Los músicos
diferentes, aquellos que llegan a ser grandes, suelen caracterizarse por una
absoluta falta de complejos y una visión abierta que les sitúa por encima de
géneros y clasificaciones. Son artistas libres de prejuicios que,
evidentemente, tienen unos gustos y preferencias que les sirven de guía pero
están tan libres de dogmatismos que no rechazan ninguna música a priori
encontrando a menudo fuentes de inspiración en estilos en los que el común de
los mortales a duras penas encontraría puntos en común. Uno de esos artistas
es, sin duda, el pianista Brad Mehldau.
La primera vez
que apareció en el blog lo hizo con un disco en el que había jazz, su punto de
partida, la música con la que se dio a conocer y que le ha convertido en una
estrella, pero también música contemporánea con versiones de Steve Reich o
Philip Glass entre otros. En aquel trabajo, como en “Largo”, otro disco en el
que encontramos a Mehldau haciendo versiones de artistas como Jobim, Radiohead o
los Beatles, el teclista tocaba su instrumento por excelencia: el piano. El
salto que se produce en el disco que hoy nos ocupa tiene que ver con el giro
eléctrico que nos atreveríamos a calificar de radical que experimenta el
artista, apartando un tanto su piano y poniéndose detrás de aparatos como el
clásico Fender Rhodes y un buen surtido de sintetizadores analógicos. Pero
Mehldau no está solo en el disco sino que lo comparte con otro artista
sensacional aunque mucho menos popular que él (también diez años más joven): el
batería Mark Guiliana. Cuando alguien como Bill Bruford dice del disco de debut
de otro batería que es “lo más exhuberante, dramático, bello, atrevido e iconoclasta
que he escuchado desde no recuerdo cuándo” poco más podemos añadir nosotros.
Guiliana y Mehldau llevaban varios años tocando juntos en directo con este
mismo formato eléctrico por lo que o más natural es que esta colaboración
tomase forma de disco en algún momento. El acontecimiento se produjo a
principios de este año. Siguiendo la moda surgida, quizá, de la prensa del
corazón de hablar de una pareja como un sólo nombre compuesto por los de sus
integrantes (Brangelina para referirse a Brad Pitt y Angelina Jolie es,
posiblemente, el caso más conocido), los músicos fusionan sus respectivos
apellidos para formar: Mehliana.
El disco es una
fascinante aventura conceptual que surge de un supuesto sueño de Mehldau en el
que se encuentra en un coche conducido por un cruce entre Dennis Hopper y Joe
Walsh. A lo largo del mismo, el coche se transforma, primero en una clásica
Volkswagen Type 2, la furgoneta por excelencia del sueño hippie, y más tarde en
un platillo espacial. A lo largo del lisérgico viaje se cruzan con un deportivo
conducido por un gato que les reta y está a punto de provocar un accidente. Todo
esto se convierte en una extraña reflexión sobre la propia personalidad del
soñador, que descubre que tanto él como su compañero en el coche como el gato
son distintas facetas de sí mismo. El último párrafo del texto del libreto del
disco pretende explicarlo todo de alguna forma: “¿sabes? Pienso en esto como si
estuviera amaestrando un dragón. El dragón es el tipo zumbado que te reta desde
el otro coche y si no le vigilas, terminará fastidiándote. Así que necesitas a
Joe para que te conduzca por el camino recto (Joe es como llama al conductor de
su propio vehículo). Pero Joe conoce al dragón porque, en realidad, tanto él
como el dragón son parte de ti así que no intentas matar al dragón porque él es
quien te suministra toda tu energía. No quieres destriparlo sino amaestrarlo,
hacerte su amigo y compartir su fuerza para así poder utilizarla en tu provecho”.
Nosotros tampoco
estamos muy seguros de haber entendido nada pero, afortunadamente, queda la
música y ahí, amigos, Mehldau y Guiliana se expresan con una claridad
cristalina. Su virtuosismo es tal, que todos los vídeos que acompañan a la entrada, están interpretados en directo.
Mark Giuliana y Brad Mehldau |
“Taming the
Dragon” – Suenan un par de acordes de órgano repetitivos mientras Mehldau
realiza una breve introducción de la historia. Inmediatamente suena la primera
ráfaga de sintetizador y batería, un breve riff que se interrumpe para dar paso
al siguiente tramo de texto. El mismo esquema se repite varias veces a lo largo
del corte en el que asistimos a un cruce extravagante entre el Herbie Hancock de
los setenta y los más modernos ritmos actuales interpretados por Guiliana. La
parte final del tema es una exhibición a cargo del batería que nos transporta
definitivamente a mundos en los que no habíamos estado antes. El disco comienza
de forma prometedora el listón va a seguir igual de alto en el resto del mismo.
“Luxe” – Comienza
Mehldau a trastear con el Fender Rhodes en rápidas secuencias electrónicas muy
repetitivas que nos hacen pensar en los experimentos minimalistas del primer
Terry Riley transportados a un presente en el que se fusionan con ritmos
hip-hop continuamente cambiantes. En la parte final, el teclista se pone a los
mandos de lo que podría ser un MiniMoog y se marca un solo que habría firmado
cualquier estrella del teclado de la edad dorada del rock progresivo, desde
Rick Wakeman a Keith Emerson para terminar con un impresionante ejercicio de
virtuosismo de Guiliana a la batería.
