Tenemos la
impresión de que la quinta sinfonía de Philip Glass pasó bastante desapercibida
en su momento y tampoco hoy se cuenta entre las obras más populares de su
autor, ni siquiera dentro de la serie de diez sinfonías que a día de hoy han
sido estrenadas. Esto es algo chocante si tenemos en cuenta que, al menos en
apariencia, desde su misma concepción es la más ambiciosa de todo el ciclo.
En alguna ocasión
hablamos de los actos y celebraciones que a lo largo de todo el planeta
tuvieron lugar para celebrar el cambio de milenio a finales de 1999. El
Festival de música de Saltzburgo fue una de las instituciones interesadas en conmemorar
el evento con un acontecimiento único que surgió de la iniciativa de una serie
de mecenas austriacos en colaboración con otros japoneses y neoyorquinos. De
esa iniciativa surgió la fundación “Música para la Paz”, uno de cuyos primeros
encargos fue la composición de una sinfonía a nuestro admirado Philip Glass
quien respondió con una obra monumental (el calificativo, tantas veces usado de
un modo exagerado, nos parece el más exacto para esta obra): la que sería su
quinta sinfonía. Glass escogió valerse de todos los recursos que una orquesta
sinfónica ponía a su disposición, reforzando la sección de viento y
acompañándola por un poderoso coro y cinco voces solistas. El compositor,
además, buscó una especie de sincretismo musical tomando textos de los libros
sagrados de algunas de las confesiones que más creyentes congregan en el mundo
lo cual encajaba, tanto con el concepto general del festival como con las sus creencias
particulares. Glass ha dado muestras de su cercanía al budismo como filosofía
de vida, pero en su obra encontramos composiciones basadas en textos religiosos
de muy diferentes procedencias.
Como todo parecía
concebido a lo grande, la propia obra no podía quedarse atrás con lo que
asistimos a una sinfonía dividida en doce movimientos y cuya duración superaba
la hora y media. La expectación era grande porque no había demasiados
precedentes de un Glass combinando orquesta y coros de esta forma (quizá su
obra “Itaipu” era la que más se acercaba a éste espíritu).
Comenta el
compositor en las notas del disco que “el plan tras la sinfonía era representar
al más amplio espectro de creencias posible. Trabajando en equipo con James
Parks, del Centro de Estudios de las Religiones de Nueva York y el profesor
Kusumita P. Pedersen, del St.Francis College, seleccionamos una serie de textos
que comenzaban con el momento de la creación, pasaban por la vida terrena, el
paraíso y la rendición final de cuentas. Enfocamos el cambio de milenio como un
puente entre el pasado (representado por la parte de la obra que llamamos
“requiem” y que engloba los primeros nueve movimientos), el presente (el
“bardo” o la transición entre la vida terrenal y el más allá) y la culminación
con el “nirmankaya” (resurrección e iluminación). Los textos originales están
escritos en griego, hebreo, sánscrito, árabe, chino, japonés y algunos idiomas
indígenas pero decidimos que en la sinfonía se cantasen en un único lenguaje,
el inglés, para destacar lo que todas esas tradiciones tienen en común”.
Intervienen en la
grabación de Nonesuch, la Vienna Radio Symphony Orchestra dirigida por Dennis
Russell Davies. Se unen a la misma el Morgan State University Choir con Nathan
Carter a la cabeza y el Hungarian Radio Children’s Choir dirigido por Gabriella
Thesz. Los solistas son: Ana María Martínez (soprano), Denyce Graves
(mezzo-soprano), Michael Schade (tenor), Eric Owens (barítono) y Albert Dohmen
(bajo-barítono).
