Sólo dos discos duró Syd Barrett como
líder de Pink Floyd. Uno si somos estrictos, ya que su participación
en el segundo fue muy reducida. A pesar de que hoy en día la banda
ocupa un lugar de honor en el olimpo de los grandes del rock, pasó
por un momento de gran indefinición en esta especie de refundación
en la que los siguientes trabajos fueron bandas sonoras para
películas experimentales, con elevadas aspiraciones artísticas y
que, vistas con la perspectiva que dan cuatro décadas de cine, se
quedaron en curiosos y hasta simpáticos desvaríos psicodélicos.
Con todo, quizá era ese el entorno más adecuado para que Pink Floyd
encontrase su identidad como grupo y definiese un estilo que estaba
llamado a crear escuela pocos años más tarde.
La película era el debut del director
nacido en Irán (de padre alemán y madre suiza) Barbet Schroeder y
narraba una historia autodestructiva de un joven que decide
embarcarse en una especie de viaje iniciático partiendo de París en
auto-stop y termina en Ibiza con una joven heroinómana que le
arrastra al final tras introducirse ambos en el LSD como método para
desengancharse de la heroína. La carrera del director es curiosa
porque tras algún otro experimento psicodélico, también junto a
Pink Floyd, hizo carrera posteriormente en Hollywood (incluso como
actor en Beverly Hills Cop con Eddie Murphy o en Mars Attacks).
Recientemente dirigió algún episodio de la serie Mad Men.
Lo que atrajo más del proyecto a Roger
Waters fue la idea que tenía Schroeder de lo que quería de Pink
Floyd: no se trataba de hacer música que acompañase la narración
visual como suele hacerse sino que las canciones debían formar parte
de la acción. “Si alguien encendía la radio del coche quería
música que saliera de la radio. Si alguien pasaba junto a un
televisor encendido, ahí habría otra canción de Pink Floyd”.
Todos los cortes vocales del disco iban
a ser cantados por David Gilmour, algo que nunca más ocurriría en
un disco de Pink Floyd hasta que Waters disolvió la banda en 1981.
De los 13 cortes que conforman el trabajo, cinco son obra de Waters
(todos cantados), uno de Gilmour, otro de de Mason y Wright (ambos
instrumentales) y los seis restantes (cinco instrumentales y uno más
cantado) aparecen firmados por el grupo al completo. Roger Waters
toca el bajo, percusión y se encarga de los efectos con las cintas
magnetofónicas, Nick Mason toca la batería y las percusiones, Rick
Wright todos los teclados además de hacer algunos coros y David
Gilmour toca las guitarras además de cantar.
“Cirrus Minor” - Sonidos
procedentes de distintas aves nos reciben en los primeros instantes
del disco. Escuchamos entonces los primeros acordes de guitarra
acústica y la voz de Gilmour entonando una melodía, aún con muchas
reminiscencias de las que solía escribir Barrett. De fondo, los
teclados de Rick Wright aportan una base en la que reposa en un
principio el tema hasta hacerse por completo con el protagonismo en
una preciosa sección final que abarca más de la mitad de la pieza.
“The Nile Song” - Waters libera
toda su rabia en un riff realmente agresivo con ciertas similitudes
con el clásico “The Court of the Crimson King” editado por la
banda de Robert Fripp un par de años antes. Gilmour, aparte de ser
el ejecutante de dicho riff a la guitarra elétrica, canta con una
energía sorprendente teniendo en cuenta que su estilo vocal
posterior fue siempre mucho más relajado. No hubo muchas más
inclusiones en el “hard rock” de la banda y, quizá por ello,
esta canción sigue sonando como una rareza hoy en día en la
discografía de Pink Floyd.
“Crying Song” - Nada que ver el tema anterior con esta suave balada en la que podemos encontrar un precedente del clásico “Us and Them” del disco “The Dark Side of the Moon”. El ritmo, la forma de cantar de Gilmour y la cadencia general de ambos temas son muy similares e incluso la guitarra de David esboza alguno de esos lánguidos sonidos tan característicos de su estilo posterior.
“Up the Khyber” - El primer corte
enteramente instrumental del disco lo firman Nick Mason y Rick Wright
y no deja de ser una improvisación entre piano y batería a la que
se incorpora el órgano hammond en la segunda mitad. Uno más de
tantos momentos psicodélicos ejecutados por la banda en aquellos
años.
