El universo de
Steven Wilson es de una riqueza y complejidad que a veces es necesario un
experto en Tolkien o en algún autor similar para seguir la pista a todos sus
proyectos y ocurrencias. Hemos hablado en muchas ocasiones ya de cómo Porcupine
Tree comenzó siendo una banda ficticia, supuestamente situada en los años
sesenta o setenta y cómo sus primeras cintas se comercializaban casi como si de
un descubrimiento arqueológico se tratase. Con el tiempo se desveló que no
existía tal banda y que, en realidad, todo se trataba de la invención de un
músico en solitario. La historia es sobradamente conocida por los lectores del
blog por lo que no merece la pena extenderse sobre ella.
Sin embargo, toda
la mitología que Wilson construyó alrededor de la historia inventada de la
banda y de sus miembros imaginarios iba a tener un recorrido inesperado unos
años más tardes. Entre los grupos en los que tocaban o habían tocado los
miembros de aquellos Porcupine Tree salidos de los “fancines”, se encontraba
una enigmática banda llamada Incredible Expanding Mindfuck, también conocida
por sus iniciales, I.E.M. Siempre según la fascinante historia oculta de
Porcupine Tree, aquel proyecto dejó algunas grabaciones extrañas sin publicar
que serían objeto de búsqueda por los coleccionistas de rarezas.
Volviendo al
mundo real, en el que Porcupine Tree eran ya una banda real, con miembros
estables, discos varios y conciertos habituales, Wilson decidió rescatar
aquella vieja historia en un giro argumental notable del que ya hemos hablado
en su momento: Porcupine Tree experimentaban un giro desde la psicodelia y la
electrónica hacia un rock algo más comercial. Wilson seguiría dando rienda
suelta a su vena electrónica más interesante en No-Man de la mano de Tim
Bowness y también en Bass Communion. ¿Dónde quedaba el sonido “setentero”,
experimental, planeador y psicodélico que formó parte durante un tiempo de los
discos de la banda? La respuesta es fácil de imaginar para el lector más
despierto: En I.E.M.
Contra todo
pronóstico, en 1996 aparecía un vinilo en una limitadísima edición de 500
copias con una portada negra en la que sólo se veía una foto en tonos sepias en
un recuadro, con una escena rural de la Inglaterra de principios de siglo y
tres grandes letras blancas: I.E.M. Justo era que si Porcupine Tree dio el
salto desde la imaginación de Wilson al mundo real, otra banda de pasado
similar e igualmente inventada por el músico tuviera su oportunidad. Bajo el
nuevo pseudónimo, Wilson aprovechó para profundizar de lo lindo en los sonidos
más avanzados de los setenta, como los que producían bandas como Amon Dull II,
Neu!, Faust, Popol Vuh, los primeros Kraftwerk o Tangerine Dream. Los pocos
discos que nos dejó el proyecto I.E.M. suenan con una frescura que sólo da la
libertad creativa de un músico que sabe que está haciendo una música sin
expectativas comerciales (todos los discos tuvieron tiradas reducidísimas) lo
que le libera de cualquier preocupación por agradar y minucias por el estilo
que, quizá, sí empezaba a tener más en cuenta en otros proyectos. Hablamos
tiempo atrás de uno de los discos del “grupo”, “Arcadia Son” y hoy es el turno
del que supuso su debut, sin título alguno. Simplemente: I.E.M.
Una de las imágenes incluidas en los discos de I.E.M. |
“The Gospel According to the I.E.M.” – El título del tema no
da ninguna pista real sobre su contenido ya que, evidentemente, no es el “gospel”
un estilo cercano a ninguna de las versiones de Wilson que hemos podido
escuchar en estos años. Por el contrario, lo que escuchamos es un fondo electrónico
ambiental que sirve de breve introducción para un poderoso ritmo de bajo y
batería que suena “krautrock” por los cuatro costados, recordándonos mucho el “Hallogallo”
de los alemanes Neu! que el propio Wilson interpretó con Porcupine Tree en
fechas cercanas al disco de I.E.M. Sobre el machacón ritmo mecánico escuchamos
una serie de improvisaciones de Wilson a la guitarra realmente fantásticas,
consiguiendo envolver al oyente y arrastrarle en un desenfrenado viaje psicodélico.