Dennis Russell Davies y Philip Glass |
“I. Before the
Creation” – La obra comienza con un gran despliegue de energía por parte de la
orquesta en una especie de obertura breve previa a la intervención del coro. El
texto procede del Rig-Veda, texto sagrado de la India escrito en sánscrito y
narra el estado de las cosas previo a la creación. “No había existencia ni
no-existencia” dice el primer verso mientras se despliega la música del
compositor norteamericano del modo habitual, con gran incidencia de las
percusiones que dotan de un ritmo muy personal a la obra en estos instantes. La
primera intervención corre por cuenta del coro femenino. Hay una segunda por
parte de otra sección masculina y, finalmente, se unen ambos. Glass combina
momentos de ritmo intenso con otros más reposados de entre los que destacamos
la parte final, introducida por una escueta melodía de flauta que da paso a la
segunda etapa: la creación.
“II. Creation of the Cosmos” – Asistimos aquí a una mezcla
de textos de prodedencia variada: hay fragmentos del Corán, del Génesis, del poema
épico hawaiiano llamado “Kumulipo” y de la historia de la creación de los Zuñí,
tribu norteamericana perteneciente a los Indios Pueblo. La música toma otras
formas apareciendo los solos y los duetos vocales aunque el coro sigue teniendo
un protagonismo fundamental. Las flautas marcan una importante transición a
mitad del movimiento presentando a la soprano frente a la orquesta en una
narración típicamente “glassiana”. El bajo ofrece pronto la réplica completando
un pasaje que forma parte de esta sinfonía como podía haberlo hecho de
cualquiera de las óperas de su autor.
“III. Creation of the Sentient Beings” – La aparición de la
vida es ilustrada con textos del Nihongi japonés, de nuevo el Kumulipo, de la
historia de la creación de los Bulu cameruneses y del mito Boshongo de los
Bantú. La narración del compositor sigue la misma tónica que las partes
anteriores con la orquesta en un plano secundario respecto a los coros para
quienes reserva alguna melodía memorable siempre dentro de los parámetros melódicos
del autor: repeticiones constantes con variaciones mínimas, arpegios sucesivos
y una cierta linealidad sólo rota en determinados momentos como el final del
movimiento con las cuerdas interrumpiendo bruscamente la acción.
“IV. Creation of Human Beings” – Para ilustrar la aparición
del hombre, Glass y sus colaboradores seleccionan textos del Popol Vuh maya y
del Corán. Quizá sea este el movimiento que más nos recuerde a óperas del autor
como “Akhnaten” o “Satyagraha” en el aspecto musical. De nuevo, los cantantes
tienen un papel fundamental en la narración por encima del que juega el coro lo
que sigue acercando más esta obra al Glass operístico que al sinfonista, en
nuestra opinión.
“V. Love and Joy” – Hay en la sinfonía un componente erótico
que se centra en esta movimiento en el que escuchamos versos del poeta persa
Rumi, del Cantar de los Cantares o del poeta indio Vidyapati. La música se
impregna de ese espíritu con dulces pasajes a cargo de la mezzo-soprano y un
intenso final en el que aparece el arpa, las flautas y la orquesta en pleno en
un gozoso ejercicio de exhuberancia musical que concluye con un breve recitado
a cargo del bajo.
“VI. Evil and Ignorance” – Uno de nuestros momentos
favoritos en la obra es el comienzo del sexto movimiento, con un sensacional
cambio en la instrumentación en el que las percusiones (celesta, glockenspiel,
xilófono) cobran un protagonismo importante acompañadas de otros instrumentos
que tampoco habían tenido gran relevancia en la obra hasta el momento: piano,
arpa, clarinete, tuba... hasta las cuerdas aparecen pellizcadas contribuyendo a
crear un ambiente completamente diferente del que dominaba la obra hasta ahora.
Los textos proceden del Popol Vuh, el Maha-Vagga budista y del Bhagavad Gita
hindú.