“You Can’t Go Back Now” – Mehldau se sienta por un momento
al piano para ensayar una serie de acordes que pronto son arrinconados por los
gruesos sonidos del sintetizador que se combinan con una percusión
extraordinariamente cambiante. El piano eléctrico lucha por hacerse un hueco en
un ambiente tan impredecible y lo consigue con brillantez. Apenas han
transcurrido tres cortes y ya nos sentimos incapacitados para proponer un género,
un estilo, algo a lo que poder comparar lo que estamos oyendo. La pieza
concluye con el piano y un raro “loop” vocal que no conseguimos identificar.
“The Dreamer” – Nuevo giro argumental. Pasamos ahora a un
cadencioso ritmo salpicado de efectos electrónicos en el que nos parece
reconocer al Mehldau más romántico cuando toca el piano, impresión que se
mantiene incluso cuando el MiniMoog hace su aparición con una serie de
sensuales danzas en las que se transforma en la flauta del encantador de
serpientes que nos mantiene en vilo, sin poder liberar nuestra atención para
dirigirla a cualquier otro sitio.
“Elegy for Amelia E.” – Llegamos al peculiar tributo que
Mehldau brinda a la pionera de la aviación Amelia Earhart en un corte en el
que, incluso, utilizan “samples” de un discurso de la piloto norteamericana. El
tema consta de una base electrónica “planeadora” muy ambiental sobre la que el
teclista esboza una serie de solos con el piano eléctrico. La pieza tiene todo
el sabor de la electrónica alemana de los años setenta (Schulze, Tangerine
Dream...) y es una de las grandes composiciones del disco.
“Sleeping Giant” – Enlazando con el ambiente del corte
anterior, comienza éste con etéreos acordes de sintetizador que se suceden
lentamente. La aparición de la batería y el piano eléctrico van desplazando la
pieza hacia territorios más próximos al jazz eléctrico a la vez que esbozan los
trazos de lo que podría ser un incipiente blues.
“Hungry Ghost” – Nuestro teclista abandona por un momento la electrónica más vaporosa y se hace con los mandos del Fender Rhodes para ejecutar una serie de melodías a dúo con la percusión de Mark en una preciosa combinación de sonidos añejos y ritmos actuales que no deja de recordarnos a trabajos como el “Moon Safari” de Air pero elevados a la máxima potencia en cuanto a virtuosismo instrumental.
“Gainsbourg” – Es conocida la habilidad de Mehldau para ejecutar versiones de otros artistas con una maestría poco común llevando a su terreno composiciones completamente ajenas, en principio, a su estilo. No es una versión lo que escuchamos aquí pero sí el aprovechamiento de una serie de compases de “Manon”, el clásico de Serge Gainsbourg, para construir a partir de ellos un tema nuevo. Hay también “samples” de esa canción del artista francés así como otros más abundantes de las cuerdas y de otros elementos como la percusión y el piano del comienzo de “Ford Mustang”, otra popular canción del repertorio del cantante. Un homenaje extraño pero bien construido que termina con un melancólico piano.
“Just Call Me Nige” – Quizá el tema más cercano al rock
progresivo de todo el disco, tomando esta afirmación con todos los matices que
merece un trabajo como éste. Mehldau construye una línea de bajo infecciosa a
base de sintetizadores analógicos y toca el Rhodes sobre ella acompañado de los
clásicos sonidos evanescentes del MiniMoog. A todo eso hay que sumarle un
trabajo sobresaliente de Guiliana a la batería lo que hace de ésta una pieza
memorable dentro de un disco fuera de lo común.
“Sassyassed Sassafrass” – El teclista abandona por un momento los experimentos más arriesgados y vuelve a sus raíces jazzisticas (siempre electrificadas en este disco) con aditamentos funkies en una de las piezas más desenfadadas y optimistas del disco que entra así en la recta final.
“Swimming” – Escuchamos al Mehldau más amable en esta
preciosa pieza que gira alrededor de una melodía que nos recuerda a algunos
trabajos de rock progresivo como los grabados por Pekka Pohjola, quien aparecerá
pronto por el blog, o a los primeros discos de Mannheim Steamroller. Una
delicia, de nuevo, escuchar el sonido del Fender Rhodes combinado con viejos
sintetizadores y ritmos frenéticos, de esos que es raro escuchar interpretados
por un batería real en este mundo de programaciones y cajas de ritmo.
“London Gloaming” – El título parece una referencia al tema “Gloaming”
del disco “Hail to the Thief” de Radiohead, de quienes Mehldau ha hecho varias
versiones ya anteriormente aunque en lo musical, la relación entre ambas piezas
parece inexistente. Sí que hay cercanía entre los acordes iniciales del tema y
el clásico “West End Girls” de Pet Shop Boys aunque la cosa no va más allá.
Muy bueno tendría que ser este 2014 en lo musical para que “Mehliana,
Taming the Dragon” no estuviera entre los diez mejores trabajos del año ya que
lo tiene todo: interpretaciones rozando la perfección, una mezcla de ideas y
conceptos brillante y una selección de sonidos inmejorable. A Brad Mehldau ya
lo conocíamos y es un grande por derecho propio. Mark Guiliana, en cambio, ha
sido todo un descubrimiento al que habrá que seguir la pista muy atentamente.
El disco, como siempre, está disponible en los enlaces habituales.
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