En ocasiones como
estas, uno tiene la sensación de estar asistiendo a un acontecimiento que va
más allá de un mero concierto. Cuando leemos en algún libro de historia de la
música algún capítulo acerca del estreno de tal o cual obra maestra o sobre
determinado concierto histórico en el que el propio compositor dirigía la
orquesta o interpretaba su propia obra sentimos una cierta envidia y preguntas
como ¿qué se sentiría al estar allí? O ¿serían conscientes en aquel momento los
asistentes de la relevancia del suceso?
No podemos evitar
sentir algo así cuando asistimos a un concierto de uno de los grandes
compositores contemporáneos como Philip Glass quien, a buen seguro, ocupará
varias líneas en los hipotéticos libros de texto o sus equivalentes en el
futuro cuando hablen de la música de
finales del siglo XX y comienzos del XXI. Y es que una actuación de un artista
de esta talla va mucho más allá de la interpretación que, de hecho, sería mucho
mejor si corriera a cargo de muchos pianistas más duchos y entregados a esa
habilidad que el propio Glass, intérprete correcto a lo sumo.
Precisamente esta
limitación interpretativa del músico norteamericano, lastró en cierto modo el
repertorio del concierto. Glass tiene ya una larga lista de composiciones para
piano que perfectamente podrían formar parte de sus actuaciones aunque buena
parte de las mismas serían en realidad adaptaciones de otros músicos
(principalmente Michael Riesman) de otras obras escritas para diversas
instrumentaciones como la banda sonora de “Las Horas”, la de “Dracula”, la “Trilogy
Sonata” etc. Recordamos, incluso, cómo el propio Glass hablaba de la escritura
de sus “Etudes” como una forma de ampliar su repertorio pianístico más allá de
las piezas que interpretaba habitualmente. Aún está reciente el estreno de la
integral de dichos estudios, ampliados a veinte desde de los seis iniciales
escritos en 1994 y los cuatro que se le añadieron a comienzos de la década
pasada. Habría sido esta una buena oportunidad de escuchar alguno de esos diez
nuevos estudios que, sin duda, podrían haber supuesto un atractivo añadido al
concierto.
Optó en esta
ocasión el músico por un repertorio “conservador” en el que se ofrecía una
selección de piezas la más “nueva” de las cuales tenía veinte años. El recital
dio comienzo con “Mad Rush”, pieza clásica donde las haya dentro del repertorio
glassiano. Quizá algo larga para abrir un concierto por aquello de que siempre
hay una parte del público que no sabe muy bien qué es lo que va a ver
exactamente y un inicio como ese puede ser un choque algo duro. La interpretación
fue sobria aunque el sonido del piano fue demasiado denso en algún momento, no
siendo fácil apreciar todos los matices de la pieza incluso para oyentes que la
hemos escuchado en decenas de versiones diferentes a cargo de todo tipo de
pianistas. Continuaba el concierto con un “set” compuesto por cuatro de las
cinco partes de “Metamorphosis”, concretamente las que van de la segunda a la
quinta interpretadas de forma enlazada sin apenas interrupción entre ellas.
Llegabamos así al quizá fue el mejor momento de toda la noche cuando Glass
recordó al que fuera su amigo, el poeta Allen Ginsberg. Recordó el músico
alguna anécdota vivida en compañía del autor de “Howl” y habló de cómo durante
un tiempo interpretaba “Wichita Vortex Sutra”, la composición basada en el
poema del mismo título del símbolo de la generación “beat”, en sus conciertos
acompañando la música (¿o debería ser al revés?) con una grabación en la que el
propio Ginsberg recitaba la poesía con su personalísimo y teatral estilo. Glass
recordó aquellos conciertos y también cómo poco a poco dejó de utilizar la
cinta hasta que recientemente la encontró y la incorporó de nuevo como parte
fundamental de la pieza. Acto seguido, claro está, asistimos a la ejecución de
la obra. De no ser, precisamente, por la voz de Ginsberg en este último acto,
el concierto hasta ese momento se había ceñido estrictamente al contenido del
disco “Solo Piano” que Glass publicó en 1989 con Sony Classical. Sólo en la
parte final del concierto pudimos escuchar un pequeño “set” extraído de sus “Etudes”
en el que, a pesar de que creímos entender que interpretaría cuatro de los
mismos, nos pareció reconocer los numerados como 1º, 2º, 8º, 9º y 10º de la
colección. Con ellos puso fin a un concierto en el que sólo aguardaba un “bis”,
otra de esas piezas imprescindibles como es “Closing”, el tema con el que
concluía el disco “Glassworks”.
Siempre es una
experiencia positiva asistir a un concierto de una leyenda como ya es desde
hace mucho tiempo Philip Glass. Incluso las pegas que le podemos poner al
repertorio sólo tienen sentido desde el punto de vista del seguidor fiel del músico
que conoce de sobra la parte central de su repertorio y desea escuchar cosas
diferentes. Para el asistente ocasional a un concierto, es muy probable que la
selección de música que escuchamos ayer en el Teatro Casyc de Santander sea la
más adecuada y también la más parecida a lo que espera escuchar.
Tenemos que
felicitar a la UIMP por la iniciativa que está recuperando conciertos de
artistas que hacía mucho tiempo que no pasaban por Santander (desde las
primeras temporadas del Palacio de Festivales). Esperamos que esto no cambie y
que podamos seguir escuchando compositores contemporáneos en la programación de
ésta y otras instituciones de la región.
Nos despedimos con un video en el que un joven Philip Glass interpreta "Metamorphosis IV":
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