“VII. Suffering” – El segundo disco comienza con el fragmento más oscuro de la obra. Las cuerdas son prácticamente el único acompañamiento del bajo en el comienzo hasta que se incorpora la orquesta y coros en pleno. Escuchamos entonces la que podríamos considerar melodía central de la obra (al menos es la que más recordamos cuando pensamos en esta sinfonía). En ella todo aficionado a Glass reconocerá al músico del que se enamoró puesto que se muestra aquí en plenitud de facultades firmando un movimiento memorable. Los textos proceden del Libro de los Salmos, el Bhagavad Gita, el Libro de Job y el Libro de Oseas.
“VIII. Compassion” – Volvemos a las instrumentaciones
peculiares con el comienzo del octavo movimiento en el que escuchamos arpas
tejiendo tenues melodías a las que las flautas añaden un aire de misterio muy
acorde con los textos del filósofo chino Mencio que se mezclan con los del Bodhicaryavatara
budista y los del Evangelio de Mateo. El movimiento es uno de los más extensos
de la obra y nos conduce al último de la primera parte de la obra a la que el
propio Glass se refiere como “Requiem”.
“IX. Death” – No es casual que en el movimiento dedicado a
la muerte, Glass utilice tres textos de procedencia japonesa: uno extraído de
la obra Motomezuka, clásico del teatro musical Noh del S.XIV, otro obra del
poeta del S.IX, Ono no Komachi y un tercero procedente de un haiku del poeta
del S.XVII Matsuo Basho. La parte final, la más emotiva de todas, procede en
cambio del Bodhicaryavatara y nos regala unos versos demoledores: “mis enemigos
se convertirán en nada / mis amigos se convertirán en nada / yo mismo seré nada
/ y, del mismo modo, todo se volverá nada / como en un sueño / todo lo que he
disfrutado / se convertirá en un recuerdo / todo lo sucedido no volverá a
ocurrir / abandonándolo todo, he de partir solo”.
“X. Judgement and Apocalypse” – El juicio y el apocalisis se nos muestran desde el punto de vista del Corán, el Libro de los Muertos tibetano y el Vishnu Purana hindú. Lógicamente, la música experimenta una transformación. Es ahora más dura, más severa, como corresponde al momento de la narración. No es el movimiento más significativo de la obra pero cumple su función de transición hacia la parte final.
“XI. Paradise” – Aunque volvemos a escuchar textos cantados,
una parte significativa de la intervención de la soprano consiste en notas
puras, sin letra que pueda apartar la atención del oyente de la melodía que
bien podría simbolizar la gloria de Dios o su equivalente en cualquiera de los
credos representados en la obra. Los textos proceden del poeta Rumi, de las
Canciones de Kabir de Tagore y de la Primera Carta de San Pablo a los
Corintios.
“XII. Dedication of Merit” – La sinfonía, como la vida misma
que se ocupa de narrar, se cierra volviendo al comienzo y recordando la
obertura del primer movimiento. También, como en aquel, el texto es de una sola
procedencia escrita en sánscrito pero en lugar del Rig Veda hindú, Glass vuelve
a distintos fragmentos del Bodhicaryavatara budista para cerrar la que es su
sinfonía más ambiciosa.
Por sus particulares características, se nos hace difícil
ver esta sinfonía como una más de las diez firmadas por su autor ya que, en
muchos momentos suena más cercana a sus óperas que a cualquier otra de sus
obras. Su repercusión no ha sido tampoco demasiado notable. Es comprensible que
no se encuentre entre las más interpretadas de Glass por lo complicado de
reunir una orquesta y dos coros de las dimensiones que requiere y tampoco ha
sido grabada en más de una ocasión hasta ahora. En todo caso, no parece ser tan
popular como las primeras cuatro sinfonías del ciclo. Nosotros, sin embargo,
hemos decidido recomendarla porque nos parece una obra inmensa en la que el
oyente puede escuchar varios registros diferentes de Glass en una única
composición. El disco tiene una presentación impecable en la que cada
movimiento se corresponde con un díptico de cartón separado del libreto central
y de la propia caja de plástico lo que hace del seguimiento de la sinfonía un
placer aún mayor. La obra se puede adquirir en los siguientes enlaces:
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