Polémico, genial, insoportable,
imprescindible... son todos calificativos que en un momento u otro de
su carrera se han aplicado a Miles Davis. Todos ellos y alguno más,
se utilizaron también para describir el disco del que hablamos hoy:
uno de esos hitos cuya influencia divide el tiempo en dos, con el
tantas veces utilizado “antes y después de”.
Unos meses antes de la aparición de
“Bitches Brew”, Miles había publicado “In a Silent Way”, un
primer acercamiento a un sonido eléctrico que sirve como precedente
para este auténtico monumento en forma de disco doble. En él
asistimos, probablemente, al nacimiento del jazz-rock y a una serie
de hallazgos de todo tipo que colocan esta obra entre las más
importantes en su género. La amplia sección rítmica, la evolución
en la forma de tocar del propio Miles y el importante uso de las
posibilidades del estudio de grabación por parte de Teo Macero hacen
de “Bitches Brew” un disco único. Nadie pensaría en el “jazz”
como una música en la que el trabajo en el “laboratorio” tuviera
una particular importancia pero en este disco ocurre, precisamente,
eso. Aunque Macero era ya un productor respetado que había
participado en alguno de los discos más importantes del género, sus
trabajos más personales en ese campo fueron los primeros discos
“eléctricos” de Miles Davis en los que su papel fue equivalente
al de George Martin en los mejores discos de los Beatles en palabras
de uno de los mayores expertos en la obra de Davis.
Macero, saxofonista y compositor,
aplicó ténicas de vanguardia del mundo de la clásica como la
grabación, edición y manipulación de los sonidos mediante cintas
magnetofónicas a muchos fragmentos del disco convirtiendolo así en
una referencia (también) en el campo de la ingeniería sonora.
Davis se involucró de una forma
especial en un disco en el que su nombre aparece en la portada, sí,
pero en el que no es menos cierto que su protagonismo se reduce mucho
hasta el punto de que, no sólo algunas de las composiciones las
firman otros miembros de su banda sino que hay temas en los que el
trompetista no toca ni una sola nota. La banda merece una mención
aparte por lo particular de su configuración además de su gran
número de miembros. Davis utiliza dos baterías (uno en cada canal
del estéreo), dos o tres pianos eléctricos (también repartidos
entre los dos canales) y dos bajistas (uno eléctrico y el otro al
contrabajo). Con una sección rítmica de tales características uno
puede esperar cualquier cosa menos un disco convencional y el
resultado, desde luego, no dejó a nadie indiferente. Además de
Davis a la trompeta, intervienen en el disco: Wayne Shorter (saxo
soprano), Bennie Maupin (clarinete), Joe Zawinul, Larry Young y Chick
Corea (pianos eléctricos), John McLaughlin (guitarra), Dave Holland
(contrabajo), Harvey Brooks (bajo eléctrico), Jumma Santos
(percusiones) y Lenny White, Jack DeJohnette y Don Alias (baterías).
Miles. |
“Pharaoh's Dance” - El disco se
abre con una composición de Joe Zawinul de largo desarrollo.
Comienza con una serie de juegos de percusiones junto a los que
escuchamos arpegios y esbozos de melodía a cargo de los pianistas
mientras la guitarra eléctrica ensaya algunos trazos sueltos. La
trompeta tarda en aparecer y lo hace a impulsos, con notas aisladas
primero que van formando líneas más definidas conforme el conjunto
va ganando en cohesión. Según transcurren los minutos y se van
incorporando instrumentos la pieza se transforma en una extraña
amalgama de gran atractivo que revela a un Davis inconformista y
dispuesto a traspasar cualquier límite.
