Brian Eno es un
personaje que tiene ya una trayectoria que está ya muy por encima de cualquier
etiqueta. Ha firmado algunos de los discos más influyentes de las últimas
décadas y su trabajo ha calado en artistas tan diferentes que, de un modo u
otro cualquier aficionado medio actual ha escuchado algo de Eno incluso sin ser
consciente de ello.
A pesar de su
tremenda importancia como artista, creemos que buena parte de lo mejor de su
discografía, especialmente en los últimos lustros nace de su colaboración con
otros músicos. Se diría que el reto de enfrentar sus ideas con las de otros
artistas saca lo mejor de Eno y eso dice mucho en su favor. Certifica que,
además de talento, tiene la suficiente amplitud de miras para trabajar con
ideas que, en muchos casos son radicalmente diferentes a las suyas. Si tomamos
al azar combinaciones de músicos con los que Eno ha colaborado, nos resultaría
casi imposible extraer elementos comunes entre ellos. Ese es el gran mérito de
nuestro artista que se crece ante el desafío de extraer lo mejor de ideas
ajenas y mezclarlas con las suyas propias. Aunque Brian Eno y Karl Hyde se
conocieron en los años noventa, durante un acto benéfico para contribuir a la
reconstrucción de Mostar tras la Guerra de los Balcanes, nunca llegaron a colaborar
hasta hace apenas tres años cuando el productor trabajó en el tema “Beebop
Hurry” de Underworld, grupo en el que Karl Hyde se dio a conocer, si bien éste
último figuró en la nómina de participantes de “This is Pure Scenius!” serie de
conciertos prácticamente improvisados al cien por cien en los que Eno y otros
músicos daban rienda suelta a sus ideas. En aquellas sesiones se pusieron los
primeros cimientos de una colaboración que cristalizaría en dos discos
aparecidos con apenas dos meses de diferencia. De hecho, aún no habíamos
asimilado bien el primero cuando recibimos la noticia de la aparición de un
segundo que aún no hemos escuchado convenientemente pero que aparecerá por aquí
si todo se desarrolla con normalidad.
La premisa del
disco es simple. En palabras de Eno, tenía un buen número de “comienzos” para
una serie de nuevas canciones que necesitaban ser desarrollados. Ese era el
punto de partida pero si hacemos caso a Karl Hyde, el resultado final del disco
no tenía absolutamente nada que ver con lo que se habían planteado en los
primeros instantes. Ambos artistas hablan de una inspiración común en la música
de Fela Kuti y Steve Reich a la hora de afrontar el proyecto, un álbum de
canciones con formato “pop” (a la manera de Eno, eso sí”), que suponía una
cierta ruptura con respecto a los anteriores trabajos del antiguo miembro de
Roxy Music. Precisamente de la vieja banda de Eno procede uno de los músicos
que participarán en la grabación del disco: el saxofonista Andy Mackay. No es
el único músico que viene de una antigua etapa en la carrera de Eno puesto que
también interviene en “Someday World” el batería de Coldplay, Will Champion. La
relación completa de músicos del disco se completa con Tessa Angus y Mariana
Champion (coros), la violinista Nell Catchpole, cuya colaboración con Eno se
remonta al “Wrong Way Up” publicado junto con John Cale, Kasia Daszykowska y
Darla Eno (voces), Don E. (teclados), Georgia Gibson (saxos), John Reynolds
(batería) y Chris Vatalaro (batería). Brian Eno toca piano, teclados, bajo
guitarra, batería, hace coros y canta. Karl Hyde por su parte toca guitarras,
armónica, percusiones, piano, teclados y también canta y aporta su voz a los
coros. Como curiosidad, Eno, el mítico productor, cede los trastos de esa tarea
para este disco a un Fred Gibson de apenas 20 años de edad. Fuera complejos
¿quién dijo miedo?.
Eno & Hyde, los responsables de "Someday World" |
“The Satellites”
– La guitarra se combina con sonidos electrónicos en el comienzo del disco
hasta que aparece una estridente sección de metal sampleada y francamente
mejorable en cuanto a la tímbrica. Cuando entra la sección rítmica en pleno nos
olvidamos de eso justo a tiempo para escuchar la voz de Brian Eno cantando como
en los viejos tiempos. Tras el prometedor comienzo asistimos a un breve
interludio que nos devuelve enseguida al tema principal. La canción es una
magnífica muestra de pop elegante y sofisticado como buena parte del trabajo al
que Eno nos tiene acostumbrados cuando se aventura en estos territorios.
