A la edad de 24 años, Herbie Hancock
tenía ya un curriculum que otros artistas no consiguen atesorar en
toda una vida. Además de formar parte del segundo gran quinteto de
Miles Davis (palabras mayores), había grabado con la flor y nata del
sello Blue Note: Wayne Shorter, Donald Byrd, Hank Mobley, Fred
Hubbard... También había grabado ya varios discos, el último de
los cuales es hoy en día un estándar citado habitualmente en
cualquier ranking de los mejores trabajos del jazz de todos los
tiempos: “Empyrean Isles”. Tendremos tiempo de hablar de ese
clásico pero hoy toca el disco inmediatamente posterior en la
trayectoria del pianista norteamericano. Hablamos de “Maiden
Voyage”, un disco conceptual (término que muchos pensamos durante
mucho tiempo que se circunscribía a un género como el rock
progresivo) dedicado a u tema tan poco jazzístico en apariencia como
el mar. A la hora de grabarlo, y aunque hay constancia en los
registros del sello Blue Note de sesiones previas con otros músicos,
Hancock contó con los músicos que participaron en su disco anterior
ampliando la formación a quinteto con la adición de George Coleman
al saxo tenor. El resto de intérpretes son: Freddie Hubbard
(trompeta), Ron Carter (contrabajo) y Tony Williams (batería).
Hancock toca el piano, como era habitual en aquellos años, lejos aún
de experimentos electrónicos como los que hemos tenido ya por aquí.
Sin llegar al cuarto de siglo de vida,
el niño prodigio que fascinó interpretando a Mozart con sólo 5
años iba a crear su segunda gran obra maestra dentro del jazz más
ortodoxo. Difícil hacer más en menos tiempo.
Hancock en 1965. |
“Maiden Voyage” - Abre el disco una
cadencia continua de piano de gran elegancia cuyo pulso es subrayado
por la batería. La irrupción de la trompeta de Hubbard delata el
pasado reciente de Hancock junto a Miles Davis. Varias repeticiones
de la melodía central más tarde dan paso al primer solo de saxo a
cargo de un Coleman magnífico y muy expresivo. Toma el relevo de
nuevo la trompeta acompañada de un trabajo tan sobrio como
conseguido por parte de Tony Williams a la batería. El gran mérito,
llegados a este punto, de Hancock, es que pocos, al escuchar la pieza
por primera vez, pensarían que es obra de un pianista, dado el
escaso protagonismo que reclama su instrumento. Al margen de un apoyo
rítmico más duranta casi toda la pieza, no es hasta los últimos
instantes que Hancock se reserva un pequeño fragmento en el que
destacar, aunque siempre en la compañía del bajo y la batería.
“The Eye of the Hurricane” - Muy diferente es la siguiente pieza, un ejemplo de jazz veloz, fresco, en el que cada uno de los solistas disfruta con total libertad de su instrumento, especialmente un desatado Hubbard a la trompeta. No le va a la zaga Coleman, más contenido, eso sí, y cediendo el testigo a un agil Hancock que imparte una lección de interpretación e improvisación casi sin despeinarse. El arranque, homenaje incluido al “Giant Steps” de Coltrane, es inolvidable.
“Little One” - A base de redobles
de batería, Tony Williams consigue crear un sorprendente ambiente
marino en el que la trompeta actúa como la lejana sirena de un
carguero. Una atmósfera lúgubre, como de viejo puerto en decadencia
es la que nos recibe en esta pieza que poco a poco va evolucionando
hacia un jazz sórdido, de local con poca luz y mucho humo de tabaco.
Hubbard tiene momentos magníficos y el dúo de Ron Carter y Tony
Williams alcanza la excelencia prácticamente durante toda la pieza.
“Survival of the Fittest” - Vuelta a los ritmos elevados de los que tanto se benefician los solistas en los vientos a la hora de improvisar sin preocupaciones. Tras unos instantes, digamos, intensos, entramos en un segmento de batería a cargo de Tony Williams que preludia en cierto modo al Hancock “étnico” aún por venir. El interludio, extraño y vanguardista a su modo es sucedido por un regreso al ritmo inicial en una suerte de free-jazz aún por pulir.
“Dolphin Dance” - El último tema
del disco comienza de forma casi inocente en homenaje a los animales
del título. Una melodía agradable, un arreglo de batería muy
juguetón y un dúo entre saxo y trompeta de aire jovial.
Transcurrido el primer minuto y medio, el contrabajo de Ron Carter
aparece poniendo orden y llevando al resto de músicos a seguirle
entrando en un desarrollo, ahora sí, más convencional y jazzístico.
Desde ahí hasta el final asistimos a una clase magistral por parte
de los cinco músicos. Una delicia.
El jazz es un género tan vasto que
siempre tuvimos serias dudas a la hora de comentar aquí discos
pertenecientes a él por varios motivos: nuestro escasísimo
conocimiento de la materia, que se limita al haber disfrutado como
meros oyentes de títulos y artistas de referencia, la inmensa
cantidad de géneros y subgéneros que hace que cualquier visión que
pretendamos ofrecer sea ridículamente limitada y los escasos puntos
en común con los estilos que componen la linea principal en las
reseñas que hacemos en el blog. Sin embargo, es una música que
disfrutamos tanto como cualquier otra y creemos que es bueno ofrecer
la posibilidad a cualquier lector de darle alguna escucha a
determinados títulos con la seguridad de que más de uno se verá
atraído (¡ay!) por ese universo. “Maiden Voyage” es un clásico
en su estilo que podría ser el punto de partida perfecto para una
fecunda travesía por el jazz. Os animamos a emprenderla.
21 años después de la grabación del disco, el quinteto se volvió a reunir para tocar en directo. Os dejamos con una muestra:
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