En una entrada, ya lejana en el tiempo,
que le dedicamos a nuestro músico de hoy, hablábamos de uno de sus
mayores méritos a nuestro juício, que es la curiosidad, el
inconformismo que llevó a un pianista excelso que dominaba alguna de
las partituras más brillantes de la llamada música clásica a
acercarse al jazz. Dominado este campo con la participación en uno
de los quintetos de Miles Davis y publicando ya como solista un par
de discos clásicos del género, Herbie Hancock (que es el artista
del que toca hablar hoy), se salió del camino seguro e innovó en
todos los aspectos abandonando un sello como Blue Note para firmar
con otro “generalista”. El cambio no era casual. Dejando esa
verdadera institución cuyo solo nombre es sinónimo de jazz para
ingresar en Warner Bros, Hancock se liberaba de un importante peso y
perdía cualquier tipo de complejo y condicionante a la hora de
meterse en músicas diferentes.
El primer ejemplo no tardó en llegar
con la música para una serie de dibujos animados creada por Bill
Cosby en la que Hancock se introducía en los caminos del “rhythm
and blues”. Estamos en 1969 y sólo unos meses después, Miles
Davis publica un disco revolucionario titulado “Bitches Brew”. La
fascinación provocada por este trabajo fue como una revelación que
encaminó al pianista a investigar en el naciente mundo de los
sintetizadores para terminar incorporándolos a su música con la
inevitable consecuencia de transformarla por completo. El primer
fruto fue “Mwandishi”, disco que, con el tiempo, daría nombre a
una hipotética trilogía formada por el citado disco para la serie
de Cosby, titulado “Fat Albert Rotunda”, el propio “Mwandishi”
y el que hoy vamos a glosar: “Crossings”.
Hasta ahora, la narración podría
hacer pensar en un camino más o menos sencillo para un artista que,
llegado a una gran compañía, tenía libertad casi total para hacer
lo que quisiera pero no todo fue tan sencillo. “Fat Albert Rotunda”
apenas vendió convirtiéndose en un gran fiasco para un músico
“recién fichado”. La Warner decidio tomar cartas en el asunto e
imponer un productor para el siguiente disco: David Rubinson. Entre
sus trabajos más recientes se encontraban algunos discos del
bluesman Taj Mahal de cierto éxito pero lo que seguro no sospechaban
los directivos de la discográfica era que el productor (como el
propio pianista) estaba fascinado en aquel momento por los
experimentos cósmicos de Sun Ra y vio en el sexteto de Hancock una
formación ideal para explorar sonoridades similares. Como
consecuencia de esto, “Mwandishi” fue una grabación a la que se
puede calificar de muchas formas pero, desde luego, no como
comercial. Sin embargo, la crítica respondió de forma muy positiva
de modo que para “Crossings”, la banda iba a ir un paso más
allá. Rubinson propuso la participación de Pat Gleeson, pionero de
los sintetizadores surgido del fecundo San Francisco Tape Music
Center donde trabajó con los equipos de Buchla y entró en contacto
con los sintetizadores Moog. El papel inicial de Gleeson era
introducir a Hancock en los rudimentos de la síntesis y del uso de
aquellos fascinantes aparatos pero terminó yendo más allá e
incorporándose al eventual septeto.
Intervienen en “Crossings” los
miembros del grupo de Hancock, es decir: Billy Hart (batería y
percusiones), Buster Williams (bajo, percusiones), Bennie Maupin
(saxo soprano, flautas, clarinete y percusión), Eddie Henderson
(trompeta, fliscorno y percusión), Julian Priester (trombones y
percusión) además del propio Hancock que toca piano acústico y
eléctrico, melotron y percusión). Como invitados, Gleeson toca el
sintetizador Moog, Víctor Pontoja las congas y aparece un pequeño
grupo de vocalistas integrado por Candy Love, Sandra Stevens, Della
Horne, Victoria Domagalski y Scott Beach.
“Sleeping Giant” - Que el disco iba
a ir mucho más allá de las fronteras del jazz convencional quedaba
claro desde el comienzo de la primera pieza que ocupaba la cara A del
vinilo. Un serie de percusiones de todo tipo se combinaban en
aparente desorden envueltas en efectos electrónicos de nueva
(entonces) generación. Tras la introducción escuchamos a Hancock
con el piano eléctrico ejecutando una serie de frases con la magía
de aquel sonido que tanto éxito tuvo en los setenta y que luego
influyó a artistas de géneros diferentes (pensamos en Vangelis y
sus experimentos de los años posteriores). Tras una fase psicodélica
aparecen los vientos y el bajo para, unidos a la batería,
introducirnos en un segmento free-jazz en el que se percibe la
extensa herencia que comenzaba a dejar el citado “Bitches Brew”
de Davis. Enlazando sin solución de continuidad llega una inmersión
en el funk de gran intensidad que desemboca en un tramo final de jazz
eléctrico en el que Hancock explota sus virtudes como intérprete,
que no son pocas, Maupin exprime su saxo hasta el agotamiento y la
sección rítmica imparte una pequeña lección de saber hacer.
“Quasar” - Puede chocar que el 50% de un disco publicado bajo el nombre de Herbie Hancock esté compuesto y firmado por otro de los artistas de la banda pero no es tan extraño en el jazz. Así ocurre en “Crossings” donde los dos cortes que integran la cara B son piezas escritas por Bennie Maupin, casualmente, uno de los músicos que participaron en la grabación de “Bitches Brew”. El primero de ambos muestra una mayor presencia de efectos electrónicos en un inicio que mezcla este tipo de recursos con una linea de bajo típicamente jazzista y unos arreglos en la misma línea. La aparición de la flauta, en perfecta comunión con los sintetizadores (como comprobarían por aquellas fechas artistas como Tangerine Dream o Kraftwerk) es uno de los elementos más destacados de una pieza vanguardista como pocas en la que todos los músicos rayan a gran nivel.
“Water Torture” - De nuevo una serie de efectos electrónicos que podríamos escuchar en cualquier disco de un Klaus Schulze de la época se fusionan con las percusiones en la introducción de la suite. Probablemente la melodía central de la pieza sea una de las más conocidas de Maupin quien la regrabaría en 1977 para un disco propio en una versión mucho más convencional y en clave abiertamente funk. Nosotros nos quedamos sin dudarlo con esta psicodélica visión cuyo nivel de riesgo es muy superior. Aunque no aparece acreditado como autor ni como miembro de hecho de la banda, Gleeson realiza aquí un papel insustituible dada la masiva presencia de sonidos sintéticos que domina la pieza.
Si los directivos de la Warner pretendían romper las listas de ventas con el fichaje de Hancock, parece claro que erraron el tiro tras los primeros discos publicados por el teclista en el sello. Si, por el contrario, buscaban lanzar una serie de discos de gran calidad, la elección fue inmejorable. Como nuestros lectores ya sabrán, en el blog valoramos la calidad de un músico pero también, y mucho, el nivel de riesgo que es capaz de asumir. En ese sentido Hancock no puede ser acusado de timorato ya que nunca rehuyó ese paso adelante que no todos se atreven a dar, especialmente cuando han alcanzado un nivel de aceptación determinado. No es casual que hayan aparecido por aquí hasta ahora dos de sus discos más “rompedores” y no algunos de sus clásicos dentro del jazz más ortodoxo (que tendrán su hueco en el futuro). “Crossings” puede adquirirse en cualquiera de los enlaces siguientes.
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Y te as quedado agusto,,pedazo de Nota
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