“Daddy’s Car” – El primero de los dos cortes que firma Fred Gibson además de Eno y Hyde, nos recuerda en los aspectos formales y en determinada formas de entender la percusión al fantástico “Drums Between the Bells” que Eno nos ofreció años atrás. La diferencia la ponen los metales y la voz de Karl Hyde que cumple a la perfección con el rol de actor principal en este cometido. Los arreglos vocales y algunas ráfagas de piano de corte minimalista aportan un cierto aire de distinción muy conveniente para equilibrar los alegres metales que nos recuerdan antiguos trabajos de Eno con Talking Heads.
“Man Wakes Up” – Segunda y última colaboración de Gibson en tareas creativas en otra pieza que podría haber formado parte del citado “Drums Between the Bells”. Hay ciertas guitarras que justifican la referencia a Fela Kuti que los músicos mencionaban cuando hablaban del disco. Los característicos ritmos del músico africano se dejan entrever a lo largo de toda la canción cuyo vocalista principal es de nuevo Karl Hyde.
“Witness” – Si en
el anterior tema se dejaban entrever las influencias de Kuti, en éste aparecen
algunos rasgos característicos de Steve Reich, especialmente en los ritmos
repetitivos del comienzo que reaparecen a lo largo de toda la pieza en la que
también creemos encontrar trazas de Kraftwerk. “Witness” es un magnífico tema
en el que Eno y Hyde demuestran estar en muy buena forma. Mención aparte
merecen los arreglos, futuristas y perfectamente integrados en una canción que
está entre lo mejor del disco sin duda alguna.
“Strip it Down” –
Una interesante secuencia electrónica abre una pieza que enseguida se entrega a
un ritmo marcado por un pulso continuo de ascendencia claramente “reichiana”.
Volvemos a escuchar a Brian Eno como cantante principal en un tema en el que
los teclados tienen un papel preponderante conduciéndonos en todo momento a
través de una espiral rítmica que tiene mucho que agradecer a Kraftwerk de
nuevo.
“Mother of a Dog”
– Los ritmos se ralentizan ligeramente y un profundo sonido de bajo nos acerca
a los oscuros ambientes del trip-hop de Bristol, iluminados sólo ocasionalmente
por una guitarra particularmente brillante que opera en segundo plano. El tema
destaca especialmente por lo diferente que nos resulta frente al resto del
disco. El peso de la electrónica en el pasaje final es abrumador y a través de
ella, el dúo nos sumerge en uno de los momentos más inspiradores de todo el
trabajo. A modo de “coda” en clave ambiental, podemos disfrutar de una
excelente última sección que nos deja un gran sabor de boca.
“Who Rings the
Bell” – Volvemos a los ritmos obsesivos, en esta ocasión a partir de guitarra y
bajo que se combinan a la perfección. La canción, a pesar de un inequívoco
toque de Eno, tiene mucho en común con alguno de los recientes experimentos
electrónicos de bandas como Radiohead lo que demuestra que a Eno no le duelen
prendas a la hora de aprovechar cualquier posible influencia en beneficio
propio. Los arreglos vocales, magníficos en toda la canción, tienen en todo
caso el sello de Eno cuando trabaja para otros grupos (pensamos esta vez en U2,
banda a la que creemos que hay un pequeño homenaje en los segundos finales del
tema).
“When I Built this World” – Los dos últimos cortes del disco
los firma Brian Eno en solitario. El primero de ellos, con un fuerte
tratamiento electrónico de sonidos y voces en el comienzo, se transforma después
en una fantástica pieza en la que las cuerdas irrumpen imparables creando un
efecto sorprendente. La larga sección final es una sucesión continua de ritmos
con alguna ligera variación en forma de aditamentos instrumentales que va
evolucionando hacia formas deudoras del folclore africano.
“To Us All” – Escoge Eno para cerrar el disco un tema
relajado a base de guitarras y percusión con algunos aditamentos electrónicos.
Una composición diferente al resto del trabajo que consigue despedirse de
nosotros provocándonos la mejor de las impresiones.
En los últimos años, Brian Eno se ha vuelto un artista mucho
más prolífico que en tiempos pasados (aunque nunca ha sido amigo de largos
silencios). Llama la atención que, a estas alturas, esa efervescencia creativa
se vea reflejada en discos de un nivel por encima de la media cuando lo
habitual llegados a este punto suelen ser ejercicios de autocomplacencia destinados
a contentar a los “fans” y a garantizar una entrada de dinero más o menos
sostenida. Lejos de optar por esa vía, el autor de “Music for Airports” no para
y, como indicamos al principio, ya hay otro disco publicado junto con Karl Hyde
(recordemos que “Someday World” apareció en mayo de este mismo año). No se
trata, como cabría esperar, de un disco con descartes del anterior o grabado en
las mismas sesiones sino de un trabajo independiente cuya idea nació en el
mismo momento en que se terminó de grabar el anterior.
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