Hablábamos tiempo
atrás de cómo la muerte de Tony Simmons afectó a Michael Nyman hasta el punto
de componer una serie de canciones en su memoria. La noticia le llegó al músico
cuando estaba a punto de aparecer en el mercado un disco dedicado a su música de
cámara con el que Nyman aprovechó para hacer su particular homenaje al que
había sido su manager. Precisamente fue Simmons el responsable de buena parte
de los encargos que recibió el músico en aquellos años y el disco que hoy
comentamos, se iba a centrar en cuatro de ellos: música puramente camerística,
sin relación alguna con películas, montajes teatrales o ballets. Música
independiente hecha simplemente para ser escuchada.
Con “Time Will
Pronounce”, el sello ARGO, subsello vanguardista de la gigante Decca continuaba
sus colaboraciones con Michael Nyman, de quien ya habían publicado la banda
sonora de “Prospero’s Books” y sus tres primeros cuartetos de cuerda. Sin
embargo, el lanzamiento más comercialmente popular de la combinación de
discográfica y músico fue “The Essential Michael Nyman Band” en el que,
disfrazada de recopilatorio al uso, encontramos una colección de lo mejor de
las bandas sonoras de Nyman para Peter Greenaway pero con temas regrabados bajo
una estética mucho más potente y atractiva. El éxito de ventas del disco hizo
que desde ARGO permitieran a nuestro músico la publicación de trabajos menos
accesibles a primera vista como son los recogidos en el CD que hoy nos ocupa.
Integrantes de London Brass. Ellos ejecutan la última pieza del disco. |
“Self-laudatory Hymn of Inanna and her omnipotence” – La
primera de las comisiones fue compuesta para el contratenor James Bowman. El
suyo es un registro poco habitual (casi diríamos marginal) en buena parte de la
música de los últimos siglos pero en el barroco fue muy utilizado. Como ocurre
con muchos otros elementos de la música antigua y barroca, en la contemporánea
se está recuperando la voz del contratenor. Así, Bowman ha estrenado piezas de
John Tavener o Benjamin Britten. Vivaldi, Haendel o Purcell figuran en su
repertorio habitual y todos estos compositores, de un modo u otro, tienen que
ver con la música de Nyman. Acompañanan a Bowman los integrantes de Fretwork,
sexteto de cuerda cuya actividad musical se centra en músicos ingleses de la
era pre-clásica (Byrd, Tallis o Purcell). La voz del cantante es la protagonista
absoluta de la composición que nos recuerda por fuerza a los pasajes cantados
por el niño en la banda sonora de “The cook, the thief, his wife and her
lover”. Los integrantes de Fretwork, por contra, quedan en un segundo plano
interpretando una partitura llena de tensión y dramatismo aunque aportando el
necesario contrapunto al “tour de force” al que se ve sometido Bowman en buena
parte de la pieza. Es muy interesante escuchar a un intérprete con un marcado
“tic” barroco cantando música contemporanea y Nyman lo aprovecha a la
perfección en determinados instantes. Cabe señalar que, aunque aparezca como
una pieza unitaria, hay distintas secciones perfectamente diferenciadas a lo
largo del himno, siendo nuestro favorito el segmento central que es, precisamente,
en el que cuerdas y cantante suenan más barrocos y la partitura, especialmente
la vocal, se aleja un poco de una cierta monotonía en la que cae, a veces, el
compositor británico. Nunca será ésta una de las piezas favoritas del
repertorio de Nyman pero no está exenta de interés.
“Time Will Pronounce” – De la segunda composición y hablamos
recientemente en la entrada dedicada al disco “Piano Trios 1992-2010”. Se trata
de un encargo del “Trio of London”, grupo formado por Elizabeth Perry (violin),
Melissa Phelps (cello) y Julian Jacobson (piano). Precisamente Elizabeth Perry
fue la “instigadora” de la obra. Miembro de la Michael Nyman Band entre 1981 y
1991, participó en la práctica totalidad de las grabaciones del grupo y en las
bandas sonoras de la películas de Greenaway (con la excepción de “Drowning by
Numbers”). Tras abandonar la formación de Nyman, fundó su propio grupo de
cámara y comenzó a grabar música con ellos y en solitario, publicando en los
más prestigiosos sellos. Curiosamente, unos años más tarde y acompañada por
Melissa Phelps, Perry volvió a formar parte brevemente de la Michael Nyman
Band. La pieza tiene una alta carga dramática, similar a la alcanzada en muchos
momentos de la banda sonora de “El Piano”, escrita en las mismas fechas. De hecho,
el tratamiento del instrumento principal de aquella película es similar y por
ello, creemos que se trata de una composición que puede gustar a los oyentes
familiarizados con aquel Nyman. En cualquier caso, es una gran pieza y,
probablemente, la más accesible de todo el disco.
“The Convertibility of Lute Strings” – Escrita por encargo
del neurólogo Anthony Roberts para la teclista Virginia Black, se trata de una
extraña pieza para clavicordio. La música es completamente original pero, al
proceder el encargo de un profesional de la mente, Nyman introdujo algunas
referencias musicales tomadas de su ópera “The Man Who Mistook His Wife for a
Hat”, basada en un libro del neurólogo Olvier Sacks. El extraño título procede
de una costumbre muy extendida en el S.XVI en Inglaterra: los prestamistas, en
ocasiones, no prestaban dinero a sus clientes sino determinados bienes que los
propios clientes necesitaban o bien, para que ellos mismos los vendieran por su
cuenta. Según algunos cronistas, las cuerdas de laúd se contaban entre los
objetos más preciados dentro de esa práctica. El comienzo de la composición es
lo más parecido a una obra estrictamente minimalista que ha escrito Nyman en
mucho tiempo. El clave interpreta obsesivamente una secuencia de seis notas que
va añadiendo nuevos motivos y variaciones con cara repetición. La peculiar
sonoridad del instrumento le añade un aire de misterio que hizo que algún
crítico escribiera que la composición sería “la música perfecta para una casa
encantada”. Tiene algo, efectivamente, de eso y, quizá inconscientemente, nos
recuerda a algunas músicas de Danny Elfman, por ejemplo. La segunda parte de la
obra es mucho más reposada y melódica. Como le ocurría a la pieza anterior del
disco, si en lugar de un clave sonase un piano, podríamos estar en presencia de
un descarte de la banda sonora de la película de Jane Campion pero eso es mucho
especular. Para cerrar la composición, Nyman vuelve al motivo inicial
completando así el proverbial círculo.
“For John Cage” – La última pieza del disco tiene un orígen extraño marcado por distintas muertes de músicos que fueron auténticos puntales de la música del S.XX. Recuerda Nyman que comenzó a escribir la pieza en Japón el 29 de septiembre de 1991 y que anotó en la partitura una noticia que acababa de ver en la televisión del hotel: “A las 8:30 horas de la mañana de ayer falleció el músico Miles Davis”. Nyman dejó la pieza apartada un tiempo mientras trabajaba en otras obras, retomándola de cuando en cuando y en julio de 1992 hizo otra anotación mortuoria “Buenos Aires, 4 de julio. Fallece Astor Piazzolla”. Nyman concluyó la pieza, que era un encargo del grupo de metales “London Brass”, el 12 de agosto de 1992. Al día siguiente, leyó en el periódico que acababa de morir John Cage, quizá en el mismo momento en que Nyman daba por terminada la pieza un día antes. Quiso la casualidad que el músico no hubiera decidido aún el título de la obra (estaba considerando el de “Canons, chorales and waltzes” pero no le convencía del todo) y aprovechó el acontecimiento para dedicársela al que fue, en palabras del propio Nyman: “el mayor y más revolucionario pensador musical del siglo”. En lo musical, estamos ante nuestra pieza favorita del disco. Se abre como una especie de caótica fanfarria que dura casi dos minutos en la que se mezclan todos los integrantes de London Brass. A partir de ahí, se silencian algunos instrumentos y comenzamos a escuchar tímidas líneas melódicas que van apareciendo con timidez en un ambiente mucho más calmado. Surge entonces la tuba marcando un ritmo casi de rock’n’roll apoyada por lo que parece configurarse como una improvisada sección rítmica. Es el primer apunte de lo que ocurrirá al final pero pronto se diluye en otro pasaje relajado y lírico. En esa alternancia de momentos casi frenéticos con otros llenos de calma vamos acercándonos a la parte principal de la obra de la mano de la trompeta que va esbozando retazos de una melodía cada vez más evidente y que hace acto de presencia poco después cuando se combina el ritmo rock de la tuba, los trombones etc. con la propia trompeta regalándonos un momento especialmente brillante digno del mejor Nyman. Desde ahí hasta el final volvemos a combinar secuencias eufóricas con otras más pausadas sin nada especialmente reseñable.
Si algo bueno tuvo el éxito de “El Piano” fue que permitió
que pudiéramos acceder a obras de Nyman que, en aquel momento, no habrían
tenido mucha salida comercial. Afortunadamente, hoy en día y gracias a la
independencia alcanzada por éste y otros músicos (y, por qué no decirlo,
gracias a internet), todo aquello que el artista considera adecuado publicar,
termina llegando a sus seguidores sin tener que superar sesudos estudios de
mercado y opiniones de los expertos de las discográficas. Hoy lo vemos normal
pero no era así hace 20 años. Sabéis que siempre hemos recomendado prestar
atención al Michael Nyman que existe al margen de las bandas sonoras por lo que
este disco no es una excepción. No es tan sencillo hoy encontrarlo pero se
puede adquirir aquí:
No hay comentarios:
Publicar un comentario