probable que haya abandonado la vorágine de los discos y los conciertos.
“The Magic Horse”
fue su primer disco en solitario, publicado en 1992 en los años de mayor popularidad
de su dúo con Alasdair Fraser y para su grabación, Paul contó con una nómina de
colaboradores de auténtico lujo. Además del propio Machlis, que toca el piano y
los sintetizadores, intervienen en el disco: Chris Caswell (flauta irlandesa,
bodhran), Vince Delgado (derbake, percusión), Alasdair Fraser (violín, viola),
Michael Manring (bajo), George Marsh (batería, percusión) y Marcus Moskoff
(gadulka).
Michael Manring, uno de los protagonistas del disco. |
“The Magic Horse”
– Comienza el disco con una pieza amable, de sencilla escucha, en la que el
piano de Machis, con sus particular forma de tocar nos recuerda mucho al de
Tríona Ní Dhomhnaill, protagonista junto con Nightnoise de la entrada anterior.
La percusión y la flauta irlandesa no hacen más que confirmar las sospechas que
podría tener cualquier oyente sobre la inspiración celta de la pieza aunque,
como todas las del disco, sea una composición propia de Machlis.
“Goldenwood” –
Escuchamos ahora una composición para piano solo (con algunos arreglos de
sintetizador muy matizados) en la que Machlis demuestra ser un músico muy capaz
con una melodía intimista y delicada. Casi una miniatura que se cuenta entre
las mejores piezas del disco.
“Alasdair John
Cameron Graham” – Aquellos cuyo interés por el disco proceda de la antigua
colaboración de Machlis con el violinista Alasdair Fraser encontrarían su
recompensa en composiciones como esta en las que el dúo reedita la magia de sus
mejores momentos con una maravillosa melodía de piano que es convenientemente
replicada por Fraser, primero a la viola y más tarde al violín con una
brillantez, parafraseando a Arthur C. Clark, “indistinguible de la magia”.
“Pogonip” – Volvemos a disfrutar aquí de la combinación de piano y sintetizadores, siempre sutiles y en segundo plano, del artista californiano en una composición en dos partes, una primera, lenta y evocadora y una segunda más rápida y con la participación de Chris Caswell al bodhran en forma de danza celta. El esquema típico de los intérpretes de esa tradición que enlazan varios temas distintos en uno solo combinando los ritmos más vivos con las melodías más íntimas. Machlis juega a eso en esta pieza con un resultado magnífico.
“Little
Appalachia” – Entramos en esta parte central del disco en una pequeña sucesión
de temas de corta duración (ninguno llega a los tres minutos). El primero de
ellos es otra pieza de aire celta para piano y sintetizadores. De ritmo variable
y juguetón es otro ejemplo del buen hacer de Machlis en estos terrenos.
“Homecoming” –
Similares características encontramos en el siguiente tema en el que nos parece
apreciar alguna influencia de George Winston, pianista de referencia en las
nuevas músicas y del que seguro que Machlis tenía buen conocimiento.
“Allangrange” – Cerrando
esta sucesión de miniaturas escuchamos por segunda y última vez en el disco a
Alasdair Fraser lo que, por si solo justificaría ya la existencia de la pieza.
Todos los elogios que podamos hacer a la figura del violinista escocés son
pocos y en melodías como ésta, que adopta la forma de un aire lento característico
de las “highlands”.
“Maritsa” –
Entramos en la segunda parte del disco en territorios más exóticos desde el
punto de vista del seguidor de Machlis como músico de inspiración celta y es
que el pianista se adentra en otros folclores como el balcánico. Además, cuenta
aquí con el segundo invitado estelar, menos obvio que su tantas veces compañero
Fraser pero igualmente fantástico intérprete de su instrumento: el bajo. Y es
que Michael Manring es uno de los bajistas más versátiles que hayamos
escuchado, desde sus trabajos con Montreux o sus discos en solitario para
Windham Hill, todos ellos en una línea de jazz suave cercano a la “new age”,
hasta sus lanzamientos más recientes con otros músicos más cercanos al rock
progresivo e, incluso, al metal. La intervención de Manring es sensacional y
nos deja con ganas de más.
“Patshiva” – No
tardamos en saciar nuestra sed de más música del bajista porque se convierte en
el protagonista de pleno derecho de la última parte del disco en la que
interviene con profusión situándose a la altura de Machlis. En los cuatro
cortes de inspiración balcánica del disco escuchamos lo que podríamos
considerar como una banda formada por los dos músicos citados, el percusionista
Vince Delgado y el intérprete de gadulka, Marcus Moskoff, quienes aparecen en éste
y los dos cortes siguientes. Sin menospreciar las intervenciones de Fraser,
creemos que lo más interesante del disco sucede en este tramo, especialmente en
esta maravilla titulada “Patshiva”: un paseo por el folclore búlgaro de altísimo
nivel a cargo de músicos sobresalientes.
“Sianka” – Continuando por la misma senda encontramos esta pieza en la que el protagonismo lo tiene Marcus Moskoff con la gadulka, instrumento de cuerda a medio camino entre el violín y el rabel, con un timbre lleno de expresividad. Machlis y Manring tienen su espacio para el lucimiento, especialmente en un dúo de piano y bajo que escuchamos en la parte central del tema pero nos tenemos que rendir ante el arte de Moskoff por encima de cualquier otra consideración.
“Subor” – A modo
de prolongación de la pieza anterior, es la gadulka el instrumento principal y
el resto aparecen como acompañantes la mayor parte del tiempo aunque, como es lógico,
Machlis se reserve algún momento en el que su piano ejecuta la melodía central.
Hemos citado poco al percusionista Vince Delgado y somos injustos porque su
trabajo sordo es notable desde la discreción. Una de esas presencias que sólo
se notan cuando no están, valga la aparente contradicción.
“Sleeping Girl” –
Para despedir el disco, escoge Machlis una pieza de piano muy reposada en la
que sólo se acompaña de la percusión de George Marsh, tenue, casi inapreciable,
en forma de campanillas al principio y sólo en algún momento echando mano de
las escobillas con la suavidad que una canción de cuna como esta requiere. Un
cierre elegante y modesto para un disco del que tenemos la impresión de que no
fue todo lo valorado que debiera en su momento.
Es inevitable que
la figura de Paul Machlis estuviera en un segundo plano al asociarse con una
luminaria como Alasdair Fraser, músico que eclipsaría a cualquier otro junto al
que tocase. Tampoco ayuda mucho el hecho de que Machlis apenas publicase un
puñado de discos en solitario (se cuentan con los dedos de una mano) pero
creemos que se trata de un artista de gran talento que podría haber obtenido un
éxito mayor del que tuvo. No fue éste menor, sin duda, pero casi siempre estaba
presente la sombra de Fraser (tanto en el dúo como en los discos de Skyedance)
y creemos que en este “The Magic Horse”, el pianista explora terrenos en los
que tenía muchas posibilidades además de combinar a la perfección con otros músicos
con los que podría haber seguido experimentando en los años siguientes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario