Ha quedado ya muy
atrás la primera (y única) entrada que le dedicamos al compositor e intérprete
francés Rene Aubry, lo que se nos antoja un error que queremos paliar revisando
el disco con el que le conocimos hace ya muchos años, cuando internet empezaba a
ser popular pero el ancho de banda aún no daba para descargar discos completos.
En viejas listas de correo y gracias a un amigo checo (saludos desde aquí, Jan)
tuvimos las primeras noticias acerca de este músico dedicado al teatro y al
ballet principalmente pero que también sacaba tiempo de vez en cuando para
grabar algún disco y, más recientemente, para ofrecer conciertos.
La música de
Aubry comparte ciertas características con la de otros compatriotas suyos como
Yann Tiersen o Jean Philippe Goude pero más que un cierto sentido de “escuela”,
que no parece existir en este caso, quizá tengamos que buscar una influencia
común a los tres. No hay que rebuscar mucho para encontrarla en el minimalismo
más melódico: aquel que representan Wim Mertens, Michael Nyman y la versión más
reciente de Philip Glass. En el caso de Rene Aubry, la admiración por Glass es
declarada aunque la amplía citando a otros dos grandes en campos diferentes:
Leonard Cohen y Manos Hadjidakis. Aunque el instrumento favorito del músico francés
es la guitarra, algo que se nota en todos sus trabajos, utiliza un amplio
número de instrumentos acústicos y electrónicos en sus discos con los que
consigue un sonido cálido, evocador y de un evidente sabor mediterráneo en
muchas ocasiones.
“Plaisirs D’Amour”
es uno de sus primeros discos que nacen como tales, desligados de su trabajo
para la escena y está compuesto por 13 canciones sin palabras, como reza en el
subtítulo del mismo, incluyendo una versión de George Brassens. Aubry toca
guitarras, armónica, percusiones, teclados y se encarga de las programaciones
electrónicas además de cantar en algún pasaje. Se hace acompañar, además, en
algunos temas por Christophe Guiot (violin), Bruno Fontaine (piano), Thierry
Caens (trompeta), Bertrand Auger (saxo soprano) y Nathalie Junker (voz). El
encargado de darle forma final al sonido del disco fue, ni más ni menos que
Michel Geiss, mano derecha de Jean Michel Jarre en los años más creativos de su
carrera.
Rene Aubry. |
“Salento” – Una
simple melodía de guitarra abre el disco de un modo encantador. El título alude
a la comarca que ocupa el lugar del “tacón de la bota” de la Península Itálica
lo cual nos dice mucho sobre el aire y el tipo de música que vamos a escuchar:
melodías frescas y alegres en las que el violín es el principal acompañante de
la guitarra. La composición tiene dos partes, una primera más clasicista y una
segunda de tono folclórico y ritmo cercano a la rumba que quizá recuerde a algún
oyente a los primeros discos del griego Chris Spheeris.
“Trou de Memorie”
– Continúa un disco con un giro hacia una melancolía que tiene mucho que ver
con Satie y con algún músico más actual como Roger Eno. Piano, guitarra, armónica,
percusiones y sintetizadores se combinan en una delicada mezcla en la que
creemos escuchar varias maderas (oboes, clarinetes...) aunque no aparecen
acreditadas.
“Zig Zag” – La
guitarra marca el ritmo desde el principio de una composición fantástica en la
que apreciamos influencias minimalistas y un claro parentesco con el anteriormente
citado Jean Philippe Goude, otro de los músicos franceses a los que admiramos
en el blog. Quizá sea esta una de nuestras composiciones favoritas del disco y
eso es decir mucho dada la calidad del mismo.
“Fil de Verre” –
Volvemos a los ambientes impresionistas en este diálogo entre el piano de Bruno
Fontaine y las guitarras de Aubry. No hace falta mucho más para dibujar
paisajes que dejan huella. Una especie de retrato de un Philip Glass íntimo
disfrutando de una copa de vino en la campiña francesa y respirando la brisa
del verano. Simple y bello a partes iguales.
“Le Vent” – La única
canción de todo el disco es una versión de un clásico de George Brassens.
Palabras mayores pero Aubry sale más que airoso del reto llevando a su terreno
una canción encantadora. El resultado sorprende porque mantiene la esencia de
autor e intérprete intactas, algo nada fácil de conseguir y en lo que fracasan
habitualmente muchos de los que se atreven a interpretar la obra de otros.
“Sirtaki a
Helsinki” – El título puede llevarnos a engaño puesto que la pieza dista mucho
de ser un “sirtaki” convencional y más aún de la música nórdica. Ciertamente
suena como una danza animada en el comienzo pero no es hasta su segunda parte
cuando adopta formas que nos llevan, ahora sí, a los ritmos inventados por
Thodorakis para el inmortal Zorba de Anthony Quinn.
“Demi Lune” – Los
orígenes tiran mucho y si hay un lugar en el que un músico francés de las
características de Aubry se puede sentir cómodo es en el impresionismo de sus
antecesores Satie, Ravel o Debussy. Algo de eso hay en este pequeño nocturno
para piano y guitarra con toques minimalistas en el que volvemos a disfrutar de
Bruno Fontaine y del violín de Christophe Guiot.
“Scirocco” – De vuelta a las guitarras acústicas, Aubry se introduce de lleno en la música repetitiva combinándola con ritmos de aire latino. Quizá sea la pieza del disco en se pone de manifiesto con mayor claridad su virtuosismo como intérprete. Por ello creemos que se nos hace tan corta: nos deja con ganas de mucho más.
“Prima Donna” – Curiosamente
aquí sí que encontramos más fácilmente la relación con un ritmo como el “sirtaki”.
Estamos ante la pieza más desenfadada del disco, con una música viva en la que
trompetas, guitarras, acordeones etc. se combinan para hacernos disfrutar de
una danza que tiene mucho de teatral, lo que nos recuerda de dónde viene el músico.
“Lungomare” – De
nuevo viajamos al sur de Italia, en concreto hasta Lungomare de Soverato, en la
“suela de la bota”. Basandose en un ritmo característico de la región, Aubry
compone una canción deliciosa en cuyos últimos instantes se permite tararear la
melodía principal. Ignoramos qué opinará un italiano de la zona de los devaneos
de Aubry con sus músicas pero a nuestros oídos suena extraordinariamente
fresco.
“La Petite
Cascade” – Toma el compositor de nuevo su guitarra para regalarnos una
composición magnífica que nos recuerda a otros maestros de las seis cuerdas en
estos tipos de música como Michael Hedges o William Ackerman. Una verdadera
preciosidad que, como parece sugerir el título de ambas piezas, actúa como
preludio de la siguiente.
“La Grande
Cascade” – Se incrementa el ritmo de la música y escuchamos una segunda
guitarra apoyando al piano para dibujar la melodía principal que no terminaba
de despegar en la primera parte de la pieza. Si de un disco como este existiera
la posibilidad de extraer un single para su promoción, probablemente habría
sido esta pieza por lo definido de su melodía, mucho más directa que en
cualquiera de las otras composiciones del trabajo.
“Flow” – El tema que cierra el disco se titula “Flow” como podría haberse titulado “homenaje a Simon Jeffes” por ejemplo. Encierra en sus cuatro minutos una música maravillosa que tiene todas las características de las obras del fallecido músico inglés para su inmortal Penguin Cafe Orchestra lo cual es mucho decir. No podría haber escogido Aubry un final más adecuado para un disco magnífico. Una debilidad personal de quienes aquí escriben que no podía faltar en el blog.
Sentimos mucha
envidia cuando echamos un ojo al otro lado de los Pirineos y vemos la gran
cantidad de artistas de gran nivel que pululan por el país vecino. No dudamos
que un talento similar exista en España pero creemos notar que tiene muchas más
trabas para desarrollarse y darse a conocer que en el caso francés. Sea como
fuere, lo interesante es poder disfrutar de estas y todas las músicas que están
ahí, esperando a ser descubiertas. Si estáis interesados en adquirir el disco
que hoy hemos comentado, lo podéis hacer en los siguientes enlaces:
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Os dejamos con una versión de "Salento" en directo:amazon.es
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