“Green is the Colour” - Continuamos
con las baladas de Waters, de espíritu acústico a pesar de la
presencia de algún órgano eléctrico y con elementos casi
folclóricos como alguna flauta que no aparece acreditada en el disco
y que ejecuta varias melodías a lo largo de la canción. La
intérprete era la mujer de Nick Mason en aquel tiempo, Lindy.
Salvando las distancias, podríamos encontrar detalles que más tarde
formaron parte de canciones como “Wish You Were Here”.
“Cymbaline” - Ni esta banda sonora
ni estos Pink Floyd eran los más indicados para producir un
“single”, una canción que pudiera sonar en las radios de la
época como enganche para el público potencial. De haber necesitado
alguna, esta sería la mejor candidata de todo el trabajo pese a lo
cual, no lo fue (se escogió “The Nile Song” primero y un tema
instrumental de la “cara b” del disco más tarde). Con ella
terminan también las canciones escritas por Waters para el disco.
“Party Sequence” - Cerrando la “cara a” del LP encontramos este breve instrumental que firma todo el grupo. Se trata de una sucesión de percusiones de aire tribal (y algo hippie, no olvidemos que la mayor parte de la acción transcurre en la Ibiza de finales de los años sesenta) con alguna parte de teclado sin mayor relevancia.
“Main Theme” - La segunda parte del
disco comienza con un instrumental verdaderamente interesante. Se
abre con el sonido reiterado de unos platillos al que paulatinamente
se suman el resto de percusiones y los teclados de Rick Wright que
comienzan a dibujar melodías psicodélicas. Estamos ante uno de los
claros precedentes del “krautrock”, estilo que surgía en
aquellos momentos en Alemania y para el que Pink Floyd (entre muchos
otros) fue una gran inspiración.
“Ibiza Bar” - La última canción
con texto del disco aparece firmada por la banda al completo y
endurece de nuevo su sonido. No llega a los extremos de “The Nile
Song” pero está mucho más cercana a esa pieza que a cualquiera
del resto de baladas fundamentalmente acústicas del disco. Quizá
sea aquí donde se puede intuir más claramente por dónde iba a
transcurrir la evolución del grupo en los años posteriores.
“More Blues” - Desde aquí hasta el
final, el disco nos ofrece una sucesión de instrumentales que
comienza con este “blues”, recordatorio muy conveniente del lugar
(estilísticamente hablando) del que procede la banda. Es habitual
recordar que Pink y Floyd son los nombres de pila de dos “bluesmen”
americanos que Syd Barrett tomó prestados de los créditos de un
disco de Blind Boy Fuller para formar el nombre de la banda.
“Quicksilver” - El corte más
extenso del disco continuaba con la linea psicodélica que la banda
comenzó a explorar en profundidad con “A Saucerful of Secrets”.
Un experimento en el que los miembros de Pink Floyd hacen uso de
técnicas de vanguardia que hasta entonces pertenecían más a los
laboratorios de electroacústica de las grandes radios europeas que
al ámbito del rock. Sin duda, uno de los momentos más interesantes
de todo el disco.
“A Spanish Piece” - Por algún motivo, cada vez que alguna estrella internacional se acerca en sus trabajos a España, acaba haciendo alguna referencia al flamenco (sin importar que la acción transcurra en Ibiza). Este breve instrumental aflamencado de Gilmour tendría hasta gracia de no ser por la voz de Waters pidiendo “más tequila” a un tal Manuel.
“Dramatic Theme” - Lo que comienza
como una versión ralentizada de “Let there Be More Light” del
disco anterior de Pink Floyd (“A Saucerful of Secrets”) va
acercándose más conforme avanza a la melodía del “Main Theme”
de la banda sonora. Lo mejor, sin duda, es la guitarra de Gilmour que
empieza a parecerse definitivamente a la que pronto entraría en la
leyenda del rock.
La etapa que va desde la salida de Syd
Barrett de la banda hasta la publicación de “Meddle” (algunos
dirían que hasta “The Dark Side of the Moon”) no es la más
recordada de Pink Floyd aunque si alcanzaron durante la misma un
cierto estatus de grupo de culto y extendieron su influencia hacia
muchas otras bandas de distintos territorios. “More” es
probablemente la obra más importante de ese periodo de transición y
deja entrever un potencial inmenso. Sólo por eso, merece la pena
darle una escucha.
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