Al llegar al ecuador del tema, se produce una pausa ambiental en la que
escuchamos todo tipo de efectos electrónicos, juegos de cintas, fondos de mellotron
y demás artificios con los que el artista homenajea al que fue uno de los géneros
más influyentes de su momento. No tarda en aparecer de nuevo la sección rítmica
para llevarnos, ahora sí, casi hasta el final de una pieza magnífica que hará
las delicias de los aficionados al viejo “krautrock”. Los últimos instantes en
los que escuchamos una serie de voces casi fantasmales componen una inquietante
coda para una pieza espectacular.
“The Last Will and Testament of Emma Peel” – El segundo corte del disco, con homenaje al personaje de la serie televisiva “Los Vengadores” en el título, nos muestra de nuevo las influencias germánicas en la música de Wilson pero acercándose más, en esta ocasión, al lado más electrónico del movimiento, a lo que podríamos llamar los momentos iniciales de la “Escuela de Berlín”, fundamentalmente al sonido de Klaus Schulze de “Irrlicht” o los Tangerine Dream de “Zeit” o “Atem”. Atmósferas irreales, oníricas, en las que escuchamos guitarras, sintetizadores analógicos, percusiones aisladas, que dibujan un paisaje indescriptible. También en este terreno muestra Wilson una gran capacidad para desenvolverse con total soltura.
“Fie Kesh” – Nos traslada nuestro artista ahora a un
universo completamente diferente en el que suena un bajo repitiendo una misma
secuencia de notas una y otra vez acompañado de una percusión exótica que bien
podría ser una tabla. Suena un fondo electrónico combinado con campanillas y
otros efectos y una guitarra acústica desgrana una serie de melodías de aire
oriental. Más adelante se une al grupo la eléctrica con una serie de
improvisaciones muy acertadas. Wilson se acerca en esta pieza al sonido de otro
músico admirado por nosotros como es el griego Vangelis pero no a la versión más
popular y grandilocuente de las grandes bandas sonoras o a sus discos “cósmicos”
de los setenta sino a la menos conocida de discos como “Earth” y trabajos de
esa misma época. Aquel Vangelis impregna por completo esta composición de
Wilson lo que no es sino un reflejo de la admiración del británico por el
compositor griego.
“Deafman” – Cerrando el disco encontramos una pieza de “space rock” en toda regla en la linea de Guru Guru o los primitivos Kraftwerk anteriores a “Autobahn”. Un ritmo vivo, una guitarra optimista, efectos electrónicos por doquier y pequeñas intervenciones vocales sin texto reconocible. Todo ello combinado con una maestría inigualable que ha hecho de Wilson una figura imprescindible hoy en día.
El repaso que consigue hacer el líder de Porcupine Tree de todas las tendencias que integraron el
krautrock entre los años sesenta y setenta en menos de 40 minutos, que es lo
que dura el disco, es asombroso. La capacidad de síntesis de estilos, la frescura
de muchas de las ideas aunque tomen la apariencia de un género para muchos
extinto y la impecable forma de plasmarlo en una grabación hacen de este primer
disco de I.E.M. una joya recomendable para cualquier aficionado al rock progresivo,
a la música electrónica o, sencillamente, a la música más vanguardista que se
hizo en aquellos años mágicos. La pega aparece a la hora de adquirir el disco.
Como ya hemos dicho, las tiradas iniciales eran tan reducidas que quedan ahora
como objeto de deseo de los coleccionistas más pudientes. Existió una edición
en CD posterior también descatalogada y la alternativa más factible hoy sería
la de intentar localizar una caja que conteniendo todos los discos de I.E.M.
apareció en el mercado hace unos pocos años, aunque lo limitado de su edición y
el tiempo transcurrido, hacen de la tarea algo igualmente complicado y económicamente costoso. Sin embargo, parafraseando la clásica introducción de los capítulos de "El Equipo A": "Si algún día tiene suerte y se los encuentra, quizá pueda comprarlos".
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