“Bitches Brew” - El corte más
extenso de todo el disco (más de 25 minutos) sirve también para
darle título. El comienzo es enigmático. Junto a acordes a cargo de
los pianistas escuchamos una percusión informe, sin organización
aparente. En medio de ese supuesto caos, la trompeta de Davis aparece
para lanzar sonoros lamentos con gran energía. Terminada la
introducción toma los mandos el contrabajo con una pegadiza melodía,
reminiscente de algún modo de “A Love Supreme”, en la que es
ayudado por el clarinete de Maupin que aporta las notas justas que
necesita el tema. Entra entonces una batería, que vista hoy, parece
adelantarse varios años a su época. Lo que viene a continuación es
una música difícil de catalogar como toda aquella que rompe con lo
establecido. La etiqueta de jazz-fusión es la más empleada para esa
labor pero sería muy engañoso acercarse a este disco con esa idea
en la cabeza porque Davis va mucho más allá de lo solemos entender
al escuchar esa denominación. Es sintomático, sin embargo, que los
tres grupos más emblemáticos del género (Weather Report con
Zawinul y Shorter, la Mahavishnu Orchestra de McLaughlin y Return to
Forever con Chick Corea al frente) estuvieran liderados por músicos
que participan en “Bitches Brew”.
“Spanish Key” - Es ahora el bajo
eléctrico el encargado de marcar un ritmo constante, monótono,
sobre el que Davis ejecuta alguna de las melodías más reconocible
del disco con un McLaughlin apareciendo aquí y allá y el clarinete,
por momentos fantasmagórico de Maupin, dejando su sello en múltiples
formas. Las baterías comienzan a ejercer su dictadura y los
pianistas ven entonces el cielo abierto para comenzar a improvisar.
Se aprecia un giro más decidido que en resto del disco hacia el
rock, especialmente en algunas guitarras algo más incisivas de lo
habitual aunque, a cambio, los vientos suenan más “jazzies” como
compensación.
“John McLaughlin” - El corte más
breve de todo el disco es un juego entre la guitarra del propio
McLaughlin y todos sus compañeros de grabación con unos pianos
ambientales ejecutando acordes que quedan suspendidos en el aire
durante varios compases y una extraordinaria interpretación de los
baterías. Maupin es en esta ocasión el contrapunto melódico en una
pieza en la que Davis, a pesar de estar acreditado, no toca en ningún
momento.
“Miles Runs the Voodoo Down” - Un
contrabajo sinuoso es el conductor de toda la pieza ejecutando una
melodía que se repite una y otra vez. Si hay un corte en el que
Davis se reserva una buena parte del protagonismo es este. Aquí la
trompeta hace y deshace a su antojo consiguiendo eclipsar en muchos
instantes la plétora de instrumentos que tiene alrededor. McLaughlin
brilla con interesantes solos aprovechando el silencio de Davis una
vez terminado su trabajo y, a partir de ahí, desfila el resto de la
banda. Es notable también el trabajo de las percusiones y Shorter
protagoniza algúna intervención brillante antes de que los
teclistas tomen el relevo en uno de los pasajes más psicodélicos
del disco.
“Sanctuary” - Si “Bitches Brew” se abría con una pieza de Joe Zawinul, como cierre tiene otra que no firma Davis y cuyo autor es Wayne Shorter. Se trata de una composición mucho más reposada que las anteriores en la que continuamos asistiendo a una continua búsqueda aunque, ciertamente, es uno de los cortes más “convencionales” del disco si es que ese calificativo puede aplicarse a alguna de las piezas del mismo. El climax final es asombroso y pone un broche de oro a una obra maestra.
En la portada del disco, justo encima
del título y el nombre del autor, aparece la frase “directions in
music by Miles Davis”, algo que ya había ocurrido en su trabajo
“Filles de Kilimanjaro”. No es casual ni una frase sin más sino
toda una declaración de intenciones: esto no es un disco, es una
exploración, una puerta abierta que lleva a una encrucijada de
caminos. Como decíamos antes, a partir de la publicación de este
disco, varios de los que participaron en él buscaron sus propias
vías para continuar con el desafío planteado por Miles Davis. El
primer paso estaba dado y, como dice el adagio popular, es el
necesario para iniciar cualquier viaje por largo que sea. Seguiremos
repasando la obra del músico norteamericano muy pronto pero, por
ahora, recomendamos el acercamiento al que quizá sea su disco más
revolucionario en todos los sentidos: “Bitches Brew”, que en directo sonaba así:
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